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corre cecilia corre
Cecilia Nicolini es quizás la única joven promesa del albertismo que mantiene intacta la proyección política, gracias al resultado práctico de sus gestiones. Pero pocos saben de sus angustias ante un orden económico global que se sarpa en cínico. En esta charla le pedimos un balance crítico del capitalismo farmaceútico, a partir de su experiencia en el corazón de la bestia.
03 de Octubre de 2021
crisis #49

 

“Cecilia tiene que ir más despacio, porque se va golpear contra la pared; ya le pasó con la carta a los rusos”. La advertencia proviene de un importante funcionario del gobierno, que se declara amigo personal de la asesora del presidente. Por esos días arreciaba el rumor de que podrían nombrarla canciller, en reemplazo de Felipe Solá. También se la mencionaba como posible cabeza de lista para la ciudad de Buenos Aires por el Frente de Todos. Tal el estrellato que Cecilia Nicolini consiguió durante la pandemia, gracias a su activismo geopolítico en la compra de vacunas.

La carta aludida por el consejero apareció en la portada de los diarios a mediados de julio y para ser más precisos era un mail dirigido a Anatoly Braverman, representante del Fondo Ruso encargado de gestionar la venta de millones de dosis Sputnik V a la Argentina. En ese correo Nicolini presionaba a su interlocutor, apelando a ciertos acuerdos incumplidos que la opinión pública no conocía. La operación mediática no pasó a mayores y la escribiente ofreció con buen tino las explicaciones del caso: a los intereses nacionales se los defiende con pasión, dijo.

De eso trata esta entrevista, de la improbable tarea de proteger a la humanidad en un mundo donde rige la ley de la selva: “al inicio de la pandemia muchos éramos optimistas sobre las posibilidades de cambios reales que pusieran en el centro la colaboración, la salida colectiva, la solidaridad. Pero al final, cuando algo escasea y de eso depende que sobreviva mi gente… yo también salí a conseguir vacunas para la Argentina, a defender el interés nacional y a pelear con quien sea para poder acceder a esas vacunas”.

Te escuché decir que el modelo de innovación y desarrollo del sector pharma está roto, es disfuncional e ineficaz, ¿por qué?

—Porque prima la opacidad, no se comparte el conocimiento, no hay transparencia con el rédito que genera la inversión del sector público que es altísima. Es uno de los sectores más rentables de la economía mundial y aún así sabemos muy poco de esos procesos de inversión pública y cuál es el impacto que luego tienen realmente en la sociedad, ya sea que redunde en precios justos de los medicamentos, o en transferencia de tecnología, de modo tal que no se prioricen solamente las redes de producción que a la industria le interesa. La clave está en el tema de las patentes y el control de los mercados, que muchas veces se les garantiza para poder desarrollar los altos grados de inversión que requieren estas tecnologías complejas, realidad que uno no niega, pero sería deseable mucha más transparencia en todo el circuito, para que el rédito social sea palpable.

¿No te parece que el problema está en el sistema de gobernabilidad que se constituyó luego de la finalización de la Guerra Fría, con el surgimiento de la Organización Mundial del Comercio (OMC)?

—Bueno, el problema es quién escribe las reglas del juego y cuáles son los países que se sientan en la mesa para decidir. Si vamos al tema vacunas, se ve claro que el 80% de la producción está concentrada en muy pocos países y son esos productores los que tienen la llave del poder, entre otras cosas porque han invertido durante muchos años para tener esa capacidad. La pregunta es cómo hacemos, en una situación de emergencia como la que vivimos, para que esos marcos e incentivos se desactiven y pueda primar la solución efectiva y racional que consiste en llegar con vacunas rápidamente y de manera uniforme a todas las naciones. Hay estudios que dicen que este año habrá países que casi no van a poder vacunar, mientras hay otros que ya están pensando en terceras dosis. El otro día leí que se habla de aplicar una cuarta dosis para poder viajar. Me parece que hay que volver a poner el foco en lo importante.

Sin embargo Estados Unidos, China y Rusia, que son los tres grandes productores, no tienen el mismo modelo de innovación y tecnología. ¿Vos percibiste diferencias que valga la pena tener en cuenta?

