El cruce entre Juan Grabois y Marcos Galperín a propósito de Mercado Libre tuvo diferentes lecturas. La más frecuente estuvo marcada por la simpatía o antipatía que despiertan los protagonistas y por lo que representan políticamente: uno de los dirigentes sociales más visibles, hoy trabajando a favor de la candidatura de Cristina Kirchner; y el empresario más exitoso, abiertamente macrista. Otra lectura, por arriba de esas pasiones, pone en el centro la discusión sobre el lugar que deben ocupar plataformas de extracción de datos como Mercado Libre en la sociedad argentina. El nuestro es un país que consume tecnología sin pensarla. La tecnología llega tarde o temprano, y entra por la puerta o por la ventana.
Durante el siglo XIX la industrialización fue vista como un problema europeo, hasta que esta tierra pastoril se llenó de fábricas sin que nadie terminara de explicar bien hacia dónde íbamos. Las contradicciones y malentendidos de los “setenta años de peronismo” nacen de esa experiencia industrial que ya muere. Pero hoy, mientras discutimos el ajuste y la recesión, las plataformas están formateando al capitalismo que vendrá cuando pase el temblor.
Sin ir más lejos, Buenos Aires será la base regional de Glovo, la startup con sede en Barcelona que funciona en Italia, Europa Central, África y América Latina. Òscar Pierre, su presidente y fundador, estuvo de visita por nuestro país el verano pasado y se reunió con el presidente: “Sí, se habló del tema laboral –le dijo Pierre al diario La Nación–; Macri sabe que es lo que viene”. Sería importante que lo supiéramos también nosotros.
era por abajo
Una plataforma es una infraestructura digital intermediaria sobre la cual diversos usuarios interactúan, como Google, Happn o Airbnb. A priori, se trata de un avance en la capacidad de una sociedad para comunicarse y organizarse. Pero también es un negocio: sean suscripciones a servicios, publicidad, o comisiones por intermediación. Y lo más importante, la extracción de datos de la actividad de sus usuarios para afinar sus algoritmos y atraer a más usuarios para extraer más datos. La economía de plataformas, como toda la web, no puede desvincularse de los cuarenta años de neoliberalismo: flexibilización y deslocalización laboral, desregulación financiera y liquidez mundial como para que los capitales de riesgo inviertan en cualquier startup que se les cruce.
En Capitalismo de plataformas (2018) Nick Srnicek afirma que “mucha de la retórica de la economía digital es la continuación del neoliberalismo por otros medios”. Por eso también comparte los límites y la inestabilidad de la economía neoliberal en general: conectadas a la sonda de la sobreliquidez, startups como Uber, Spotify o WeWork apuestan por el crecimiento antes que la ganancia, y hoy afrontan conflictos laborales y legales crecientes e ingresos en caída. Solo Amazon parece haber desarrollado un modelo de negocios sustentable: servicios por suscripción y, sobre todo, logística, mano de obra barata, infraestructura. Que no nos sorprenda el día que Jeff Bezos quiera tirar su propio cable de internet bajo el mar.
Tras el modelo de Amazon, muchas plataformas entienden que la salida es por abajo. Abandonar el sueño comunitario de la web 2.0 y mancharse las manos buscando rentabilidad en tierra firme: ampliar la extracción de datos contra el ya frágil derecho a la privacidad (incluyendo su venta directa a organismos de seguridad y otros negocios privados), y concentrarse y converger hacia la territorialidad.
mercado libre, la ruta hacia las finanzas
Como la mayor parte de los emprendedores digitales, Marcos Galperín es un producto del capital financiero. Luego de estudiar finanzas y negocios en Warthon y Stanford, entró a trabajar en JP Morgan. Su primer proyecto digital fue un sitio de finanzas online que abandonó ante la competencia de Patagon.com. Recién entonces pensó en orientarse al e-commerce. Con financiamiento del conglomerado de fondos de inversión Hicks, Muse, Tate and Furst, fundó Mercado Libre en 1999. Luego llegarían capitales de Goldman Sachs, Flatiron Partners y Banco Santander, y un partnership con eBay que sellaría su suerte con la competencia. Primero fue DeRemate.com, a la que pudo terminar de absorber en 2008; luego vinieron OLX y las e-commerce latinas. Pero Galperín sabe que su último round será con Amazon. Y que no podrá con ella. Por eso, abrió otro frente de negocios sinérgico: Mercado Pago, un sistema de cobros online que permite financiar al consumidor mientras el vendedor cobra el monto total en el acto a través del código QR del teléfono celular del cliente, y sin pagar comisión siempre que el dinero provenga de la cuenta de la plataforma.
