La hora de los microondas | Revista Crisis
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La hora de los microondas
Tras un trunco romance con la señora Carrió, Pino Solanas volvió a filmar una película sobre Perón donde se posiciona como exegeta puro, fascinado y final. Entre la autocrítica, la mistificación y una nueva recusación contrafáctica hacia las izquierdas, Pino revindica el tercer gobierno del General como panacea de la unidad nacional y el desarrollo argentino, y carga contra otro Legado, el de los Kirchner.
02 de Marzo de 2016

Hay una escena de El Legado, la nueva película de Pino Solanas, que resulta reveladora en más de un sentido. En ella, el cineasta y senador nacional por Proyecto Sur se muestra a sí mismo entrevistando a Perón en sus míticas películas del año 1971 y por unos segundos se le escapa (o eso parece) un gesto de condescendencia. Un: "¡uh! ¡pero qué verdes estábamos!". Y no como reproche a la conocida picardía del líder justicialista sino como reconocimiento, cuarenta y varios años después, de su propia inexperiencia como sujeto político de la época. "Pensá que nosotros sabíamos de manifestarnos, de pelear y de hacernos valer, también de luchar contra la dictadura, pero de política, la verdad, sabíamos poco y nada, no habíamos vivido la política...", reflexiona con melancolía en su despacho del Congreso un día antes de cumplir 80 años y a días del estreno comercial del film en el que revisita su pasado político luego de la serie de documentales dedicados a la minería, los trenes, la industria y otros aspectos del subdesarrollo endémico argentino.

Nunca me hubiera perdonado no haber hecho esta pelicula. O una mejor, claro. Porque uno nunca está del todo conforme con lo que hace. Y Perón necesita muchas películas más alrededor de su figura”, dice coherente con la admiración que denota el afiche: de un lado Perón sonriente y gigante en uno de sus sillones de Puerta de Hierro; y del otro, Pino pequeño y octogenario encuadrándolo como director tantos años después. “Me gustó eso de ponerlo Perón allí grande arriba y nosotros chiquitos tratando de seguirlo y aprender”, confirma, sonriente, sobre el carácter harto sentimental del film. Una flecha directa al origen del vínculo entre ambos, cuando Pino y sus compañeros del Grupo Cine Liberación (Octavio Getino y Gerardo Vallejo) lograron superar varias vallas (la más alta y tenebrosa, López Rega) y pasar ratos con Perón en su residencia en Madrid para volver con dos películas bajo el brazo; Perón: La revolución justicialista y Perón: actualización política y doctrinaria para la toma del poder. Ambas, en su momento, hiper clandestinas (aunque consiguieron popularidad cuando Neustadt pasó fragmentos en su programa, sin citar de dónde provenían, y la conmoción por verlo de nuevo al General hablando fue enorme).

La gran puerta de entrada que tuvimos para llegar al Viejo fue La hora de los hornos”, cuenta Pino recordando el valor de su primera famosa película, la que le dio chapa de cineasta militante y un primer reconocimiento entre sus pares. “Porque en su momento a Perón las usinas intelectuales lo hicieron puré. Para muchos pensadores en el mundo, no era más que un dictador latinoamericano. Entonces, que en el ‘68 apareciera una película como La hora... que no sólo reivindicaba a Perón y a Evita sino que también recibía elogios y hasta una gran recepción en el Festival de Cine Nuevo de Italia, el mismo donde habían sido aclamados Godard y Pasolini, llamó mucho su atención. Y entonces quiso conocernos”.

De ahí a los primeros encuentros en Guardia de Hierro y la idea seminal de registrar la historia del propio Perón en primera persona, no transcurrió mucho tiempo. Pero no fue fácil, claro: “En el medio me fundí con mi agencia de publicidad, perdí todos los clientes, me visitó tres veces la Side… No tenía un mango. Para colmo había nacido mi segundo hijo y realmente no sabía para dónde ir. Y por supuesto que todas las promesas de financiamiento de sindicatos, de la dirigencia, se esfumaron en seguida. Pero bueno, después de La hora... con Getino estábamos curtidos. Así que esas dos películas las terminamos de montar clandestinamente en Italia, sin nadie que nos vigilara detrás”.

