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Gustavo Grobocopatel es la encarnación robusta del capitalismo del siglo XXI. Brutal en su sinceridad, audaz en sus decisiones, soberbio en la convicción de que la soja garantiza un horizonte de 100 años más para la agroindustria local y, por lo tanto, para el país. El dueño de Los Grobo admite que la muerte de Kirchner no alteró en nada sus planes de inversión. Se confiesa bastante más atento al nuevo Plan Quinquenal Chino, que anuncia la llegada de la “revolución del maíz”. Es que la irrupción de China y la integración con Brasil le aseguran “competitividad sistémica sustentable global”, una categoría que –según dice– muy pocos empresarios locales persiguen. El 2011 lo tiene sin cuidado. “Todos, gobierno y oposición, entienden que hay algo importante que está pasando”, pregona.
¿Cómo ves el momento actual?
Hay una oportunidad enorme desde hace más de diez años. El ministro de Agricultura de China viene al país para hacer sociedades. El mundo ha cambiado, hay un aumento en la riqueza y más gente que consume. La crisis ya no es el fin de este proceso, sino que obliga a repensar, porque son como dolores de parto, dolores de crecimiento. El capitalismo global requiere más alimentos debido a la urbanización y los cambios en los hábitos alimenticios, la cuestión de los biocombustibles, de las energías renovables y más limpias. Y nuestra región es uno de los pocos lugares que puede satisfacer esas demandas globales. Hace un mes, fui a una conferencia de Agricultura en Boston y el 70 % de los que hablaron ahí eran brasileros, el 20 % estadounidenses y el 10 % argentinos. Antes, la mayoría eran norteamericanos. Si Argentina cambiara, el 20 o 30 % de lo que se habla sobre alimentos en el mundo tendría que ver con nosotros. La pregunta que nos hacen es, ¿che, se están preparando en Argentina para esta coyuntura favorable? Después está la relevancia adquirida por Brasil, futura quinta potencia mundial, con 200 millones de personas. Nuestro mercado interno ya no son los 40 millones de argentinos sino 250 millones. Los que exportamos tenemos que tener una dimensión regional para ser relevantes. No podés competir en la globalidad con una escala argentina, pero sí a partir de una escala regional. Argentina tiene que profundizar el proceso de regionalización.
¿Subordinarse a Brasil no puede ser un problema?
No hay país líder en el mundo que no sea líder en su región. Tiene que haber una convergencia macroeconómica, en objetivos de inflación, en objetivos de tipo de cambio, en saldos, en déficits fiscales. De acá a diez años, está región tiene que llegar al fin de las aduanas, tiene que haber una movilidad de gente, de flujos, de capital. Argentina más Brasil es relevante en todo. Es la proteína del mundo. Y en un plano más político… Los gobiernos progresistas amplian la oportunidad. Pero Argentina está en déficit. Tiene un modelo económico que no está alineado con Uruguay y Brasil. Hoy Brasil ya logró todo lo que quería de Argentina: empresas brasileñas en Argentina, superávit comercial. El único que puede ganar es Argentina. Tenemos que hacer empresas multilatinas, tener cadenas de valor integrado. El Mercosur tiene que ser algo político pero también económico-social.
¿A que atribuís la brecha?
Brasil tiene un mercado interno enorme que empezó a consumir más por la política de Lula. Por eso, el triunfo de Dilma es positivo. El país va creciendo, hay un estímulo: muchos pobres pasaron a clase media y clase media que pasó a ser rica. Hay políticas activas que resuelven la tensión entre consumo interno y exportación. Es un país de grises. Hay una estructura industrial que se sostiene, la fábrica de aviones, Petrobras, La Vale, participaciones público-privadas. En Argentina, hay un péndulo: pasamos de privatizar todo a estatizar todo. Los procesos acá no son colectivos.
Es curioso. Los Grobo es ese monstruo que se hizo grande mientras el péndulo iba y venía. “Menem nunca dijo la palabra soja en su vida, no estaba conciente de lo que hacía. Puedo hablar bien de él porque jamás lo voté”, asegura. “En esos años se generó una plataforma mucho más competitiva que estamos usando todavía. Argentina era líder en biotecnología, ahora vamos a la cola de Brasil y Estados Unidos porque no se resolvieron los problemas de regalías. Los precios internacionales y esa plataforma de los ’90 evitaron que esta fuera otra década perdida. Este gobierno además impulsó muchísimo el biodiesel y tuvo una actitud a favor de los tránsgenicos”.
