“Aquí se subían y me decían ‘vea yo voy por Noboa’, de unos veinte clientes toditos eran por Noboa, unos cinco o seis por Luisa”, dice Carlos, conduciendo su Uber por las calles empinadas de Quito, contento por el resultado de las elecciones del domingo. Fue de los pocos en no sorprenderse por los números que dio el Consejo Nacional Electoral (CNE) al anunciar la victoria de Daniel Noboa por más de 11 puntos de diferencia sobre Luisa González. Un nocaut que no aparecía en ninguna encuesta o tracking de buró.
Tampoco se esperaba que González se subiera a la tarima el domingo en la noche y dijera “esto es una dictadura y el más gigantesco fraude electoral que estamos presenciando los ecuatorianos”. La cara de sorpresa de los dirigentes a su lado evidenció el impacto ante la impugnación de la derrota, y la llamada a una cruzada por el reconteo y apertura de urnas con casi 1.2 millones de votos de distancia.
Pasaron 72 horas desde entonces y la cotidianeidad siguió como cada semana en la capital, sin marchas o concentraciones ante el CNE para denunciar el fraude, sin anuncios por ahora de que las habrá. Todo está igual que antes en la superficie, con días alternados de sol y lluvia, la mirada de la Virgen del Apocalipsis en la cima del Panecillo, las montañas de verde oscuro, y esa extraña tristeza quiteña que parece venir de muy lejos.
Una calma en una ciudad bajo amenaza del decreto presidencial emitido el día antes de las elecciones, que restringió la libertad de movimiento, reunión, y puso pausa a la inviolabilidad de comunicación y domicilio por sesenta días. Sin embargo, no son restricciones nuevas: el estado de excepción no es excepcional sino costumbre desde hace al menos seis años, en un país en crisis que recuerda a la trágica narco-Colombia de los años ochenta
La pregunta ahora es si crecerá la presión por el reconteo de votos, o si el grito de fraude se desinflará en las redes sociales. Por el momento parece que se impondrá la segunda opción, mientras Noboa comienza a preparar su plan para gobernar Ecuador como si fuera su hacienda bananera por cuatro largos años más.
tener el fraude fácil
Al anuncio contundente de fraude de González le siguió una lista de dirigentes propios y aliados que se distanciaron y reconocieron la victoria de Noboa. En el campo de la Revolución Ciudadana resonaron los nombres de Pabel Muñoz, alcalde de Quito, Paola Pabón, prefecta de Pichincha, Aquiles Álvarez, alcalde de Guayaquil; Marcela Aguiñaga, prefecta de Guayas, o Leonardo González, prefecto de Manabí.
Que el deslinde haya venido en gran medida de actores con cargos institucionales parece explicarse por la amenaza de juicios y posibles destituciones que pesa sobre ellos (como en el caso de Muñoz), por análisis propios sobre el resultado del domingo y cálculos políticos a futuro. Cada quién se posiciona ante el desierto y la persecución que se avecina, o que incluso ya llegó, con alertas migratorias contra cerca de cien opositores al Gobierno.
Los aliados electorales del correísmo también se distanciaron, como Jan Topic, empresario, candidato en 2023 e inhabilitado en 2025 para beneficio de Noboa, quien reconoció la derrota de González; y también Pachakutik, brazo político de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie). La posición de la principal organización indígena era determinante en este escenario: se trata del único movimiento con capacidad de construir una movilización masiva en la calles, algo que la Revolución Ciudadana, centrada en la superestructura política, no puede impulsar por cuenta propia.
La progresiva falta de acompañamiento a la denuncia de fraude de González y Rafael Correa se reflejó también en lo internacional, con Lula da Silva, Xiomara Castro, Yamandú Orsi, Gabriel Boric o la Misión de la Unión Europea reconociendo el resultado. Las dudas sobre si efectivamente existió fraude con las actas del domingo se basan en la ausencia de pruebas públicas que por ahora lo demuestren, en una escala tal que explique la distancia de votos anunciada entre ambos candidatos. El ex presidente Correa afirmó estar reuniéndolas.
