A tono con la situación material del país, el ministro de Desarrollo Productivo adelgazó 14 kilos durante los meses que lleva en el gobierno. Pero a contramano de la percepción mayoritaria, Matías Kulfas trasmite un “moderado optimismo” sobre el futuro próximo de la economía. Su diagnóstico emana de un barbijo con la imagen de Jimi Hendrix (“tengo también uno de Spinetta y otro de Perón; hay que ponerle onda”, dirá durante la sesión de fotos). Y de su propia experiencia ministerial en medio de la pandemia:
—A veces se subestima la capacidad estatal, pero recordemos cuando comenzó la cuarentena cuáles eran los factores de riesgo. Desabastecimiento por las restricciones a la movilidad, disparada fuerte de la inflación, pérdida de empleo, conflictividad social, quiebras masivas de empresas. Está claro que la situación es delicadísima y claramente daños hay, pero no hubo desabastecimiento, la inflación estuvo controlada y este año será la mitad que el pasado, casi no hubo conflictividad social, implementamos el IFE y la indigencia pareciera que hasta se redujo, la caída del empleo formal fue tres veces más baja que la de Brasil y cinco veces más baja que la de Chile. Todo eso se hizo con este Estado y con la voluntad política de nuestra fuerza, que supo actuar con rapidez en la urgencia.
Sin embargo, cuando ingresamos a la mole de cemento y mármol que levantó Juan Perón en 1949 para emplazar el Ministerio de Industria y Comercio, en Diagonal Sur y Alsina, el debate mediático seguía revoloteando en torno a las medidas anunciadas por el equipo económico con el objetivo de evitar la devaluación del peso. Con una moneda tan débil, parece difícil tener un Estado fuerte.
El gobierno acaba de tomar medidas que reconoce como antipáticas, con el objetivo de atajar el problema de la falta de dólares. ¿Son temporarias o llegaron para quedarse?
—Son temporarias. Queremos ir hacia un esquema que no sea ni la desregulación del período Macri, que mostró su claro fracaso, ni tampoco restricciones tan fuertes que terminan generando dificultades con el sector externo. Lo cierto es que venimos de una situación donde esta crisis de falta de dólares se aceleró muchísimo. Recordemos: Macri en diciembre del 2015 decide la eliminación de las anteriores restricciones cambiarias; en abril de 2016, a partir de un acuerdo con los fondos buitre, ingresa una cantidad enorme de financiamiento externo; y ya en abril de 2018 esa fase se agota. Fue por lejos la etapa más acelerada y corta de los períodos de sobreendeudamiento y valorización financiera. Recapitulemos: el primero fue el de Martínez de Hoz durante la dictadura militar, un proceso que arranca en 1976 y entra en crisis en 1981, cinco años de valorización financiera con consecuencias gravosas para el país. Luego tuvimos el período de los noventa: Cavallo cierra el acuerdo Brady en 1992 y hasta 2001 se vivió un proceso de cierta bonanza financiera, que terminó de la peor manera. Y esta de Macri sería la tercera experiencia, muy nociva y tremendamente corta, pues apenas duró dos años: prácticamente no se llegó siquiera a ver ese período de aparente bienestar que genera el ingreso de capitales financieros, donde por un rato se genera cierta estabilidad y algunos negocios empiezan a florecer, como se verificó en el caso de los noventa o con la falacia de bienestar de la “plata dulce” en el período de la dictadura. Está claro que estos son atajos, el problema de fondo se resuelve mejorando la capacidad productiva, por un lado, y en segundo lugar generando condiciones estructurales para fortalecer el ahorro en moneda nacional.
Pero en lo inmediato, ¿cómo imaginás el gobierno que puede pilotear una salida de estas restricciones sin una devaluación del peso argentino?
