En 2010 el periódico más importante de Francia, Le Monde, estaba al borde de la quiebra. Hasta entonces los periodistas, a través de la Sociedad de Redactores, eran los principales accionistas del grupo. Sin embargo las dificultades financieras habían llegado a un punto sin retorno y no tuvieron más alternativa que fondearse con un llamado a nuevos inversores que los conduciría a perder el control del diario.
De acuerdo al relato de Adrian de Tricornot, periodista especializado en economía y finanzas que en 2010 era vicepresidente de la Sociedad de Redactores, para dar semejante paso era clave rodearse de expertos de máxima confianza. Fue en esos días que de Tricornot conoció a un joven cuadro del banco Rothschild, especializado en fusiones y adquisiciones de grandes empresas, que se ofreció a ayudarlos ad honorem. Era Emmanuel Macron, quien se presentó como un banquero dedicado a hacer dinero, pero que ya no le encontraba sentido a su carrera. Era, además, miembro de la Fundación Jean Jaurés -think tank cercano al Partido Socialista Francés-, y le interesaba especialmente defender la libertad de prensa. Había sido asistente del filósofo Paul Ricoeur... en fin, estaba dispuesto a ayudar. Y se transformó rápidamente en un asesor clave de los periodistas de Le Monde.
Dos candidatos se disputaban la mayoría del paquete accionario: de un lado el grupo español Prisa; por el otro Bergé-Niel-Pigasse, un trío de millonarios franceses. De Tricornot cuenta que pronto descubrieron al joven banquero compartiendo información privilegiada con Alain Minc, por entonces consejero del grupo Prisa. Develada la maniobra, Le Monde quedó en manos del trío de magnates que recapitalizó al grupo. Pero el turbio Macron conoció, en aquella partida perdida, a un hombre que lo marcaría a fuego. Xavier Niel, un billonario tecnológico francés que podría ser la versión gala de Travis Kalanick, alma mater de Uber, describe así su encuentro con el futuro presidente: “Descubrí a un banquero súper cool. Inteligente, muy dinámico, con energía, y tremendamente simpático. Tenía los colmillos largos –lo cual es una virtud-, captaba mis palabras y mis posturas, tiene el don de adaptarse a su interlocutor. A partir de entonces nos hicimos muy amigos”. Tan amigos que Macron le prometió a su esposa que se irían a Estados Unidos a fundar unastartup con el apoyo de Niel. Quería ser un empresario exitoso. Pero Xavier Niel fue quien lo terminó de convencer para que creara un partido startup que irrumpiera en un mercado político donde los dos principales e históricos partidos estaban en la ruina, con un liderazgo “innovador” y “disruptivo” que le permitiría quedarse con todo.
Pocos meses antes de las presidenciales de 2017, su nuevo movimiento En Marche comenzó a federar adhesiones en torno a muy pocos valores, sin un programa político definido. Como una startup, construyó una “comunidad” sin tener el producto terminado. Como una startup, consiguió financiamiento sin poder garantizar que tendría éxito. Y así consiguió hablarles a todos, sin distinción ideológica. Eran tiempos en los que Macron insistía en reivindicarse “ni de derecha, ni de izquierda”. Fue Niel además uno de sus principales apoyos económicos en esa aventura que lo terminó coronando presidente hace un año.
un loop de porno y finanzas
Poco después de su elección en mayo de 2017, Macron declaró públicamente que su objetivo era hacer de Francia una nación que “piense y se mueva como una startup”. Una de sus primeras medidas fue lanzar la “French Tech Visa”, para que emprendedores extranjeros y sus familias puedan radicarse en Francia. Macron comenzaba a enunciar entonces los primeros trazos de la nueva lógica productiva que quería imprimirle a su mandato: “Mi presidencia va a ser un fracaso si no logro reformar este país”.
El Estado con el que sueña Macron se funda en tres pilares: una nueva forma de participación ciudadana, la personalización de los servicios públicos y la instauración de una cultura de resultados en una administración descentralizada. Y esos pilares se erigen sobre dos principios fundamentales: por un lado, comprender cómo actúan los individuos y crearles un ecosistema favorable para que puedan emprender y por otro, simplificar las mediaciones estatales. Los ciudadanos deberían transformarse en coproductores de los servicios públicos. Así como la figura del “prosumidor” devino central en la esfera económica, el “prociudadano” florecería gracias a una forma estatal que actúe como una plataforma digital que los guía. El objetivo entonces es transformar el principio de universalidad del servicio público y “personalizarlo” en asociación con actores privados. Frente a la multiplicidad de expectativas y proyectos, y gracias a la masa de información y estadísticas provistas por la big data, el Estado debería adaptarse a cada persona en lugar de imponerles a todos la misma “oferta pública”. Inspirada en ese proyecto, la presidencia de Macron devino una alquimia original entre elitismo tecnocrático y populismo pastoral que pretende guiar a las masas hacia el éxito.