—En el tema del acceso a las vacunas nuestra experiencia fue muy distinta. Rusia es un país que se viene abasteciendo con un sistema de ciencia y tecnología muy destacado que se conoce poco, por eso cuando comenzamos a negociar con ella había mucha desconfianza. El cuello de botella en este caso tuvo que ver con la capacidad para escalar en la producción y se retrasaron con la demanda internacional, en un contexto además dominado por el nacionalismo de las vacunas: si yo produzco, me las quedo. China tiene otra capacidad productiva y lo vimos incluso antes de las vacunas, cuando se convirtió en la fábrica global de elementos de cuidado personal. Nosotros coordinamos decenas de vuelos para traer ese material y preparar al sistema de salud, mientras reconvertíamos la industria nacional con el objetivo de abastecer el mercado local. Y si bien también priorizó vacunar de manera acelerada a su población, trabajó muchísimo con los mercados internacionales y tanto Sinopharm como Sinovac han sido herramientas fundamentales en el caso de América Latina. En cuanto a Estados Unidos, creo que hubo una demora más importante en la decisión de distribuir sus vacunas a nivel global. Y aparece el debate sobre la transferencia de tecnología hacia otros países, porque no se trata solamente de donar vacunas, lo cual involucra al remanente o la fase final, sino de entrelazar mucho antes la cadena productiva para mejorar nuestra respuesta a las pandemias. Muchos dicen que la escasez de vacunas es algo artificial, porque si bien es un proceso complejo y se requiere muchísima inversión para implementar la transferencia de tecnología, hay países que tienen capacidad para asumir una parte del proceso –ya sea el fill and finish, la producción del antígeno, o colaborar para poder escalar. Pero no se hace porque hay muchos intereses en juego, que extraen rédito del control de esos medios de producción para así manejar el precio y la distribución.

“Una de las grandes cuestiones que enfrentamos durante la pandemia fue el mercado negro de vacunas. Te decían: ‘si me firmás esto y me ponés una carta de crédito y dinero en un escrow, en cuatro semanas te mando tres millones de Sputnik’“.

 

capitana tormenta

Cecilia Nicolini forma parte de una ristra de jóvenes y radiantes funcionaries que ingresaron a las grandes ligas de la política de la mano del “presi”. Ella, “Santi” Cafiero y Martín Guzmán son acaso el tridente que más lejos ha llegado en términos de conocimiento y responsabilidad, aunque solo la asesora parece eludir el temprano declive y sigue alimentando su propia proyección. Al igual que el ministro de Economía, Nicolini fue repatriada desde los Estados Unidos, luego de un posgrado en Harvard. Y hay algo más que ese trío de elite parece tener en común: es como si la política doméstica no fuera para ellos, como si los buenos modales y el perfecto inglés les condenaran a tener que hablarle al extranjero.

Allá afuera, sin embargo, es la intemperie. Un mundo en reconfiguración, que nadie sabe hacia dónde se dirige. En ese sentido, el kilometraje adquirido por Cecilia Nicolini en este largo año de encierro vale oro en términos de conocimiento práctico, corporal y de primera mano. Hay anécdotas increíbles, que parecen salidas de una serie de piratas y corsarios: “Una de las grandes cuestiones que enfrentamos durante la pandemia fue el mercado negro de vacunas. Yo recibí infinita cantidad de ofertas de supuestos intermediarios que te ofrecían de casi todas las marcas (Sputnik, Moderna, Sinopharm, Astrazeneca) a precios exorbitantes y en tiempos irrisorios. Te decían: ‘si me firmás esto y me ponés una carta de crédito y dinero en un escrow, en cuatro semanas te mando tres millones de Sputnik’. Cuando Rusia no estaba pudiendo entregarme y yo sabía lo que producía casi exactamente”.

¿Pero era una estafa o había empresas con la capacidad de hacer esa operación?

—En general eran estafas. Casi todos los países productores de vacunas negociaron directamente con los Estados, no había intermediarios, por lo menos en el marco de la pandemia. Por eso, cuando venían a ofrecerme, yo investigaba cada oferta yendo directamente a la fuente: “están ofreciéndome esto”. Recuerdo que una vez me dijeron: “Mirá Cecilia, podés comprar una Louboutin en el mercado de las pulgas de Nueva York; ahora, sí es verdadera o no is at your risk [queda a tu riesgo]”. Al final, siempre terminábamos llegando a intermediarios de dudosa procedencia. La verdad es que no sé cómo las conseguían: contrabando, mercado negro, robo de vacuna.