—Para empezar, nosotros consideramos que el valor del tipo de cambio real es razonable para lograr los objetivos de más exportaciones y más ahorro de divisas por producción local que reemplace importaciones. No tenemos un problema de atraso cambiario como en otros períodos históricos. Avanzar en una devaluación que equipare el tipo de cambio oficial con los paralelos significaría repetir lo que ya vimos en 2018 y 2019. Recordemos: abril de 2018, el dólar pasa de 20 a 28, después en septiembre, de 28 a 42, y en agosto del año pasado, de 45 a 60. Ese proceso de triplicación del tipo de cambio en un período de 18 meses duplicó el nivel de in ación, afectó severamente el salario real y agudizó la recesión. Y encima la receta del gobierno anterior fue una suba brutal de la tasa de interés, con una mayor afectación sobre la economía real.
¿A qué se debe entonces la presión sobre las divisas? ¿Hay sectores que están especulando en función de una devaluación?
—Como siempre, hay especulación. Hay sectores que están permanentemente arbitrando y viendo cuál es la mejor opción en el sector externo y en el mercado de cambios. Eso es un dato de la realidad, pero no creo que opere una mirada conspirativa, sí especulativa. El problema central es que el gobierno anterior dejó un Banco Central con un nivel de reservas que no es el óptimo, la economía está en recesión, fracasaron la política monetaria y el acuerdo con el FMI, y hay un problema de desconfianza. Más la pandemia, que afectó cualquier perspectiva de recuperación económica en el comienzo del nuevo gobierno. Recién ahora estamos empezando a ver señales claras de reactivación, después de lo que fue la brutal caída de la actividad del mes de abril, que puede haber sido el peor mes de la historia económica argentina. En la medida que podamos restablecer la confianza, generar una mayor afluencia de divisas, junto a la recuperación del salario real y el mercado interno, entendemos que se va a ir revirtiendo este déficit.
¿El sector agroexportador no está apostando a una devaluación del dólar oficial para maximizar sus ganancias?
—No diría que están apostando, sino que son sectores que permanentemente toman decisiones según la circunstancia. No creo que haya una conspiración para forzar la devaluación, lo que hay son sectores que obviamente toman decisiones de acuerdo a un escenario de precios relativos. Están mirando el precio internacional, el nivel del dólar, el nivel de los futuros, los precios de la futura cosecha. Y en base a eso, toman decisiones.
Vos pensás que son actores que carecen de racionalidad política y solo actúan según cálculos económicos.
—A ver, en el mundo de los agroalimentos hay sectores que sí tienen una visión política, de hecho hubo un grupo que integró abiertamente el gobierno anterior, y tiene un interés más ideológico que sectorial. A ese sector no le interesa dialogar con el gobierno, lo que quiere es cascotearlo. Pero es minoritario. Durante los últimos meses se conformó el Consejo Agroindustrial Argentino, que reúne a 50 cámaras de distintas cadenas y vinieron con una propuesta de diálogo que a nosotros nos pareció muy interesante. Estamos discutiendo cómo planteamos el crecimiento del sector en la próxima década, y el desafío es el que sugería Aldo Ferrer: lograr que el sector agroalimentario sea una pieza del desarrollo nacional y no un apéndice del mercado mundial de alimentos. Agregar valor en origen, fomentar las economías regionales, transformar materia prima en carnes.
Pero, ¿y por qué entonces no liquidan? Cuando se juntan con este Consejo, ¿hablan de lo que habría que hacer de acá a diez años o también discuten cómo se sale de esta crisis?
—Ellos van liquidando lo que necesitan, esa es la realidad. Seguramente habrá alguno que tenga una actitud reactiva, y otro simplemente lo que está haciendo es una cuenta, hace un análisis financiero y dice: si liquido ahora obtengo cierta cantidad de pesos y a lo mejor liquidando dentro de 30 o 60 días consigo mejor rendimiento. Es simplemente eso. Podés llamarlo actitud especulativa, sí, pero es el modo en el que administra su cartera todo aquel que tiene algún excedente financiero.
restricción eterna
Con la derrota de 2015 todavía fresca, y casi sin estadísticas que se aceptaran como válidas a uno y otro lado de la grieta, Kulfas se animó a trazar un balance económico de los gobiernos de Néstor y Cristina en el libro Los tres kirchnerismos. Aunque había sido funcionario de segunda línea durante todo ese período, no escribió una defensa cerrada del “modelo” ni mucho menos. Muy por el contrario, planteó que buscar coherencia entre las políticas del primero, el segundo y el tercer kirchnerismo podía “resultar una tarea forzada y, además, innecesaria”. Casi una herejía en un ejército con tantos soldados y tan pocos estrategas.