¿Qué tipo de Estado ves en Argentina?
Acá, la sociedad quiere mucho Estado y eso implica cobrar muchos impuestos. El tema es la calidad del Estado. La parte impositiva está casi resuelta. En Argentina se pagaba el 20 por ciento del PBI de impuestos, ahora se paga casi el 40 por ciento: se duplicó el porcentaje de un PBI que es tres veces mayor. La recaudación impositiva es enorme. El problema es la distribución que debe ser fruto de un proceso colectivo entre gobierno, oposición y empresariado.
El empresariado intervino en 2008 y se impuso.
Eso fue en las calles y en las rutas. Si la gobernabilidad y el diálogo es a los gritos estamos en el horno. Lo de “la 125” fue una imposición del gobierno a los productores y después de los productores al gobierno.
¿Te sentís cerca del estado neoliberal de los ‘90 o del neodesarrollista de esta década?
Soy más desarrollista que neoliberal, creo más en el Estado. Argentina tiene que tener un Estado fuerte, escandinavo digo yo. Facilitador antes que de Bienestar porque si no es de buena calidad termina desprotegiendo, creando un proceso vicioso.
¿Creés que Argentina tiene que imitar en todo a Brasil?
No, no. Brasil tiene un sistema impositivo de terror, es un país muy burocrático. Pero apoya la iniciativa privada, la promueve, la ve exitosa. En Argentina, el discurso público apunta a la destrucción del empresariado. Hay una cantidad enorme de empresarios malos y probablemente haya que reconstituir. Pero no aparecen nuevos porque la sociedad putea permanentemente al empresariado. Putea al que aparece en su rol de lobbysta y no busca productividad. Es extraño. Lo que vos decis sería negativo para la sociedad. Sin embargo, todo el sistema de subsidios del Estado va a proteger a ese tipo de empresarios. Hay una relación entre el empresariado de baja calidad y un Estado que lo mantiene. El empresariado schumpeteriano, emprendedor, la pyme que busca integrarse al mundo, que arriesga, es la del campo, que fue tratada como lockout patronal cuando en realidad era una protesta de pymes emprendedoras del interior.
¿Sí, era eso? ¿No eran grandes terratenientes también?
Sí, hoy quedan pocos. Las empresas grandes no tienen tierra propia por lo cual no son terratenientes. Los sectores tradicionales que protestaban son minoritarios. La mayoría eran pymes, contratistas, pooles de siembra chiquitos, del ingenierito con el médico del pueblo.
Stop. Cambia el tono de la conversación. La discusión en torno al conflicto del 2008 deja de ser adyacente y se vuelve central. Empieza la esgrima con el cerebro del agronegocio. Somos tres contra uno, pero él es grandote y la tiene atada. Van y vienen argumentos que ya se escucharon. “La ventaja que tiene Argentina no es que el precio de la soja subió: es que hay soja”, dice. “Y eso es fruto en un 95 por ciento del esfuerzo y del conocimiento del productor, no de la bondad de la tierra, de un esfuerzo de aplicación de tecnología para el que no se recibió ayuda de nadie, y de miles de productores que se murieron en este proceso en la década del ‘90. A la sociedad no le costó esa reconversión”, afirma.
Grobocopatel aclara que se opuso a las retenciones desde que el ministro de Economía de Duhalde, Jorge Remes Lenicov, las impuso en el 2002. “Son un impuesto al ingreso y no a la ganancia. Generan concentración de la riqueza porque al que le va mal le va peor, y a mí que me va bien le compro al tipo que se funde. Por otro lado, suponen que hay una compensación en el tipo de cambio entre un sector competitivo y uno no competitivo que requiere un tipo de cambio subsidiado. Eso es transferir recursos de un sector al otro para mantener un equilibrio que teóricamente en lo social es mejor. Explicame por qué en los últimos 50 años ese sistema no generó industrias competitivas en Argentina y no me digas porque en la década del ’90 las hicieron pelota”, acicatea.
