Raíces de una vieja polémica
El 10 de abril de 1882, con el Himno Nacional a cargo de la banda del arma de Artillería del Ejército quedaba formalmente inaugurado el Primer Congreso Pedagógico Nacional. Sesionó durante la Exposición Continental que, por entonces y año tras año, organizaba el Club Industrial para difundir los adelantos de la técnica mundial y los modestos logros del capitalismo vernáculo.
El marco no parece casual; aparecen en la escena dos de los principales pilares del imperativo civilizador que la generación del '80 recreara del programa de los proscriptos del rosismo: el desierto y el progreso. El ejército se encargaría de eliminar ciertas molestias (léase indios) que solían vagar por el primero. Para el segundo hacían falta hombres cabales, "de buena voluntad ", como reza cierto libelo suscripto allá por 1853.
"Indudablemente llegan innumerables inmigrantes buenos, pero también es irrefutable que la Europa nos manda la escoria de su sociedad", se quejaba, mientras sesionaba el Congreso Pedagógico, el diario ofícialista El Demócrata. Así, la educación, "el más noble de los propósitos'', según la definiera por esa época el presidente y general Julio Argentino Roca, aparecía a los ojos de los hombres del '80 como la herramienta necesaria para incorporar la masa inmigrante al progreso y para, de paso, socializarla en los usos y costumbres de la Patria.
Educación obligatoria entonces, para que los recién llegados, no tan civilizados como se esperaba, no se convirtieran a la larga, y mientras no habían fenecido los levantamientos de caudillos en el interior, en un nuevo e impredecible factor de "disolución nacional". Y en el discurso de la oligarquía, andando el tiempo, lo fueron: a más de no ser civilizados traían ciertas ideas inquietantes (anarquistas, socialistas) contra las que la educación nada pudo. A ésos pues, que no se integraban, les esperaría, algunos años más tarde la Ley de Residencia. Dos momentos de un proyecto: cuando nada oscurecía el cielo del progreso, educación para sumar al inmigrante y contar con nueva y civilizada mano de obra; cuando esos foráneos, ahora, para peor, educados, se quejaran demasiado de su miseria, expulsión del país sin más trámite.
El presidente Roca acababa de firmar un tratado de paz con Chile que resolvía diferendos limítrofes. Dos años antes se había federalizado a Buenos Aires y durante el mismo año se optaría por La Plata para capital del primer Estado argentino. Nuevas tecnologías avanzaban sobre la Reina del Plata: "La familia que tiene en su casa un aparato de este maravilloso ingenio del hombre puede conversar con todas las personas de su relación en el momento en que se le ocurra", explicaba El Demócrata, en abril de 1882, al comentar las bondades del Panteléfono, de la empresa Gow Bell.
En 1882, nacían también dos clubes célebres pero muy diferentes. El primero aún perdura y no requiere presentación: es el Jockey Club. Más modesto, el segundo tendría mucho que ver con la forja del movimiento obrero argentino: el Club Vörwarts fundado por emigrados alemanes y editor, en 1890, del primer periódico proletario, El Obrero.
Sugerido por Sarmiento (que a pesar de ser nombrado presidente honorario no concurrió a ningún debate) y convocado por Roca, el Congreso Pedagógico iba a discutir, sobre todo, aspectos instrumentales de la educación pública. Acerca de algunas grandes líneas había acuerdos: factor principal de socialización, la instrucción debía ser obligatoria y, para ello, gratuita.
Pocos dudaban entonces de la aptitud del Estado para llevar adelante la faena. "Dejar en la actualidad exclusivamente librada la suerte de la educación común a la acción de los particulares, de los municipios y aun de las provincias es exponerse en poco tiempo a tener un Estado sin ciudadanos aptos, aunque con numerosos habitantes", decía Eduardo Wilde, ministro de Educación, en 1883.
