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un superministro para la tranquilidad
Cuando la vicepresidenta dijo en su carta al pueblo argentino que hay funcionarios que no funcionan, una persona quedó exceptuada de toda sospecha. El cerebro repatriado de Estados Unidos para reestructurar la deuda eterna se convirtió en la columna vertebral de un gobierno irregular. ¿De dónde salió y cómo piensa el ministro de Economía? ¿Cuáles son sus más fieles escuderos y por qué lo critican quienes no lo quieren? Todo lo que usted quiso saber sobre Martín Guzmán, y nunca pensó que se lo contarían.
Fotografía: Pablo Pazos, Fotografía: Esteban Collazo
09 de Diciembre de 2020
crisis #45

 

Un recorte de diario circula en los WhatsApp de funcionarios y dirigentes. Allí se ve a un púber Martín Guzmán (MG) en una foto blanco y negro. Tiene 17 años, rostro adusto, un trofeo en la mano. A su lado sonríe un grandote que también ostenta una copa pero de menor tamaño. En el artículo leemos: “Otra final que acaparó la atención fue la que protagonizaron en tercera Martín Guzmán y Carlos Formica. Este último se puso delante en el primer set, pero Guzmán igualó las cosas en el segundo y se preveía un último a matar o morir. Ahí todo fue para Guzmán que ganó de corrido”. Transcurría 1999 y el reportaje refiere al “Megatorneo de tenis que la Asociación platense organizó en las canchas del Círculo Policial”.

Para quienes lo conocen bien, la anécdota describe mejor que mil palabras la personalidad del actual ministro de Economía. MG forjó su carácter en la disciplina deportiva, no en el mundo de la política. Es más un competidor temible que un militante con talento de conductor. El resultado del match contra Formica muestra esa tenacidad que se le atribuye: 6-7, 6-4 y 6-0. Ni bien logró quebrar al grandote, le pasó por encima.

MG también se destaca en el fútbol: juega de 10, de doble 5 o incluso de 8, porque tiene despliegue y buena técnica, pero no es un virtuoso como lo pintaron las primeras crónicas del nuevo poder. Quienes mucho no lo quieren dicen que “más bien parece un 9” y que “es un poco comilón”. Sus amigos lo defienden: “Si hay buen nivel sí toca y arma juego; si ve que los compañeros de equipo son medio madera, entonces mucho no la pasa”.

La competencia para Guzmán no es apenas un juego. También en la vida académica y en la experiencia profesional rige la emulación permanente, una especie de rivalidad sana que lo impulsa a autosuperarse. Guillermo Hang lo conoció a los 15 años en una Olimpíada de matemáticas, en lo que sería el inicio de una larga amistad. Hang participaba porque le gustaban los números, pero jamás hubiera dedicado horas de adolescencia a repasar cuentas, fórmulas y teoremas. Por eso solo llegaba a la instancia regional, mientras MG viajaba para competir a nivel nacional.

Hang y Guzmán volverían a encontrarse en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de La Plata a comienzos del siglo veintiuno. MG insistía en rendir materias libres para acelerar la carrera y terminó la licenciatura en cuatro años y tres meses. Esa obsesión por ahorrar tiempo es una de las explicaciones que dan quienes le reprochan que malogra contactos que podrían resultar valiosos. Es lo único que le critica, por caso, Alberto Fernández. “Le falta un poco de calle”, dice.

Entre 2005 y 2007 hizo su maestría en la UNLP y luego partió hacia Providence, ciudad ubicada en el estado de Rhode Island, costa este de los Estados Unidos, para afrontar un superexigente posgrado en la Brown University. Tan severo era el régimen académico que de los quince alumnos que ingresaron ese año la mitad abandonó el curso. Fueron largos meses de estudio ininterrumpido, aunque tuvo tiempo para colarse en el equipo de soccer de la Universidad. Guzmán estaba decidido a ser el mejor promedio pero un becario chino era todavía más traga que él. Casi no dormía y amenazaba su lugar en el podio. Finalmente logró aventajarlo y se recibió con honores.

