El advenimiento de la ultraderecha a nivel global tomó por sorpresa a gran parte del mundo académico, que tuvo que salir a los tumbos a inventar nuevos conceptos para entender el fenómeno. No es el caso del historiador italiano Steven Forti que ya en 2021 publicó Extrema derecha 2.0. Qué es y cómo combatirla (Siglo XXI), libro por el que, según dice, lo llamaron “exagerado”. Apenas cuatro años después, tras la segunda victoria de Donald Trump en Estados Unidos y con los ultras gobernando muchas naciones del mundo, incluyendo la nuestra, Siglo XXI reeditó la obra de Forti con el subtítulo Cómo combatir la normalización global de las ideas ultraderechistas.
Doctor en Historia y profesor titular en la Universidad Autónoma de Barcelona, Forti acuñó el término “ultraderecha 2.0” porque, dice, las nociones de populismo o fascismo ya no lograban captar la novedad de una derecha promovida por tecnomagnates, apoyada en poderosas redes transnacionales, que habla el lenguaje de las redes sociales y no tiene empacho en citar a revolucionarios como Vladmir Lenin o Antonio Gramsci. Su objetivo es corroer la democracia desde adentro. Y, en países tan disímiles como El Salvador y Hungría, ya lo está logrando con estrategias casi calcadas. “No es el neoliberalismo como se planteó en los tiempos de Thatcher y Reagan, sino que es una aceleración. Mucho más bruta, mucho más explícita, mucho más autoritaria y antidemocrática”, adelanta.
En su paso por Buenos Aires, que no visitaba desde 2023 y en la que encontró un espiralado aumento de los precios, de la presencia policial en las protestas y de la polarización política, Forti se sentó a conversar con crisis en la sede de Siglo XXI en Palermo sobre el mundo que sueña la ultraderecha.
Hablás de secuestro semántico y parasitismo ideológico cuando te referís a Steve Bannon, el ex asesor de Trump, citando a Lenin y al hecho de que gran parte de la ultraderecha recupere a Gramsci. ¿Ves solo apropiación, o hay también un real ánimo rupturista al tomar a estos pensadores que quizá hoy la izquierda no sabe cómo encauzar?
—Se juntan las dos cosas. Por un lado, hay algo que explicó muy bien Pablo Stefanoni en el libro que sacó hace cuatro años, sobre esta voluntad de presentarse como rebeldes, antisistema, provocadores, transgresores. El caso de Milei es paradigmático. Por otro lado, hay, en el parasitismo ideológico y el secuestro semántico, la voluntad de salir de los marcos y de los encasillamientos tradicionales. De deslumbrar. Pero son apropiaciones instrumentales, eso también tenemos que aclararlo: no es que Bannon sea leninista o que Agustín Laje sea gramsciano. Se trata de romper la baraja y de complicar más la interpretación de lo que es la izquierda y la derecha. Creo que es una cuestión muy importante porque hay, por ejemplo, líderes de extrema derecha que dicen “nosotros no somos de izquierda ni de derecha”.
¿No ves, entonces, una voluntad de ir contra el Estado “a la Lenin”?
—Milei, en su campaña electoral, blandía la motosierra, decía “voy a destruir el Estado porque me da asco pisar algo público”. Pero al mismo tiempo, hay una toma del Estado. Se quiere controlar la máquina administrativa, quitándole recursos al gasto social, a la política de la DEI (Diversidad, Equidad e Inclusión, para que las empresas y el gobierno contraten personas de grupos étnicos y géneros diversos). Mientras, el securitismo está muy presente. Y luego, añadiría otro elemento importante. En algunos casos, este parasitismo ideológico no es solo tomar símbolos de izquierda, sino que también atañe a cuestiones que están en el debate público como el feminismo y el ambientalismo, inclusive los derechos LGTBI, según qué latitud y qué país. Entonces, ahí tenemos el femonacionalismo, el ecofascismo y el patriotismo verde. ¿Por qué entonces hacen estos intentos de secuestro semántico sobre estas cuestiones centrales? Para no quedarse fuera de juego.
trump 2.0 y el futuro
En 2024, un Donald Trump derrotado en 2021, condenado por decenas de delitos y con la toma del Capitolio en su haber, volvió empoderado a la Casa Blanca. El Trump 2.0 parece decidido a hacer todo lo que su encarnación de 2016 no pudo o no supo. Y esta vez, está acompañado del tecnomagnate Elon Musk, que cuenta con su propio ministerio: el Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE), dedicado al desarme del Estado. Mientras, el exasesor ultranacionalista del republicano, Steve Bannon, está fuera del gobierno pero influyendo fuertemente al movimiento MAGA.
