los ricos no piden permiso | Revista Crisis
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los ricos no piden permiso
El grupo económico de los Macri la levantó con pala en la década del ochenta, trastabilló a finales del siglo veinte y luego se borró de las grandes ligas. Pero el último hito del imperio familiar fue la decisión de Franco de venderle a su sobrino Ángelo Calcaterra las empresas constructoras más importantes. Ángelo pisa fuerte en la obra pública y su empresa fue una de las grandes ganadoras de la década kirchnerista. Un vistazo al presente de la patria contratista, que a Mauricio no parece quitarle el sueño.
Fotografía: Pablo Valora
21 de Marzo de 2016
crisis #24

 

A fines de los años ochenta Argentina ardía en la hiperinflación y Franco Macri fue elegido por una encuesta entre hombres de negocios locales como “el empresario de la década”. La elección tenía fundamentos concretos: Socma (Sociedad Macri) era uno de los grupos empresariales que más había crecido durante la “década perdida”. Pasó de ser una empresa constructora mediana en los años setenta a transformarse en un complejo diversificado que controlaba la principal empresa automotriz del país (Sevel), una de las mayores constructoras (Sideco),  y la recolectora de residuos Manliba, entre muchas otras. Macri no sólo tenía un presente brillante, también vislumbraba un futuro promisorio de cara a la reforma del Estado y la liberalización que se anunciaba de forma casi inexorable. Fue en esos años cuando Macri padre sufrió un infarto y la salud pasó a ser, probablemente, su mayor preocupación. Pero tenía un heredero, el niño Mauricio, al que venía fogueando en el grupo desde hacía años.

Casi tres décadas más tarde, es obvio que la película se desarrolló de un modo distinto al previsto. Franco logró sobrellevar sus problemas cardíacos y luce unos saludables 85 años. Su hijo, luego de un paso poco feliz por el mundo gerencial y después de negarse a continuar bajo el mando del padre, se transformó en Presidente de la República. Sin embargo, el desenlace en el campo empresarial es mucho menos alentador: el grupo perdió sus antiguas joyas y hoy Franco –formalmente– no controla ninguna empresa de las que se ubican entre las 200 más grandes del país.  Ahora bien: no hay que confundir el innegable declive de Socma con su lisa y llana desaparición. El grupo redujo su poder pero sigue vivo, en manos de la misma familia y en plena expansión.

neo-pragmatismo italiano

El perfil de Franco Macri nunca se ajustó a la imagen del empresario tradicional de Argentina, que tiene varias generaciones de propietarios y se relaciona con las familias patricias. Nació en un hogar de clase media de Roma, y llegó al país a los 18 años siguiendo a su padre, que había emigrado a Buenos Aires unos años antes. Comenzó a trabajar joven en empresas de la construcción y no terminó la carrera universitaria que le quitaba el sueño (ingeniería, claro). Su vida empresarial se inició como subcontratista de otras firmas constructoras más importantes. Poco después, mientras construía una planta para Loma Negra cerca de Tandil, Macri se casó con Alicia Blanco Villegas, integrante de una de las tradicionales familias terratenientes de la zona. Mauricio, el primer hijo de la pareja, nació en 1958.

Aquella empresa de Macri (Demaco) tuvo su primer gran hito en 1964, cuando se asoció con la multinacional Fiat para formar la constructora Impresit-Sideco. Desde entonces participó en importantes proyectos de infraestructura, como la edificación de las centrales nucleares de Atucha y Embalse, impulsadas por el gobierno de Onganía.  Durante la década del setenta, a medida que la situación macroeconómica empeoraba, el grupo impulsó una fuerte diversificación, incursionó en negocios inmobiliarios, producción petrolera y  servicios públicos.

