La Plaza del Congreso dividida. Las vallas, los puestos, la vigilia. Otra vez en Diputados se discutió el proyecto de Interrupción Voluntaria del Embarazo, a un año del gobierno de Alberto Fernández, a dos de 2018, cuando pasó por esta instancia y se frenó en el Senado. Esta vez, con una pandemia que por un par de días quedó velada, que por un momento al menos pierde protagonismo, y se recuerda apenas por los barbijos pero que no alcanza a impedir un ritual que se despereza.
En el sector de Hipólito Yrigoyen, territorio de los celestes que se oponen a la ley, la impronta religiosa está en todos lados. Rosarios, vírgenes, jesuses, carteles como este: “Dios castiga pero no con lazo”. Del lado verde, un mix de ánimo festivo y organizaciones sociales que despliegan una vez más ese bricolage insurrecto a base de glitter, carteles, baile.
Más allá de la distribución ecuánime: tres pantallas de cada lado, escenario central de cada lado, misma vista al Congreso de cada lado, el termómetro que ardió durante todo el día para todxs por igual, el ánimo de cada sector fue distinto. Cierta sensación de resultado cantado. Es la novena vez que un proyecto sobre aborto entra al Congreso. ¿Será la vencida?
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Flota un globo que dice “Ana María Acevedo, presente”. Tiene dibujada la cara de una chica. Alguien de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal le saca una foto y se la manda a Norma Cuevas, que está en Santa Fe. Ella se emociona al ver que su hija muerta es recordada, que se volvió emblema de una lucha. Mariángeles Guerrero, vocera de la Campaña en tierra santafesina, cuenta la historia de Ana María: era una piba pobre de la zona sur de Santa Fe que a los 19 años tuvo dos noticias: tenía cáncer en el maxilar y estaba embarazada. Pidió un aborto terapeútico. Quería vivir. Le negaron el pedido y el tratamiento oncológico –no quisieron darle quimio para no afectar el embarazo. Todo pasó en el Hospital Inchauspe. Ana María pasó sus días acompañada por calmantes, su familia y las mujeres de la campaña. Murió en 2007. “Creemos que esta vez vamos a tener ley –cuenta Guerrero, que vino desde Santa Fe para estar en el Congreso. Es el resultado de una lucha de muchos años. La campaña es federal. La integramos compañeras de todo el país. Decimos que el aborto legal es vida: la vida de esas mujeres como Ana María. Ella es un emblema de nuestra lucha”.
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Son cuatro y caminan por el lado celeste. Van pegadas, como quien anda en territorio extraño o se apartó del rebaño. Avanzan con apuro hacia la frontera del otro lado. Dicen que vinieron con una agrupación de izquierda para la marcha, pero no sabían que era para apoyar la legalización. Al llegar y ver el lado verde, se escaparon al celeste. Vinieron de San Miguel. Temprano a la tarde el sector de quienes levantan la bandera de las dos vidas era un territorio árido. Poca gente que iba y venía en medio de las pantallas gigantes que parecían centellear para la nada. Banderas argentinas por todos lados. Algunos hombres con gorra panza de chancho, de esas que se usan en el campo. Un hilo ruralista invisible que une el sentido con el cartel que adorna el escenario donde más tarde Viviana Canosa hará una vez más su clásico show celeste en vivo. El cartel del escenario dice: mesa de enlace provida.
En el pasto de Hipólito Yrigoyen clavaron una decena de cruces pequeñas de madera. Una especie de cementerio de mentira alrededor de una capilla improvisada en un gazebo. A lo largo del día habrá más o menos de ellas según la cantidad de gente que pasee por el lugar y las quite. A la noche, estarán desparramadas en el piso, corridas por quienes se recostaron en esa parte para descansar. Por la mañana, alguien las levantará del suelo, mientras el agua de los regadores cae sobre ellas. Un cartel les daba nombre: Campo de los Inocentes.
Andrea tiene treinta años. Con uno de sus brazos sostiene con facilidad a un bebé chiquito, de unos tres meses, que intenta prenderse de su teta, ajeno al entorno verde que los rodea. Por momentos lo logra. Alguien pide tomarle una foto pero ella dice que no. “Me quise hacer un aborto porque no fue una relación consensuada, pero yo presencié lo que es el aborto en cuero propio –cuenta. Soy estudiante de enfermería profesional e hice las prácticas en un hospital público. Vi cómo llegaban las chicas y la diferencia entre lo público y lo privado, por eso no me hice uno”.