El regreso de la tercera posición

El Legado, entonces, es esencialmente el repaso de aquellos años tan especiales como intensos en la vida de Pino. Con el rescate de audios inéditos de aquellos films, y recursos de meta-ficción utilizados con audacia (Solanas recorre la Quinta de San Vicente como si fuera Puerta de Hierro), la película va adentrándonos en aquella atmósfera tensa de principios de los setenta pero con los ojos de hoy. “Muestro, por un lado, mi relación con Perón: los recuerdos, el afecto que le fui tomando y la autocrítica que hago de aquel momento. Y, por el otro, lo que él nos contaba y trataba de enseñarnos. El legado que pudo expresar y dejarnos cuando al fin pudo regresar”.

Tema tabú aún hoy para muchos que incluso se consideran peronistas, el retorno del General en el 72 y su posterior ruptura con la "Juventud Maravillosa" sigue siendo -parafraseando a Cooke- el hecho maldito de la concepción setentista de la historia. Que el Viejo “los cagó” y terminó favoreciendo a la derecha del movimiento es una herida irresuelta para no pocos que protagonizaron aquellos años. Pero también para muchos otros que nacieron después y se lamentan ante la parábola de un líder popular que habría regresado después de tantas luchas para terminar claudicando con los poderes más rancios.

Con El Legado, Pino desarrolla una hipótesis distinta. Frente a las explicaciones de izquierda y derecha que se se enojan o se alegran con ese viraje, plantea una tercera posición: la de un gran pero sacrificado regreso (estaba en juego su salud) para lograr la unidad nacional ante al enemigo externo; ese que quería ver terminadas las experiencias emancipatorias latinoamericanistas y necesitaba -en palabras de Forja, auténtica raíz del pensamiento de Solanas- volver a implantar “un régimen de neocoloniaje”. “Lamentablemente sigue habiendo mucha desinformación y mucha ignorancia sobre este último gobierno de Perón, el que lo mostró más estratégico y más sabio”, dice Pino, que fundamenta su afirmación en que el viejo líder “vino a unir a los argentinos pero sin resignar sus banderas históricas en función de un proyecto estratégico-emancipatorio como fue el Pacto Social y su plan Trienal”.

Dos caras de la misma moneda, el Pacto Social y su reverso, el plan Trienal, habían sido cuidadosamente elaborados por Perón durante la última etapa del exilio español junto con sectores afines del radicalismo, el socialismo y el conservadurismo popular (agrupados en La hora del pueblo); y posteriormente sustentados en dos de las organizaciones más importantes de la relación Capital/Trabajo de aquellos años: la CGE comandada por Gelbard (luego ministro de economía) que tenía un explícito perfil industrialista; y obviamente la CGT, que con Rucci al frente estaba dispuesto “a bancar con la propia vida” aquel Pacto Social que proponía una batería de medidas de fuerte intervención estatal con el fin de bajar gradualmente la inflación y estimular de manera realista la producción. Y las cosas, por un tiempo, funcionaron: en el período 73-74 bajó a más de la mitad la inflación heredada de Lanusse (del 80% al 30%) mientras que el salario subió hasta cubrir casi el 50% de la canasta de bienes (Economía política en el Tercer Gobierno de Perón de Carlos Leyba), entre otros logros.

“Los acontecimientos de esos 9 meses fueron tan intensos que taparon todo lo bueno que tuvo ese tercer gobierno, la conciencia de que en la América Latina de esos años no había proyecto más avanzado y en paz como el que estaba llevando adelante Perón. Una revolución gradual y con cambios institucionales, pero acompañada con esa batería de 53 o 54 leyes económicas que hoy estaría a la izquierda de cualquier gobierno progresista”, se lamenta Pino. Y reprocha que el traumático asesinato a Rucci (a pocos días de asumido Perón con el 62% de los votos) y acciones guerrilleras como el fallido asalto a la guarnición militar de Azul (por parte del ERP) hayan colaborado a minar el sustento social y económico del plan. “Esas provocaciones hablan de que lamentablemente la Juventud y las organizaciones de izquierda no lo comprendieron. Su política fue infantil, terminó siendo uno de los brazos de quienes verdaderamente buscaban golpear a Perón y a su plan. Que eran, en el frente interno, el establisment económico, tanto financiero como agroexportador; y en el externo, Bush padre al frente de la CIA y Kissinger como secretario de seguridad para asuntos latinoamericanos”.

