La escena puede suceder en el baño de cualquier casa. Supongamos que ocurre en la Ciudad de Buenos Aires, en un departamento del barrio de Once. Nuestra protagonista no tiene mas de veinte años, estudia y trabaja. Se encuentra de súbito frente al problema: el resultado del test le entrega dos líneas de color rosa pálido. Esto viene a confirmarle sus supuestas sospechas. Está embarazada y el cuadro exige una decisión.
Supongamos, además, que el varón, responsable con ella del asunto, no va a estar disponible para discutir el tema, mucho menos para acompañarla. Ella, en cambio, verá correr el chisme de boca en boca entre sus conocidas. Le irán llegando las palabras de aliento, los números de teléfono de consultorios clandestinos, las manifestaciones de voluntad de otras mujeres dispuestas a compartir sus experiencias. El diálogo suele darse en la confidencia; espacios privados y siempre exclusivamente femeninos.
A sus veinte años y con toda la ilusión del mundo a punto de quebrarse, ella va a quererse matar. Pero no así. No en una camilla oscura, en una sala fría que imite la asepsia de un quirófano. No va a querer, por sobre todas las cosas, que los ojos muertos de un ginecólogo que lucra con la desesperación pasiva de las mujeres sea la última imagen que reciba del mundo.
Supongamos que va a sufrir náuseas en las mañanas, que van a degradarse sus piernas con la aparición de derrames y varices. Que va a despertar a la angustia de la anestesia y cargará con la espesura de las inyecciones profilácticas en sus caderas. Que va a sentir la rigidez del vientre abultado y el peso de la sangre coagulada llenando, una a una, catorce compresas en un día. Que va a ver su vida embargada en la presencia espectral de otro cuerpo gestándosele dentro.
Nuestra supuesta protagonista no se ha cuidado como es debido y va a lamentar no haberlo hecho. Pero contra lo que el sentido común podría indicarnos, el miedo no va a deberse tanto a la posibilidad, siempre latente, de no despertar cuando la anestesia le cierre los ojos sobre la camilla. A la sangre que correrá desde su útero a las compresas durante días que se harán semanas. O a la anemia crónica que podría dejarle como saldo el procedimiento y la consecuencia directa del cuerpo debilitado. A esos riesgos, dinero mediante, está dispuesta a afrontarlos. Lo que no se va a ver dispuesta a negociar es el supuesto de un presente que podría volverse imperativo. Un embarazo, cuando no se lo desea, tiene la potencia de clausurar los horizontes. Supongamos.
El aborto en Argentina es ilegal y su práctica está penada. Pero en una sociedad mercantil no hay mucho que no se pueda comprar. Por lo general, en donde hay ilegalidad existe una excelente oportunidad de negocios. No es barato. Lo va a pagar con dos de sus salarios. Supongamos que fue en agosto del año 2007 y que le costó 1.500 pesos.
cero euros
Diez años después, también en el baño de un departamento pero bajo el sol amable de la cálida Barcelona, las partes van a poner al todo en jaque con la fuerza de la falta. Cuando la menstruación de nuestra supuesta protagonista vuelva a manifestarse por ausencia, y se decida a bajar a la farmacia a hacerse de un test, el resultado va a ser idéntico al anterior.
Supongamos que, bajo el imaginario moral que habitamos, un aborto no es una salida mucho más razonable a los veinte años que a los treinta. Aun en un cuadro de situación en donde los resortes materiales que nos permiten habitar una existencia de privilegio están garantizados. Supongamos, además, que las mujeres de más de treinta no vivimos bajo el yugo del mandato que pendula en nuestra conciencia desde que somos niñas: la maternidad como único horizonte de realización. Supongamos que, después de haber vivido y viajado, después de existir en la plenitud de nuestra juventud y conciencia, el deseo de formar familia, no se abriera paso.
El acceso al sistema de salud español para las extranjeras está determinado por su participación en la esfera productiva. Como migrantes, es necesario trabajar en España para contar con las mieles del servicio de salud pública. Pero el Reino se conoce a sí mismo, sabe qué lugar ocupa en la geopolítica de un mundo que tiende a la supresión no tanto de las fronteras como de las distancias. La migración es una realidad que sucede desde hace siglos y hay canales para atender a sus necesidades. Son figuras administrativas singulares: atención sanitaria de segundo orden, que se complementa con la humanidad del personal de servicio que hace mucho tiempo lidia, cara a cara, con los cuerpos.
En la legalidad de un Reino curioso que todavía mantiene no sin dificultades los resortes de un Estado amplio y responsable, el camino del aborto se presenta como un tobogán lubricado. En el centro de salud de la calle Roger de Flor de la ciudad de Barcelona atienden a las mujeres en el instante en el que se consulta por el procedimiento. Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE, por su sigla) se le llama al protocolo de aborto que se aplica en la Generalitat Catalana y a las clínicas especializadas en donde estos procedimientos se realizan.
Te comentan las opciones, preguntan si ese será el primer aborto. Si la respuesta es negativa, te anotan de manera obligatoria en una charla sobre salud reproductiva para cuando el asunto termine. Te dan un turno para tres días después y te inscriben en el padrón de asistencia. Ni la primera consulta, ni el encuentro con la médica que facilita las pastillas, ni la charla obligatoria sobre salud reproductiva, ni los chequeos posteriores cuestan un solo euro.