Sin embargo, florecieron las disputas cuando hubo que debatir quién ejercería el control pedagógico. Había tres modelos en juego: control estatal, control privado pero de carácter institucional (Iglesia, por ejemplo) o control popular a través de agrupaciones de vecinos. Este último, el más progresista, fue rápidamente descartado.
El conflicto entre los otros dos fue el que encendió los ánimos de los participantes del Primer Congreso Pedagógico.
"Los Proscriptos" (Sarmiento, Alberdi) habían visto en la Iglesia un factor de barbarie: "Religión o muerte" era la consigna de Facundo Quiroga. Aunque esencialmente pragmáticos, los hombres del '80 también desconfiaron de una Iglesia poco aggiornada, que combatía sin tregua en Europa al liberalismo. Nadie deja mecanismos de control en manos de quien desconfía: entre 1884 y 1888 se suprimieron los registros parroquiales y los cementerios religiosos, se dictó la ley de matrimonio civil y se instauró la enseñanza laica.
A pesar de que el 19 de abril se optó en el Congreso Pedagógico por declarar "eliminada de los debates la cuestión de la enseñanza laica y de la enseñanza religiosa" el armisticio iba a durar bien poco: diez días más tarde los congresales católicos abandonaban el recinto. El choque se repetiría, esta vez en el Parlamento y en 1884, cuando el debate culminó con la sanción de la Ley 1420 de Educación Común.
Las opiniones del primer congreso
"Un Congreso Pedagógico ha sido convocado y se halla próximo de terminar sus sesiones ( ... ) Cualesquiera que sean las soluciones a que esta Asamblea arribe sobre reglas, principios y sistemas generales de educación, su resultado real e inmediato será et de haber aproximado a los pueblos Sudamericanos con el más noble de los propósitos, la educación común ( ... )". (Discurso del presidente Julio A. Roca al Congreso, 4 de mayo de 1882)
"Dos bandas militares se alternaban en la ejecución de piezas musicales. La de Artillería se hallaba instalada en el escenario del Coliseum llamando la atención que no hubiera asistido en traje de parada". (La Prensa, 11 de abril de 1882)
"El legislador no tendrá que recurrir por ahora a los educacionistas y propagandistas extranjeros, cuyas ideas no son en general adaptables a nuestra sociabilidad, para cumplir con su mandato, ni encontrará disculpa su desidia en lo que se refiere a educación". (El Libre Pensador, 7 de mayo de 1882)
"El Gobierno que concibió la idea y bajo cuyos auspicios se realiza (el Congreso Pedagógico) puede estar seguro, de que el hecho no será menos celebrado, en las regiones del progreso humano, que lo que ya han sido la Conquista del Desierto y la paz celebrada con los pueblos vecinos". (Onésimo Leguizamón, discurso Inaugural del Congreso Pedagógico, 10 de abril de 1882)
''Si el fin de la escuela popular es principalmente educativo y disciplinario, et papel del Estado en el régimen escolar es tan solo supletorio y eventual". (La Nación, 18 de abril de 1882)
"Esta cuestión no la toméis por el lado religioso, es el pretexto para seducir a las conciencias débiles; esta cuestión es esencialmente social, va en ella la vida de nuestra Nación (...) La República Argentina quedaría reducida a la condición de una misión guaraní. El peligro aparece y es propio conjurarlo. Estad atentos, liberales, a la primera voz". (Alertas liberales, panfleto anónimo distribuido entre los congresales y reproducido por La Buena Lectura el 22 de abril de 1882)
"Las rentas públicas, contribuidas por todos los habitantes, no son católicas, y es simplemente dar a cada uno lo que le pertenece hacer que se empleen en beneficio de todos y cada uno de los contribuyentes. (...) Siempre hay una cuestión de expoliación y de opresión a los débiles en las pretendidas cuestiones religiosas". (Domingo F. Sarmiento, El Nacional, 13 de abril de 1882)
"Se quería hacer prevalecer la escuela sin Dios". (Declaración suscripta por quince congresales católicos al retirarse del evento, La Prensa, 3 de mayo de 1882)
"¿Queréis ser comerciantes, manufactureros, creadores, queréis ser fuertes en la tierra y en los mares, queréis que predomine el espíritu individual o social en la organización política? Pues bien, todo esto ha de formarse en la primera dirección de las escuelas y en el plan de la enseñanza." (Victorino de le Plaza, canciller a cargo del Ministerio de Educación, discurso inaugural del Congreso Pedagógico, 10 de abril de 1882)
"La labor de este congreso ha sido vasta y erudita, a pesar de la tenaz controversia del elemento nuevo con el elemento retardatario". (Onésimo Leguizamón, sesión de clausura, 8 de mayo de 1882)
"La mujer ha levantado también su voz en este recinto y ha sido calurosamente aplaudida". (ldem)
"Por otra parte, ¿cómo quieren tomar en serio un congreso donde tienen voto más de cien mujeres que comprenden poco, entienden nada y votan sin saber?". (Il Maldicente, periódico humorístico, satírico, settimanale, 16 de abril de 1882)
Roca, Alfonsín y las repúblicas
A más de un siglo de diferencia ambos congresos pedagógicos coinciden en el gesto fundacional de los mandatarios que los convocaron.
