Noviembre de 2018. Universidad de Hong Kong. He Jiankui, un joven y desconocido investigador de 34 años, le comunicó al mundo el nacimiento de dos bebés especiales: mucho antes de su primer respiro, dos gemelas chinas habían atravesado una “cirugía genética” a través de la técnica conocida como Crispr para desactivar un gen llamado CCR5 y hacer a las niñas resistentes contra el virus causante del sida.
Minutos después un video con sus declaraciones fue subido en Internet y estalló la controversia. “Científicos chinos están creando ‘bebés Crispr’”, “El anuncio de bebés editados genéticamente provoca indignación internacional”, “¿Debes editar los genes de tus hijos?”, fueron algunos de los titulares. “¿Cuento chino?”, publicó el diario colombiano El Espectador en su portada.
Con las horas, el debate se encarnizó. Científicos y especialistas en ética condenaron al investigador y calificaron el procedimiento de irresponsable, injustificado. Destacaron también la falta de transparencia: He Jiankui no había presentado un artículo sobre su investigación a alguna publicación científica donde hubiera debido someterse a la revisión de otros especialistas. Tampoco pidió permiso a las autoridades científicas chinas o a su universidad. Ni se ajustó a las normas internacionales: hasta el momento la edición genética en humanos es ilegal en muchos países. La excepción es el Reino Unido donde, desde 2017, la investigación está permitida en embriones pero no su implantación. En Estados Unidos no hay leyes que lo impidan específicamente pero los fondos federales no pueden utilizarse para este tipo de estudios.
El sorprendente anuncio del científico chino representó un salto controvertido en el uso de la edición del genoma. Y allí donde este investigador ve una nueva esperanza médica para borrar enfermedades genéticas antes de nacer, la comunidad científica internacional advierte la apertura de la caja de Pandora de la que podrían llegar a escapar los nuevos males del mundo: bebés de diseño, seres humanos genéticamente mejorados, es decir, nuevas formas de eugenesia y de discriminación como tan bien lo retrató la película distópica Gattaca, en 1998.
He Jiankui había surgido de la oscuridad para asombrar al mundo. Pero también había cruzado una línea. Y lo terminó pagando. En diciembre de 2019, un tribunal chino lo condenó a tres años de prisión por realizar una “práctica médica ilegal” y dictaminó que sus esfuerzos habían sido realizados “en pos de la fama y la ganancia personal”. La sentencia, sin embargo, no aplacó la controversia. A casi dos años del nacimiento de los primeros bebés genéticamente modificados de la historia, más científicos pretenden continuar con la edición de la humanidad.
terremoto genético
Si bien se lo conoció primero a través de metáforas como la del “mapa”, “código” y “manual de instrucciones”, se suele hablar –y pensar– el genoma humano como el “libro de la vida”. De ahí que la idea de “edición genética” se haya impuesto por continuidad para referirse a una serie de técnicas y herramientas desarrolladas para modificar las letras que componen el genoma de cualquier organismo de la Tierra, incluidos los humanos. La más famosa de ellas es Crispr. No es la única pero antes de su aparición alterar el ADN era un proceso complicado, laborioso e impreciso. Desde el descubrimiento de la estructura del ADN en 1953 que la biología no era sorprendida de tal manera por unas siglas, en este caso un acrónimo pegadizo –“Clustered Regularly Interspaced Short Palindromic Repeats” (repeticiones de palíndromos cortos agrupados a intervalos regulares)– que se escucha en conferencias, universidades, oficinas de patentes, documentales de Net ix y le da nombre al que se considera uno de los avances más importantes de la ciencia y la medicina modernas.
“Con los años, lo impensable se ha vuelto concebible. Hoy sentimos que estamos cerca de poder alterar la herencia humana”, indica el biólogo estadounidense David Baltimore, Premio Nobel de Fisiología en 1975. “Ahora debemos afrontar la pregunta: ¿cómo, en todo caso, queremos nosotros en tanto sociedad utilizar esta capacidad?”.