Con Mercado Pago, Galperín sueña dar el salto a los servicios financieros y volver a sus orígenes. Ya logró coparles la parada a las tarjetas de crédito y ahora apunta directamente a los bancos argentinos, un rival más fácil que Amazon: “Mercado Pago se ha convertido en el mayor medio de pagos digital en toda América Latina y pronto, además, será una plataforma de créditos que hasta los bancos podrán utilizar. No nos interesa ser un banco, pero sí un vehículo para conectar. Logramos democratizar el comercio y ahora vamos a democratizar el dinero".
Algunos momentos de entusiasmo antibancario de Galperín son dignos de Grabois: “El modelo financiero tiene fallas estructurales. Las ganancias siempre son privadas, pero cuando hay una crisis las pérdidas son de la sociedad. Tienen que pagar más impuestos a las ganancias para generar fondos anticíclicos, no puede ser que cuando ganen se la lleven y cuando pierden hay que salvarlos para que no se arme una crisis catastrófica como la de 2001”. Esa inflamada retórica antiestablishment no debe ocultarnos que, a diferencia de Mercado Pago, los bancos están sujetos a la regulación del Banco Central en materia de liquidez y solvencia y a los salarios que indica el convenio bancario, muy superiores a los que pacta Galperín con Armando Cavalieri: un 26% menos que el salario mínimo vital y móvil, con obligación a trabajar horas extras, feriados y un domingo por mes sin remuneraciones adicionales. Además, prohibición de organización gremial. Tampoco debe ocultarnos cuánto le debe Galperín al Estado Nacional Argentino.
parasitando al Estado: patria contratista 2.0
Durante el kirchnerismo, MercadoLibre se acogió a la Ley 25922/07 de “Productores de Software y Servicios Informáticos”, que bonifica el 70% de las contribuciones patronales y el 60% del impuesto a las ganancias hasta el 2019. Pero nunca cumplió con dos de los requisitos del régimen de promoción: destinar fondos a actividades de investigación y desarrollo de software y aplicar una norma de calidad y exportar software. Por eso, la AFIP le reclamó los 500 millones de pesos en impuestos que eludió amparado por la ley.
Desde la llegada de Cambiemos, Marcos Galperín se transformó en el más macrista de los empresarios. Pero nada es gratis: Galperín necesitaba fondeo para pelearle a los bancos el negocio del crédito al consumo electrónico y dar el salto definitivo a las finanzas. Solicitó al Banco Nación primero una línea de financiamiento por 250 millones de pesos y, poco después, otros 4.000 millones a tasa fija subsidiada. Las solicitudes venían muy palanqueadas por Casa Rosada. Aún así, el presidente del Banco Nación, Javier González Fraga, negó el crédito preferencial atendiendo al reclamo de AFIP, y comenzaron las presiones desde el Gobierno. Finalmente, Galperín renunció al crédito y el Ministerio de Producción falló en favor de Mercado Libre en el conflicto con AFIP: seguirá gozando del beneficio impositivo. Fue la tregua que necesitaba para volver a la carga.
En enero de este año, la ANSES habilitó "billeteras virtuales" para el pago de beneficios y asignaciones sociales. Varias fintech de mostraron interesadas: sólo la AUH implica el manejo de casi 4.000 millones de pesos. Si se le suman otros pagos, como jubilaciones y planes, la suma asciende a 12.000 millones, que hoy manejan los bancos. En busca de esa liquidez se acercaron jugadores como Prisma o Ualá, el banco digital de Goldman Sachs y George Soros. Pero el que primereó fue Galperín, que quedó a cargo de una prueba piloto que realizará el Banco Nación con 300 beneficiarios que actualmente cobran a través del sistema digital PIM. Como suele pasar, es un paso adelante que da un privado sobre el fracaso del sector público: el sistema PIM fue una billetera digital de Nación Servicios, unidad del Banco Nación al mando de un conjunto de directores provenientes del sector privado e ingresados a la gestión pública por el macrismo. Orientado a la inclusión financiera, el PIM permitiría bancarizar a zonas sin entidades bancarias cerca y podía usarlo cualquier organización. Pero sus creadores nunca estudiaron a quién podrían vendérselo y terminó usándolo solo el Estado para pagar planes sociales. Sobre las ruinas de ese fracaso, que costó 700 millones de pesos y será recordado como un monumento a la ineficiencia de los CEOs que tomaron el Estado por asalto, hoy Galperín da otro paso para afianzarse como banquero digital.