En España hay que pensar la decisión de abortar por tres días y tres noches antes de tener que enfrentar la pregunta que da acceso a la pastilla para interrumpir la gestación. Ese tiempo de espera, que es una obligación que se impone, es el paréntesis que contiene la zona espesa de la duda. Elegir no ser madre tiene un peso bien diferente a los treinta que a los veinte. Es una afirmación que reclama una doble negación, el tiempo ha pasado. El núcleo de sentido que compone una tesis se enfrenta a su antítesis pavorosa. Y la violencia siempre es la partera; un tercer elemento que se filtra en el juego de espejos.
el proceso
Sin el ejercicio de la suposición mediante, con cinco semanas de embarazo, en el Reino, las opciones son múltiples. Hasta la semana nueve, se puede acceder a un aborto farmacológico. Hasta la semana doce es posible optar por el aborto quirúrgico. El protocolo demanda que se le pregunte a la mujer si está segura de querer interrumpir el embarazo antes de suministrarle la pastilla de mifepristona. La ingesta de esta debe realizarse en presencia del personal médico. La gestación queda entonces interrumpida. Inmediatamente después van a entregarle lo que se denomina “kit abortivo”. Compuesto de cuatro pastillas de misoprostol y dos tomas de analgésicos: una pastilla de ibuprofeno (600 Mg.) y dos de paracetamol y codeína (325/15 Mg.). La segunda toma de analgésicos solo será necesaria si, seis horas después de haber ingerido el misoprostol, los dolores continuaran siendo fuertes.
Veinticuatro horas después de haber ingerido la pastilla de mifepristona, comienza el proceso de aborto. Se debe tomar primero un set de analgésicos y esperar media hora antes de colarse contra las paredes húmedas de la boca las cuatro pastillas de misoprostol, sin tragarlas, por al menos otra media hora. El cuerpo absorbe mejor la droga de esta manera y así se garantiza su efecto si durante el proceso la mujer vomitara.
El primer sangrado se espera entre una y seis horas después de ingerir el misoprostol. Si no se desatara el aborto dentro del tiempo promedio no quiere decir que algo haya salido mal. Eventualmente, se sangra. Algunas mujeres sangran más rápido que otras, pero una vez detenida la gestación, el aborto se produce más temprano que tarde. El misoprostol solo ayuda a acelerar el proceso. Los síntomas que atraviesan la mayoría son: dolores punzantes en el bajo vientre, similares a los de una regla fuerte, náuseas, vómitos, diarrea y un sangrado que no debería rebasar tres compresas nocturnas en un lapso de una hora.
Es necesario estar acompañada por alguien de confianza todo el tiempo, pero todo el proceso se sucede en la comodidad del hogar. Un aborto farmacológico no deja rastros ni evidencias en el útero y solo es necesario recurrir a la consulta médica en caso de un sangrado que exceda los parámetros explicitados, si se despuntara una fiebre persistente o si el dolor producido por las contracciones en la expulsión no cesara en un par de días.
es emocionante lo que estamos logrando juntas
Un aborto en la ilegalidad era inenarrable hasta hace bastante poco y allí radica la tragedia verdadera. Para el ejercicio de supuestos que venimos practicando recién un segundo aborto, contenido en los márgenes acolchados de la legalidad, nos da la posibilidad de decir lo que que la ilegalidad nos obliga a callar. Aunque quizás hayan sido los diez años en el medio los que hicieron algo por nuestra supuesta protagonista, es más serio y más justo afirmar que fue la lucha de las mujeres la que logró conquistar el lenguaje y con él, el espacio para instalar el debate. En este ejercicio particular, el consuelo de la experiencia de aborto bajo el paraguas del estado de derecho, nos permite reinterpretar su práctica al calor del debate que hoy se está dando en el Congreso. No vale lo mismo, no sale lo mismo, no deja las mismas cicatrices un aborto clandestino que uno legal, seguro y gratuito.
La hoy senadora y otrora presidenta de la República, la Doctora Cristina Fernández de Kirchner afirmaba hace poco en una entrevista periodística que la sociedad argentina no estaba preparada para discutir el aborto. Con ese dogma amarrándole la lengua, se despojaba de responsabilidad por el saldo de deuda que la democracia argentina tiene con las mujeres y también, y más importante, de la carga de muertas por abortos clandestinos durante sus dos mandatos. Lo cierto es que los errores políticos de esa magnitud se pagan caro: Cristina tuvo una oportunidad histórica y la desaprovechó. En este cuadro, y haciendo uso de un brillante oportunismo, el Presidente Mauricio Macri, en la apertura de sesiones ordinarias de nuestro Honorable Congreso, anunció que el recinto iba a recibir un proyecto de ley para iniciar el debate que el kirchnerismo dejó muy a conciencia en la lista de pendientes. Mal que nos pese, es el macrismo la expresión más cabal del liberalismo modernizante en nuestra arcaica Argentina.
Aún en la ilegalidad y la prohibición, en nuestro país, no existe una única manera de resolver la problemática que plantea un embarazo no deseado. Las mujeres abortamos. En la precariedad, la desidia, el desinterés. En el silencio, en la soledad y en la pobreza. El aborto es una práctica corriente y sucede y seguirá sucediendo, aun si nuestra clase política se niega a hacerse eco de lo que ocurre fuera de la comodidad del recinto. No queda más que esperar el resultado para ver dónde se planta cada uno de nuestros legisladores. En eso, el Congreso de la Nación se parece bastante a un útero.