Por el momento, González denunció el miércoles en la noche que existieron “múltiples versiones de actas que fueron modificadas desde el propio CNE una vez que fueron subidas al sistema (…) alterando el resultado final”, “una disminución artificial del ausentismo, hubo más votos que votantes”, y exigió el CNE “la publicación inmediata de todas las actas debidamente firmadas”. Aseguró, a su vez, tener “1984 actas sin firma conjunta”, y ”1526 actas cuya suma no coincide con el número de sufragantes”, que por ende deberían ser anuladas en el marco de un fraude donde “más de un millón de votos fueron arrebatados”.
Existe sí un argumento lógico para explicar las dudas sobre el desenlace: “el resultado es estadística y electoralmente imposible”, repite Correa. Porque González retrocedió en al menos seis provincias entre la primera y segunda vuelta; porque no puede ser que las alianzas con Topic o la Conaie no hayan aportado votos; porque González sólo creció 159.000 votos contra los más de 1.3 millones que aumentó Noboa; porque la distancia entre los exit poll y el resultado final es inexplicable matemáticamente; porque ninguna encuesta o tracking arrojaba esa diferencia. Un “triunfo muy dudoso”, como afirmó la presidenta Claudia Sheinbaum.
También hay razones de contexto: la contienda desde su inicio se desenvolvió en un marco no democrático. Desde la vista gorda del CNE ante las numerosas irregularidades/ilegalidades de Noboa, hasta cambios de recintos electorales de última hora en territorios de fuerte base social correísta, pasando por el estado de excepción el día antes de la votación. Un comicio con cancha inclinada, árbitro, hinchada y policía dispuesta a disciplinar a cualquiera que fuera contra el presidente-candidato.
el fin de las formas
“Cuando el CNE anunció los resultados el domingo fue como si celebraran la victoria de su equipo”, cuenta una experimentada política latinoamericana que observó el anuncio de los resultados desde el recinto, donde los rectores estuvieron rodeados de militares encapuchados con armas largas. Gustavo Petro, presidente de Colombia, dijo el martes: “Las zonas de mayoría de la oposición fueron puestas bajo estado de sitio y control militar dos días antes de las elecciones. La dirección de las elecciones siempre estuvo bajo vigilancia militar directa y armada con rostros en capucha. Cada mesa tuvo fuerte presencia militar uniformada y con armas. Hay veedores extranjeros que tuvimos que proteger porque tenían temor de no poder salir”.
El tramo final de la elección mostró lo que fue la tónica de la campaña de un presidente que debía legalmente apartarse del cargo para ser candidato, pero no lo hizo, que repartió más de 500 millones de dólares en bonos durante las últimas semanas, o realizó un acuerdo con el contratista-mercenario estadounidense Erik Prince, quien desembarcó en Ecuador en una performance de campaña contra la Revolución Ciudadana. Prince, entrevistado al lado de los ministros de Interior y Defensa, acusó a Correa de tener vínculos con el narcotráfico y ser padre de un hijo de Luisa González.
La elección estuvo a tono con la época donde las formas democráticas y discursivas importan cada vez menos, a veces nada. El que puede, puede. En Ecuador, según el informe 2024 de Latinobarómetro, el 53% está “de acuerdo” con que un presidente “pase por encima de las leyes, el parlamento y las instituciones con el objetivo de resolver los problemas”, siendo el porcentaje más alto de la región.
Noboa tiene ahora el camino despejado. Si su primera etapa incluyó un asalto policial a la embajada de México, o el desembarco en el país del Comando Sur de Estados Unidos, la pregunta es qué viene para los cuatro años que se abren. El ministro de Gobierno, José de la Gasca, ya anticipó el lunes que el próximo Gobierno de Noboa impulsará una Asamblea Constituyente, una estrategia para borrar la Constitución de Montecristi de 2008 construida bajo la presidencia de Correa.