Pero también se trata de producir nuevos sujetos para una nueva economía. Xavier Niel, su amigo, es el paradigma del emprendedor que entusiasma a Macron, del “espíritu emprendedor” que quiere contagiarles a los franceses. En 1982, cuando Xavier tenía 15 años, France Telecom lanzó un nuevo Minitel. Una terminal gratuita para que cada hogar francés tuviera acceso a las páginas amarillas, a pedidos por correo y a reservas de viajes por vía telefónica. Niel captó la novedad e ideó un chat erótico para adolescentes a través del Minitel: el “Minitel Rosa”. Así concretó su acumulación originaria y a los 19 años montó una empresa de software y hosting para PC que fue mutando y que vendió, en la cima de la burbuja de las punto com, en cincuenta millones de dólares. En 1999 fundó una empresa proveedora de servicios de telecomunicaciones. A fines de los noventa había kilómetros de fibra óptica sin uso después de la caída en desgracia de varias empresas francesas, Niel alquiló esas líneas por un costo muy bajo porque se había dado cuenta de que Internet sería también una manera nueva de ver televisión.
En el 2000 lanzó la Freebox, un módem que brindaba acceso a Internet, televisión y cable a muy bajo costo y que con el tiempo se comió el mercado francés de banda ancha. Ese es el mito emprendedor de uno de los actuales dueños de Le Monde, que suele resumir con una sola frase: “El triple play lo inventé yo”. Pero antes de su gran golpe, Niel tuvo otros negocios menos ligados a la French Tech. Durante veinte años cultivó en paralelo un jardín secreto: venta de shows eróticos, inversiones en sex shops, sitios web porno, venta de sex toys y causas por proxenetismo. Tuvo que afrontar acusaciones de lavado de dinero proveniente de redes de prostitución y pedofilia con sus empresas, y una condena por evasión fiscal. De su costado rosa habrían provenido los fondos con los que compró las acciones de sus socios iniciales en el negocio de las telcos.
En 2011, junto a dos socios, Niel lanzó la primera escuela francesa para emprendedores de Internet. Pero su gran sueño fue inaugurado por el presidente más joven de la Quinta República unas semanas después de su elección a fines de junio de 2017. Ese día Macron inauguró con un discurso programático Station F, la incubadora de startups más grande del mundo en una antigua estación del barrio XIII de París. Un proyecto ideado y financiado por Xavier. Fue allí que micrófono en mano al estilo de Steve Jobs y en un discurso sin notas Macron afirmó que, si bien no podía decir que la vida política y la vida de una empresa podían mimetizarse, su proyecto estaba guiado por el espíritu empresarial.
carpetazo nuclear
Desde esas primeras semanas comenzó el reformismo permanente, la estrategia de carpet bombingque recomiendan los expertos en marketing para aprovechar la hegemonía de la circulación de la información por Internet, y la proliferación de los canales de información en continuado. Un principio de saturación mediática que implica que haya tantos anuncios de reformas que el gobierno y el presidente tengan siempre una luz de ventaja. De hecho, la lista de reformas lanzadas por Macron en menos de un año de gestión es casi inabarcable: reforma laboral, de los medios audiovisuales, de los ferrocarriles, del sistema judicial, de las leyes de asilo y de inmigración, de la formación profesional, del seguro de desempleo, impositiva, del ingreso a la universidad, de los subsidios a la vivienda, de la agricultura, etc., etc. En la mayoría de los casos el método se repite, se excluye cualquier tipo de negociación sindical y no se pone en discusión pública ni parlamentaria el futuro posible de los bienes colectivos. Algunas ya fueron implementadas, como las reformas fiscales y la reforma laboral, sancionada a través de un decreto. Una de las reformas más importantes fue la supresión del ISF (el Impuesto por Solidaridad a las Fortunas) que, junto a otras modificaciones impositivas, y de acuerdo a un estudio reciente del Observatorio Francés de Coyunturas Económicas, beneficia notablemente al 5% más rico de la población. Otras reformas están en plena discusión y en algunos casos, como la que apunta a modificar el estatuto laboral de los ferroviarios y la que aplica criterios de selección para el ingreso a la universidad, desataron conflictos que por primera vez ponen a prueba la estrategia reformista de Macron con huelgas prolongadas, movilizaciones masivas y toma de universidades por estudiantes y profesores. Pero más allá de la especificidad de cada una de las reformas, Macron consiguió desatar una rápida ofensiva a la noción misma de servicio público, que los franceses están acostumbrados a defender en las calles.
El fenómeno Macron no es la simple trasposición al mundo de la política de los métodos de la gestión empresarial. Es, tal como el propio Macron lo afirmó, el espíritu empresarial trasladado a la esfera política. Un espíritu en el que hay individuos eficaces y otros que no lo son. Pero el mundo de la empresa no es un mundo de realización y triunfos individuales. Al contrario, suele ser un mundo de sufrimiento, de resentimiento, en el que la competencia entre los individuos se organiza con el objetivo fundamental de que la empresa se perpetúe.