Pero dijo algo más: si bien el ciclo fechado entre 2003 y 2015 fue altamente virtuoso en lo que a crecimiento e inclusión se refiere, hubo ciertas invariantes en la matriz productiva que determinaron su límite. ¿Podrá el quinto peronismo, si es que algo así estuviera gestándose, desarmar el entuerto estructural que maniata a la economía argentina?
—Yo creo que el peronismo históricamente ha sido la fuerza política con mayor capacidad de transformación de la vida económica y social del país. Y el punto crítico que siempre aparece tiene que ver con la sostenibilidad a largo plazo de esas políticas. A Perón le pasó. Chocó contra la restricción externa, después de un período de inclusión social entre 1946 y 1949 que debe haber sido de los más intensos de la historia contemporánea del capitalismo. Lo que planteo en Los tres kirchnerismos es que durante los tres gobiernos que tuvimos en este siglo el peronismo volvió a chocar con la restricción externa; que es distinta a la de los cuarenta porque en aquel entonces se basaba exclusivamente en la balanza comercial y ahora tenemos el tema comercial y se agrega el financiero bien marcado. Si ustedes se fijan todo el paquete inicial de medidas que hemos desplegado al comienzo del gobierno va justamente al hueso de los aspectos más estructurales de esta restricción externa. El Estado puede hacer mucho si logramos coordinar eficientemente los diferentes organismos públicos y las bases de información.
Planteás un Estado muy ágil desde el punto de vista de la gestión, pero hay muchos indicios de que más bien está contra las cuerdas. Y eso quizás sea por un viejo dilema irresuelto para el peronismo: la famosa burguesía nacional, que en realidad es un empresariado al que parece no importarle mucho el desarrollo del país.
—Mirá, yo creo que hay una visión muy negativa sobre el empresariado en Argentina, sobre todo sobre las grandes empresas. Hay algunos estereotipos sobre empresas prebendarias, oportunistas, cortoplacistas, y una mirada romántica sobre las PyMES, mientras la Economía Social sería la fuerza de lo que viene. Yo creo que esa visión es muy maniquea y hay que revisarla por completo. Porque en ese análisis falta un actor central que es el Estado. La verdad es que los empresarios han hecho lo que las políticas públicas le han dejado o le han estimulado a hacer. Es fundamental un Estado que genere los incentivos, las penalidades, y ordene las funciones del desarrollo económico y social. Yo creo que en Argentina hay un montón de empresarios que han generado capacidades productivas importantes y el papel del Estado es orientar la política económica para que eso bueno que han hecho, sea poco sea mucho, se profundice y lo malo sea penalizado.
¿Y no pasa que el Estado intenta regular pero hay grandes actores que se lo impiden e incluso imponen otro tipo de pautas?
—Sí, pero la política es eso. ¿O no? Es construcción de poder, es persuasión, es dar batallas. Se ganan algunas, otras se empatan, otras se pierden, y así se avanza. Si no, si uno piensa “bueno, el Estado no puede”, entonces ¿para qué hacemos política? Es precisamente para transformar la política pública y con eso transformar la economía y la sociedad.
¿No te parece que esos poderes que disputan contra el Estado pueden estar alimentados por países poderosos que buscan evitar nuestro desarrollo?