 

en teoría

En marzo de 2001 decidió estudiar Economía para entender por qué Argentina estaba sumida en una crisis tan aguda. Sus primeros días en la facultad coincidieron con la gestión de Ricardo López Murphy en el Ministerio, en reemplazo de José Luis Machinea. El Bulldog propuso un ajuste estatal inédito, que incluía un severo recorte del presupuesto para la educación. La propia gratuidad de la Universidad Pública se puso en cuestión. La movilización estudiantil no se hizo esperar y en la primera asamblea que se celebró ese año, Guzmán tomó la palabra. Dijo que no se podía retroceder en algo tan importante. Y que si el gobierno lograba imponer el arancelamiento, personas como él no iban a poder acceder a la formación universitaria porque no tendrían el dinero para costearlo. Para entonces bancaba su sustento organizando torneos y dando clases de tenis. López Murphy duró solo 15 días y lo reemplazó Domingo Cavallo. El gobierno de la Alianza buscaba así tranquilizar la economía.

Sin embargo, MG no tuvo militancia universitaria. Por ese entonces la disputa era entre los radicales de la Franja Morada y el Movimiento de Unidad Estudiantil (MUECE), una fuerza de izquierda independiente. Guzmán conversaba con ambos, pero sin comprometerse. Si algo no se sentía era peronista. Como cuenta siempre Axel Kicillof, para la generación que forjó su conciencia política durante los años noventa, el peronismo era sinónimo de Carlos Menem. Eso sí, a los 18 años ya era común escucharlo decir –con una seguridad más temeraria que ingenua– que sería ministro de Economía o presidente del Banco Central.

En una facultad cuyo staff docente es casi monolíticamente ortodoxo, las influencias teóricas de MG fueron tres: Daniel Heymann, titular de la materia Moneda, créditos y bancos; Patricio Narodowski, profesor de Teoría Económica Coyuntural; y Demian Panigo, docente crítico de Macroeconomía II. Narodowski lo adoptó como ayudante de investigación –le pasaba papers y libros para que resumiera–, a la postre el primer empleo de MG en la profesión. Panigo, hoy vicepresidente de Fabricaciones Militares, quedó fascinado por su desempeño como alumno y lo llevó a trabajar al Ministerio de Economía entre 2004 y 2006. En su oficina no había plata para las licencias en dólares de los programas de econometría que necesitaban para trazar modelos macroeconómicos heterodoxos. Como no querían piratearlos, una vez Guzmán se ofreció a sacar las cuentas a mano. Al día siguiente llegó con las 14 páginas de cálculos que le llevó invertir una matriz de 18 por 18, una meta casi sobrehumana.

Pero el mayor influjo en su formación provino de Heymann, referente de la síntesis neoclásico-keynesiana, quien hoy se desempeña como asesor ad honorem del ministro. Heymann lo promovió como ayudante en su cátedra, luego fue su tutor de tesis y más tarde envió sus recomendaciones a Peter Howitt, que lo recibió en Brown y fue su mentor en las grandes ligas entre 2009 y 2013.

Cuando Guzmán terminó el PhD con el mejor promedio, llovieron las ofertas laborales. Lo pidió la Reserva Federal yanqui, el Banco Central de Israel, Petrobras le propuso un salario estratosférico. Él decidió ir con Joseph Stiglitz, para seguir su carrera académica en la Universidad de Columbia, en el corazón de Manhattan. Allí comenzó ganando 1500 dólares por mes, pero pronto dejaría de ser apenas un discípulo para convertirse en el más íntimo colaborador del premio Nobel.

Hay algo en lo que coinciden tanto sus detractores en el gobierno como quienes integran su equipo de gestión: Guzmán es un bicho raro entre los economistas que el peronismo valora, porque las bases de sustentación de su bagaje teórico no son estructuralistas. “No forjó su pensamiento en torno a las lecturas de Aldo Ferrer, Raúl Prebisch o Marcelo Diamand... Tampoco de los brasileños Celso Furtado o Theotonio dos Santos. Ni siquiera de Julio Olivera”, cuenta uno de sus íntimos. Y aunque en Columbia se empapó del espíritu crítico del progresismo demócrata, sus pilares conceptuales nunca dejaron de ser neoclásicos.

