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corazón de smartphone
Un comentario sobre “La realidad aumentada” de Eric Sadin. ¿Hay política en la era de la gobernabilidad algorítmica? ¿Dónde está el sujeto de la inteligencia artificial?
Ilustraciones: Jorge Quien
22 de Julio de 2017
crisis #29

El autor. Martín Migoya, CEO de la multinacional argentina Globant, está convencido de que vivimos en la fase superior de la revolución tecnológica. Ya dejamos atrás la fase fundacional de Internet, en la que se creó la infraestructura necesaria para su funcionamiento. También la fase de las redes sociales, que mejoró la conectividad y la socialización de información. Ahora es el momento de la capilarización de la producción de datos. La hora de la Internet de las Cosas: “todo va estar conectado a Internet, desde una grúa hasta la turbina de un avión, pasando por un ascensor y el lavarropas de tu casa. Todo conectado con un flujo de información que tiene que ser interpretada por algo y de alguna forma. La manera de interpretar tan grandes volúmenes de datos es a través de la inteligencia artificial”.

Sobre esta estela, y en un tono menos optimista, navega el último libro de la colección Futuros Próximos editado por Caja Negra: La humanidad aumentada. La administración digital del mundo. Éric Sadin, novísima prima donna del pensamiento francés, se aboca a diseccionar el fenómeno de la digitalización del mundo y el desarrollo de un conocimiento artificial dinámico que permite procesar cantidades ingentes de flujos gracias a “agentes inmateriales diseminados y clarividentes”. Estos actores configuran una inteligencia artificial esparcida, estructurada por un poder de recolección y de puesta en correlación inmanente y en tiempo real. A diferencia del saber sociológico (ponele) enunciado por las encuestas, que parten de una hipótesis de trabajo, la machine learning produce hipótesis a partir de datos. Tal capacidad cognitiva le permite aspirar un tipo de entendimiento no mediado por subjetividad alguna. Lo que inevitablemente le confiere un cariz inquietante. ¿Qué mundo se constituye a partir de la duplicación digital de lo existente? ¿Qué se instaura con el almacenamiento y análisis de masas colosales de datos? ¿Qué modelo de gubernamentalidad se instituye? ¿Qué tipo de hombre emerge? Son algunas de las preguntas que intenta responder el autor en este ensayo que le granjeó el premio Hub Awards en 2013.

Sadin, de quien recién hoy comenzamos a conocer su obra en Hispanoamérica, colabora en medios como Le Monde, Libération, Les Inrockuptibles y Die Zeit. Y es el autor de cinco libros que se ocupan de analizar las mutaciones tecnológicas en la sociedad contemporánea y su impacto en la idea de hombre: Surveillanceglobale (2009), La société de l’anticipation (2011), La vie algo- rithmique (2015) y La silicolonisation du monde (2016).

El gancho. Sadin construye su ensayo con gracia y vocación pedagógica. Su astucia reside en presentar fenómenos complejos sin caer en posturas tecnofóbicas extremas ni en un humanismo penitente. Tampoco sucumbe al encanto de recurrir al slang filosófico francés, que si bien ayudaría al desarrollo de algunas ideas como gubernamentalidad (Foucault) y modulación (Deleuze), acotaría su campo de lectura al mundillo académico. En cambio, Sadin le da forma a su diagnóstico con una prosa ligera que copula con una miríada de ejemplos de la cultura masiva. Pareciera que su objetivo es acercar sus ideas al público más amplio posible. Esta vocación genera entusiasmo en la crítica y una rotación intensa de su figura en los medios masivos franceses como voz autorizada en divulgar la conformación de una “subjetividad digital”.

Hay que decirlo, La humanidad aumentada presenta bien un problema contemporáneo que resulta de la variación del vínculo que tenemos con la técnica. El abandono de la crisálida protésica para entrar en un entorno cognitivo capaz de acceder sin esfuerzo a una infinidad de hechos de todo orden. “Capas de experiencias artificiales que permiten la mensura virtual de situaciones, previas o no a su posterior experimentación física”. Esta situación inaugura una nueva racionalidad, a-normativa, a-política, sin sujeto reflexivo, que se alimenta de datos infra-individuales. Datos anónimos, que son insignificantes por sí mismos (por eso aceptamos ponerlos en circulación todo el tiempo) y que solo significan cuando son puestos en relación por una IA. Lejos de la mirada uniforme de los sistemas políticos modernos, o la necesidad de borrar las diferencias, estos “procesos deductivos se encargan de exaltar al máximo cada circunstancia singular. No se proponen inscribir ni reducir a los seres y las cosas a esquemas idénticos y homogeneizantes, sino ajustar el conjunto de fuerzas susceptibles de encontrarse entre sí dentro de todo fragmento espacio-temporal considerado oportuno”. Asistimos a la emergencia de una gubernamentalidad algorítmica que pilotea numerosas situaciones colectivas e individuales. Una voluntad impersonal que tiende a la adecuación en acto entre toda unidad orgánica o material. Una fuerza a-disciplinaria, una administración soft de la vida orientada a captar lo posible en lo actual. Una mutación fundamental del sujeto racional occidental que deja su lugar a un ser formado por su más pura exterioridad y sus relaciones.

