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viaje al fondo de la 4t
El primer gobierno de izquierda en la historia de México está a punto de terminar y este domingo, según todas las encuestas, conseguirá el aval del pueblo para un nuevo sexenio. El singular experimento político se denomina la “Cuarta Transformación” y viajamos para comprender qué es. En esta entrevista realizada en el Distrito Federal, el célebre escritor chilango Paco Ignacio Taibo II, funcionario militante, nos ofrece una visión chida. Pero con una condición: la bola de cristal solo sirve para jugar al bowling.
Fotografía: Lizbeth Hernández
30 de Mayo de 2024

 

Paco Taibo es un ingenioso hidalgo de la Cuarta Transformación (4T), el proceso de cambio impulsado por la izquierda mexicana luego de su llegada al gobierno hace seis años. Viene conspirando junto al líder Andrés Manuel López Obrador (AMLO) desde el siglo pasado y forma parte de una generación que nació a la política en el mítico año 68, por lo que le ha visto la cara a la crueldad del poder. Pero Paco es además, y sobre todo, un escritor insaciable. Publica libros como fuma puchos, uno tras otro, sin parar. Las novelas negras de Héctor Belascoarán son su marca personal, y las biografías de personajes políticos claves como el Che Guevara y Pancho Villa fueron verdaderos bombazos editoriales.

Como si esto fuera poco, Taibo ha sido siempre un consecuente activista cultural. Un obsesivo promotor de la lectura plebeya. Un extremista de la tinta y el papel. Por eso, llegar a la dirección general del Fondo de Cultura Económica (FCE), la histórica editorial pública que pronto cumplirá 90 años de vida, es para él como tomar el cielo por asalto. Nos recibe en la mera puerta del edificio corporativo ubicado en el centro del DF, en unas mesitas instaladas en la vereda, en un caluroso mediodía de primavera.

Para empezar tranqui, le pedimos un balance del primer sexenio del gobierno morenista: “Uno siempre pide más de lo que la vida puede dar y la irrupción de la 4T en 2018 estaba repleta de ilusiones. Nos tomó tiempo descubrir que estamos heredando un aparato muy podrido, muy ineficiente, repleto de reglas, bloqueos, sistemas. Y que una cosa era tener el gobierno federal y otra cosa es tener el poder. Las trabas estaban en todos lados, han ido apareciendo de manera caústica. La más virulenta es la de una parte del Poder Judicial que sigue estando a la compra y venta. Sin embargo, no puedes dejar de decir y reconocer que la gestión de este gobierno ha sido muy positiva en algunos espacios. El gasto social, que se ha defendido a capa y espada, ha significado un cambio de hacía dónde va el dinero de la administración pública sustantivo. Estás hablando de miles de becas para jóvenes, y cuando profundizas en lo que hay detrás, descubres que la deserción escolar bajó un 30%. Y que la única respuesta a por qué es que esas becas permitieron que esos jóvenes tuvieran dinero para transporte, para la comida del día, y por lo tanto no tuvieran que desertar de la enseñanza media o superior. En términos de grandes infraestructuras, a todos nos parecen extremadamente ambiciosas: el Transoceánico, el Tren Maya, las nuevas refinerías, la red de presas. Pero uno comparte con el conjunto de la población la pregunta de cuándo van a empezar a funcionar. Cuándo las refinerías van a dar gasolina, cuándo el tren maya va a llevar productos de comunidades y no sólo turistas, cuándo el polo de desarrollo mercantil-industrial del sureste va a facilitar la conflictiva situación de Panamá. Por otro lado, hay un cambio sustancial en la conciencia popular, brutal, abajo, arraigado en la sociedad. Andrés se ha sostenido contra viento y marea en el discurso directo a través de mecanismos múltiples, como la visita a todos los lugares, las mañaneras, en esta especie de diálogo raro con el pueblo. Y representa un fenómeno único en el mundo, porque todo proyecto gubernamental, históricamente, tiene una cuota de desgaste: gobernaste cinco años, perdiste el 20% de aprobación, o el 30. Aquí Andrés se mantiene con sus 60 puntos, ante la sorpresa, el delirio y la virulencia de la derecha, que no alcanza a entender cómo demonios mantiene esta popularidad social. Pero además, ha sido coherente en decir no a la reelección, me voy a mi casa. Y la victoria en las primarias de Claudia [Sheinbaum, candidata del oficialismo a la presidencia], que para mi gusto es el ala izquierda de la 4T, te abre una puerta de continuidad que tendría que enfrentar, enseguida, el problema de la simplificación burocrática administrativa, de tal manera que del dicho al hecho no haya mucho trecho. Empiezas a descubrir la lógica profunda del priismo y el panismo en el poder, esa cantidad de pasos o mediaciones que tenías que atravesar para cualquier trámite en el aparato del Estado. Porque si todo es difícil la corrupción es el aceite del sistema. En resumen, yo diría que hemos ganado en términos generales la batalla y que vamos a ganar las elecciones”.