"Paz y Administración", aseguraba el general Roca en el '80 para la inserción de la Argentina agroexportadora en el mercado Internacional. Y agregaba: "La República empieza a marchar dueña de sí misma, sin las incertidumbres del día de mañana (...) La confianza y seguridad que vamos adquiriendo empezamos a infundirlas también en los extraños, atrayendo las miradas del capitalista, del sabio, del industrial".
Alfonsín, entretanto, convoca a fundar la Segunda República. "Nuestra generación tiene a su cargo una responsabilidad funcional. Si los fantasmas de un pasado de decadencia nos invaden para dividirnos, conjurémoslos contemplando las mejores realizaciones de nuestra historia", dijo al inaugurar el Segundo Congreso Pedagógico.
Existen, por cierto, similitudes. Del Tratado de Límites con Chile a la solución del diferendo del Beagle, de la capitalización de Buenos Aires a la federalización de Viedma: de la ley de matrimonio civil al inminente debate por el divorcio vincular; del progreso y la revolución industrial a las nuevas tecnologías; de la Campaña del Desierto a la "guerra sucia", dos crueles procesos de "pacificación".
No obstante simetrías seductoras, los paralelos no lo agotan todo si ambos presidentes confiaron en la radicación de capitales extranjeros, sólo el siglo pasado pudo garantizarla. Hoy, en cambio, la tendencia parece ser la inversa.
La educación, en fin, ya no es solamente obligatoria herramienta de civilización del futuro proletariado; hoy debe ser defendida como un derecho. Los renombrados bancos de datos vuelven espectacular la coincidencia de Saber y Poder. Exigirle la socialización del primero no es una mala consigna.
Las expectativas pedagógicas: entre la voracidad y la indiferencia
E1 30 de setiembre de 1984, por unanimidad en ambas cámaras, el Parlamento aprobó la Ley 23114 de convocatoria al Segundo Congreso Pedagógico Nacional.
Esta vez, el debate sobre la educación de las futuras generaciones de argentinos no quedará exclusivamente en manos de legisladores o especialistas: el reglamento de convocatoria reclama la participación global de toda la sociedad y, para ello, prevé sucesivas etapas deliberativas (asambleas de base, provinciales y nacionales) a las que podrá sumarse todo aquel que tenga más de 15 años, aunque no sufra ni ejerza actividad pedagógica alguna.
Al cabo de este múltiple debate, y si todo llega a buen puerto en esta nueva consulta popular no vinculante, los diputados y senadores conocerán las expectativas de la población en materia pedagógica y las emplearán como base para la primera ley orgánica argentina de educación.
