Son las 8:28 del viernes 4 de junio cuando el resplandor del día empieza a entibiar la ciudad de San Juan. La noche recién termina y hay muchísimos sabaleros de guardia, como aquel 9 de noviembre de 2019 en Paraguay, cuando 40 mil hinchas ranchaban en las calles de Asunción, horas antes de la derrota en la histórica final de la Copa Sudamericana. Esta vez prenden velas y esperan obligadamente en sus casas; una espera interminable, de más de un siglo sin estrellas.
Lejos y hace tiempo empezó la cosa, en mayo de 1905, cuando un grupito de entusiastas formó un cuadro en el sudoeste santafesino. Pateando el bolo fueron motivando a algunos y rivalizando con otros; probaron algunas sedes y se quedaron en barrio Centenario de la capital santafesina. Cuando se necesitaron los focos para jugar de noche, ahí estuvo Evita iluminando y el estadio orgulloso fue bautizado con su nombre. Pero llegó la proscripción y debieron cambiarlo por el del Brigadier General Estanislao López. La cancha empezó su leyenda venciendo al Santos de Pelé casi en el último minuto de juego un 10 de mayo de 1964. Meses después, River y la mismísima selección argentina también cayeron ante el equipo humilde que nunca había jugado en Primera División. Así nació el mítico Cementerio de los Elefantes para rebautizar la cancha.
el templo
Las metáforas bíblicas caen a baldazos en las mentes sabaleras. Son los días previos a la final con Racing en San Juan: la santa fe de sus creyentes, las larguísimas procesiones a finales perdidas en Córdoba en 1993 y en Asunción en 2019. En la gran inundación de 2003, el estadio se inundó por encima de los 3 metros y eso evitó que el desborde del río Salado arrase con el barrio Centenario.“El Barba” es el apodo del desalineado técnico Eduardo Domínguez, que tras la consagración cobra más que nunca el mote de profeta. Justo ese viernes de la coronación es el día del Sagrado Corazón de Jesús. Si hasta la Virgen de Guadalupe, patrona de Santa Fe, santifica la cancha en forma de estatua, instalada encima de los palcos del estadio. En 2011, después de una mala racha, un grupo de jugadores con Ariel Garcé a la cabeza decidieron retirarla para cambiarla de lugar, se les cayó y se rompió. Pidieron perdón y volvieron a colocar una réplica.
En las calles, los choferes de la línea 15 tocan bocinazos recorriendo el oeste y sus barriadas. El almanaque gastado de la verdulera que parece recién impreso, igual que su ilusión. Frente a las pantallas, los nenes en clases virtuales miran de reojo el verdadero link de sus sueños. Un reconocido vendedor de flores repite en una de las esquinas más transitadas de Santa Fe: “Aquí está Colón, señores, aquí está su gente, pueblo sufrido, pueblo querido. Nunca hemos bajado los brazos, confiando en cada jugador, en cada jugada”. El florista es vecino del barrio Barranquitas, uno de los más afectados en la gran inundación de 2003. Durante ese desborde del río Salado, en el que se evacuaron casi 140 mil personas, el agua entró al estadio y dejaba ver solamente los travesaños. Para los hinchas colonistas como él, esto contuvo inesperadamente la correntada y evitó un desastre mayor para la gente de barrio Centenario.