Aquel 30 de junio de 2017, en la inauguración de Station F, Macron pronunció una frase que le imprimió un tono empresarial e indeleble a su presidencia. Probablemente, en un contexto en el que estaba rodeado de jóvenes emprendedores y startaperos, el habitus empresarial cobró por un momento mayor protagonismo que el del político presidente y llevó a Macron a afirmar que quienes allí iniciaran sus proyectos no debían olvidar que lo hacían en una antigua estación y que “una estación es un lugar donde se cruza la gente que triunfa y la gente que no es nada”. Toda la teoría del management tiene como presupuesto que el motor de la ambición personal es el triunfo profesional: ganar dinero, acceder a un puesto con responsabilidades y dirigir equipos. Ese es el tipo de triunfo al que se refería Macron. Algo que había anticipado en su campaña al afirmar que “Los jóvenes franceses tienen que tener ganas de convertirse en millonarios”.
A pesar de su evidente cultura clásica y su comprensió n de la especificidad de lo político, es constante en la retó rica de Macron la fascinació n por los valores del mundo empresarial. Y es en esa frase que sostuvo al pasar, pero que no ha dejado de reaparecer con cada una de sus reformas impopulares, que se resume lo que representa para Francia la victoria de Macron hace un año, la ruptura quizás definitiva que generó con los sectores populares y el desprecio por los que son tratados como menos que nada.
delito de solidaridad
Antes de llegar a la presidencia, Macron había celebrado el coraje político de Angela Merkel y su política de recepción de refugiados. Sin embargo, también en esa materia, una vez electo, su filiación liberal pasó a segundo plano. La cacería de migrantes, sean o no solicitantes de asilo, bate récords. Las expulsiones superan a las de los tiempos de Sarkozy y se complementan con persecuciones de militantes de organizaciones humanitarias. Durante el último invierno muchos solicitantes de asilo, la mayoría menores de edad solos, intentaban pasar cada semana la frontera franco-italiana a 1700 m de altura en zapatillas y jeans. Los pasos más accesibles están desde hace meses bloqueados por la gendarmería. Los franceses de las asociaciones de ayuda a los exiliados los recibían con café y abrigo, pero se exponían a ser detenidos por “delito de solidaridad”. Así es popularmente conocida en Francia la figura jurídica que pretende disuadir la solidaridad con quienes piden asilo. Cinco años de cárcel y una multa de 30.000 euros para “toda persona que, por ayuda directa o indirecta, haya facilitado o intentado facilitar la entrada, la circulación o la estadía irregular de un extranjero en Francia”. En Calais, donde varios exiliados intentan pasar a Inglaterra para conseguir trabajo, los reprimen con gases lacrimógenos y palizas organizadas por las fuerzas especiales (CRS). El gobierno de Macron avanza ahora con un nuevo proyecto de ley para reformar la política migratoria y el derecho de asilo que apunta a endurecer aún más el trato a los exiliados y a dificultar las posibilidades de obtener residencia para los refugiados. La nueva ley estará orientada por los principios de “firmeza y humanidad”, dijo el presidente francés. Un lord de la posverdad.
Durante la presidencia de Macron, en noviembre de 2017, comenzó a regir la ley antiterrorista que prolonga el estado de urgencia, y autoriza a instaurar “perímetros de protección” en los que las fuerzas de seguridad disponen de poderes de excepción para controlar a las personas. Desde entonces esas medidas son utilizadas para acosar a los migrantes en ciudades como Calais. Allí, y en buena parte del litoral fronterizo con Gran Bretaña, la policía francesa realiza cada noche cacerías humanas para impedir que los exiliados se instalen en “puntos fijos”. Tal como lo relató durante el año pasado el filósofo Etienne Tassin, que pasó semanas en la zona de Calais, el Estado radicaliza allí la violencia y acosa moral y físicamente a los exiliados. Jóvenes, en su mayoría menores de edad, que son despertados en medio de la noche por las fuerzas policiales que los persiguen en los bosques, les roban el calzado, les tiran gases lacrimógenos y los golpean en sus bolsas de dormir, en sus carpas y sobre su comida. En ciertos casos, demasiados, les fracturan las piernas o las muñecas. El Estado francés parece creer que el terror será disuasivo, como si en el desierto de Libia o en Siria bajo las bombas los exiliados se fueran a informar sobre refugios y rutas alternativas. Un cálculo que, como afirman quienes estuvieron y están allí, no es más que el anticipo de la ruina del estado de derecho y la apertura del camino al fascismo de Estado.
Pero este giro posdemocrático parece ser además una decisión estratégica. La única amenaza electoral real para Macron hoy está a su derecha; y Macron no quiere dejarle ese espacio a Marine Le Pen.