Nos abre la puerta en pantuflas y pide disculpas por la facha. Le cagamos la siesta. Daniel Yofra está quemado: acaba de terminar el Plenario de Delegados de la Federación Nacional de Aceiteros y Desmotadores de Algodón que conduce desde 2013. Durante dos días decenas de cerebros obreros de todo el país carburaron cómo defender sus ingresos, sus derechos y la organización en medio de la tempestad libertaria. Y viene de cerrar una paritaria en la que el salario inicial de sus bases estará en $1.240.000 (mientras que el Salario Mínimo Vital y Móvil en mayo cerraba por decreto en $221.052). Tiene motivos para estar cansado. Nos invita a sentarnos a una mesa desordenada por carpetas y regalos que le trajeron compañeros de todos lados: imágenes, artesanías, hojas de coca, algún vino. Como si fuera un santito proletario. Le preguntamos lo que nos preguntamos todos: ¿cómo salimos de acá?
Yo haría un comité de crisis con veinte organizaciones sindicales que tengan impacto económico. Eso en primer lugar, veinte sectores del sindicalismo cuyos patrones aporten mucha plata al Estado. Y armaría una estrategia. Que al secretario general de la CGT lo elijan esas veinte organizaciones. Pero no necesariamente de entre esas veinte. Como Saúl Ubaldini en su momento, que era del rubro cervecero y tenía impacto en los borrachos, nada más. Tranquilamente puede conducir alguien que no esté dentro de ese grupo. Pero que esté puesto por esos veinte. Como pasa con el “círculo rojo” en el país: que no gobiernan, pero gobierna un representante de ellos.
¿Sería el “círculo azul” o el “círculo proletario”? Un G20 obrero.
Es una cuestión de sentido común: llamar a esos veinte sectores para conseguir apoyo. Porque si no hay apoyo no tiene sentido. ¿Qué sentido tiene, por ejemplo, que yo presente un proyecto de reforma del convenio para mejorarlo si no vamos a pelear? Después del apoyo, un programa rápido, urgente, de toda la problemática que tienen los jubilados, los desocupados, los pobres, los trabajadores. Y decir “nosotros queremos esto”. No esperar a que la Ley Ómnibus, el DNU, los políticos decidan si nos dan esto o aquello, y usarlo de moneda de cambio. No. El gremialismo presenta esto. Y después llamar a un plan de lucha. La única manera de negociar es con conflicto.
¿Y mientras tanto que madure una propuesta política?
Eso es inevitable. Pero no podemos pensar que tenemos que poner un candidato ahora cuando tenemos un montón de problemas sin resolver. La política tiene una deuda de cuarenta años con los derechos que nos sacaron los militares que no se repusieron. Y los que sacó el menemismo tampoco. Y la Ley Banelco tampoco. Un gremialismo que proponga una mecánica de gobierno que sea inclusiva. Así que eso: comité de crisis, plan de gobierno y plan de lucha.
¿Vos creés que la gente está mal y que quiere salir a pelear, solo que no hay líderes que la convoquen? ¿O la gente misma está procesando lo que pasa, debatiéndose si salir a protestar o apoyar al gobierno hasta que aparezcan los resultados de este sacrificio?
No. A ver, al principio era lo que ellos decían en los medios: vos votaste y te estaban diciendo “vas a estar mal”. Pero todavía no estaban mal. Hoy vas a un supermercado y está vacío. Una cosa es cuando te lo dijeron en diciembre y otra es ahora. Te tiro una metáfora: un río, un barco. Yo te empujo al agua y te digo “bancá un cacho, después te voy a dar el salvavidas”. Y no te lo largo. Vos vas a nadar hasta donde te dé la fuerza, después te vas a ahogar. Eso es lo que le va a pasar a la gente, que tiene que decidir entre pagar el alquiler, comer o vestirse. ¿Cómo hacés para sobrevivir? Hicieron un laburo estigmatizando a los dirigentes sindicales. Buscan el descreimiento. A tal punto que hoy muchos dirigentes tienen vergüenza de pedir algo, que no se lo den y tengan que salir a hacer un quilombo. Lo que no hay son líderes.
¿Te parece que la CGT estuvo tan floja de reflejos? Después del DNU movilizó a Tribunales en medio de las Fiestas, logró frizar el capítulo del Decreto sobre los derechos de los trabajadores en la Justicia, paró y movilizó fuerte el 24 de enero a menos de dos meses de la asunción de Milei, influyó en el derrumbe de la primera Ley Ómnibus, movilizó el 1° de mayo y llamó a paro general el 9 de mayo. ¿No le estamos pidiendo mucho?