En 1970, con diez años de edad, el pequeño Axel conoce el Cementerio de los Elefantes. Ya en Primera, Axel dobla los tablones de la tribuna a los saltos, alienta y experimenta por primera vez una comunión profunda. Cincuenta años después, la risa finita del Padre Axel se puede escuchar en toda la Parroquia San Agustín: “La pasión por un club no va en contradicción de lo Divino. Dios mismo lo regala para que sea un lugar para compartir, para desarrollar la comunión, para experimentar alegrías, también fracasos y dolores, porque esto también hay que saber verlo: un club de fútbol es una enseñanza de que en la vida no es todo para arriba”. Aniversarios, inauguraciones y campañas de todo tipo lo tienen desde hace décadas como un integrante más de la cultura sabalera: “El primer lugar al que me envió Dios como consagrado fue al barrio Centenario [en donde está el estadio] . Él no es ajeno a todas las vivencias de los humanos, que son buenas, eso es evidente. Pero ojo, que como en el milagro de los panes y los peces, Dios no puede hacer milagros sin nuestra colaboración, así sea una humilde oración, tenemos que poner algo de nosotros siempre. Entonces, indudablemente que acá ha estado la mano de Dios para hacer fructificar los esfuerzos no solamente del último año, porque un club, recordemos, es fruto del esfuerzo de muchísima gente durante muchísimo tiempo; por supuesto que le pedí a Dios nos de la gracia de poder reflejar en la cancha todo el trabajo en comunidad que se venía haciendo, pero sobre todo uno le tiene que pedir que se haga su voluntad y no la nuestra. Por ahí los momentos difíciles te ayudan a crecer, como la derrota en Paraguay que no nos hizo caer en el desánimo y la desesperanza; ahora, al contrario, volvimos con el corazón más encendidos y más colonistas. ¿Si le agradecí? Indudablemente, ni que hablar, a Él y a la virgencita de Guadalupe”.
la rapada
Isolina camina a lo largo de la mesa. La limpia con un repasador y va a escurrirlo, pone la pava para ella, busca hielo para el Fernet de sus hijas, junta un buzo y lo dobla para acomodarlo en la pila. Vive el partido pero casi no lo mira, apenas si escucha el relato mientras calma sus nervios yendo de un lado para el otro. La secretaría escolar del barrio es su ocupación, pero su condición de diabética le impidió volver a su puesto desde el arranque de la pandemia. En su casa solo tiene tiempo para sus hijas y para Colón. Entre sus recuerdos de cancha, aparecen cuando se metió de incógnito en un clásico de visitante y se tuvo que morder la lengua en un gol del Negro, las idas a la cancha con los compañeros del secundario y el haber sido una de las sabaleras presentes en la Bombonera el día de la vuelta de Maradona a Boca el 7 de octubre de 1995, famosa por la pelea de Diego con Julio César Toresani y la inolvidable invitación del Diez: “Se lo vuelvo a repetir a Toresani: Segurola y Habana 4310, séptimo piso, y vamos a ver si me dura treinta segundos".
Hoy, ya retirada de las tribunas, Isolina ejerce su colonismo con los vecinos, adornando de rojo y negro su casa (la puerta del frente está decorada con la leyenda “Colón campeón 2021”) y abonando la mística requerida para alcanzar la épica: “Nunca hice una promesa por Colón, pero una vez le hice el aguante a una amiga que tenía cáncer y me rapé junto con ella. Bueno, antes del partido, escuchando la radio, preguntaron a la gente qué haría por el campeonato y yo les dije que me cortaba el pelo si alguien me seguía, pero terminé siendo yo sola, porque tenía que cumplir por Colón, que es mi locura”.
vida nueva
Con su panza de 35 semanas, Rocío se acomodó en el mismo lugar desde el que había visto las victorias anteriores. Sabía que no se podía levantar de ahí, así que fue al baño antes. Mientras preparaba la picada, reconoció que no se estaba sintiendo bien: “Mi mamá me midió la presión y tenía 17, nos fuimos derecho al médico”. Faltaba media hora para el partido. El personal médico ya se estaba desocupando cuando Rocío llegó al sanatorio con hipertensión: “El doctor me preguntó si había tenido alguna discusión y le dije que no. Me dijo que entonces debía estar nerviosa y yo dije y sí… ¿cuántas finales más se cree que vamos a jugar?”. Ya en el quirófano, apenas si podía mirar el reloj en la pared. Siguiendo su pasión, conoció ciudades y países, hizo amistades y se enamoró. Pero al final, ese momento tantas veces imaginado no lo vivió ni desde la tribuna ni por la tele sino esperando a que las agujas estuvieran en su lugar. Se quedó dormida y cuando despertó ya era madre y campeona: “El sanatorio encima tenía muchas paredes vidriadas así que se veían los fuegos artificiales y se sentía toda la gente que pasaba por la puerta del sanatorio. Esa noche no pude dormir por los bocinazos”.
