Ayer los dos grandes partidos que coordinan las políticas liberales del viejo continente desde 1979 perdieron la mayoría absoluta del parlamento europeo. Es la primera vez que ocurre. La derecha conservadora y la socialdemocracia europea consiguieron, de acuerdo a los últimos datos, cerca de 330 bancas de las 751 en juego.
La extrema derecha hizo una elección histórica y estaría logrando unas 110 bancas, aunque su posibilidad de actuar en bloque sigue siendo una incógnita por las divisiones internas y la tensión entre los que aún centran su discurso en la salida de Europa y aquellos que viraron a un objetivo más ambicioso: conquistar las instituciones europeas para ponerlas al servicio de sus propios objetivos.
Todavía están lejos las 150 bancas a las que aspiraba Steve Bannon para comenzar a inclinar el tablero. Sin embargo, gana terreno ideológico el proyecto que apunta a una Europa de naciones, identitaria y xenófoba en la que conviven supremacistas blancos, neofascistas y los padres fundadores de las democracias iliberales centroeuropeas.
Sin embargo, el crecimiento de un polo autodenominado “centrista liberal”, cuya expresión más cabal es el partido del presidente francés Emmanuel Macron, aportará con seguridad las bancas necesarias para mantener el statu quo en el nuevo período y definir la presidencia de la Comisión europea. La danesa Margrethe Vestager, integrante de la alianza de los liberales, comisaria europea de la competencia a la que Trump bautizó “tax lady”, podría terciar entre los pretendientes conservadores y socialdemócratas para suceder al conservador luxemburgués Jean-Claude Juncker en el ejecutivo europeo.
avance facho
Dos datos sobresalen. Por un lado, la progresiva descomposición de las mayorías políticas en los países más fuertes de la unión.
En Francia, si bien el macronismo hizo una buena elección en el marco de una crisis social inédita, el partido del presidente apostó todo a la polarización “nosotros o el fascismo” y perdió la elección con el “Reagrupamiento Nacional” de Marine Le Pen que se posiciona como principal fuerza de oposición. Pero el dato clave es la paupérrima elección de la derecha tradicional (LR). Después de haber arruinado a los socialistas en 2017, Macron liquida ahora a la derecha histórica gracias a su estrategia de polarización con los fachos.
En Alemania el partido de Angela Merkel se impuso pero perdió peso y la socialdemocracia cogobernante se derritió. La buena noticia para Merkel es que el crecimiento de la extrema derecha se detuvo y los verdes, otro aliado potencial, recuperaron buena parte de los votos perdidos por el SPD. En Gran Bretaña, que debería retirarse de Europa antes de fin de año, se impuso el partido del Brexit y la derecha e izquierda tradicionales quedaron de nuevo fuera de juego.
En Hungría, Polonia e Italia los partidos de extrema derecha que ya gobiernan arrasaron y confirman que el supuesto accidente histórico o electoral que los llevó al poder es como la mierda en las zapatillas: se puede pegar por un error o un descuido, pero no te la sacás de encima así nomás. Este avance es doblemente preocupante porque ahora la coalición de extrema derecha que lideran Le Pen y Salvini ya no apuesta a salir de Europa sino a aprovechar las herramientas autoritarias de la gobernanza europea para sus propios fines.
La construcción de normativa común afincada en instituciones que están fuera del alcance de la soberanía popular, empezando por el régimen monetario único, configuraron un proyecto en el que la democracia y la participación tienen una incidencia cercana a cero en las decisiones económicas. El copyright del liberalismo autoritario que se auto adjudica el húngaro Orbán podría tranquilamente pertenecer al método de gobernanza europeo.
brotes verdes
Si bien la participación aumentó respecto a las últimas europeas, la mitad de los electores se abstuvo. No sólo no emergieron propuestas novedosas, sino que además los populismos de izquierda que buscaban afianzarse en España y Francia hicieron pésimas elecciones.
La derecha seguirá por lo tanto siendo ampliamente mayoritaria en Europa, con sus variantes conservadoras, de centro o extremas. Las socialdemocracias, si bien obtuvieron buenos resultados en España y Portugal, siguen a la deriva. Fundamentalmente, y de manera profunda e inédita, en el terreno de las ideas y programático.
La buena elección de los ecologistas, que canalizaron parte del voto joven, podría ser un indicio de la posible renovación de las izquierdas reformistas. Sin embargo, el crecimiento de los verdes no es una novedad en elecciones europeas, pocas veces logró sostenerse en el tiempo y probablemente durante los próximos días sea sobrevaluado.
La gran derrotada de ayer es sin dudas la izquierda en sus diferentes variantes. La combinación de la crisis del socialismo y de las socialdemocracias que se dejaron destruir desde adentro al mimetizarse económicamente con el neoliberalismo sigue carcomiendo su horizonte hegemónico. Sin una verdadera renovación intelectual ni una inserción profunda en la vida social, los próximos años estarán marcados por una lucha entre micropartidos que oculta la ausencia de proyecto político.
Si bien la vida política europea mantiene dinamismo en el campo de las luchas sociales, la traducción electoral parece ser nula. La grieta que ha llegado quizás para quedarse en el viejo continente ubica de un lado a los que se posicionan como progresistas, por su apertura a la globalización, y del otro a los que se niegan a adaptarse al supuestamente ineluctable sentido de la historia, aquellos que los liberales amontonan exitosamente bajo el mote de “populistas”.