—Sí, por supuesto. Lo que Ha-Joon Chang llama “patear la escalera”. En lugar de darles la receta de cómo llegaron al desarrollo a los países menos desarrollados, les dan una receta contraria. Son malos samaritanos. Hay que fijarse en lo que los países desarrollados hicieron, no lo que te dicen que tenés que hacer.
Lo curioso es que hay importantes actores locales, quizás poseedores de las mayores empresas del país, que apoyan lo que los países desarrollados nos dicen que tenemos que hacer.
—Estamos de acuerdo en eso cien por ciento. La realidad la conocemos, las restricciones las conocemos. La pregunta es: ¿qué se hace con eso? Nosotros hacemos política, se buscan establecer bases de común acuerdo, donde hay diferencias se disputa, eso implica un Estado con capacidad de regulación y de ordenar. Tener conciencia de los dilemas no nos puede llevar a la inacción. Al revés.
Perfecto, pero a la luz de lo que está pasando en la región, ¿no ves el riesgo de que esa disputa se salga del cauce democrático?
—Bueno, obviamente espero que no. Creo que en este país en el que tanto hablamos de grieta, hay un consenso con respecto al valor de la democracia. Las fuerzas políticas han tenido disputas, a veces con buenos modales a veces con malos, pero nadie desconoció una derrota electoral, más allá de la chicana de Esteban Bullrich que me pareció lamentable.
la luz al final del fondo
El año pasado en el bunker de campaña de Alberto Fernández, Kulfas compartía con Gustavo Béliz un privilegio: eran los únicos colaboradores con despacho permanente, los demás compartían oficinas rotativamente. Antes de asumir lo acompañó –al candidato primero, y después al presidente electo– a cada reunión con empresarios pesados, inversores extranjeros y hasta con el Fondo Monetario. Todos apostaban a que sería su ministro de Economía, hasta que apareció Martín Guzmán casi al filo de la toma de posesión. “Me llevé la marca como un buen 9 de área”, bromearía después, cuando se oficializó el gabinete.
Ya en el gobierno, Kulfas se rodeó de un equipo de desarrollistas jóvenes adictos a las estadísticas y activos en redes sociales. Reclutó a Daniel Schteingart para dirigir el Centro de Estudios de la Producción (CEP) y a Ariel Schale para la Secretaría de Industria. Toleró que le impusieran a un secretario de Energía inviable, el misionero Sergio Lanziani, y lo puenteó con terceras líneas para reencauzar los contratos de petróleo y gas que había dejado Macri como herencia envenenada. Al final, con el trabajo a medio hacer y tras gestiones del Instituto Patria para que se hiciera cargo un alfil propio, perdió esa área sensible a manos de Guzmán.
Más allá de las internas, después de la renegociación de la deuda con los acreedores privados el Ministerio de Kulfas pasó a ocupar el centro de la escena para quienes se esperanzan con un vigoroso repunte pospandemia. Pero ese camino está lleno de escollos.
Durante sus anteriores gobiernos el kirchnerismo acusó a distintos sectores del poder de desplegar una conducta destituyente. Quienes hoy están en las primeras líneas del Ejecutivo quizás hayan sentido en ese momento que se trataba de una sobre ideologización. ¿Qué pensás ahora que en cierto modo lo están padeciendo?
—Yo lo que veo es que el gobierno de Macri fue un gran fracaso, desde todo punto de vista. Es difícil hallar a alguien que seriamente cuestione esta conclusión. Muchos sectores empresarios que apostaron por él también han sido víctimas del fracaso. Cuando uno mira el universo de ganadores durante el gobierno Macri, los cuenta con los dedos de una mano y media. Con lo cual veo una oportunidad de establecer consensos, porque el desarrollo de los diferentes espacios de negocio necesita de una mayor estabilidad política y económica. Creo que los sectores que no quieren saber nada son absolutamente minoritarios. La gran mayoría está dispuesta a negociar, discutir y consensuar.
Ahora viene la negociación con el Fondo Monetario Internacional: ¿te parece que nos va a refinanciar la deuda gigante que dejó Macri sin exigir condiciones que pongan en entredicho el plan que ustedes están imaginando?