Hace un montón de años que vengo diciendo que la CGT tiene que ser oposición del Gobierno, independientemente del partido que gobierne, porque los derechos de los trabajadores se contraponen al interés que tienen los políticos últimamente. Algunos me decían eso: “Daniel, metieron dos paros y dos movilizaciones en 5 meses, fueron a la movida universitaria, fueron a Tribunales”. Está bien, pero lo que nos pasó en estos 5 meses con estos patrones que están en el Gobierno no nos pasó en 40 años, ¿me entendés? Este tipo Milei hace un discurso, con esa saña que tiene, con esa cara de malvado, diciendo que van a echar a 60 mil trabajadores del Estado y se caga de risa. Caga con la puerta abierta.
Desde la CGT dicen que si se adelantan demasiado pueden quedar en orsai. También argumentan que hay un riesgo de quedar asimilados con la “casta”. La situación del mercado laboral tampoco ayuda a ponerse tanto más a la ofensiva, ¿o sí?
Son excusas.
¿Para qué?
Para no hacer. Cuando no estás acostumbrado a parar, ponés excusas para no hacerlo. Hoy lo tenés en tu gremio, y mañana lo tenés en la CGT o donde te pongan en alguna actividad. Salen a justificar diciendo que no quieren que les digan que son desestabilizadores. Boludo, nos mataron en tres meses. ¿Sabés cuál es el tema? Si a vos te pegan y te pegan tanto por algo, después te da vergüenza hacerlo. A Alberto le hicieron un tractorazo a los tres meses de que estaba en el gobierno, pero eran “los del campo”. A Cristina le hicieron 100 días de huelga, tiraban la leche en las cunetas de los campos. Fue en el 2008, hacía tres meses que estaba gobernando. Cien días de huelga. Cuando nosotros hicimos 22 días de huelga en el 2020, nos llamó el medio Cadena Tres. Decían que la Sociedad Rural y Federación Agraria anticipaban que íbamos a generar desabastecimiento porque no dejábamos sacar la soja del campo. Íbamos por el día dos de la huelga y les contesté: “Bueno, ellos hicieron 100 días de paro, a nosotros nos quedan 98 por hacer”.
¿La reacción es rápida y mucha, pero poca y lenta?
Yo te lo traslado a una empresa: si me echa a 10 tipos, paro un día. Me echa a 20, 30, 40, 50. ¿Tengo que pensar si hago una huelga o no? Frenamos un poco el DNU, frenamos un poco la Ley Ómnibus, les metimos presión a los políticos. Pero no alcanza. Porque hay despidos en el Estado, despidos de privados, los sueldos que siguen por el piso. Es decir, hay muchas cosas que están pasando en muy poco tiempo. Vos ponete en el lugar del tipo que está padeciendo los ajustes de este Gobierno: 100% en cuatro meses de devaluación, suba de la nafta, de las prepagas, de la alimentación… y vos no tuviste ningún avance. ¿Vas a esperar? ¿Vas a pensar “demasiado lo que hizo la CGT que antes no había hecho nada”? Hay motivos de sobra para hacer un plan de lucha. Si vos le preguntás a la CGT y te dice que estratégicamente no conviene parar porque están por negociar o porque tenemos esto o aquello, porque creen que va a ser peor, porque nos van a sacar los fueros sindicales, todos los motivos que vos quieras decir... Pero si es porque no quieren que los tilden de desestabilizadores, ya está. No nos vengas a poner una excusa pelotuda.
la culpa no es del chancho
En el Plenario de Delegados que acaba de terminar, el clima es de orgullo y autocelebración por la conquista de una nueva paritaria que superó la pauta del Gobierno y las propuestas de los empresarios. Pero la atmósfera no es necesariamente festiva. Se percibe la preocupación en los rostros y en el tono de los discursos. Los delegados acusan recibo del golpe que significó el triunfo libertario y las amenazas materiales y simbólicas que se ciernen sobre su construcción sindical. En las localidades del interior donde trabajan, las balas pican cerca: familiares o amigos despedidos, con salarios por el piso y angustias por las nubes, van demoliendo el precario entorno social de sus vidas cotidianas. Pero quizás haya un impulso mucho más primario, que le imprime ese dejo de suspenso al ambiente: tratar de entender qué carajo está pasando. Le preguntamos a Daniel Yofra cómo cree que llegamos acá.
Yo laburé para que no gane Milei. Laburé diciéndoles a los compañeros lo que me parecía a mí. Cuando perdió Massa en las PASO (yo lo voté para que no ganaran Bullrich ni Milei), me llamó Julián Domínguez para redoblar los esfuerzos. Y le dije: “Pero ¿vos querés que nosotros cambiemos en dos semanas lo que ustedes no pudieron cambiar en cuatro años? Nosotros vamos a hacer el esfuerzo, pero esto es error de ustedes que se mandaron un montón de cagadas”. Eso es lo que hay que tener en claro. Y si no lo decís a tiempo, pasan estas cosas, gana un tipo que hace dos años le pegaba a un muñeco en el teatro.