Hay algo en lo que coinciden tanto sus detractores en el gobierno como quienes integran su equipo de gestión: Guzmán es un bicho raro entre los economistas que el peronismo valora, porque las bases de sustentación de su bagaje teórico no son estructuralistas.

 

en nombre de la rosca

La primera vez que lo entrevistamos fue el 6 de diciembre de 2018. Nos citó a las seis de la tarde en la Facultad de Economía de la UBA, donde ejercía como profesor asociado. Esa noche Gimnasia de la Plata jugaba la final de la Copa Argentina contra Rosario Central y él debía viajar 60 kilómetros para vivir el acontecimiento deportivo en familia. Quisimos conocerlo por recomendación de Alberto Fernández, por entonces operador insignia de la unidad del peronismo pero inimaginable como candidato presidencial. “Si querés entender cuál es la naturaleza de la crisis argentina y cómo salir de ella, tenés que hablar con un pibe que se llama Martín Guzmán”, nos dijo el hoy presidente de la República. También Matías Lammens, que se perfilaba como candidato a jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires, decía que era un crac.

Aquel día le preguntamos a Guzmán si pensaba retornar a la Argentina y dijo que volvería solo para ser ministro de Economía de la Nación. Un poco desconcertados, repreguntamos: “Si Lammens llegara a ganar la Ciudad, ¿no te gustaría ser ministro en la Capital Federal?”. Con su mejor sonrisa de humildad, la respuesta no fue positiva: era el puesto principal, o nada. No la tenía fácil porque la lapicera estaba en manos de Cristina Fernández, cuyo principal consejero en el rubro seguía siendo Kicillof.

Con Axel había tenido una rara primera cita, cuando ambos fueron invitados a participar de un evento en Ecuador. Guzmán supo que tomarían el mismo vuelo y pidió a la aerolínea cambiar de asiento para viajar a su lado. Durante tres horas conversaron de economía y MG explicitó sus opiniones sobre la gestión ministerial del ahora Gobernador. Kicillof no fue muy receptivo a las críticas, que más o menos sonaban así:

—Considero que durante el kirchnerismo tuvimos una oportunidad perdida. Porque se hizo política económica de manual progresista: se atacaron los problemas de inclusión social, se abrió una posibilidad en términos de control de la inflación, pero al profundizar un esquema que funcionó en ciertas condiciones cuando esas condiciones cambiaron, en lugar de adaptar el esquema lo que pasó fue que perdimos el sendero virtuoso. El esquema macroeconómico no estuvo bien pensado. Cuando comienza el período de Néstor Kirchner el país atraviesa una etapa muy diferente a la que luego enfrenta entre 2008 y 2011. En el 2003 había una alta capacidad ociosa y una coyuntura internacional positiva, por lo que el gasto del Estado debía orientarse a empujar la demanda, en un círculo virtuoso de inclusión y rápido crecimiento. Pero en cierto momento las restricciones a la oferta empiezan a operar y comienza a ser necesario hilar más fino. La proposición del kirchnerismo es que el crecimiento puede ser impulsado por la demanda siempre. Pero esa proposición no se puede sostener de forma general. Si así fuese, los problemas del desarrollo ya estarían resueltos, pero justamente existen las restricciones de recursos, y son restricciones físicas. Lo que terminó pasando en la Argentina es que ese esquema generó presiones en dos frentes: el externo, que se resuelve con el cepo, aunque en realidad no es una solución; y los precios, que se manifiesta en más inflación.

Por esa misma época Guzmán quiso conocer a Juan Grabois, el joven dirigente que estaba transformando la narrativa de los movimientos sociales desde una extraña mezcla entre la estética rebelde de la izquierda latinoamericana y la opción por los pobres del papa Francisco. Por eso fue a tomar unos mates en el patio de su casa de Villa Adelina, acompañado por Sergio Chodos –actual Director por el Cono Sur ante el FMI, a propuesta del gobierno argentino– y Rodrigo Ruete –hoy secretario de Relaciones Institucionales del Ministerio. Juan Francisco Navarro, hijo del Chino, ofició de presentador. El objetivo de MG era llegar a Bergoglio para juntar fuerzas en contra del sistema financiero internacional.