muro de las alegrías
Jeremías es parte de Shnat Hajshara, un movimiento juvenil de educación no formal judeo sionista, y su estadía en Oriente Medio tiene que ver con un plan de formación que dura diez meses. En su valija, además de la carga histórica de su familia y sus antepasados, llevó su locura por Colón en forma de dos camisetas, una campera, una remera y un pantalón para exteriorizar lo que pasa por adentro suyo y también para vestir amigues que se transformen en hinchas de ocasión. Rodeado de compañeres de todo el país, fue contagiando más gente a medida que el torneo avanzaba y las ilusiones crecían: “Poníamos Fútbol Libre desde una compu, de ahí por HDMI a un proyector que daba a una pared. Todos acá se pusieron la camiseta conmigo. Yo además tengo una página de Colón que mantengo con información. Me quedaba hasta que amanecía actualizando todo, porque acá tenemos seis horas más que en Argentina. El partido que más temprano vi fue la final que empezó a la 1 de la mañana”.
Asado grupal, un pack de porrones comprado en el lugar correspondiente y bebido en el orden correspondiente fueron las cábalas que repitió también esa noche y que, quién sabe, a lo mejor ayudaron en su medida a lo que pasó en la cancha. “Cuando estuve por primera vez en Jerusalén, además de tener muchas energías encontradas en lo personal, puse los papeles con mis deseos y pedí salud, bienestar para toda la gente que quiero y que me regale la primera estrella. Después de salir campeón, fui a agradecer a ese lugar que me haya cumplido el sueño. Me fui especialmente a eso. Yo estoy en el norte del país, a cuatro horas del Kotel, pero tenía que agradecer ahí que es el lugar en donde los sueños se cumplen”.
piel negra
Además de alegría, el trofeo trajo consigo varias semanas de prosperidad en plena crisis económica. Sumado a la proximidad con el Día del Padre, el comercio de la ciudad se reactivó y apagó un poco la malaria haciendo que salga el sol para todos: emprendimientos de sublimación que vendieron todas sus tazas y remeras, los puestos de diarios y revistas revivieron épocas doradas y las agendas de los estudios de tatuaje colapsaron. Javier, dueño de Genesio Tattoo, uno de los estudios con más historia de la ciudad, fue uno de los beneficiados: “No había terminado el partido que ya me entraron a llegar pedidos de amigos. Cantidad de gente que nunca hubiera pisado un estudio de tatuajes: abuelos, tías, cinco primos, vinieron juntos. Una familia completa con un nene de 12 años que me rogaba que lo tatúe. Una chica se tatuó unas coordenadas de vuelo del estadio, resulta que su abuelo fue piloto y lo contrataron en la década del ‘70 para hacer unas fotos aéreas; y en esa serie de números estaban presentes la fecha del título, el 4, el 6 y el 21”. Si bien no se declara amante del fútbol, se percibe hincha de Colón: “Yo nací en el barrio Centenario y la pasión por el club la abracé a través de los tatuajes, porque en el momento de llevar esa idea a su piel yo me mimetizo con esa persona y llegamos a ser uno mismo. A través de los tatuajes representamos nuestros ideales, posturas frente a la vida, también las pasiones. Muchos dicen eh, cómo te vas a hacer un escudo de fútbol, pero no hay nada más eterno que esa pasión”.
En el cielo sabalero habrá, de ahora en más y para siempre, nombres que serán santificados, incluso montados como estampitas y repartidos para ser adorados. En la Tierra, los fieles y los creyentes regaron de vino a sus muertos y repartieron flores cantando por las calles de Santa Fe. Las promesas, la vida nueva y eterna también enriquecieron el relato mítico de esta navidad colonista, en la que nació su primera estrella.