 

El presidente dice en su libro Gracias, recién publicado, que el objetivo es construir un país posneoliberal. ¿Se logró avanzar en este sexenio, estamos a mitad de camino, deja establecidas las bases principales?

—Yo tenía una bola para adivinar el futuro pero la usé el otro día para jugar al bowling. No me rompan las bolas con las previsiones. Cuando hace seis años entramos al Estado no tenía ni idea lo maléfico que era la opresión cotidiana de este aparato. No teníamos idea dónde estaba el dinero de la corrupción, porque iba sobre la obra pública: tú construyes una carretera y en lugar de costar 8 costaba 14, pero no es dinero que estuviera ahí. Estaba escondido. O como se ha revelado claramente, en el no pago de impuestos por parte de la oligarquía. Logramos rescatar una parte de esos millones de pesos en obra pública, pero el dinero que se fugó con la corrupción ya no está. Y esa oligarquía se refugió, a medida que los partidos se fueron destruyendo, en los medios de comunicación: centenares de periódicos, millares de estaciones de radio y decenas de televisores. Los sectores más conservadores de esta sociedad se están acuerpando.

¿Te genera expectativa el gobierno de Claudia?

—Primero, la victoria va a ser clara. Luego habrá que implementar una política de simplificación administrativa, que permita que los proyectos fluyan mucho más hacia la población. Va a ser divertido, porque te plantea retos complicadisimos, por ejemplo el desequilibrio entre lo público y lo privado en materia de comunicación es mortífero. El 90% es privado. Eso es una prioridad. Es necesario recuperar propuestas de televisión y radios de calidad, con niveles de independencia de lo privado y sus mafias.

El cambio en la mentalidad popular, ¿tiene que ver con AMLO como figura o hay una planteo más estratégico?

—La figura de Andrés es un hecho, ahí está, pero el fenómeno 4T es otro hecho también. Muy probablemente Claudia herede un país más fácil de gobernar que el que le tocó a Andrés, porque ya se descubrió a nivel estatal quiénes son los enemigos. Pero cuesta mucho trabajo cuando planteas políticas de mediano y largo plazo. Por ejemplo, cuando Andrés dice que la única manera de combatir el narcotráfico es que ese joven deje de admirar al gangster que tiene una cadena de oro de kilo y medio al cuello, y encuentre un sentido de vida en la educación, la salud, el deporte, la cultura. Puta madre, estás planteando algo a muy largo plazo. Es un tema cultural en una sociedad que desde los medios de comunicación privados aplaude el éxito de los que andan con cadena de oro.

También es cierto que la promesa de integración y ascenso social del proyecto estatal-nacional no está muy vigente para la mayoría.

—No sé, cuando navegas en las profundidades de esta sociedad como yo navego, porque el trabajo que hace el Fondo de Cultura es absolutamente terrícola, tocamos comunidad por todos lados, hablamos con la gente, ferias del libro, clubes de lectura, estamos muy regados en la base social, lo primero que descubres es que el gran éxito de la 4T es que los programas sociales están creando perspectivas de ascenso social. Esos derechos sociales adquiridos funcionan como sobreingresos que permiten ampliar el negocito, expandirse. Está funcionando abajo y necesitamos que funcione más todavía. Los que están sembrando vida en zona de lagos, que empiecen a generar cooperativas para comercializar el pescado que generan. La primera parte ya se logró: en esas comunidades la dieta de proteínas creció notablemente, pero ahora hacen falta “los más allás”.

 

Yo tenía una bola para adivinar el futuro pero la usé el otro día para jugar al bowling. Cuando hace seis años entramos al Estado no tenía ni idea lo maléfico que era la opresión cotidiana de este aparato. No teníamos idea dónde estaba el dinero de la corrupción. estaba escondido.

 

libros para el pueblo
 

Paco Taibo dio vuelta como una media el FCE. La convirtió en una editorial popular, le adjuntó una potencia comunicacional que no tenía y la dotó de un horizonte utópico que consiste en devenir movimiento social de base. Entre los logros que lo entusiasman está el crecimiento de las filiales en el exterior, particularmente en Argentina. Y no piensa en irse a “la Chingada”, como su amigo el Peje. Ya su designación fue renovada por cinco años más, así que dejará el Fondo siendo octogenario. 
 