En las sucesivas deliberaciones se discutirán temas estrictamente educativos (problemas de organización, método y contenidos de todos los niveles, desde el pre-primario hasta el universitario) y otros más funcionales (situación profesional de los docentes, por eiemplo); sin embargo, es de esperar que el debate político-ideológico central se verifique en lo que en las “Propuestas para trabajar los temas del Congreso Pedagógico” elaboradas por la “Comisión Organizadora Nacional aparece caratulado como "Gobierno y funcionamiento de la educación".
En este apartado se encuentran dos de los problemas que seguramente pondrán más alto voltaje en las discusiones del congreso: "La distribución de atribuciones entre el gobierno federal, los gobiernos de provincias y los municipios" y "La educación pública y la educación privada".
El primero va a reeditar las anuales, rituales discusiones respecto de la coparticipación de las provincias en los fondos nacionales. El segundo, tras años de postergación o silencio, llevará por fin una polémica recurrente en otras áreas de la política nacional al debate pedagógico: en educación, ¿el Estado debe ser subsidiario o hegemónico?
Los privatistas
En 1958 y a pesar de la tempestuosa oposición de los estudiantes fubistas, en aquello que se recuerda como la polémica Libre o Laica, el presidente Arturo Frondizi equiparó los títulos extendidos por universidades privadas con aquellos otorgados por los claustros estatales.
Desde entonces, en nuestro país la educación no estatal se extiende y crece en todos los niveles pedagógicos, desde los jardines de infantes hasta los posgrados universitarios.
Su magnitud no es desdeñable: casi uno de cada cuatro alumnos concurre a establecimientos privados; hablamos de una infraestructura que reúne a 1.800.000 educandos y 130.000 docentes. El 80% de ellos pertenece a institutos católicos; el resto se distribuye entre otras organizaciones confesionales (judíos, ortodoxos o musulmanes) o privadas laicas (Universidad de Belgrano, por ejemplo).
Por obvios intereses, todo este sector se pronunciará contra la hegemonía del Estado en materia educativa y- reclamará su subsidiariedad. En esta cruzada encontraremos, en primera línea, a la jerarquía eclesiástica, en particular a sus sectores más conservadores.
Tras ella se alinean algunos partidos: la UCO (uno de cuyos diputados, Federico Clérici, acaba de advertir, además, que en el Congreso Pedagógico será difícil "llegar a conclusiones positivas en reuniones donde hay una mezcla tan importante de personas que tiene un ínfimo conocimiento del sistema educativo"), el MIO (Antonio Salonia, conspicuo dirigente desarrollista, es reconocido partidario de la educación privada) los sectores más clericales de la Democracia Cristiana y varios partidos provinciales de tinte más o menos conservador. Junto a ellos habrá seguramente un par de diarios (La Nación, Ámbito Financiero).
Así las cosas, la importancia que le adjudica la Iglesia al Congreso Pedagógico no es poca: el propio cardenal Raúl Primatesta, presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, ya ha animado a los católicos a "participar activamente" en todas las instancias deliberativas.
La bibliografía para la ocasión será el documento "Educación y proyecto de vida", emitido por la jerarquía eclesiástica a mediados de 1985, y una reciente guía que ha preparado el Equipo Episcopal de Educación en la que se insta a todos los católicos a participar del Congreso Pedagógico, "aun tomando conciencia de las reservas que pudieran presentar algunos aspectos conceptuales y organizativos que será necesario superar".
Este gesto de desconfianza acompañará la batalla para que el Congreso Pedagógico no limite, sino amplíe, las facilidades con que cuenta hoy la educación privada. La aspiración mínima será lograr una mayor y mejor participación en el presupuesto educativo nacional; la máxima, más doctrinaria, que la escuela pública incluya en sus programas de estudio a la religión.
Dos espadas ha dispuesto la Iglesia para la ocasión: una es el hermano Septimio Walsh, secretario del Consejo Superior de Educación Católica (CONSUDEC) y miembro honorario de la comisión organizadora nacional del Congreso Pedagógico. La otra será monseñor Emilio Bianchi de Cárcano, obispo de Azul y titular del Equipo Episcopal de Educación, quien desempeñará, en lo pedagógico, una tarea equivalente a la que despliega monseñor Emilio Ogneñovich, presidente de la comisión de familia, activo batallador contra el divorcio.