Tiene que ver con que los empresarios argentinos no invierten si no tienen rentabilidad del 20 o el 40 por ciento.
Muy bien, el sistema de retenciones no segmenta entre empresarios buenos y malos. No sirve. Tiene que haber estímulos y diferenciar el tipo de cambio: 3 por ciento, 5 por ciento. Que te permita dar la oportunidad pero permita al mismo tiempo segregar entre el que se tiene que caer y el que tiene que subir. Si vos no hacés fundir a los empresarios malos nunca aparecen los empresarios nuevos buenos. Por eso el estado-protector-de-empresarios-malos es negativo para la sociedad. Nivela para abajo.
¿Y vos qué proponés?
Si vos no permitís al sector emprendedor ganar dinero para que siga reinvirtiendo ¿quién lo va a hacer?. El Estado no tiene capacidad. Lo que podés hacer es un pacto social con ese sector que gana dinero para que reinvierta en cosas que alarguen la cadena de valor y que integren a más gente. Necesitamos transformar la soja y el maíz en pollos, en lácteos, en quesos, en cerdos, productos con cultura envasada. Nadie lo hace. ¿Por qué? Porque el Estado te saca una parte de la renta, el 80 por ciento de lo que ganás, por lo cuál la gente dice lo que gano lo meto en el colchón y si puedo lo vendo en negro porque ya me cagaron por otro lado y tengo que compensar. Nadie invierte en industrialización. Para mí la industria, nueva, es la agroindustria porque es la que tiene sentido estratégico hacia lo global. La nueva UIA va a estar llena de emprendedores del campo que se transformaron en industriales. Ahora, la movida global no te asegura que vos vayas a crear valor sustentable para la sociedad e inclusivo. Lo creás si generás una enorme cantidad de pymes que agregan valor, incorporan mano de obra nueva y alargan el proceso. ¿Cómo lo hacés? Dando previsibilidad a la gente de que las reglas no se modifican de un día para otro y sin consulta.
No sobran referentes del campo con lucidez para plantear una discusión.
El campo argentino tiene 20 mil productores top class global. De esos 20 mil tipos, hay 10 mil que hablan español, 5 mil que pueden explicar y 150 sofisticados que estamos yendo a todo el mundo a explicar cómo es el modelo porque no lo pueden creer. Nosotros creamos un modelo que estimula la movilidad social, que democratiza el acceso a los factores de la producción, que genera múltiples oportunidades fundamentalmente para los pequeños. ¡No lo pueden creer! ¡Es el cooperativismo del siglo XXI adaptado a la sociedad del conocimiento!
Sólo desarrollaron la producción de soja.
¡Porque no nos dan la oportunidad de ganar un mango para invertir en otra cosa! ¡Porque yo para irme a Brasil le tuve que vender el 25 por ciento de mi empresa a brasileños! ¡Porque nos quedamos secos y entonces ellos vienen y nos compran por dos chirolas! El modelo de que las empresas argentinas se venden y de que no hay inversión privada está directamente asociado a la genialidad de las retenciones.
Ese tipo de cambio desdoblado y retenciones conviene a muchos empresarios que festejan en voz baja.
¡A los que quieren pagar salarios de hambre! Son empresas poco competitivas que quieren bajar los salarios por esa vía y que nunca logran generar competitividad sistémica sustentable global.
Son la mayoría.
Hay sectores débiles que proteger, pero así generás un desincentivo general para la economía. Podés subsidiar el sector textil o a la agroindustria con una retención pequeña. En los ’90 subsidiamos la industria aceitera, que hoy es la más competitiva del planeta. Eso fue bueno para el sector. Pero una cosa es 3 por ciento y otra es 35 por ciento.
China o muerte
Grobo dice que la muerte de Kirchner le dio una gran pena. “Se trata de alguien que murió por la patria, más allá de que uno no esté de acuerdo con algunas cosas. Hay cuestiones que hizo muy bien y que lideró bien, a lo mejor con un estilo distinto al que creo necesario. Igual, me parece que los argentinos tenemos necrofilia, miradas emotivas en general de corto plazo”. ¿Cambia algo políticamente? “Si, hay que esperar cuatro o cinco meses para ver cómo se acomodan las relaciones de poder. Es un problema del peronismo me parece”, suelta.