La restauración neoliberal y neocolonial atraviesa su momento de mayor potencia. El presidente es además parte de un emporio empresarial que cuenta con cerca de 156 empresas, con hegemonía en el sector bananero, y está acusado de ser parte de un entramado de narcotráfico a través de su empresa familiar Noboa Trading. Los Noboa controlan las plantaciones a gran escala, los camiones de carga hasta los depósitos, y puertos privados de dónde salen barcos cargados de racimos y paquetes de cocaína hacia Europa. Su expansión está a pleno en un país convertido en hub del narcotráfico.
las mayorías en shock
Una pregunta aparece en las conversaciones que se multiplican en los café de la Quito postelectoral: si el fraude no alcanzara a explicar el resultado del balotaje, ¿por qué la Revolución Ciudadana volvió a quedar en minoría en su tercera contienda presidencial en cuatro años?
Hay quienes señalan algunos errores de campaña. Uno de ellos tiene que ver con los flancos abiertos acerca de la dolarización, tema de alta sensibilidad en Ecuador, que dio pie a la consigna “Luisa te desdolariza” y al avance de una eficaz matriz de miedo. Otro elemento habría sido la posición ante la Revolución Bolivariana, en el marco de un importante rechazo en la población ecuatoriana ante todo lo que suene a venezolano. “No me gustaba ninguno de los dos, pero voté por Noboa porque sí me da temor esa parte del socialismo, al menos con las últimas declaraciones que hubo en el debate, la parte de haber reconocido a Maduro como presidente constitucional, con eso, y con los gestores de paz que dijo Luisa, no me gustó”, dice María, en la Plaza Murillo de Quito, cerca de un cartón tamaño real de Noboa situado en la entrada de un restaurante.
Por otra parte, un anti correísmo cerril caló en muchos imaginarios. Efecto de acusaciones permanentes de corrupción y supuestos vínculos con el narcotráfico, apertura de causas judiciales, titulares mediáticos de demonización como campanadas diarias, tantas como las iglesias que se suceden en el centro colonial de Quito. Cualquier traspié se agrava, en particular en una segunda vuelta donde se buscaba alcanzar al voto blando más inestable y cambiante, para perforar el techo de los balotajes de 2021 y 2023.
Existe otra explicación posible, relacionada con las dificultades que atraviesan los viejos progresismos o izquierdas de la región, visibles en las disputas internas en el peronismo-kirchnerista argentino, la fractura del proceso de cambio en Bolivia, o la crisis de las presidenciales venezolanas. Agotamiento de repertorios, lenguajes, fin de ciclos, trasvasamientos dirigenciales que se anuncian y no se hacen, delfines convertidos en tiburones, fotografías de logros pasados que se ponen color sepia hasta borrarse en las nuevas generaciones, imbuidas de subjetividades construidas en la precarización y el ascenso social a través de las aplicaciones, apuestas, el narco o la migración.
Si para obtener un resultado diferente es necesaria otra fórmula, la pregunta es cuál sería la nueva aritmética para una Revolución Ciudadana que en esta elección, a diferencia de 2021 y 2023, sí construyó alianzas tanto con el sector indígena como con actores de derecha. Encontrar la respuesta parece urgente para un movimiento desmembrado geográficamente, con miradas de izquierda y otras conservadoras o empresariales en su interior, probables nuevas traiciones y fuerzas centrífugas en gestación, y que (sobre)vive bajo amenazas en un país vuelto lawfare y plomazón.
Cabe finalmente un interrogante: cómo se construye mayoría y se gana elecciones en un escenario donde se manipulan las vías democráticas y existe un crónico estado de shock. Una tendencia que, todo indica, empeorará en un momento-mundo donde la democracia se vuelve obsoleta para quienes buscan maximizar ganancias y poder. En el caso de Ecuador con la particularidad de estar bajo mando directo de sus dueños económicos, quienes parecen olvidar que se trata de una tierra de volcanes.