¿Entre los aceiteros hay quienes votaron a Milei?
Sí, sí.
¿Bastante?
No sé si bastante, pero estoy seguro de que sí. Muchos no dicen nada. Hay algunos que lo defienden, que lo siguen defendiendo hoy, son pibes que realmente no quieren el sindicalismo y demás.
¿Son más jóvenes? ¿Es una nueva generación entre tus propias bases?
Sí… no sé si pasa tanto por la juventud. Obviamente que por ahí hay. Hoy se ve mucho más radicalizado en los jóvenes de 30 años que siguen jugando a la Play Station. Entonces obviamente que les va a calar más profundo el discurso de Milei, les parece un discurso lindo.
En algunas de las automotrices de Zárate los obreros jóvenes les cantaban a los sindicalistas viejos “la casta tiene miedo”.
Lo primero que dije cuando ganó Milei, en un congreso el año pasado, fue que era momento de reconstruir la relación con los trabajadores que piensan distinto. Yo no puedo considerar que son los culpables de que Milei esté gobernando. Los culpables son los que se fueron. Porque no hicieron bien las cosas. Y nosotros, responsables de no haber gritado lo suficientemente fuerte como para hacernos sentir que esto iba a pasar. Y no estoy diciendo gritarles a los trabajadores que lo votaron, sino a los políticos que estaban haciendo las cosas mal, porque por ahí si hubiésemos cambiado el rumbo se lo hubiésemos advertido, pero nunca les dijimos nada.
Se pensaba que los trabajadores con derechos lo votaban a Massa, y que el problema eran los precarizados sin derechos, que consideraban que “no tenían nada que perder”, o los jóvenes que no laburaban. Por lo que vos contás, no es tan así.
Naa. El trabajador que no es militante escucha lo que le conviene. Que si trabaja va a poder comprar dólares, que va a poder viajar, comprar un tiempo compartido por 10 mil dólares y que te vas a ir de vacaciones como Susana Giménez o Tinelli. Y vos no tenés esa plata para ir con ellos. Y te muestran un catálogo re lindo, pero es mentira.
¿Y eso no es un poder también? La expectativa creada alrededor de esa forma de vida, ese horizonte más individual, las redes sociales. ¿No es un poder un poco más complicado de revertir que un mal o buen gobierno?
Yo creo que sí, pero si vos a todo eso lo ayudás con una mala gestión, me parece que es mucho más importante que lo que los medios influyan. Entonces echarles la culpa a los que votaron “porque son unos boludos bárbaros” es olvidarte de un gobierno que dio marcha atrás con Vicentin, que con la pandemia tuvo la vacuna VIP, y cuando estábamos todos encerrados este boludo se sacaba fotos… ¿Qué querés que te diga? Cosas que no ayudan.
corazonada de clase
El mate dejó atrás a la siesta. Cuando nos quisimos acordar, las hipótesis de Yofra sobre el triunfo de Milei nos llevaron al campo político. O, más exactamente, al de “los políticos”. Y en ese camino, curiosamente, conectaron con algunos supuestos de los enunciados libertarios, mostrando su pregnancia como sentido de época incluso entre sus antagonistas. Imponer un lenguaje —además de una agenda— es un signo inequívoco de triunfo. Y el líder aceitero invita a revertir esa desventaja, a través de una construcción que vaya más allá de la emergencia económica y social inmediata. Sobre el final, arriesga una corazonada.
Hay cierto panorama de balcanización, luchas o negociaciones por separado como si no fueran parte del mismo país: gobernadores, sindicatos, movimientos. El Gobierno trabaja esa fragmentación. ¿Qué rol juega la política hoy para rearmar un proyecto alternativo de conjunto?
Hoy no hay oposición. Está desaparecida. Por eso yo digo que es una oportunidad histórica para que la CGT cambie de rol. Si hay que cambiar de dirigentes, bueno, habrá que cambiar de dirigentes. Porque no hay un líder político. Alberto se fue, Cristina no habla, Massa no habla. Es una situación muy indefensa para la sociedad. Yo considero que la política no tiene conciencia de clase, entonces por eso no defiende nunca a los trabajadores. Hace rato. Desde que Cristina manifestó que los maestros tenían “mucho tiempo de ocio”, mostrando que veía la política como empresaria —después podemos discutir si estábamos mejor o no: sí estábamos mejor—, hasta que los primeros precarizados laborales son y eran los del Estado. Cuando estaban ellos, en la mayoría de las dependencias del Ministerio de Trabajo estaban contratados, con contratista, etc. O sea, los mismos que deberían inspeccionar para que no ocurra eso. Hace rato que lo vengo pensando: no creo que la CGT tenga que encarar una negociación de puestos políticos. Prefiero que la CGT se empodere y salir a enfrentar a quien sea como sindicalismo. Al que esté.