La hipótesis. Al igual que Migoya, Sadin postula una hipótesis histórica. No obstante, para el ensayista francés esta “revolución digital”, que sitúa en los años ochenta, marcada por un movimiento expansivo de objetos industriales y protocolos de gestión de informaciones, se consumó en la conexión integral que vincula ser, cosa y lugar. Su finalización se cifra en la aparición del Smartphone, inteligencia inoculada en los procesadores y cargada de una serie titánica de aplicaciones dedicadas a “enriquecer de manera altamente informada” nuestra existencia. Aquí Sadin sitúa la emergencia de una antrobología. Un término que remite a la condición dual que combina organismos humanos y flujos electrónicos. Una nueva condición humana secundada por un organismo cognitivo, inteligencia robotizada no antropomórfica, basado en esquemas y procesos que nada tienen que ver con el modelo humano.

El ensayo inicia con una referencia deforme a HAL 9000, la Inteligencia Artificial encargada de pilotar el Discovery One en 2001 Odisea del Espacio. Basta analizar un día de nuestras vidas para observar que este tipo de conciencia camina entre nosotros. Nos despertamos con la melodía que recomienda Spotify, socializamos en Facebook, revisamos la rutina de ejercicios propuesta por 8fit, sorteamos un embotellamiento gracias al Waze. Y por la noche, si tenemos algo de suerte, macheamos con esa chica que nos gustó en el ascensor gracias a Hppn y la geolocalización del deseo. También el trading algorítmico del mercado financiero o la radarización y gobierno (pilotaje) de las vías aéreas funcionan bajo la delegación de decisiones en la facultad de interpretación e iniciativa de sistemas computacionales. ¿A qué nos vamos a oponer si estas aplicaciones nos hacen la vida más sencilla? Podemos dormir tranquilos. HAL se concretizó a costa de canjear su potencial parricida por un enriquecimiento de nuestra vulgar vida cotidiana.

Esto es posible gracias a que en esta fase superior de la técnica la máquina preserva cierto grado de indeterminación. Este margen le permite “ser sensible a una información exterior". Posibilita la libertad de iniciativa. De esta manera se habilita la capacidad de “gestionar una gran cantidad de cosas mediante sistemas robotizados que actúan en nuestro lugar, principalmente en virtud de algoritmos complejos que les permiten proceder según márgenes de comprensión y de reactividad que no dejan de aumentar”.

Asimismo, desde mediados del siglo XX se complejiza la arena política con la incorporación de nuevos jugadores (género, pueblos originarios, etcétera). A estos fenómenos que operaron en la multiplicación de lo político se le suma el hecho de que las formas de vida tecnológicas posibilitan nuevos espacios de poder. Así es como opera un deslizamiento de la vida colectiva (deliberación), hacia su asunción por medio de los sistemas de decisiones electrónicos. Sadin da cuenta del surgimiento de una racionalidad que modeliza y anticipa por vías probabilísticas, principios de simulación y procedimientos de data mining que sacan a lo político de su campo habitual.

El pifie. La gubernamentalidad algorítmica se efectúa sobre un plano flexible (modulable) que se opone al plano de consistencia de las instituciones. Cuando Sadin toma prestada la expresión “gubernamentalidad algorítmica”, acuñada por la investigadora belga Antoinette Rouvroy, nos presenta una práctica que funciona de forma sutil sobre la propulsión a comunicarnos de los humanos mediante “robots clarividentes”: una incontable cantidad de sensores, aplicaciones, smartphones, procesadores, servidores. Pero Sadin, por lo menos en este ensayo, no habla nunca de la necesidad de estar comunicados. Lo que es una pena pues ayudaría a pensar cómo opera su diagnóstico y evitar el “determinismo tecnológico” que sobrevuela todo el ensayo y se cifra, por ejemplo, en la figura del Smartphone.

Finalmente, nos encontramos frente a la apuesta desnuda de La humanidad aumentada que pretende radicalizar la variabilidad precepto-cognitiva de la inteligencia humana. Esto permitiría tomar distancia de lo real mediante la aptitud para sustraerse a esquemas asociativos determinados. Sadin quiere afirmar la propia singularidad según una relación de divergencia a propósito de los flujos informacionales de lo cotidiano. Aquí el libro se empantana en una propuesta conservadora que se inaugura con Heidegger (serenidad ante las cosas) y se replica con cierto ritmo tanto en ficción como ensayística (desconexión, situarnos por fuera de los flujos informacionales, entre otros gestos).

El veredicto. La humanidad aumentada se sostiene en el afán descriptivo de Éric Sadin y en su voluntad de actualizar el debate respecto a la hipertecnologización de la vida. Una discusión que desde la aparición de La hipótesis cibernética (1999) no había tenido mayores avances en la literatura ensayística. Hay que reconocer el coraje de arrancar el pensamiento filosófico y político sobre “técnica y sociedad” del monopolio académico. Sobre todo es celebrable los buenos resultados que esta operación tiene para el lector: un texto amigable, comprensible y no por ello menor. ¿Esta vocación atenta contra el desarrollo pormenorizado de conceptos? Si, obvio. ¿Propicia una genealogía adecuada para muchas de sus ideas? No. Sin embargo la máquina de análisis propuesta se sostiene y nos permite individualizar el problema de nuestro tiempo. Sadin ofrece un insumo fundamental a todo aquel que quiera pensar los procedimientos y técnicas de gubernamentalidad por fuera de prejuicios tecnofóbicos y de humanismo de salón.

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