En setiembre del año pasado y con la vista ya puesta en el Congreso Pedagógico, Bianchi di Cárcano dirigía al gobierno, en el V Congreso de Educación Católica y ante varios funcionarios radicales, estos cuatro "ruegos"·
1) "...que no se desconfíe de la enseñanza no oficial", Poco antes, en esta misma alocución, el obispo de Azul había reclamado “un reconocimiento leal y amplio, en la letra y en el espíritu de la libertad de enseñanza", para luego advertir que "hoy en que tanto se habla de los derechos humanos, el desconocimiento, aún parcial, de la libertad de enseñanza llevaría a la conclusión de que hay algunos derechos qué se consideran más humanos que otros".
2) "...que se concedan (a la educación privada) con visión política las solicitudes y peticiones justas cuya obtención son un bien para el pueblo y un ahora para el Estado''. Subsidiariedad del Estado: no se reclaman ya subsidios sino la participación proporcional del presupuesto educativo.
3) que se tenga en cuenta "la historia de nuestra patria, para redescubrir sus auténticas raíces y su identidad cultural. La Argentina no nace en 1880, s1nomucho antes (...). No hay que olvidar que nuestra cultura es fundamentalmente cristiana y católica". Se alude, por supuesto, al laicisismo de la escuela pública consagrado en la Ley 1420. Este ruego puede ser completado con el cuarto:
4) que se recuerde “que la educación del pueblo no queda limitada tan solo al ámbito del sistema educativo", o, como previamente había apuntado Bianchi di Cárcano: ''la dimensión religiosa no puede estar ausente. No se puede educar a un pueblo como el argentino, en su mayoría religioso, como si todos fueran agnósticos o ateos".
Los otros
Pero mientras las organizaciones católicas suman cónclaves, afinan argumentos y aceitan parroquias para el futuro Congreso Pedagógico, los sectores que defienden la educación pública aparecen todavía desarticulados.
Los gremios docentes y no docentes concurrirán al Congreso Pedagógico para que, de una buena vez, se hagan valer sus respectivos estatutos. Saben que toda conquista es más respetada en la escuela pública, donde además, cualquier discriminación ideológica o gremial se sobrelleva mejor.
Se espera también que los claustros de las diferentes universidades nacionales hagan llegar al Congreso Pedagógico sus propuestas a favor, en la mayor parte de los casos, de los principios reformistas.
En el peronismo, las contradicciones son ominosas: se esperan de los renovadores argumentos contra la subsidiariedad pedagógica del Estado y en favor del laicismo; una actitud que se corresponda con lo sostenido acerca de divorcio y patria potestad.
La ortodoxia justicialista, en cambio, prefiere recordar lo actuado en la materia por el general Juan D. Perón durante el primer tramo de su gobierno. Hubo entonces facilidades para la escuela estatal pero no para el laicismo: en 194 7 se homologó el decreto por el cual, en 1943, se había vuelto obligatoria la enseñanza de la religión católica en las escuelas públicas.
"La neutralidad religiosa facilitó el camino al materialismo ateo e hizo que la escuela no respondiera a la cultura de la comunidad, pues es bien sabido que la religiosidad es un componente fundamental de la misma, sobre todo en nuestro país, donde la sabiduría de los docentes insertó estos valores a pesar del texto de la ley", dictaminó el Primer Seminario Justicialista de Política Educativa, reunido en abril de 1985, en Santa Rosa, La Pampa.
En el espectro de la izquierda el interés por el evento es dispar; desde una cuasi indiferencia hasta el aliento a la más decidida participación en favor de la escuela laica y la hegemonía pedagógica estatal, caben diversos matices.