¿En qué momento te diste cuenta de que para vos Perón tenía razón frente a lo que le planteaban desde la militancia juvenil? 

- Fue hace mucho, probablemente durante los mismos setenta, ya en la Dictadura. Pensá que los que nos fuimos al exilio nos fuimos al duelo, a hablar con nosotros mismos. Ahí fue naciendo una conciencia crítica. Y en la medida que fuimos madurando políticamente lo comprendimos. Lo digo en la película: pertenecemos a una generación que nace con el bombardeo del 16 junio del 55 (durante el cual yo era un adolescente) y meses después vivimos fusilamientos, persecuciones. Por eso no entendíamos que Perón, con La hora del pueblo, hiciera arreglos para volver al país con los mismos que lo había derrocado. Nos parecía mal. Pero después se vió que tenía razón.

Al mismo tiempo, en la película no construís un Perón impoluto, sin errores...

- Ningún líder en la historia, desde Espartaco y Fidel Castro, pasando por Lenin o quien sea, pudo estar exento de cometer errores. Y el mismo Perón lo reconoce en su momento cuando habla de los desvíos de la conducción humana, o sea él, del proyecto estratégico original. Por eso para mí, estuvo lejos de ser un santo. Pero cuando lo comparás con el resto, con muchos que estuvieron antes o después, no hay medida realmente. Está por arriba de todos.

De Ortega a Marcos Peña

Las usinas académicas, en sus tres versiones (la socialdemócrata radical, la liberal conservadora y la marxista clasista) siempre fueron muy antiperonistas”, asegura Solanas. “Si a eso le sumás que nosotros, más allá de intelectuales como Ortega Peña o Fermín Chávez, nunca tuvimos una usina que explicara bien el peronismo, tenés el cuadro. Por otro lado, también es una suerte, porque muchas veces las usinas son jodidísimas. Hoy si sos intelectual y te ponés la camiseta de Perón sufrís muchos prejuicios. En ese sentido, es una pena que muchos pensadores serios, valiosos, que definiéndose como peronistas no nombren a Perón o no militen sus ideas centrales.”

¿Qué tiene para aportar su legado al mundo actual?

- Mucho. Perón dice que frente al capitalismo de estado, como era el del marxismo ortodoxo que insectifica al hombre y lo convierte en colmena, y frente el capitalismo individualista y desalmado, que siempre busca del frío resultado y recae en el puro sacrificio, había que anteponer el esfuerzo, la verdadera salida científica y humana a esa disyuntiva. Y eso para quienes concebimos a América del Sur como el gran proyecto de una utopía humana, es fundamental. Con mucha originalidad e inventiva, el proyecto de Juan Perón pudo zafar de los códigos heredados de izquierda y derecha, y nos mostró un camino que aún se puede recorrer hoy.

¿Cómo era Perón en persona?

- Era un tipo cautivante. Muy sensible y campechano. Como se lo ve y como habla. Obviamente cuando lo filmábamos se armaba un poco más, pero en esencia era el mismo. Un tipo con un gran sentido del humor y con la habilidad extraordinaria de siempre saber ponerse en el registro o en el nivel de su interlocutor; no te hacía sentir inferior. Tenía un gran simplicidad. Aunque también te dabas cuenta que estabas frente a un peso pesado que gentilmente bajaba varios escalones para darte un poco de bola.

¿Cómo describirías la actitud de Kirchner y Cristina frente a Perón y su legado?

- Bueno, yo creo que no lo comprendieron. Sinceramente. No hubo comprensión. Néstor Kirchner, un hombre pragmático, más vivo, más bicho, pero sin interés por comprender profundamente ese legado ni tampoco conocerlo. Mucho menos Cristina. Lo verificás en el débil desarrollismo que aplicaron en su propio Santa Cruz. Vos vas a Río Gallegos hoy y decís: “¡se equivocó el avión!”. Porque desde el punto de vista industrial esa ciudad no puede ser la capital de una provincia que ha contado con tres mandatos presidenciales. Es un potrero. Han visto la industria de lejos; a los ferrocarriles en una película. Realmente no hay nada.

(El Legado estratégico de Juan Perón tuvo su estreno comercial el pasado 25 de febrero.)

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