¿Vos no tomaste ninguna decisión económica a partir de eso?
No, nada. En absoluto. Nuestra estrategia es tener una plataforma regional, diversificada. Tenemos que ir a Brasil, con socios brasileños. Vamos mucho más rápido allá que acá pero puede ser que en otro momento eso también cambie.
¿Qué crees que se va a discutir o decidir en las elecciones del 2011? ¿Ves proyectos distintos?
En general la clase política sabe que hay algo nuevo en el mundo que favorece a Argentina. Puede haber gente del PCR o del Partido Obrero que tenga dudas sobre si el capitalismo va a seguir o no, pero el 95 por ciento de la gente no las tiene. Lo que se está discutiendo es cómo vamos a generar un modelo para capturar esa oportunidad y transformarla en una plataforma sustentable a cien años.
Entonces, el señor Grobo se hamaca hacia el futuro de sus sueños, el siglo que viene. Tiene los pies sobre la tierra –grandes extensiones–, pero vuela. “Me gustaría que mis bisnietos hablen de la generación del 2010 y digan ¡qué piola! cómo se pusieron de acuerdo. Resulta que Argentina se llenó de agroindustrias, de industrias de servicio, de tecnología de información, de biotecnología. Vos fijate el desarrollo turístico y el mundo vino a conocer y se enamoró del bife de chorizo y de la milanesa de soja y resulta que ahora las comidas argentinas gourmet están en todo el mundo y como compran bife también compran música argentina porque les encantó Atahualpa Yupanqui y entonces le vendemos cultura, alimento, todo envasado. Y qué bárbaro, porque esa cosa cultural persiste y se expande más allá del marketing y pasa a ser parte de la forma de vida de otros. En esa época, se crearon 30 multinacionales que hoy están en todo el mundo y son famosas y mirá la cantidad de pymes que generaron trabajo no en el Gran Buenos Aires sino en el interior. Eso obligó a que se hagan autopistas y mejore la calidad de vida en el interior. Y vos sabés, que la gente que antes se iba a vivir a las villas de Buenos Aires ahora volvió porque hay trabajo en las economías regionales pero no es sólo soja, es vino, son infusiones, son limones, es caña de azúcar, biocombustibles. Mirá Argentina, que antes dependía del petróleo y el gas, ahora produce etanol de celulosa y se autoabastece y no produce gases de efecto invernadero y esa celulosa está hecha con encimas que se producen en plantas transgénicas de cártamo que se hicieron en el centro de tecnología de Bioceres de Rosario”.
Finalmente, el entrevistado cae. Es decir, nos toca despertarlo con una pregunta “ideologizada”:
El Estado tiene que limitarse a ser un promotor de un desarrollo diseñado por los empresarios.
Tiene que escuchar esto y decirme: “compré. ¿qué necesitás?”. Le tengo miedo a los genios del Estado que se sientan alrededor de una mesa, sin entender lo que pasa en el mundo, y que además sufren de la tentación del bien porque los eligieron. Me da escozor que el Estado decida qué empresas son buenas y qué empresas son malas, cuál es el tipo de educación correcta y cuál incorrecta, cuál es la historia que vamos a contar y la que no vamos a contar. Son procesos colectivos. Mi crítica es para ayudarlo a crecer, no para destruirlo. Soy el único empresario que integra el Consejo del Ministerio de Educación sobre contenidos curriculares. El capitalismo sin Estado es precapitalismo. Hace falta un Estado fuerte, fa-ci-li-ta-dor. Las políticas públicas deben ser fruto de la conjunción entre empresas y Estado. La empresa pasa a hacer políticas públicas también, influye sobre el medio y crea un ecosistema. Esa es la empresa que necesitamos.
Tu pensamiento irradia concepción empresarial sobre la sociedad. ¿Eso noes neoliberal?
No, ojalá el nuevo gerente general de mi empresa sea un filósofo. Hay distintos modelos, empresas que no quieren ganar plata sino crear ecosistemas. Otras que sólo quieren crear valor para el accionista y están mirando la cotización de las acciones.