Pero el principal punto de inflexión llegaría en 1982, cuando la automotriz Fiat decidió abandonar Argentina y el grupo Macri se hizo cargo de la producción de sus autos y los de la marca francesa Peugeot. Franco pudo adquirir el control de Sevel con las facilidades que le dio la transnacional italiana, preocupada por los costos económicos y políticos que implicaría un eventual cierre de fábricas y concesionarios (como ya había pasado con la retirada de General Motors unos años antes). Durante los años ochenta Sevel –ajuste de plantilla laboral y estatización de la deuda mediante– pasaría a ser el emblema del grupo y una de las empresas industriales más importantes del país. El pragmatismo de Macri también operó en el terreno político. Durante la dictadura incorporó al grupo a varios ex dirigentes de la Juventud Peronista (Carlos Grosso y Octavio Bordón, entre otros) convencido de que los militares caerían en algún momento y el peronismo volvería al poder. A pesar del triunfo de Alfonsín, Macri continuaría apoyando a estos dirigentes que encabezarían la renovación peronista y, a fines de la década del ´80, llegarían a puestos claves en el gobierno de Menem.

negocios interruptus

Macri formó parte de los empresarios de peso que apoyaron con entusiasmo las reformas neoliberales, sin embargo terminó afectado por la apertura comercial y la llegada de los gigantes multinacionales. Los primeros años tuvieron un sabor agridulce: gracias a su capacidad de lobby logró la sanción de un régimen especial para el sector automotriz, que le permitió sortear exitosamente la apertura y beneficiarse por el repunte en el consumo. Pero su participación en las privatizaciones fue decepcionante. Si bien ganó la concesión de algunas rutas y participaciones en empresas menores, perdió su principal apuesta: la privatización de Obras Sanitarias de la Nación. La recompensa vendría unos años más tarde en uno de las últimas y más controversiales privatizaciones de la era menemista, el correo. Esta victoria derivó en un desastre empresarial.

El golpe más duro vino durante la segunda mitad de los noventa con la decisión de Fiat y Peugeot de regresar al país y fabricar sus propios autos. Mauricio había sido nombrado presidente de Sevel en 1994 y encabezó las negociaciones con la automotriz italiana para renovar la licencia. El fracaso y las disputas con Franco –que quería retener el control del imperio– provocaron su renuncia en 1995 y se alejó del grupo para dedicarse a la política en Boca.   

Cuando el modelo de convertibilidad empezó a crujir, Franco fue uno de los pocos empresarios que alertaron sobre los efectos y reclamaron compensaciones. “Este es un país anti-industrial y la lucha con las multinacionales no nos permite mantenernos” (Clarín, 19-10-1999). Para sortear la crisis intentó hacer pie en el sector agroalimentario y aceleró el desembarco en Brasil, con pobres resultados. La crisis de la convertibilidad encontró al grupo sin la mayor parte de sus empresas históricas (Manliba también había caído en desgracia) y con sus nuevas apuestas en serios problemas. El único flanco que se sostenía era el de los orígenes: la construcción.

el viagrazo kirchnerista

La gestión de Macri en el Correo Argentino fue barranca abajo y terminó relativamente pronto: en el 2000 dejó de pagar el canon estipulado por la privatización, en 2001 entró en concurso de acreedores, y en 2003 el gobierno de Néstor Kirchner le rescindió el contrato. A partir de allí el corazón del grupo pasó a ser Sideco Americana, el holding que nucleaba a las principales empresas constructoras, como Iecsa (dedicada a la obra pública) y Creaurban (especializada en desarrollos inmobiliarios de lujo). Sideco aprovechó bien el auge de la construcción privada de la posconvertibilidad y edificó buena parte de las torres de Puerto Madero (Madero Plaza, Mulieris Puerto Madero, Art María). Pero la pata más fuerte era la obra pública, especialmente en los sectores de infraestructura energética, vial, ferroviaria y de saneamiento. Iecsa, por ejemplo, integró el único consorcio que se presentó para la construcción del tren bala entre Buenos Aires y Rosario. El presidente de Sideco ya no era Franco –que se dedicó a desarrollar negocios con China– sino su sobrino, Ángelo Calcaterra, que cultivó una muy buena relación con el gobierno de Néstor Kirchner. Ángelo se transformó muy pronto en un asiduo asistente a los actos oficiales, y en uno de los principales aportantes privados a la campaña de la fórmula Cristina-Cobos.