“Grabois le dio un curso acelerado de rosca argenta –cuenta uno de los participantes. Comenzó diciéndole que no confiaba en él, porque Stiglitz había sido asesor de Clinton y directivo del Banco Mundial, poco menos que un enemigo para los pueblos de la Patria Grande. Después le planteó que podía transmitirle la solicitud al papa de manera formal, como tantas otras; o bien podía hacer un esfuerzo para interesarlo especialmente. Para conseguir lo segundo, Guzmán debía lograr que Stiglitz hiciera gestiones a favor de los movimientos sociales. En síntesis, no había pasado una hora y ya lo estaba poniendo a trabajar para la CTEP”.

Era evidente que la comitiva no había logrado su cometido. Sin embargo, mientras regresaban hacia Capital por la Panamericana, MG se mostró entusiasmado: “Este pibe es muy inteligente”, sentenció.

 

que la patria os lo demande

Algo en su cabeza hizo clic cuando Mauricio Macri ganó las elecciones en 2015. Ese día comenzó a retornar al país. “No es que hagan las cosas mal dentro de su esquema, sino que directamente el esquema nos lleva a un deterioro de las capacidades productivas y del tejido social: Argentina en los próximos años va a ser una sociedad más hostil”, decía a quien quisiera escucharlo. A partir de 2016, Guzmán brindó charlas y entrevistas a granel. Construyó interlocuciones con actores políticos y sindicales. Reavivó viejos vínculos con la academia local. Chodos fue su lazarillo para moverse entre los laberintos del peronismo. Su prédica concitó el interés del Instituto Gestar, órgano formativo del PJ dirigido por Diego Bossio. Luego se convirtió en uno de los referentes económicos del grupo Callao, desde donde Santiago Cafiero articuló al albertismo.

El equipo que lo acompaña en el Ministerio es un muestrario de las distintas etapas que atravesó en su vertiginoso ascenso. De un lado “los platenses”, con fuerte presencia en la Secretaría de Finanzas a través de su titular Diego Bastourre y del subsecretario de Financiamiento Ramiro Tosi, quienes convocaron para su equipo a exdirectivos del Mercado de Valores y encendieron por eso algunas alertas en el Instituto Patria. Fernando Morra, que ocupa la Subsecretaría de Programación Macroeconómica y trabajó bajo las órdenes de Hernán Lacunza en el gobierno de María Eugenia Vidal, también dio clases en la cátedra de Heymann. Melina Mallamace, jefa de la Unidad Gabinete de Asesores, fue su discípula en la UNLP. Por último, su viejo amigo Guillermo Hang asumió como nexo de Economía con el Banco Central.

El otro anillo íntimo es el de “los políticos”, encabezado por Chodos, un abogado especializado en mercados financieros que también disfrutó el bucólico campus de Columbia y ocupó la Secretaría de Finanzas entre 2003 y 2006 bajo las órdenes de Roberto Lavagna, pero que luego encontró su referencia política en el hoy marginado Amado Boudou. Rodrigo Ruete, politólogo de la Universidad Católica, es el enlace con el Congreso y los intendentes. El secretario privado Pablo Salinas también estudió Ciencias Políticas y, como Ruete, proviene del Instituto Gestar –donde se fascinó con el histórico operador Chueco Mazzón. El único economista de esa mesa chica es Roberto Arias, actual Secretario de Políticas Tributarias, quien conoció a Guzmán en 2016 cuando coordinaba el área de estudios de Gestar. En un grupo donde los varones son amplia mayoría, el ala izquierda es feminista: la doctora Mercedes D´Alessandro ocupa la dirección nacional de Economía, Igualdad y Género, y fue reclutada por MG en Nueva York, donde solían reunirse a debatir junto a otros economistas argentinos preocupados por la crisis del país.