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Camina junto a dos amigas. Sólo ella se pintó la cara con unas mariposas y se puso un pañuelo por las dos vidas en la cabeza. Tiene 23 años. Se anima a hablar. Su amiga, no. Recién metió la pata, explica. Tiene 19 años y habló de pena de muerte con algún periodista. Es dulce para hablar. Es raro imaginarla pidiendo que maten a los violadores pero parece que se fue de boca. “Lo sentí desde adentro”, dice. Está con su hermana menor. “Venimos desde Avellaneda –dice Celeste. Estoy estudiando para maestra. Nos conocimos en el profesorado”. Detrás de ellas pasan tres hombres con un enorme Jesús en una cruz. Llevan unas capas de terciopelo. Más tarde esos mismo rezarán arrodillados en el piso, junto al cementerio de cruces, al lado de monjas con traje beige, un cura joven, algunas mujeres de falda por debajo de la pantorrilla.
Eliana llegó desde Caseros. Tiene 25 años. Vende unas colitas para el pelo de color verde brillante que cosió ella misma. Es la primera vez que trae algo para vender. Dice que volver a la calle es algo lindo: “Creo que esta vez sí será ley”. Eso también lo creen Martina y su grupo, que metros más allá, cerca de Callao, se pintan la cara de verde y violeta. “Es una locura venir acá después de mucho tiempo y ver tanta gente junta por un deseo. Y vamos a actuar con nuestra compañía de teatro. La intervención tiene que ver con lo que va a suceder el día de hoy. Militamos con nuestro grupo. Le legalización del aborto es uno de nuestros ejes”. Más tarde se las verá hilvanando una coreografía. Performances como las suelen verse, canciones, bailes, una liturgia pagana que incluye por ejemplo también los tangos que Susy Shock compartió a la tarde, vestida de verde, en el local de Mú.
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Cuenta que vino de Caballito y que tiene cuarenta años. María trajo una cartulina escrita a mano. Habla de los bebés y algo sobre asesinato. “Estamos para defender a la madre también pero no se puede legalizar el homicidio”, dice. En el escenario central del lado anti legalización temprano a la tarde habla alguien del Partido Celeste. A los gritos, para ganarle al sonido que sale de una de las pantallas gigantes. Se llega a escuchar sobre una represión de la noche anterior. Abajo del escenario, Analía, de Malvinas Argentinas, retoma lo que cuentan en el escenario. “Nosotros cantábamos a la noche y la policía empezó a reprimirnos. A una chica de 15 la manosearon”. En su derrotero hasta empezar en el partido, menciona a Facebook. Mandó un mensaje un día, parece, por una publicidad que le apareció. Le respondieron. Empezó a militar.
Metros más allá, Yamila avanza por Entre Ríos con el barbijo celeste, sin carteles, ni pañuelo, un ascetismo general. Está con una amiga. Dice que están “en representación de los seres humanos”. “Nos conocimos en un grupo de la iglesia de San Justo. Toda persona normal que conoce lo que es vivir sabe que el derecho a la vida no se debería discutir. Hace dos años hicieron el mismo debate y ahora por mi propia voluntad vine sola”, dice.
En Mar del Plata hubo vigilia verde y reposerazo en el Monumento a San Martín. En Rosario fue en Plaza San Martín con la consigna “el proyecto se vota en el congreso, pero se gana en las calles”. En Bahía Blanca la espera fue en Plaza Rivadavia y les tocó lluvia pero no acobardó a nadie.
En Buenos Aires, a las cinco de la mañana, Vilma Ripoll, entre la gente, hablaba para la cámara de Canal 7. Amanecía de a poco y los dos lados de la plaza de Congreso volvían a avivar los cantos, los sonidos de los bombos, los pañuelos al aire, a puro revoleo. Esta vez, la diferencia a favor de la legalización fue mayor que en 2018. Esta vez, también la lluvia llegó a la ciudad cuando se había desconcentrado. Hay algo de “esta vez sí”, en el aire. Pero resta el peaje en el Senado. “Con los senadores nunca se sabe –dijo Vilma ante cámaras. La única manera de garantizar que se cumplan nuestros derechos es estar en la calle”.