Pero el crecimiento del grupo en la construcción comenzó a generar chispazos con la carrera política de Mauricio, que buscaba desesperadamente despegarse de la historia del grupo Macri y de su pasado empresarial. En la campaña por la Jefatura de Gobierno que perdió con Aníbal Ibarra, el hijo de Franco no se cansó de repetir: "Mi familia no tiene ni va a tener negocios en la ciudad". Pero pocos meses después Sideco participó en la licitación por la recolección de la basura en la Capital Federal y cayó como una bomba en el equipo de Mauricio, que se preparaba para disputar una banca de diputado en 2005.  Juan Pablo Schiavi, actualmente condenado por la tragedia de Once pero en ese momento jefe de campaña del líder del PRO, confesaba: "A Mauricio no le cayó tan mal porque desde el punto de vista legal no hay nada que lo impida. ¿Si le gustó? Y, la verdad es que no, especialmente porque la concesión dura cuatro años y lo va a agarrar en plena campaña electoral para la banca. Lo que usted no sabe es que para los Macri los negocios de la familia son eso, negocios, y la política es otra cosa" (La Nación, 11-11-2003).

En 2007 llegó el último gran hito para el grupo Macri. El mismo día que Mauricio lanzaba su candidatura a Jefe de Gobierno en un basural de Villa Lugano junto a una nena pobre, Franco difundía la venta de Iecsa y Creaurban a Ángelo Calcaterra, su sobrino y ex presidente de la firma vendedora. La operación presentaba varias “peculiaridades”. Por ejemplo, el comprador podía abonar en cómodas cuotas a lo largo de siete años y, durante los años anteriores, Sideco venía comprando participaciones en la firma de Calcaterra, que ahora, de repente, pasaba a ser el dueño del imperio. Todo hacía suponer que se trataba de una maniobra poco sutil para disimular el conflicto de intereses de Mauricio con los negocios familiares.

Los años siguientes Franco no perdió oportunidad para hablar bien del kirchnerismo, desaconsejó públicamente a su hijo continuar con su carrera política, e incluso, en 2014, opinó que “el próximo presidente tiene que salir de La Cámpora”.  ¿Reacción inmadura de un padre despechado que compite con su hijo, o intento de mejorar la imagen de Mauricio alejándolo del estigma familiar?

Entre 2007 y 2011 el grupo no paró de crecer gracias a las obras concedidas por los principales distritos del país.  Se asoció con la italiana Ghella, que poco antes había ganado la licitación para construir los túneles aliviadores del arroyo Maldonado, con lo cual Iecsa pudo hacerse cargo de una de las mayores obras de infraestructura de la ciudad en muchos años. Pero los negocios vinieron principalmente desde el Gobierno Nacional: dos centrales eléctricas, participación protagónica en el Plan Federal de Vivienda, la obra de soterramiento del Sarmiento (que quedó trunca al poco tiempo), y la concesión de cinco rutas nacionales y una autopista en 2010. A partir de 2011, con el ascenso de Axel Kicillof, la relación con el Gobierno Nacional se enfrió un poco.

La llegada de Mauricio al poder promete ser el inicio de una nueva etapa de bonanza para el grupo empresarial que hoy comanda Angelo Calcaterra, al menos si se tienen en cuenta las “buenas nuevas” que llegaron durante los primeros meses de gestión. Una de las primeras obras anunciadas fue la reactivación del soterramiento del Sarmiento. Pocos días más tarde, Macri otorgó los avales del Gobierno Nacional que le permitieron a Córdoba adjudicar la mega-obra de los gasoductos troncales, en la cual a Iecsa –asociada a capitales chinos- le corresponden trabajos por aproximadamente 2.500 millones de pesos. Los vínculos con el grupo que fundó su padre no parecen quitarle el sueño al Presidente: hace tan sólo unos días anunció la transferencia de las acciones que tiene en la empresa Yacylec a Sideco, que sigue bajo el control de Franco.

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