La noticia de que sería ministro de Economía le llegó el 19 de noviembre de 2019 a Ginebra, donde se estaba celebrando la Conferencia de Gestión de la Deuda de la Unctad, una división de la ONU. Guzmán presentó allí una ponencia de 26 filminas, titulada: “Resolución de crisis de deuda soberana: ¿será esta vez diferente?”. Dos gráficos llamaron la atención del auditorio. Eran los pronósticos fallidos del Fondo Monetario para Grecia entre 2009 y 2014, y para Argentina entre 2017 y 2018. Auguraban una relación mucho más confrontativa que la que luego terminó tejiendo. Fue en esa conferencia donde expuso por primera vez su propuesta de no pagar a los privados capital ni intereses de la deuda por dos años, y no pedir nuevos desembolsos al Fondo. A la flamante directora gerente del FMI, Kristalina Georgieva, la conoció pocos días después en Washington, a pedido de Alberto Fernández.

Por esas horas frenéticas volvimos a hablar, esta vez por WhatsApp. Los diarios replicaban su presentación en Ginebra, pero todavía sonaban Kulfas o incluso Redrado para la silla del quinto piso del Palacio de Hacienda.

—Nos va a tocar resolver una crisis difícil. Va a haber que explicarle muchas cosas a la sociedad.

¿Ya sabés si vas a participar en el gobierno?

—Todavía no. Lo más importante es que haya una idea de país y políticas sensatas.

¿Cuál es el mensaje central de lo que dijiste en Ginebra?

—La cuestión de los intereses. En 2020 y 2021 no podemos pagar nada. Cero.

¿Y por qué aceptarían los acreedores dos años de no cobrar?

—Nada asegura que lo acepten. Pero el tema es que para poder pagar hay que generar capacidad de repago. Y para eso hay que hacer otras políticas macro, incluyendo parar con la austeridad, que requieren que tengamos más espacio fiscal. Si pagamos los intereses, continuaremos en una espiral de más recesión y por lo tanto la sostenibilidad empeorará. Y la situación terminará mal.

Es cierto, pero Wall Street no parece ni cerca de aceptarlo.

—Veremos.

 

póker con los tiburones

Una anécdota resume hasta dónde es capaz de sustraerse del contexto. En medio de la euforia mundialista de Río de Janeiro en 2014, ninguno de los amigos con quienes viajó para ver la Copa podía determinar dónde se había metido durante el famoso partido de semifinales en que Alemania liquidó al local por 7 a 1. El match era importante porque definía al posible rival de Argentina en la gran final. Lo llamaron, lo buscaron por todos lados, hasta que finalmente lo hallaron en un cuartito que nadie usaba del departamento que habían alquilado. Estaba estudiando.

Otros observadores lo definen como “un sajón”: “el tipo no se calienta jamás, no parece latino, es distante y metódico, nunca levantó la voz, siempre flemático, pero firme”. Guzmán se involucró personalmente en las negociaciones con los acreedores privados externos, cosa que los expertos desaconsejan. “Convenía que fuera el secretario de Finanzas, o el titular de la Unidad de Renegociación de la Deuda, que para eso está, pero él quiso participar desde el inicio en las reuniones”, asegura uno de quienes lo secundaron.

Chodos estuvo a la par suyo durante los tramos más ásperos. Un día a fines de abril hizo terrorismo por Zoom ante el emisario de una aseguradora global que no aceptaba la quita. “¿Vos creés que Argentina va a ser tu único problema dentro de seis meses?”, le preguntó. El financista respondió que el problema no era la crisis global sino lo rápido que Argentina volvió a decepcionar a Wall Street, después de las ilusiones que había generado Macri. Chodos le propuso volar con la imaginación. “Si ustedes lograran echar a Guzmán e incluso al presidente y poner a otro, supongamos que a José Luis Espert o a Ricardo López Murphy, ¿te parece que Argentina va a poder pagar el deal (arreglo) que te ofrecerían ellos?”.