 

¿Nos podés contar en qué consiste la tarea que están haciendo desde el Fondo de Cultura Económica?

—Partimos de tres objetivos: uno, bajar el precio de los libros, sino la gente no llegaba a poder pagar. Entonces lanzamos colecciones como la Popular y Vientos del Pueblo. Publicaciones que se venden a menos de un dólar, tirajes masivos, redes de distribución novedosas, llegar a los lugares más recónditos, libro buses, visitando las escuelas todos los pinches días, ferias del libro que nadie conocía.

¿Y eso lo hicieron gracias a un aumento del presupuesto del Fondo?

—No, lo hicimos con menos dinero. Es un problema de racionalización de recursos y cambiar los ejes: libros más baratos, distribuciones populares, llegar a cualquier rincón del país donde haya posibles lectores, clubes y salas de lectura para promover movimiento organizativo de base. Y eso nos ha permitido que el Fondo haya crecido en términos de impacto social de una manera tremenda. Cuando yo llegué, el Fondo era esa cosa que editaba libros que si llegabas a ser estudiante de Economía ibas a tener que leer. Ahora se convirtió en una zona de prestigio social. Lo conocen en Pochutla, en Oaxaca y en la sierra de Durango, porque hemos estado ahí.

Vos hace mucho estás dando una batalla por promover la lectura a nivel popular, ¿se está ganando esa pelea o cada vez está más difícil teniendo en cuenta el cambio de mentalidad del mundo contemporáneo?

—Cada vez es más divertido, cada vez más positivo, cada vez crece más. Todos los días nos reunimos con compañeros de distintos clubes de lectura, de poblaciones que yo no había escuchado en mi vida y mira que he caminado el país hasta decir basta. De veras estás creando arraigo social, estamos incrementando el nivel de lectura de este país. Y lectura es democracia. Mexicano que lee es más listo que mexicano que no lee, no hay ninguna duda. 

¿Cómo es esta propuesta de crear un movimiento social en torno a los clubes de lectura?

—Cuando nosotros llegamos existía una base que eran las salas de lectura. Hay un mediador, tiene la tarea de fomentar la lectura. A eso le dimos forma, hablamos por teléfono y en vivo con todos los mediadores en el país y lanzamos una misión más simple que es la de los Clubes de Lectura: ocho personas se organizan y reciben tres días de formación a través de internet sobre cómo organizar, cómo van a llegar los libros, cómo definir qué libros pueden funcionar y cuáles no, cómo detectar las necesidades de lectura de tu propia comunidad. Luego reciben un acervo semilla que el Fondo regala, hemos regalado millones de libros. Se bautiza el club con el nombre que les da la gana y empiezan a funcionar. Y luego interrelacionamos clubes para que haya sabiduría compartida: clubes que hacen trabajo con títeres; clubes que trabajan con minusvalías; clubes que trabajan con enseñanza maternal, que son los niños que muerden los libros; es una red de masas de 16 mil clubes en este momento.

¿Todos los que participan lo hacen de manera voluntaria?

—Todo. Porque si empezamos a repartir sueldos la pervertimos. Y la burocratizamos.

escupir para arriba
 

Hace trece años entrevistamos a Paco por primera vez. En ese momento le preguntamos: ¿Cómo está México? “Hecho una mierda”, respondió. Y miraba hacia el cono sur, donde los gobiernos progresistas se multiplicaban, con cierta envidia: “México y Colombia somos como los patitos feos de esta película. Los mexicanos tenemos una potentísima tendencia a encerrarnos dentro de nosotros mismos. Yo no sé si es un fenómeno cultural, o algo histórico, o la peculiar geopolítica en la que estamos insertos, o la intensidad con la que se vive. Pero hay una suerte de autismo respecto del resto de América Latina”.

Hoy la taba se dio vuelta, pero todo parece indicar que el país de Zapata sigue mirando más hacia el norte que hacia abajo. Aunque Paco aclara: “Al inicio de este sexenio Andrés veía muy poco hacia América Latina, estaba obsesionado con el problema de controlar la presencia y presión norteamericana. Al final de este sexenio tiene una perspectiva mucho más latinoamericanizante que antes, hubo choques y abrazos, hubo de todo. Creo que esto se va a profundizar con Claudia”.