La historia del avance científico más profundo de nuestro tiempo cuenta que el kilómetro cero de esta revolución se localiza en 2001 cuando el microbiólogo español Francisco Mojica descubrió unas misteriosas y breves secuencias de ADN presentes en muchos tipos de bacterias que funcionaban como un asombroso sistema inmunitario con el que estos organismos se protegían de los virus: un mecanismo que detecta el genoma del invasor y ayudado por enzimas lo despedaza. El investigador de la Universidad de Alicante primero pensó en llamar a este sistema “SRSR”. Luego cambió de idea y se inclinó por “Spidr”. Terminó decidiéndose por Crispr, más fácil de recordar.
Sin embargo, no fue hasta el verano de 2012 cuando estas siglas comenzaron a ganar notoriedad y a circular de boca en boca. Fue entonces, cuando la bioquímica Jennifer Doudna de la Universidad de California en Berkeley y la francesa Emmanuelle Charpentier, del Centro Helmholtz de Investigación en Enfermedades Infecciosas, publicaron un artículo en la revista Science en el que demostraban cómo convertir aquella maquinaria natural presente en las bacterias en una herramienta de edición de genética, una especie de bisturí genético con el que se podría cortar cualquier cadena de ADN. “Imaginen una herramienta barata que nos permite cambiar con increíble precisión el código genético de nuestras células, células de animales, plantas, hongos y bacterias”, cuenta Doudna, quien desde entonces no deja de acaparar galardones y acaba de ganar el premio Nobel junto con Charpentier.
Al mismo tiempo y en forma independiente, otros investigadores –como el bioquímico Feng Zhang del MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts) y George Church de la Facultad de Medicina de Harvard– probaron que esta técnica más rápida, precisa, eficiente y más económica que las anteriores tecnologías de edición del genoma funcionaba en células humanas y de ratón in vitro. “Con esta técnica, una enzima llamada Cas9 funciona como el cursor del editor de texto Microsoft Word”, suele decir Zhang. “Se posiciona sobre un fragmento del texto genético y marca un corte. Imaginen poder manipular una región específica del ADN casi como corregir un error tipográfico. Así eliminaremos muchas enfermedades genéticas”.
Crispr excitó la imaginación científica. Si en nuestros genes anida, en gran medida, nuestro destino, ¿qué pasaría si la humanidad pudiera diseñar y alterar los componentes individuales que forman su esencia material, sus genes? Millones de personas podrían evitar los efectos devastadores de las enfermedades hereditarias, como los estragos de la enfermedad de Huntington, un mal hereditario que provoca el desgaste de algunas células nerviosas del cerebro. Como nunca, Crispr le dio a los científicos la posibilidad de reconfigurar el mundo. Las aplicaciones de esta tecnología podrían ser ilimitadas. De una forma u otra, cautivó la atención de todas las industrias: farmacéutica, agricultura, energía, fabricación de materiales.
Desde 2012, se la usa para modificar cultivos para mejorar el rendimiento y la tolerancia a las sequías. También le permitió a un equipo del Imperial College de Londres anular la capacidad de reproducción de una población de mosquitos transmisores de malaria. Una empresa del Reino Unido llamada Tropic Biosciences ha creado una variedad de granos de café editados genéticamente que se descafeinan de forma natural y busca salvar a la banana ante el avance de un hongo destructor de cultivos. La empresa Synthetic Genomics desarrolló cepas de algas que producen el doble de lípidos, que luego se utiliza para producir biodiesel. Científicos de Brasil e Irlanda están utilizando Crispr para crear el primer tomate naturalmente picante. Un grupo de investigación en Noruega ha utilizado Crispr-Cas9 para producir salmón estéril, lo que hace que crezcan mejor y sean menos propensos a enfermarse. Y la startup israelí CanBreed experimenta mejorar las semillas de cannabis para uso medicinal.
la condición poshumana
Películas como Okja (2017), Rampage (2018) con Dwayne Johnson y los documentales Unnatural Selection (2019) y Human Nature (2019) han buscado llevar a las grandes audiencias la excitación científica. Pero en especial, la preocupación: porque el poder transformador de Crispr también plantea importantes dilemas éticos, así como despierta amenazas sobre su posible mal uso.
Durante décadas, estas cuestiones han vivido exclusivamente en el ámbito de la ciencia ficción. Hoy son una realidad. Como destaca el investigador Kevin Davies en su reciente libro Editing Humanity: The Crispr Revolution and the New Era of Genome Editing, estamos entrando en una nueva era de la evolución humana: aunque la edición genética es muy prometedora para el uso terapéutico, suscita inquietudes éticas, legales, políticas y sociales porque puede ser utilizada para realizar cambios permanentes en las generaciones futuras no solo por científicos sino casi por cualquiera.