Hasta el momento, el más preocupado por la cuestión ha sido el Partido Intransigente, que caracteriza al Congreso Pedagógico como una posible "experiencia concreta de democracia participativa" y propugna "un frente multisectorial, multipartidario y cultural que sirva para neutralizar las posturas retrógradas".
Párrafo aparte y no pocas discusiones va a insumir la actitud de la UCR Tradicionales defensores del laicismo en la escuela pública, se presume que los radicales no buscarán incorporar la religión a los programas educativos oficiales; las dudas surgen, en cambio, a la hora de evaluar la postura del oficialismo ante la subsidiariedad del Estado que reclaman tos sectores privatistas.
Los planes de privatización de áreas vitales del patrimonio estatal prometen alcanzar lugares inesperados, incluso, para no pocos radicales. ¿Hasta qué punto el gobierno, hoy obsesivo en todo lo que a recorte del gasto público atañe, va a defender la hegemonía de la escuela pública, máxime si en ello le va un encontronazo con la Iglesia?
MACOPE: por una educación pública, gratuita y no dogmática
El Movimiento de Apoyo al Congreso Pedagógico (MACOPE) es la confluencia en el ámbito de la Capital Federal (no se sabe aún de experiencias similares en el interior) de más de cincuenta entidades intermedias (partidos políticos -UCR, PI, PC, etc.- sindicatos, ateneos, centros vecinales, cooperadoras, etc.) reunidas para alentar la participación popular en el Congreso Pedagógico.
El MACOPE convoca, además, desde su proclama, a "todas aquellas organizaciones y personas preocupadas por el progreso y desarrollo de nuestra educación, a sumar esfuerzos, para, entre todos, rescatar los principios esenciales de la educación popular, es decir, un sistema público, gratuito y no dogmático".
Uno de sus miembros. el docente Juan Carlos Espinosa, aclara que el movimiento está a favor de la mejor tradición de la escuela pública, que ubica en tres leyes fundamentales: " ...hay que mejorarlas mucho, no nos sirven para la Argentina de hoy - reconoce- pero no se debe olvidar a la Ley 1 420 de 1884, a la Ley Universitaria que consagra los principios de la Reforma de 1918 y a otra ley, reciente, la 14337, conocida como Estatuto del Docente, que termina con la vieja concepción del maestro como apóstol, que entiende que los educadores son personas de carne y hueso con aparato digestivo".
Hasta donde alcance la imaginación
Por Adriana Puiggrós
El Congreso Pedagógico se desarrolla sobre un fondo de reformas frustradas o traicionadas, de intentos de modernización que quedaron a medias, de inconclusas luchas por la democratización de la educación. No están ausentes las huellas de la debilidad político-pedagógica yrigoyenista, de las deformaciones y el autoritarismo que afectaron la alternativa peronista, aunque fue la más democrática de nuestra historia, de la incapacidad de la izquierda para proponer nuevas concepciones político-educativas y nuevas formas de cultura política. Se sienten también los ecos fundantes del Congreso Pedagógico Interamericano de 1882 que contribuyó a que una escuela que pudo haber sido popular, quedara atrapada en la política hegemónica del liberalismo oligárquico.
La presencia de las frustraciones debe ser consignada. De lo contrario, repetiríamos el eterno juego argentino que consiste en perder las raíces y las conexiones, en castrar permanentemente la memoria y justificar con una sociología del presente, todas las desapariciones.
El evento pedagógico al cual convocó el Congreso Nacional en 1984, por el voto unánime de todos los representantes, se mueve, además, sobre el horizonte del año 2000. Pero el pragmatismo reinante en el espectro político y social argentino -de derecha a izquierda- amenaza con invadir un espacio que debería dar cabida a la más amplia y osada diversidad de proyectos, a la más profunda discusión sobre el pasado y el futuro, a la más explícita exposición de las necesidades, demandas, intereses y utopías de todos los sectores de la sociedad. Las “Pautas organizativas” elaboradas por la Comisión Organizadorta prevén amplias posibilidades de participación. Pero a casi un año de promulgada la ley convocante, las expresiones de los sectores implicados han sido mínimas. No hay debate y apenas comienzan a moverse algunas cooperadoras y sociedades de padres, lentamente la CTERA ha decidido intervenir, no hay propuestas estudiantiles ni reclamos ante el Congreso y los partidos políticos parecen no tener nada que decir.