—Obviamente es una negociación y vamos a trabajar para que sea de esa manera. El apoyo que el Fondo le ha dado a la Argentina en estos meses para reestructurar la deuda con los acreedores privados es de alguna manera un reconocimiento del fracaso del programa que implementó con Mauricio Macri. El programa más grande de la historia del organismo terminó dilapidado, no sirvió para nada. Creo que este es el punto de partida, distinto a lo conocido hasta ahora.
Pero en la renegociación que acaba de cerrar con Ecuador el Fondo reedita sus recetas del ciclo anterior. ¿Por qué sería distinto con Argentina?
—Hay que ver qué es lo que el gobierno de Ecuador pidió y propuso. Porque vamos a ser muy claros: en las negociaciones hay dos partes. Cuando negociaron Dujovne y Sandleris, propusieron el plan que le gustaba al gobierno de Macri. Acá lo que importa es que nosotros vamos a negociar con un programa nuestro, con metas macroeconómicas que son las que fijó Martín Guzmán en el presupuesto 2021, además de metas de desarrollo productivo y de inclusión social. Sobre esa base se va a negociar y lo que vamos a pedir simplemente es modificar el cronograma de pagos.
Según tu criterio el FMI no tiene un interés geopolítico detrás que determina sus decisiones.
—Hay una mirada sobre los factores de poder según la que pareciera ser que tienen un poder omnímodo. Nosotros somos una fuerza política transformadora, no somos una fuerza que acompañe el viento del establishment, tenemos nuestras convicciones, contamos con los saberes técnicos para discutir, y negociamos en nuestros términos. Tanto con el Fondo como con los acreedores, y por eso se logró una reestructuración exitosa, aunque obviamente los acreedores querían mucho más de lo que se terminó cerrando. Esta lógica se replica en cada ámbito. El objetivo no es que las empresas grandes dejen de ganar plata, es que ganen plata invirtiendo en el país, generando empleo, innovando, exportando más. A eso vamos.
La construcción en lo referido al mercado interno, y el agro en lo relacionado a la exportación, son los puntales que propuso el gobierno para la reactivación. Pero la renta inmobiliaria y el extractivismo sojero son, precisamente, las dos lógicas de valorización que contradicen el objetivo de la justicia social, ¿o no es tan así?
—A ver, justamente ahí está el punto clave. Todo depende de cómo se implemente esa política. Nuestra propuesta para la construcción tiene varias aristas y una es el fideicomiso para la urbanización de los barrios populares, que en muy poco tiempo va a arrancar y mejorará la calidad de vida en esos sectores. Pero el problema es si el Estado tiene política para todos los sectores sociales. Si la respuesta fuera no, pasa lo que vos sugerís y es que manda la renta inmobiliaria. Estamos trabajando en el crédito hipotecario, que es el gran desafío. El gobierno de Macri dio un paso en falso, vendió una supuesta solución que no fue tal, y tenemos que encontrar la respuesta para los sectores medios. Vamos a tener una oferta para los sectores populares, una oferta para los sectores medios, y después están las grandes inmobiliarias que resuelven solo el problema de los sectores de altos ingresos. Pero es una actividad muy dinamizadora, intensiva en empleo, reactiva la industria porque básicamente la inmensa mayoría de los insumos de la construcción se fabrican en el país. Y lo mismo respecto de los alimentos. Tenemos que trabajar en un desarrollo que integre más valor en la cadena productiva, que descentralice y genere oportunidades de inversión en el interior del país, reduciendo la presión demográfica sobre las grandes ciudades. Hay un problema que en Argentina no resolvió nadie: el ingreso por habitante en las cinco provincias más ricas es casi seis veces más alto que en las cinco provincias más pobres. Y vos mirás los trabajos de Alejandro Bunge de principios del siglo veinte y esa diferencia era la misma. En cien años de historia argentina esa brecha no se modificó.