Durante aquellos primeros escarceos, el Ministro decidió confrontar con BlackRock con la lógica del lobo joven que desafía al macho alfa de la manada. Si doblegaba al fondo de inversión más grande del mundo, con activos por el equivalente a quince PBI argentinos, los demás se inclinarían a lamerle el hocico. Por eso en mayo hizo pública la contrapropuesta que le envió el grandote de Wall Street, un refinanciamiento sin quita de capital ni intereses que no cambiaba nada. La amenaza de los artilleros de Larry Fink, CEO de BlackRock, estaban subiendo de tono:

—Yo no sé si ustedes tienen claro con quiénes se están metiendo. Nosotros tenemos espalda y podemos sentarnos a esperar a negociar con otro gobierno que entienda a los mercados. Como los entendía el gobierno anterior, por ejemplo.

Esa misma noche el ministro le contó el episodio a Alberto Fernández, que convocó para el anuncio de su primera oferta a los gobernadores, especialmente a los opositores, y también al jefe de la Cámara de Diputados, Sergio Massa –un pedido particular de Guzmán, que empezaba a rezongar por las negociaciones paralelas que mantenía el líder renovador con lobistas de Wall Street.

Al final, ambas partes cedieron y el macho alfa no se dejó doblar el brazo por el joven retador. La oferta inicial, lanzada el 21 de abril, se prorrogó seis veces: primero al 24 de mayo, después al 12 de junio, luego al 19 de ese mes, más tarde al 24 de julio, al 4 de agosto y finalmente al 28 de agosto. La quita propuesta por Guzmán se fue reduciendo en cada prórroga y el cronograma que permitió reestructurar el 99% de los bonos elegibles, implicó pagos por 16.500 millones de dólares más que la oferta original. El acuerdo y sus términos fueron celebrados por Luis Caputo, Lacunza y Guido Sandleris, tres de los economistas de Macri que todavía se animan a hablar en público en medio de la crisis que dejaron como herencia envenenada.

El Gobierno de todas formas consideró a la renegociación un éxito y, sobre las adendas y “endulzantes” a la oferta inicial, destacó que el resultado representaba un ahorro de 30.000 millones de dólares sobre los 66.000 millones que se reestructuraron. La pregunta que quedó pendiente es si el recorte fue “demasiado poco y demasiado tarde”, como se titula el libro que coeditaron en 2016 Guzmán, Stiglitz y José Antonio Ocampo bajo el sello de Columbia University Press. Con un enfoque estrictamente académico, lo que sostenía Guzmán en aquel volumen es que el 60% de las renegociaciones de deudas no llegan a tiempo y que los acreedores no ceden lo necesario para hacerlas pagables.

Ahora falta conocer el resultado de la negociación con el FMI, que viene atado al remanente con el Club de París –al que Macri decidió abonar solo las cuotas mínimas comprometidas en su momento por Kicillof, lo que disparó intereses punitorios adicionales. Guzmán argumenta que su norte es recrear un mercado de deuda en pesos que le permita al Gobierno (no a este, sino a los que vengan) financiarse localmente, sin acudir al ahorro externo. Casi una quimera.

 

truco con los avestruces

Cuando Guzmán fue anunciado como el elegido por Alberto Fernández para encender la economía, en el organigrama ministerial ya había algunos casilleros ocupados. Los más relevantes, Raúl Rigo en Hacienda y Haroldo Montagu en Política Económica –con rango de viceministro. El “custodio de la caja”, como llaman a Rigo en el equipo, chequea el saldo del Tesoro cada mañana antes de desayunar. Melómano obsesivo, los domingos comparte citas bíblicas al grupo de WhatsApp. No es el único pañuelo celeste del team, aunque MG es partidario de la despenalización del aborto.