Hay quienes creen que la tensión interna entre el tecnofeudalismo de Musk y el nacionalismo de Bannon puede conducir a una ruptura al interior del trumpismo. Sin embargo, Forti opina que se está “sobrevalorando la tensión interna del movimiento MAGA”, probablemente agitada por un Bannon que está de capa caída, y que la topadora Trump goza de buena salud en su cruzada contra los derechos sociales y la democracia. “No cabe ninguna duda de que hay tensiones porque son posturas contradictorias, pero eso no impide que no pueda mantenerse ese bloque social y esa alianza”, afirma. “A todo el bloque social trumpista lo une una visión apocalíptica y distópica del futuro: tanto el nacionalismo religioso como el aceleracionismo de los tecno-bros o tecno-cesaristas, así como las posiciones libertarias y los mal llamados nacional-populistas, que representaría Bannon, conciben una visión de apocalipsis”.
¿Y te parece que hay algo valioso en alguno de esos polos? Se escucha al peronismo conservador reivindicar a Bannon y a veces Musk parece hablar el mismo idioma que ciertos aceleracionistas de izquierda.
—Es evidente que se tiene siempre que estudiar el enemigo. Y aprender si se puede de sus estrategias políticas, de cómo consiguen conectar con las masas o ganar elecciones, o normalizar su discurso para ser hegemónicos. Dicho esto, a mí me parece que justamente los dos casos que tú mencionabas me parecen un error estratégico y un suicidio político y moral. Es decir, si lo que queremos copiar de las de las extremas derechas es una postura nacionalista exacerbada y una crítica a todo lo que han sido los avances en derechos —el feminismo, los derechos LGTBI, la acogida de inmigrantes, la aceptación de la otredad y la reducción de las desigualdades —le hacemos un flaco favor a la izquierda. No es desde luego una manera de revitalizar las izquierdas, más bien es asfaltar una autopista a las extremas derechas. Y en lo del aceleracionismo: está claro que tenemos que lidiar con los cambios tecnológicos que son rápidos y brutales y tienen un impacto notable. No podemos pensar en vivir de espaldas a las nuevas tecnologías, es como si en los años 30 la izquierda hubiese dicho "no utilizo la radio y el cinematógrafo". El ludismo no va muy lejos. Pero no podemos comprar la manera en que se están concibiendo los cambios en el mundo digital, que es lo que lleva adelante la extrema derecha. La izquierda no va a ganarle a la extrema derecha copiando los discursos, las narrativas y las estrategias que utiliza. La izquierda va a ganarle a la extrema derecha si resuelve los problemas estructurales que han permitido a la extrema derecha crecer y conectar con la gente. Es ahí donde se tiene que ir. Ese es el trabajo. Lo otro es el intento de un atajo falso y equivocado.
Se vio en la toma del Capitolio de qué estaba hecho el trumpismo de forma bastante pornográfica, de ese asalto a las instituciones. Se la puede leer en continuidad con lo que se ve en Hungría con Orbán, con el nacimiento de los Estados iliberales. ¿Cómo imaginás ese futuro en países donde la ultraderecha llegó al poder?
—El camino está muy claro: es el de una autocracia electoral, un régimen que no es totalitario de partido único, sino que es autoritario con atisbos de democraticidad. Entonces, se celebran elecciones pero no son justas ni libres. Las cartas están marcadas y las reglas del juego se pueden cambiar según los intereses de quien está en el gobierno, el pluralismo informativo va poco a poco desapareciendo y aparecen la mano dura, los recortes de derechos, la separación de poderes está muy debilitada. Ese es el modelo. Y esto se ha conseguido implantar con éxito en Hungría, se intentó en Polonia y se llegó a medias y luego hubo una derrota electoral de la ultraderecha. Es lo que hizo Bukele en El Salvador, es lo que está intentando hacer Netanyahu en Israel. Eso es lo que a su manera también ha intentado hacer y en parte ha conseguido Modi en la India. Es lo que está intentando hacer Meloni en Italia.
¿Meloni también?