por una economía popular de plataformas
La economía de plataformas es tanto la nueva cara de la precarización laboral y la especulación financiera como una ampliación de la inteligencia colectiva de la sociedad. Saber discernirlas para combatir lo primero y aprovechar lo segundo con un horizonte emancipador es la tarea. No hay que ir muy lejos para encontrar alternativas. En la ciudad de Rosario, un grupo de Facebook para organizar carpooling (viajes en auto compartidos entre varias personas para reducir gastos) devino en Carpoolear, un app de funcionamiento nacional. Con todos lo problemas que tiene un emprendimiento tecnológico hecho de manera horizontal y espontánea, los viajes se organizan, los pasajeros ahorran dinero (e impacto ambiental) y la plataforma se vuelve realmente colaborativa. También en Rosario, Communia, junto al partido Ciudad Futura, está organizando en este momento una plataforma cooperativa.
La pregunta entonces no es por la técnica sino por la política. Para no caer en un ludismo pueril y regalarle el discurso de la modernidad a la derecha, la izquierda debería distinguir al capitalismo de plataformas de las posibilidades políticas y sociales reales de estos desarrollos. Y, más complicado, pensar formas progresistas de gobernar las plataformas existentes, como han empezado a intentarlo la Unión Europea con Google y el Reino Unido con Facebook. Para el caso de MercadoLibre, hay al menos tres problemas sin respuesta que deberíamos pensar.
1. MercadoLibre versus los bancos
Difícil tomar partido en esta batalla: de un lado Mercado Libre y su repugnancia a cualquier forma de regulación; del otro la banca argentina, chica, cara, cartelizada. La sociedad argentina no le debe mucho a ninguno de los dos pero el resultado de esa puja no nos resulta indiferente. Gran parte del trabajo del sistema bancario hoy puede hacerlo la web, con costo marginal cero. Al mismo tiempo, deberíamos pensar formas de aplicar a MercadoLibre las garantías que ofrece la banca tradicional: solvencia, liquidez, convenios salariales para sus trabajadores. Es cierto que ninguna de esas garantías evitó que cada década los bancos se salvaran a costa de los ahorros de sus clientes.
2. MercadoLibre versus Amazon
¿Tiene sentido el nacionalismo económico en el capitalismo de plataformas? Como burgués nacional, Galperín solo ofrece un servicio costoso y turbio (no puede garantizar sus productos, el sistema de calificación es tortuoso, por no hablar de la venta de entradas falsificadas por MercadoLibre), empleo de baja calidad e incumplimiento de las condiciones de un régimen de promoción. Como consumidores no tenemos motivos para no desear el desembarco de Amazon. Pero como ciudadanos digitales el riesgo que acarrean gigantes como Amazon es que termine por crear su propia infraestructura de red. En ese caso ya no habrá más una internet, sino redes particulares por plataformas. Sería el fin de la red de redes que nos comunicó, nos dio una voz global y democratizó el conocimiento. La menor escala de MercadoLibre lo hace más gobernable. Por ahora.
3. MercadoLibre versus el Estado
La vocación de Galperín por parasitar al Estado lo ubica en la tradición de la patria contratista argentina. La simbiosis entre empresas desconfiadas de la economía que le pedían garantías al Estado, y un Estado interesado en el desarrollo que aceptaba el chantaje. En las reglas de juego entraban subsidios regresivos y ventajas monopólicas pero también la posibilidad de que el Estado nacionalizara esa riqueza. Nacionalizar una empresa no es una gesta patriótica, es tomar el control público de algo demasiado importante para la sociedad como para que siga en manos privadas. Una tradición que hunde sus raíces en el siglo XIX argentino, empezando por Mariano Fragueiro, gobernador de Córdoba y empresario minero, quien propuso nacionalizar la banca en 1847, cinco años antes de la Organización Nacional. Más tarde José A. Terry, ministro de Hacienda de Julio A. Roca, escribió: "Si deseamos salir de la situación crítica en que nos encontramos, si buscamos levantar nuestro país a la altura que le corresponde colocándolo en las mismas condiciones de las naciones europeas, aceptemos el socialismo de Estado dentro de límites prudenciales”.
Por ahora, las plataformas son otro negocio privado exitoso. En la medida en que su volumen de datos, su opacidad y su influencia sobre la economía y la sociedad amenacen nuestra autonomía y bienestar como comunidad, será imprescindible discutir cómo administrar esa riqueza común.