Grave es sin duda la situación, porque lo trascendente en este Congreso no serán solamente sus resultados formales y legales sino especialmente la movilización ideológica y político-pedagógica que produzca su desarrollo. Por eso es importante que se respete su conformación como proceso y no tan solo como evento, que se le de el tiempo necesario y que se proporcione a la población toda la información que requiera. Al respecto, ningún medio asumió las elementales tareas de informar, estimular la participación y difundir los acontecimientos del Congreso en forma sistemática. Tampoco lo hizo el Ministerio, que tiene una actitud dubitativa respecto a su propia propuesta.
El desarrollo del Congreso es en sí mismo un proceso educativo. Las actividades que se realicen, la amplitud de la participación, la profundidad de las discusiones, los temas que se aborden, pueden constituir actos formales fácilmente absorbibles por la burocracia instalada en las prácticas cotidianas o bien procesos político-pedagógicos que posibiliten la elaboración de nuevos discursos. Podrá el Congreso convertirse en un buzón de sugerencias y quejas sin respuestas o en un espacio abierto a la lucha ideológica y pedagógica democrática entre tendencias. Podrá poner los mircrófonos solo al alcance de los grupos de poder del Estado y de las corporaciones privadas de alto poder económico y evitar por omisión que las demandas populares adquieran dimensión pública. O bien promoverá que produzcan discursos quienes han sido desertados por el sistema educativo oficial y quienes reciben el servicio más deficiente.
La mayor garantía de efectividad del Congreso será su legitimidad. Para alcanzarla, deberá resultar representativo de toda la sociedad. Deberán hacer oir su voz las organizaciones educativas de base públicas y privadas (escuelas, grupos de alfabetización, cooperadoras, asociaciones docentes, etc), los vecinos a través de los comités y unidades básicas partidarias, de las sociedades de fomento y juntas barriales, incluso desde las parroquias, los clubs y diversos lugares de reunión de la sociedad civil, y no solo las mismas de siempre.
El sistema educativo no se reduce a la estructura escolarizada sino que abarca procesos insertos en todo el espectro de la vida social. Ese sistema está afectado por tendencias opresivas y autoritarias en toda su extensión. Por eso la sociedad entera requiere una discusión-reflexión-autocrítica que revierta espectacularmente las imágenes de las múltiples sanciones a la creación y a la producción nacional, popular, independiente, democrática; de los mandatos reproductivos de las arcaicas e injustas divisiones de clase y distinciones sociales, que los procesos político-pedagógicos ayudan a producir en cada instante.
La discusión necesaria, será inútil si solamente se ocupa -tal como viene haciendo la pedagogía argentina del siglo entero- de métodos y contenidos, remitiéndose a positivismos gastados o más o menos “aggiornados” que siempre regresan a su propio sentido de dominación social, o a espiritualismos que en la búsqueda de valores trascendentes y totalizadores, pierden de vista las luchas sociales concretas. Será también inútil, si se siguen sosteniendo los ejes de la discusión planteada en 1882. O si se pretende derivar las propuestas de caducos marcos doctrinarios (peronistas o de izquierda).
Llegaremos sin duda al año 2000 con harapos y computadoras: el desarrollo desigual y combinado de nuestra sociedad lo será en todos los órdenes, incluido el educativo. Hacen falta propuestas osadas que combinen modernización y democracia, nacionalismo, latinoamericanismo y universalidad; participación y transformación en el sistema educativo.
Mirar hacia el futuro desarrollando propuestas y utopías hasta donde alcance la imaginación y la voluntad de nuestra época será el mayor éxito del Congreso. No así quedarse en las fantasías educacionistas de cien años atrás.