A pesar de su poca expertise para las internas políticas –“no logro hacerle entender que tiene que aprender a pegar debajo del cinturón”, se desespera uno de sus consejeros más influyentes–, durante el primer año de les Fernández no paró de ganar espacios en el área económica, imponiendo criterios y sumando atribuciones a costa de jugadores inicialmente mejor posicionados como Miguel Pesce o Matías Kulfas. Al ministro de la Producción, le sustrajo la estratégica Secretaría de Energía. Tras nueves meses de parálisis por la ineficiencia de un macondiano ingeniero nuclear llamado Sergio Lanziani, la repartición migró de cartera en septiembre y asumió en su lugar el neuquino Darío Martínez, propuesto por Cristina Fernández con aval de las grandes petroleras privadas.

A pesar de su poca expertise para las internas políticas –“no logro hacerle entender que tiene que aprender a pegar debajo del cinturón”, se desespera uno de sus consejeros más influyentes–, durante el primer año de les Fernández no paró de ganar espacios en el área económica.

 

Quienes apostaron a que sería apenas el ministro de la reestructuración de la deuda para luego dejar paso a algún personaje con mayor rodaje y gravitación, ahora reconocen que se ganó el puesto. Algunos lo atribuyen a su pericia técnica y otros a que su libido depositada íntegramente en el trabajo le permite sobresalir en una administración signada por la mediocridad. Pero uno de sus contendientes tiene un argumento más razonable: “Es el único del equipo económico que habla con Cristina, y esa es la clave de su éxito”.

A sus amigos les confesó que, para él, reunirse con CFK es como conversar con una prócer. Pero lo que más disfruta de esos encuentros es la sensación de estar rindiendo un examen exigente. El repertorio de preguntas suele ser extenso y el interrogatorio llega a niveles de detalle asombrosos.

En las tres tertulias que mantuvo a lo largo del año 2020 con los principales empresarios del país, por el contrario, se lo vio incómodo. No hay una estrategia oficial definida en esos encuentros, más allá del obvio intercambio con el poder económico. Pero MG prefiere evitar cualquier cercanía y quizás por eso apela a los buenos oficios de intermediarios como el jesuita Rodrigo Zarazaga, a quien conoce desde sus épocas en Columbia.

Zarazaga y el petrolero Miguel Gallucio se dividieron las invitaciones para el primer encuentro que tuvo lugar el 27 de mayo, con la presencia por Zoom de Paolo Rocca, Luis Pagani, Verónica Andreani, Enrique Cristofani, Carlos Miguens Bemberg y Federico Braun. En esa primera reunión a Guzmán se lo vio dubitativo, incluso con cierto temor. “Es lo peor que podés hacer frente a estos muchachones”, asegura alguien que presenció en vivo el coloquio. Eran los tiempos en que una parte del sector empresario operaba la candidatura de Redrado para reemplazarlo. Como buen principiante, MG se angustió porque la reunión se había filtrado a la prensa: “¿No habíamos dicho que era secreta? ¿Dónde queda la confianza que necesitamos construir?”, lamentó con ingenuidad.

La segunda juntada fue el 2 de noviembre, en respuesta a una invitación formal que cursó la Asociación Empresaria Argentina (AEA). Pero en lugar de jugar de visitante, Guzmán pidió que se hiciera en el Ministerio. Y puso como condición que fuera presencial. Repitieron Rocca, Miguens, Bemberg, Braun y Cristofani; se sumaron Jaime Campos (presidente de AEA), Alberto Grimoldi, Alfredo Coto y María Luisa Macchiavello (Droguería del Sur); y la gran sorpresa fue el arribo a último momento de Héctor Magnetto, capo de Clarín. Distintas fuentes coinciden en que esta vez MG pareció más plantado. “Entre una y otra reunión se había sellado el acuerdo de reestructuración con los acreedores externos, y eso para los empresarios fue una cucarda en el pecho de Guzmán”, dice Zarazaga en sus oficinas del Centro de Investigación y Acción Social (CIAS). El ministro hizo una primera exposición general, luego escuchó a todos los presentes, y al final respondió uno por uno con especial énfasis en las devoluciones a Rocca y Magnetto. Poco después apareció en el programa de Víctor Hugo Morales y remarcó: “Puede haber diferencia de visiones, el punto es que hoy la conducción la tenemos nosotros. Importa mucho el diálogo, ayuda el diálogo, pero tomando la responsabilidad de aceptar que el pueblo argentino eligió a Alberto Fernández para avanzar con una visión de país diferente a la del gobierno anterior”.