—No se habla tanto de esto, porque Meloni ha conseguido ser percibida como más moderada desde que llegó al poder. Pero no lo es, sencillamente ha sido pragmática e inteligente. Es decir, hace política y sabía que tenía dos líneas rojas que para consolidarse en Italia no podía traspasar, como sí hizo Salvini en el gobierno de hace 7 años con los Cinco Estrellas: el atlantismo y unas relaciones más o menos cordiales con Bruselas. Pero lo que está haciendo en Italia es una reforma de la Constitución para centralizar el poder en el Ejecutivo, ataques constantes a la Justicia para debilitar la independencia de la magistratura, ocupación manu militari de los medios de comunicación públicos y paralelamente, y gracias a Berlusconi, tiene el control de una parte de los privados. Además, políticas securitarias y de criminalización de las protestas, que es lo mismo que ha hecho Milei sobre todo con Bullrich en el último año. Y recortes en derechos en general para las minorías. El tema de la inmigración está muy muy presente. Y aunque no dice “vamos a prohibir el aborto”, hay un intento de vaciar la ley de legalización del aborto para complicar la vida a quien quiera abortar en diferentes regiones. Es todo esto.
¿Todos convergen hacia ese lugar?
—Trump, ¿qué está haciendo desde que ha vuelto al poder? Órdenes ejecutivas que prácticamente centralizan todas las decisiones pasando por alto el Congreso, ataques a la magistratura, inclusive con petición de impeachment a magistrados que critican o intentan bloquear una serie de medidas aprobadas, ataques a la prensa y recortes de derechos brutales: lo de la inmigración está claro, pero todo lo que es el DEI y detenciones en medio de la calle. Además, con esa espectacularización de la deshumanización. ¿Y Milei qué ha ido haciendo este año en Argentina? En parte ha seguido los mismos patrones. Ahora, el sistema político y el sistema de partidos es distinto. Es decir, una cosa es el camino que está marcado y el modelo al cual miran todos. Otra cosa es la posibilidad de aplicarlo y en qué tiempos, teniendo en cuenta el contexto político nacional y el sistema institucional. Entonces, está claro que habrá casos donde se acelera mucho y otros donde hay más resistencias y complicaciones y puede haber también una resistencia más fuerte de la sociedad civil, que es lo que todos al fin y al cabo esperamos de Estados Unidos. Porque los demócratas de momento dicen “los tribunales le pararán los pies”. Bueno, las instituciones pueden bloquear esas derivas, pero solo eso no es suficiente. Es decir, debería haber movilizaciones en las calles, que es lo que en parte también se ha visto más recientemente en Argentina en algunos momentos concretos, relacionado a algunas políticas.
Ese es el modelo.
—A mí no me cabe ninguna duda. Y esto lo planteé ya en el libro la primera edición que salió en el 2021 y en ese momento parecía un poco exagerado porque Bukele todavía no había completado el giro, Netanyahu en ese momento estaba fuera del poder y luego volvió. Y hemos visto luego el genocidio en Gaza que que va parejo con esta autocratización y militarización de la sociedad y del Estado. Pues ese es el camino y me parece que lamentablemente, cada año, tenemos más pruebas de ello.
Milei y la Patria Grande reaccionaria
En tu libro marcás tres momentos clave que posibilitan el caldo de cultivo del cual surgen estos nuevos movimientos políticos: 2001 con el atentado las Torres Gemelas, 2008 con la caída de Lehman Brothers y 2015 con la crisis migratoria. Ninguno de esos sucesos transcurre en Latinoamérica. Y yo veo que hay una mirada medio…
—Eurocéntrica, en mi visión.
Lo dijiste vos. En América Latina también han habido cuestiones que han marcado, me parece, posibilidades del nacimiento de esta ultraderecha. Tenemos a Bukele y Milei haciendo algunas cuestiones que hoy está replicando Trump. El DOGE de Musk es básicamente la motosierra de Milei. ¿Qué reflexión hacés sobre este eurocentrismo que vos admitís en tu libro? ¿Hay algo que te hubiera gustado tomar del continente?
—De América Latina es muy importante un tema. La reacción a lo que había sido el giro de izquierdas de los primeros años 2000. Eso es muy importante ahí. La motosierra se relaciona también con una serie de políticas de inclusión social en los gobiernos de los primeros 15 años del siglo XXI en muchos países de América Latina. Y luego, más recientemente, un elemento a tener en cuenta es la pandemia. En el caso argentino yo creo que es especialmente importante. La experiencia de la pandemia, tanto desde el punto de vista psicológico-emocional para toda la población, pero también desde una mirada socioeconómica para quienes tienen trabajo informal, acaban comprando mucho el relato de Milei.
¿Te parece que Milei es un líder dentro de ese mundo?