¿Te ves como parte de un armado nuevo en la CGT? ¿Te considerás integrante de una nueva generación junto a Pablo Moyano, de Camioneros; Pablo Palacio, de los recibidores de granos con quienes hicieron la huelga de 2020; el propio José Voytenco, de los trabajadores rurales; o Abel Furlán, de la UOM, que está encarando huelgas?
Me veo. Me veo tranquilamente en la CGT porque tengo experiencia, hay de sobra. Lo que no me veo es haciendo determinadas cosas para llegar ahí.
¿Cómo es eso?
Cuando empecé venía con la mentalidad de mi viejo, sindicalista también, peronista, que siempre delegó un puesto de responsabilidad a otro compañero de militancia que supuestamente tenía más trayectoria. Mi viejo era un tipo muy capaz. Pero era una pelotudez pensar que uno no necesitaba un cargo para demostrar determinadas cosas. Tampoco se trata de demostrar lo que sabés, sino de poder imponer determinadas cosas desde un lugar de poder. Entender que si no tenés poder es al pedo. Vos podés pensar un montón de ideas, pero si no tenés poder enseguida te rebajan y queda ahí. Entonces cuando entré en la Federación me di cuenta de que sin poder no iba a lograr hacer nada. Me fui veinte veces. No me bancaba la manera de laburar. Tampoco tenía ganas de pelear. Cuando no tenés ambición sos medio tibio. Yo no tenía ambición de poder, y no la tengo ahora porque si no me hubiese metido en un partido político, en la CGT, me hubiese sentado al lado de Moyano, qué sé yo. Supongo que esa es la manera de escalar, porque hay tipos que siempre se desesperan por estar en esos lugares. Se matan para sentarse en el primer puesto. Pero el tema de no tener ambición es un poco inconscientemente el de no tener responsabilidades. No me hago cargo. O sea, “animémonos y vayan”. No. Después lo entendí.
Toda esa lógica de la rosca, la careteada, la foto te jode. Pero, si no pasás por ahí, no podés dirigir el movimiento obrero desde un lugar de poder o construirlo.
Salvo que me vengan a buscar ellos y me digan “ya que hablás tanto al pedo, vení acá y demostrá lo que vos sabés”. Pero me cuesta porque desgraciadamente hay una política partidaria que es mucho más fuerte que el sindicalismo. Nosotros integramos el Frente Sindical y en los cuatro años de Alberto Fernández era cuidarlo entre algodones. Era un gil bárbaro que en plena pandemia se sacó fotos y estuvo de joda en Olivos. ¿Y cuánto vas a bancar? Porque defender a un inútil o defender a un corrupto te vuelve lo mismo. No hay necesidad. Aparte estamos mal. Bancarse eso se acabó. Ya está. No más presidentes que vayan y hablen de fútbol afuera, no más presidentes que toquen la guitarrita, no más tipos enloquecidos gritando en un teatro. Hay un montón de gente que la padece, que vive en piso de tierra. Tené un poco de empatía. Pero para hacer eso tenemos que formar un dirigente. Se tiene que volver a esa herramienta que tenía la democracia en los partidos políticos donde vos elegías a través de un congreso de militantes, ¿viste? Los últimos candidatos que tuvo el peronismo fueron puestos a dedo, y todos por Cristina: Scioli, Fernández y Massa. A mí me han venido a buscar para armar para tal candidato, para armar tal espacio, pero después me decían “si viene la jefa y dice otra cosa, cambiamos”. No. Yo no voy a trabajar al pedo. Si trabajo por alguien que a mí me parece que puede ser un buen conductor del país, que entiende la política de los trabajadores, yo lo hago, pero si voy a trabajar para que después venga “Dios” de arriba, te toque y diga “tiene que ser este”, naa…
¿Ves a alguien que pueda despuntar para el período que viene o es muy temprano?
Kiciloff.
¿Tuvieron reuniones?
No, reuniones políticas no. Tenemos una buena relación. Me consulta algunas cuestiones del sector. Tengo un justificativo: fue el único tipo o uno de los pocos políticos en salir bastante limpio del kirchnerismo. No tiene causas y fijate que le hacen bullying con boludeces. Y gobierna la provincia más grande del país. Lo conocí cuando fueron los 25 días de huelga, en 2015. Él nos recibió. Y el tipo estaba laburando. No estaba ahí de saco mirando desde arriba. No tengo mucho argumento, pero tampoco creo que sea lo menos malo. Antes de que fuera candidato a gobernador en 2019, le mandé un mensaje y le dije que iba a ser nuestro próximo presidente. Fue una corazonada. Yo a Kiciloff lo invitaría a mi casa. Y no invito a cualquiera a mi casa. Porque, aparte, me parece que no es el tipo que quiere un cinco estrellas. Me da esa sensación.