Uno de los sectores que más se entusiasmó con el advenimiento de Crispr fue el llamado movimiento biohacker, aquellos que promueven la llamada “biología ciudadana”, es decir, que cualquier persona pueda experimentar en el garaje de su casa con su propia biología sin necesidad de tener conocimientos científicos. En 2016, el biofísico Aaron Traywick –CEO de Ascendance Biomedical, una compañía de biohacking norteamericana– se inyectó a sí mismo en medio de una conferencia un gen modificado destinado a tratar el herpes y favorecer el crecimiento muscular. “No tengo ninguna duda de que alguien terminará herido con el tiempo”, dijo luego algo arrepentido. “No me di cuenta de las consecuencias que tendría. Después, todo se fue de control. La gente escribía artículos diciendo que yo quería ser el Capitán América y el Increíble Hulk”. En abril de 2019, Traywick fue encontrado muerto en el interior de un tanque de aislamiento sensorial en un spa de Washington. La autopsia determinó que este emprendedor de 28 años se ahogó accidentalmente y que tenía ketamina en su sistema.
Más allá de estos polémicos personajes, Crispr incita controversias por las consecuencias no deseadas que podría provocar. La bioeticista canadiense Françoise Baylis advierte que existe el riesgo de que, a medida que usamos el conocimiento para alterar nuestra biología, las normas sociales y patrones de interacción cambien de manera dramática. “Por ejemplo, alguien podría tratar de utilizar la tecnología de edición genética para aproximarnos mejor al humano ‘ideal’ –indica la autora de Altered Inheritance: Crispr and the Ethics of Human Genome Editing. Esto nos conduciría a cierta homogeneidad, volviéndonos menos tolerantes con lo que consideremos imperfecciones. Las diferencias terminarían siendo vistas como discapacidad y como algo que debe eliminarse. De esta manera, los daños potenciales duraderos más dramáticos de esta tecnología innovadora podrían ser sociales, no biológicos”.
La edición del genoma no solo podría usarse para reducir las tasas de enfermedades genéticas en las generaciones futuras, sino también para transformar la condición humana con la introducción de genes provenientes de animales o plantas. Como explica el biólogo Lee Silver, el uso de las “mejoras genéticas” podría aumentar enormemente la brecha entre ricos y pobres en el mundo.
Por eso, mientras una serie de científicos anuncia su deseo de modificar el genoma de embriones –como el ruso Denis Rebrikov que ha comenzado a editar genes en óvulos humanos con el objetivo de alterar el gen de la sordera–, un grupo de treinta investigadores de diez países pidió recientemente la creación de “asambleas ciudadanas” nacionales y mundiales para considerar las implicaciones éticas y sociales de estas tecnologías disruptivas. En un informe realizado entre la Royal Society del Reino Unido y la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos, argumentan que el tema es demasiado importante para dejarlo en manos de científicos y políticos: se ha demostrado que la edición genética genera algunos cambios no deseados en los genes y pueden producir una variedad de resultados diferentes incluso entre las células del mismo embrión.
“Actualmente, la tecnología no está lista para su aplicación clínica”, dice Richard Lifton, copresidente de la Comisión Internacional de la Utilización Clínica de Edición del Genoma en Línea Germinal que se formó luego la controversia generada por He Jiankui. “Hay muchos vacíos que deberán ser atendidos antes de contemplar cualquier esfuerzo clínico responsable”. Aun así abrió una puerta para su posible uso en casos en que se limiten a intentar evitar enfermedades raras muy graves causadas por variantes de ADN en un solo gen. “Si algún país decide permitir las modificaciones heredables del genoma humano, es fundamental que se eviten los prejuicios y la discriminación”, señala la comisión.
El asunto es si en el futuro próximo algún investigador con hambre de fama y gloria como He Jiankui no volverá a pasarse de la raya. Y termine sucediendo lo que el escritor francés Michel Houellebecq presagió en la novela La posibilidad de una isla: “Todo lo que la ciencia permite será realizado, incluso si modifica profundamente aquello que hoy estimamos humano o deseable”