—No. Milei consigue poner sobre la mesa una serie de elementos. Entonces, está claro que en América Latina, sobre todo entre el 2023 y la actualidad, ha jugado un papel importante. Él se otorga más importancia de la que tiene y yo creo que también se tiene que matizar mucho. Y no me parece que aporte grandes novedades: aporta una radicalidad brutal, tanto en las formas de decir las cosas como en el nivel de lo que está proponiendo en su ultraliberalismo exacerbado. Eso me parece que es el tema que Milei pone de verdad sobre la mesa. Decir "la justicia social es aberrante". Bueno, Thatcher posiblemente en petit comité después de unas copas de vino quizá lo pensaba y te decía: "No, no hay sociedad, hay individuos, there is no alternative". Pero en público no llegaba a decir eso.
Milei dice “la justicia social es aberrante” y consigue apoyo de masas. ¿Qué tan novedoso es el apoyo popular a políticas que en general se disfrazan?
—A mí no me parece nada nuevo. Mira, es que entre italianos y argentinos yo creo que nos entendemos. En Italia hemos tenido 30 años de berlusconismo. Thatcher y los Tories tuvieron una hegemonía de décadas. Eran políticas de recortes esas. Hay que matizar dos cosas. Uno, nos equivocaríamos si pensáramos que parte de las familias de rentas bajas no votaron a el neoliberalismo en los años 80 y 90: Thatcher, Berlusconi. Claro que no eran la mayoría, pero había ya un porcentaje de votos que venía de ahí. Y por otro lado, ha habido una transformación del capitalismo. Es decir, es esencialmente la gran mayoría son trabajadores informales. Y aquí vuelvo también otra vez al paralelismo con Italia: en Italia hay un dicho que es “Piove, governo ladro”: “Llueve, gobierno ladrón”. Es decir, que es culpa del gobierno. Salvando las distancias, aquí se percibe algo de eso. Está que cuando eres cuentapropista, no estás sindicalizado y no tienes servicios por parte del Estado que de por sí ya funcionan mal, pues oye, ¿a mí qué coño me importa del Estado? Que se vayan a la mierda. Y ahí encontramos también que la pandemia exacerbó mucho eso. Milei, sin la pandemia, difícilmente hubiese tenido este éxito tan fuerte.
¿Qué hay de novedoso en el uso de redes sociales por parte de la ultraderecha 2.0?
—Aquí hay dos temas fundamentales. Uno es el de normalizar ideas extremistas, es decir, mover la ventana de Overton, convertir en aceptables ideas que eran inaceptables hace poco y con eso marcar el debate público. El otro no es instaurar una verdad revelada, sino destruir un consenso mínimo de que existe la verdad. Es decir, volvemos al concepto de posverdad: yo tengo mi verdad, tú tienes la tuya, cada una se basa en sus opiniones y tenemos dos verdades distintas. Eso aumenta la desconfianza, rompe los consensos mínimos de que existe un terreno compartido sobre el cual movernos y pensar la realidad. Esto es sobre todo, entonces es embarrar todo, llenarlo de mierda. Cuando dices que Bill Gates inventó el COVID o que George Soros está liderando un programa de sustitución étnica de la población europea, ¿qué estamos diciendo? Evidentemente, se fortalece la idea de que existen unos enemigos comunes porque detrás de las teorías de la conspiración, de las fake news, en general siempre hay un responsable de que no nos digan la verdad: y al final siempre son los woke, los progres, los globalistas.
¿Y te parece que el progresismo debería dar una discusión en las redes? ¿O que esa batalla es innecesaria?
—La esfera digital impacta, tiene la capacidad de marcar los debates públicos. No podemos pensar que lo que pasa en Twitter —sea shitposting, agresividad, etcétera— no tenga un impacto luego en la vida real. Es decir, eso no se queda solo ahí. Esto es indudable. Ahora bien, al mismo tiempo creo que no se puede pensar, por parte de la izquierda, que la lucha se tiene que hacer solo ahí o que esa sea la lucha principal. Y hago un ejemplo concreto: en Serbia llevan 5 meses con unas protestas masivas en las calles que está poniendo patas arriba un gobierno autocrático y sólido como el de Vučić. Eso no empezó con lanzar dos tweets con 3 millones de impresiones. Se trata de organizar manifestaciones en la calle y eso está marcando luego el debate público en Serbia y se traslada al mundo digital, porque evidentemente cuando hay vídeos de 300.000 personas o 1 millón en las calles de Belgrado, evidentemente hay una interrelación con la territorialidad. ¿Qué quiero decir con esto? Que no podemos pensar que hay que abandonar las redes, pero la estrategia de la izquierda tampoco puede centrarse en las redes y vivir solo de lo comunicacional. Hay que ir a los temas estructurales, las movilizaciones, crear redes desde abajo, que son fundamentales para la izquierda. Mucho más que para la derecha.