Pfizer desplegó una estrategia colonial de guante blanco muy agresiva. ¿Qué impresión te genera este tipo de lobby?

—Una impresión muy mala. Uno ve claramente la competencia entre farmacéuticas y los intereses que hay detrás, cuando estamos hablando de la vida y de recuperar la economía mundial, para que la gente pueda salir adelante. ¿Es posible transformar esta lógica? Me parece que el rol del Estado está en la regulación de los pasos previos: cuando ya tenés el producto, lo estás vendiendo y tenés la capacidad de negociar con la vacuna en la mano, no hay mucho margen. Los cambios se deben hacer antes, modificando los incentivos en la cadena de producción.

 

Mas allá de lo ideológico, ¿es más fácil para la Argentina hoy llegar a acuerdos sensatos con Rusia y con China que con los Estados Unidos?

—No lo sé. En este caso la indicación del presidente fue conseguir vacunas seguras y eficaces, lo antes posible. En Rusia y China pudimos acceder y fueron las que primero tuvimos a disposición, porque es cierto que encontramos canales más fluidos y abiertos de negociación. Me parece que es bueno para América Latina tener varias opciones y poder negociar lo que más convenga. Pero más allá de lo que haga uno u otro país, por grande que sea, no quita lo principal: todo el sistema es criticable y por eso digo que está roto. La pregunta es cómo generar marcos multilaterales y espacios de convergencia de intereses que nos permitan dar una solución global, porque se está pensando en dar cuartas dosis: muchachos, paremos un poco la máquina, hasta que no se vacune la última persona independientemente del país donde viva esto no va a terminar. Hay que pensar en nuevos mecanismos, por ejemplo suspender patentes al menos temporalmente para los medicamentos o las vacunas.

Si te entiendo bien, ninguno de los estados priorizó en serio el bien común, por ejemplo, ninguno suspendió la patente.

—En eso no hubo diferencias, sí manifestaciones que quedaron en el papel y en los foros internacionales. Varios dijeron “estamos de acuerdo en suspender patentes”. ¿Pero qué pasó? ¿Hubo alguna patente suspendida? Todavía no. Lo mismo con el mecanismo Covax, que veíamos tan auspicioso cuando se lanzó pero no prosperó. Las estadísticas globales dicen que todavía hay muchos países que no acceden a esas vacunas.

¿Qué sentido tiene entonces la Organización Mundial de la Salud? ¿Surge algún otro principio internacional de regulación con cierto criterio de justicia?

—Es que al final pesa más lo que deciden los países que el marco internacional. Tenemos que rever toda la cuestión del multilateralismo y cómo nos reorganizamos, porque no están dando soluciones reales a los países que lo necesitan y al final cada uno está casi en el sálvese quien pueda. Me parece que de ahí tenemos que salir. ¿Es posible? Esa es la gran pregunta.

“Al final pesa más lo que deciden los países que el marco internacional. Tenemos que rever toda la cuestión del multilateralismo y cómo nos reorganizamos, porque no están dando soluciones reales a los países que lo necesitan y al final cada uno está casi en el sálvese quien pueda”.

 

una cosa es decir y otra es hacer

“Si te ofrecieran, ¿vos estás para asumir más responsabilidades políticas?”, le pregunté hacia el final de la entrevista. “Estoy”, respondió sin dudar, dejando claro que voluntad de poder no le falta.

Además, desde aquel 17 de octubre de 2020 en que abordó el primer vuelo exploratorio rumbo a Moscú, cuando la vacuna aún era una vaga promesa de salvación, demostró una capacidad de trabajo que contrasta con la media gubernamental. También aprendió rápido la ciencia de la negociación y el arte de persuadir, a juzgar por los resultados que colocaron a la Argentina en el puesto 17 de la carrera mundial por inmunizarse. Su discurso fluye con soltura cuando habla con los medios, con la misma destreza con la que dicta una clase. Resumiendo: no hay dudas de que está bien rankeada para ocupar los puestos más exigentes de la gestión, sin perder incluso ese aspecto de vitalidad de quien disfruta la función pública.