También hay modos de vida no empresariales.
Tenemos que convivir. El problema indígena no está vinculado con la soja, sino con un problema que el Estado no pudo resolver: cómo hacemos a esas comunidades aborígenes orgullosas de su pasado. A los tobas en Chaco les quieren resolver el problema dándole tierras y les crean otro. Esos tipos tienen que transformar su cultura en un negocio. Tejidos, comida, hotelería, turismo toba y vender a todo el mundo integrándose a las cadenas globales de slow food. Ahora quieren dejar de ser tobas porque están cagados, ¡pobres tipos!
Son proyectos culturales en conflicto, como cuando el modelo que vos promovés se expande y toma casi toda la tierra cultivable…
Ese modelo es una tendencia mundial que es armar empresas en red porque atrae más los talentos del conocimiento.
Incluso en el Amazonas se da ese conflicto por la tierra.
Eso ahora está restringido. Brasil es un país que tiene un problema ahí porque durante años financió el desmonte desde el sector público, a través del Banco do Brasil. Hoy hay un proceso de prohibición de la tala: los bancos no te prestan si vos le comprás a un tipo que taló el monte. El aumento de los precios internacionales tiene que ver también con que la expansión agrícola está restringida.
Ahora están desarrollando la Soja Libre no transgénica.
No sé, no lo conozco. Ese tema de los transgénicos es una imposición europea para hacernos producir lo que ellos quieren sin pagar lo que corresponde. Si ellos quieren comer soja no transgénica la van a tener que pagar más cara. Quieren pagarla igual y la gilada local está más a favor del consumidor europeo que del emprendedor pyme nacional. Los europeos comen libre de transgénico porque compran los fines de semana.
También están los riesgos del glifosato.
Esa es otra boludez. Ciento cincuenta países lo usan. En los lugares serios nadie duda de que es el menos tóxico de los agroquímicos y de que contribuyó a bajar el uso. Si estás en contra del glifosato, estás a favor de la industria química y delos tipos que venden otro producto que lo reemplaza: Basf, Singenta y otros gigantes. ¡Ni siquiera Monsanto lo produce! Lo producen los chinos. El problema no es Monsanto es que no haya diez Monsantos que compitan entre sí.
¿Asumís que, junto con Héctor Huergo del Suplemento Rural de Clarín, sos el cerebro de esa transformación?
Argentina tiene una historia de tercerización y de alquileres de campos que viene de antes de la época de Perón. Yo no inventé nada. Lo único que hago es conceptualizarlo y explicarlo. Voy describiendo lo que va ocurriendo. Soy un relator. Pero antes de que ocurra alguien lo pensó. Vos participas de ese proceso. Sí. No sólo lo describo sino que lo hago. Hemos incorporado las cosas más sofisticadas que hay en gestión a nivel global. Tomamos los métodos de gestión de la Toyota, de Google y los aplicamos a la agroindustria. La producción agrícola era siempre más primitiva. Donde se habla de la nueva economía de Williamson o de Douglas North es en el campo. No se habla de eso en la industria metalmecánica o siderúrgica. Donde se habla de que las empresas son un conjunto de contratos Ronald Coase, de la sociedad del conocimiento.
¿Y el mediano plazo?. Eras profesor de conservación de suelos y hoy apenas se recupera el 22 por ciento de los nutrientes que pierde el suelo.
Es reversible. Fertilizás con más cantidad de dosis de fósforo y lo recuperás en un año. Se debe a que se fertiliza poco por las retenciones porque hay un tipo de cambio para la soja y otro para el fertilizante. No es un problema permanente como la erosión. Se va a volver a fertilizar cuando bajen las retenciones. Al productor le conviene rotar y fertilizar. La soja sobre maíz rinde más pero el productor hace soja sobre soja porque si no pierde plata. El Plan Fénix habla del doble tipo de cambio y las ventajas macro pero se olvida de lo micro.
¿Vos decís que esa tendencia mundial de los commodities no va a cambiar? ¿Es un ciclo de cien años?
Sí, puede cambiar. Se tienen que morir 500 millones de chinos.