El 20 de noviembre se celebró el tercer mitin, organizado esta vez por Economía para presentar a los empresarios de AEA con los enviados del FMI. Los millonarios respaldaron al ministro en la negociación con el organismo de crédito, pero se quejaron de la carga impositiva –especialmente del impuesto extraordinario a sus grandes fortunas– y manifestaron preocupación por la brecha cambiaria, aun cuando la disparada del dólar paralelo ya parecía controlada. El Fondo tomó nota.

A sus amigos les confesó que, para él, reunirse con CFK es como conversar con una prócer. Pero lo que más disfruta de esos encuentros es la sensación de estar rindiendo un examen exigente. El repertorio de preguntas suele ser extenso y el interrogatorio llega a niveles de detalle asombrosos.

 

compañera kristalina

Por la relación que tejieron con ella durante la renegociación de la deuda con los privados, la preferida de Guzmán y Chodos es Julie Kozack –“compañera Kozack”, la llaman en broma entre ellos. Oriunda de New Jersey y menos consustanciada que otros burócratas del Fondo con los intereses de los ejecutivos de Wall Street, a quienes alguna vez contó que desprecia por petulantes, Kozack exhibe su experiencia en Islandia como un diploma de heterodoxo pragmatismo. Entre 2009 y 2012 fue la encargada de supervisar el rescate financiero al país de Björk, donde por primera vez el FMI avaló un cepo cambiario estricto. Tras derretirse peor que la Argentina con Macri, la economía islandesa salió a flote.

El islandés es el modelo que propone Emmanuel Álvarez Agis, exviceministro de Axel Kicillof ahora reconvertido en consultor privado de banqueros, empresarios y fondos acreedores. Álvarez Agis fue uno de los que más celebró el pacto del ministro con los acreedores. “Es la única vez en la historia que puedo decirte ‘vendé dólares’ sin miedo a equivocarme”, exageró. Semanas después, cuando el dólar volvió a repicar en el mercado paralelo, prosiguió en su defensa de Guzmán, esta vez en la interna con Pesce.

Cuando el presidente decidió entronizarlo como primus inter pares del equipo económico, en medio de la corrida cambiaria que empezó a acelerarse en septiembre y estalló en octubre, el gobierno encaró un giro hacia la ortodoxia. Por orden de Guzmán se emitió nueva deuda en dólares para que pudieran comprarla fondos de Wall Street como Pimco, que habían quedado “atrapados” por el cepo de Guido Sandleris mientras practicaban ciclismo financiero en pesos. Además, se frenó en seco la emisión. También llegó al Congreso el proyecto de Presupuesto 2021, con un recorte del 14% en términos reales de las partidas sociales, y la nueva fórmula de actualización previsional que desenganchaba las jubilaciones y la AUH de la inflación. Finalmente, fue él quien le dijo a Alberto que no se podía pagar la cuarta cuota del IFE. “A la larga, en la segunda o tercera vuelta, son pesos que terminan en el dólar paralelo”, aseguró.

Pese a todo, MG se enoja cuando le dicen que está ejecutando un ajuste. “Pasa que Stiglitz, para Estados Unidos, es la extrema izquierda. Aunque ordene un recorte, Martín siempre va a autopercibirse progresista”, lo interpreta uno de sus colaboradores. Él habla de “tranquilizar” la economía y su caballito de batalla es la “sostenibilidad”.

En la última conversación que tuvimos, le preguntamos si durante su primer año de gestión se había encontrado con algo muy distinto a lo que imaginó cuando decidió repatriarse. Respondió inconmovible: “Salvo la pandemia que nos cambió todos los planes, el resto está bajo control; me encontré con gente muy capaz y estamos tranquilos porque creo que las cosas van saliendo como previmos”.

¿Y qué respondés a quienes están preocupados por tanto fiscalismo en un año electoral?

—Que lo peor que nos puede pasar en el año electoral es que haya otra devaluación.

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