Y sin embargo hay una cierta amargura, o quizás melancolía, en su tono de voz. Como si, a pesar de tanto esfuerzo, no se llegara a rozar el meollo del asunto. Como si la distancia entre lo que debería hacerse y lo que efectivamente se puede, entre el diagnóstico y la solución, fuera demasiado grande. Son los dilemas de una generación que debe delinear, si no quiere claudicar pronto, su propio para qué.

No hay una instancia de regulación global, los estados priorizan a sus poblaciones en una especie de guerra biopolítica, y el trasfondo es el poder de las corporaciones. ¿Lo demás son solo buenas intenciones?

—Sí, pero no es solo retórica porque en el camino podés hacer cosas que te permitan proponer otras reglas de juego. Por ejemplo, nosotros hemos conectado de forma directa a los países vecinos con el fondo de inversión de Rusia para que ellos también accedan a las vacunas. Vos me podrías decir “eso canibaliza la cantidad de vacunas que van a llegar a nuestro país”. Y sí, pero yo vivo en América Latina. Creemos en las salidas colectivas y en estos casos más que nunca debe verificarse la importancia de la integración regional. Lo mismo ocurre con la vacuna de Oxford y Astrazeneca, porque Argentina produce el principio activo, la parte final la hace México (con algunos problemas) y luego se redistribuye de manera equitativa entre los diferentes estados de la región. Uno podría pensar, según el nacionalismo de vacunas que se nos propone, que Argentina y México deberían quedarse con la mayor parte porque somos quienes la producimos. No lo hicimos así. Lo mismo rige para el intento de completar el ciclo completo de la Sputnik aquí en Argentina: no solamente es para cumplir nuestro contrato con la Federación Rusa, sino también para ayudar a que completen las entregas al resto de países de la región, por cierto con independencia del color político del gobierno.

Son interesantes estas iniciativas, pero no hay que dejar de ver que ninguno de los organismos de integración regional pudo actuar a la altura de las circunstancias. Directamente no existieron.

—Esa es una deuda que tenemos, porque nuestros mecanismos de integración siempre se han enfocado en las cuestiones económicas, transaccionales o de exportaciones, y me parece que el gran paso que hay que dar es a nivel político. Uno de los esfuerzos que estamos haciendo y me parece que puede ser un vehículo muy interesante es la Celac, a partir de la articulación fluida que existe entre Argentina y México.

Vos hablás de “una colaboración entre Argentina y México” para producir la vacuna de Astrazeneca, pero en realidad se trata de dos magnates que acordaron entre ellos. Lo mismo sucede con la producción de Sputnik por parte de un laboratorio privado. ¿Son ejemplos en los que se prioriza el bien común o expresiones vernáculas de cómo se impone el interés del pharma?

—Yo creo en el rol preponderante del Estado, sobre todo en estos sectores estratégicos, porque la creación de valor de estas empresas no se hace en el vacío sino a partir de una fuerte inversión pública. Y no solo tenemos que preguntarnos por el impacto social que tiene ese valor creado por la empresa, y cómo se hace más transparente, sino que debemos pensar al Estado como un agente creador de valor, no solo como alguien que redistribuye. No me voy a poner a discutir que las empresas tienen sus propios intereses, cosa que no me parece mal sobre todo en un sector altamente científico y tecnológico como es el pharma; pero en el caso concreto de Astrazeneca se acordó que las vacunas se iban a vender casi al costo, por lo menos durante el tiempo que durara la pandemia. Por eso el Estado acompañó con anuncios, distribución, diálogo constante, etcétera. Ahora bien, es cierto que necesitamos repensar cuál es el rol que pueda tener el Estado en esa instancia de diseño, desarrollo y producción de vacunas, para que pueda ser también un agente más de esa ecuación y no solamente un articulador político externo.

Lo que me dicen algunos especialistas es que hoy el sector público argentino no tiene la capacidad que sí poseen los laboratorios privados.

—Tiene capacidades, pero limitadas. El porcentaje que invertimos en ciencia y tecnología es todavía muy bajo, hay que incrementarlo más, así como hay que fortalecer el sistema de salud, cosa que estamos haciendo luego de que quisieron desmantelarlo durante cuatro años. Tuvimos la oportunidad de reaccionar a tiempo y dar respuesta a la emergencia, logramos que no colapsara, pero hay que seguir invirtiendo, no podemos contentarnos con poner un paredón para que no entre el agua. Ahora hay que construir bien los cimientos para impulsar esas capacidades productivas, el famoso “estado emprendedor” que puso de moda la economista Mariana Mazzucato.

