El presente de la Argentina pende de un hilo. Como una equilibrista que camina a los tumbos sobre una cuerda en las alturas y por algún milagro no termina de caer.
En lo económico transitamos un “camino insostenible”, dicen los especialistas. El combo de endeudamiento, proceso inflacionario y recesión avanza por una pendiente que tarde o temprano termina en el precipicio. Sin embargo, el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional puede aportarle al gobierno el oxígeno necesario para llegar a las elecciones de 2019. El organismo de crédito no solo decide el rumbo de la economía, también apuesta políticamente y va a jugar fuerte por la reelección. Migajas para hoy hambrunas para pasado mañana.
En lo social entramos de lleno a un nuevo ciclo de destrucción de ciudadanía como consecuencia del crecimiento de la pobreza y la ruina de segmentos productivos. Las periferias de las principales ciudades del país levantan temperatura y son una gigantesca olla de presión. Hacia allí apuntan todas las miradas en diciembre, el mes en que las paritarias se dirimen a cielo abierto. “Si se pudre va a ser en el interior; acá en Buenos Aires pusieron mucha guita para que no haya quilombo en las fiestas”, pronostica un referente de los movimientos sociales. Mientras tanto el humor de la clase media se crispa, aunque por ahora el agite parece encapsulado puertas para adentro y en las redes sociales.
En lo político (con minúscula) avanza la disgregación del oficialismo y la gestión se empantana en el minuto a minuto, confirmando los peores estereotipos y una galopante falta de imaginación. Cada vez con mayor frecuencia saltan los tapones porque aumentan los cortocircuitos en la propia coalición gobernante, lo que motiva la parálisis del Parlamento. El poder judicial aprovecha los crujidos y lanza bombas de humo que se insertan en históricas cadenas extorsivas: la fila interminable de indagados tal vez empuje la crisis hacia un punto de no retorno.
En lo electoral el país se prepara para un choque de trenes en 2019. Un revival recargado de lo ya vivido en 2015. A Mauricio Macri le alcanza con un poco de puchero y algunos gestos de autoridad para conservar el comando de la Alianza Cambiemos, mientras Cristina Kirchner se consolida como la reina de las piezas negras opositoras y comenzó a reunir los peones a la espera de la gran batalla presidencial. La polarización se torna tan dramática que cuesta imaginar el día después. El triunfo de una fuerza social sobre la otra podría clausurar el ciclo político abierto en 2001 y determinar el rumbo general de las próximas décadas.
Hay otras pujas tanto o más decisivas. Articulaciones que suelen pasar desapercibidas para una racionalidad política cortoplacista, hasta que estallan en la coyuntura como una evidencia imparable. El 8 de diciembre tuvo lugar en Foz de Iguazú el primer encuentro de la Cúpula Conservadora de las Américas, bajo la consigna “Un nuevo rumbo en el mundo”, organizado por el hijo del nuevo presidente electo de Brasil, Eduardo Bolsonaro, con participantes del país anfitrión, Colombia, Estados Unidos, Cuba, Venezuela, Paraguay y Chile. El evento explicitó el grado de organicidad alcanzado por una derecha (“liberal en lo económico y ultraconservadora en los valores”) que hace poco era absolutamente marginal en el continente y hoy despliega gran iniciativa en los principales países de la región, cuenta con cuantiosos recursos y van por todo.
Vale la pena tener en cuenta que fue durante las primeras décadas del siglo, mientras los actores progresistas imperaban en las altas esferas, cuando los cimientos de este poderoso contra ataque conservador se instalaron en la base de la sociedad, aprendieron el lenguaje de las redes y lograron imprimirle su impronta al descontento popular contra un sistema en crisis y sin horizontes.
La brisa reaccionaria condiciona los marcos del debate por venir. 2018 quedará en la historia como el año en que las avanzadas religiosas y los arcaicos resortes patriarcales impidieron en el Senado que el movimiento de mujeres conquistara legalmente (y solo por ahora) sus legítimos derechos. Las usinas semióticas del macrismo bolsonarizan su discurso en un giro cínico de siniestras consecuencias, especialmente en lo relativo al empoderamiento simbólico de las fuerzas represivas. Mientras las estrategias opositoras amagan orientarse hacia la moderación en nombre de un realismo cuya eficacia habrá que constatar en las urnas.
Dicho esto, no es tiempo para el lamento ni la parálisis; alguna vez el fundador de la revista crisis propuso: “dejemos el pesimismo para tiempos mejores”.