Sin embargo, el problema es más profundo: “No hemos recuperado todavía a nivel cultural un plano común, y esta es una de las claves”, dice Taibo. “Porque en sociedades divididas por el Tapón del Darién, y el que los argentinos digan ̔cabasho̕ y no caballo, tenemos el maligno problema de crear puentes de comunicación. El gran puente de los años sesenta es influido antes que nada por la Revolución Cubana, luego por una combinación de industrias editoriales muy pujantes como la mexicana y argentina, la cubana, la caída del franquismo en España, la trova, la canción, el cine. Esa gran oleada se desvaneció, el neoliberalismo se la tragó, volvió todo a ser mercado y negocio. Y ahora lentamente vuelve. A nosotros nos cuesta trabajo que un libro publicado en Argentina se distribuya bien en México, porque cada vez más tienes que explicar quién es, de dónde sale”.
 


 

O sea, hay un desmonte de esas corrientes culturales que en su momento atravesaban todo el continente.

—Hoy hay buenas voluntades.

Con respecto a la elección en Estados Unidos este año, ¿a la 4T quién le conviene que gane?

—Me importa un bledo, no tengo capacidad de influencia. Aunque estamos tratando de llegar con nuestros libros a los lectores latinoamericanos que viven en Estados Unidos. El plan del año que viene es crear 200 clubes de lectura en 200 ciudades de Estados Unidos, y nada de sesgados por el mexicanismo, la idea es llegar a lectores en español, me valen los argentinos de Nueva York y los poblanos de Chicago, y me sirven los colombianos de Tennessee.

No sé si viste la propuesta de la ultraderecha de una Iberosfera, en base a la lengua común, que permitiría recuperar para España un área de influencia.

—Mi padre decía con gran sabiduría: hay un océano que nos une y una lengua que nos separa, en la medida en que en México esto es una banqueta pero en España se llama acera, y el ascensor se vuelve elevador. Yo creo que solo el pensamiento imperial español tiene alguna chance de resucitar, si estamos dispuestos a asumirlo como propio, y en México es imposible. Si Hernán Cortés sale a pasear le queman las patas para vengar a Cuauhtémoc, no tienen capacidad de recuperación histórica, las glorias imperiales españolas en México no sirven para un carajo. ¿La Iberosfera? ¡Que me soplen un huevo!

¿Ves alguna vitalidad en la literatura latinoamericana de hoy?

—Estoy leyendo lo que puedo, de vez en cuando encuentras cosas interesantes, pero no tengo el pulso. Además, hay un problema generacional: me cuesta leer a un joven de veinte años en Uruguay que tiene talento, dónde carajo lo encuentro, cómo leo, cómo me llega, sintoniza conmigo o su literatura es demasiado canchera para que yo pueda entrar. Hay demasiadas claves que no manejo, me cuesta trabajo distinguir entre un cantante de rock de moda y la mamá de Elvis Presley. Mis parámetros culturales han envejecido de una manera cruel.

No hemos recuperado todavía a nivel cultural un plano común, y esta es una de las claves. El gran puente de los años sesenta, influido por la Revolución Cubana, por una combinación de industrias editoriales muy pujantes, la caída del franquismo en España, la trova, la canción, el cine. Esa gran oleada se desvaneció, el neoliberalismo se la tragó. Y ahora lentamente vuelve.

En tu último libro vuelve a aparecer una figura que es recurrente para vos: Rodolfo Walsh.

—Es uno de los amores de mi vida, una obsesión. Cuando me siento al lado de Walsh, lo riño: huevón, el camino no solo era volverte guerrillero, había que seguir escribiendo “Esa mujer” y “Ese hombre”. No disocies la literatura, porque hay un poco el síndrome de “Así se templó el acero”, de porque “el partido me pide ya no puedo seguir escribiendo poemas”. No huevón, el partido te pide que seas más humano que nunca. Mi relación con Walsh es una relación de amor profundo y de cariño, de curiosidad, de respeto, creado a lo largo de muchos años de haber leído toda su obra, de haber hecho el documental, que me salió muy bien y está cargado de emotividad. Pero tengo este debate con él: está muy bien la carta a la hija, pero estaba escribiendo un cuento y me preocupa donde mierda quedó ese cuento.

¿No es un poco también el trance en el que estás vos ahora, tan abocado a la política?

—No, porque acabo de terminar un libro y estoy escribiendo otro. El último se llama Los alegres muchachos de la lucha de clases, es un canto generacional para decir que ser de izquierda no solo es apasionante, no solo es estar del lado bueno de la sociedad en la que vives, sino que además es muy divertido idiota.

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