“El porcentaje que invertimos en ciencia y tecnología es todavía muy bajo, hay que incrementarlo más. Ahora hay que construir bien los cimientos para impulsar esas capacidades productivas, el famoso estado emprendedor que puso de moda la economista Mariana Mazzucato”.

 

En relación al acuerdo con Gamaleya para que Richmond produzca la vacuna Sputnik, ¿hay algún horizonte de constituir un emprendimiento público-privado o el rédito va a ser de la empresa?

—En este caso, Richmond es una empresa privada que lanzó un fideicomiso para construir la planta y tiene aportes del sector público. Pero todavía está en un proceso de negociación que se da entre privados. Por eso hay cosas que no puedo revelar, por los acuerdos de confidencialidad: volvemos a lo mismo del sistema de incentivos y la falta de transparencia. Creo que sería muy importante que Argentina reciba una transferencia de tecnología, que el Estado tenga un rol importante, que la comunidad científica también, y que todo, esas capacidades y ese rédito, pueda ser más socializado. Lo estamos empujando.

Este reinado de la opacidad tuvo su máxima expresión en la negociación con Pfizer y el decreto que se firmó el 2 de julio, cuestionado incluso por sectores de la coalición oficialista en el Congreso. ¿La relación de fuerzas es tan asimétrica que no se pueden mantener mínimos parámetros de dignidad?

—El Estado argentino no ha firmado nada que fuera inaceptable. De hecho, fue la demora en firmar con tal o cual laboratorio lo que motivó que recibiéramos muchas críticas. Justamente porque sabemos muy bien dónde están los límites, y defender la soberanía es una prioridad para nosotros. En ese primer momento podríamos decir que no contamos con el poder de negociación necesario, por eso no pudimos firmar. Luego, las empresas farmacéuticas también van cambiando y van moderando sus exigencias. Así fue posible llegar a un acuerdo que cumpliera con las exigencias que plantea el laboratorio y a su vez salvaguardar los intereses del Estado Nacional. Ahora bien, estoy segura de que muchísimos países firmaron cosas inaceptables. Hay que cambiar ese poder que le damos a las farmacéuticas, cuando están negociando un bien que puede salvar a la humanidad. No estamos hablando de iPhones ni nada por el estilo, sino de salvar vidas. Hay que replantear por qué en un estado tan excepcional como esta pandemia no podemos decir cuáles son los precios, o las condiciones, o las cantidades que negociamos con las empresas. Quizás abriendo ese juego para que se visibilicen los intereses que hay detrás, se pueda generar una mejor distribución y que sea algo mucho más práctico y realista.

Si tuvieras que definir una estrategia posible para instaurar nuevas reglas de juego en función de una próxima pandemia, ¿por dónde empezarías?

—Yo creo que en América Latina tenemos una oportunidad con la Celac. Quizás empezaría por construir un mecanismo Covax regional. Otra cosa fundamental es desarrollar las capacidades productivas nacionales en términos de ciencia y tecnología. Hay que tener mucha audacia a nivel nacional para sentar precedentes y una impronta revolucionaria para poder cambiar estas cosas.

Hablando de revolucionario, los que más rápido llegaron a la vacuna en el continente fueron los cubanos. ¿Están conversando con ellos?

—Estamos viendo la posibilidad de ayudar a Cuba en el escalado de las vacunas. ¡Ellos tenían más de 40 proyectos! Así que imaginate lo que significa para un estado invertir en este sector. Ahora tienen cinco candidatos, que es un montón, en tiempo récord y están dando resultados muy buenos, porque no es una creación en el vacío sino muchísimos años de inversión en estas plataformas. Llegar a contar con una vacuna de Latinoamérica para Latinoamérica es algo realmente muy valioso, por eso tenemos que pensar cómo impulsar el desarrollo de Cuba.

¿En qué consiste concretamente la ayuda?

—Estamos trabajando en eso, cuando se pueda lo anunciaremos. Por ahora no podemos.

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