
El triple femicidio de Varela puso sobre la mesa una vez más lo desarmados que estamos para enfrentar a la violencia narco. El problema de los abordajes meramente criminales de lo que a todas luces es hoy una cuestión social -quizás la principal de este primer cuarto de siglo- se agranda cada vez más y la política parece solo saber hacer dos cosas: la guerra o el pacto. Sin nuevos repertorios de respuestas, la vida en los barrios populares empeoró como nunca, no solo por la recesión económica, el recorte de las políticas sociales y el retraimiento de las organizaciones sociales, sino por un modo de gobernabilidad que despliegan las bandas que solo sacude la opinión pública cuando explotan episodios aberrantes.
se estira mucho
Como dice un reciente Informe de la Fundación Desarrollo Humano Integral, “el aumento global de la oferta de cocaína se corresponde con un crecimiento igualmente notable de su mercado”. Pero esta vez no es el consumo norteamericano el que apuntala el crecimiento sino Sudamérica y Europa, principalmente. Las poblaciones usan cada vez más drogas y el corte policlasista de esta certeza pone un reparo en el señalamiento de los barrios populares como centros del consumo. Por el contrario, la aceitada red de deliverys que funciona en todos los barrios (céntricos y periféricos) de las ciudades desenmascara aún más la opaca gestión de un asunto de ribetes geopolíticos tan altos que hoy son la principal hipótesis de conflicto en sudamérica, con buques de guerra estadounidenses bombardeando lanchas sin preguntar en el Mar Caribe.
¿Hay más demanda o es que hay más oferta? La discusión internacional, de especialistas, busca una síntesis para explicar que mientras en algunos lugares la demanda atrae la oferta, en otros la oferta empuja la demanda. Un informe del Observatorio de la Pobreza de la UCA sobre percepciones de consumo muestra cómo el crecimiento entre 2021 y 2023 se expresa de manera mucho más abrupta en los barrios populares y en el Conurbano, en comparación con la Ciudad de Buenos Aires. La liberación de zonas enteras en las periferias para la venta y circulación de drogas opera en un sentido: la mayor oferta induce a un mayor consumo.
El crecimiento de las incautaciones de droga suele ser una apariencia en este dispositivo de poder que es el comercio mundial de drogas, pero el actual liderazgo de Ecuador en ese ranking y el auge brutal de los índices de homicidios en ese país nos indican una tendencia: mientras por el Paraná, junto al comercio exportador, drena una parte considerable de esa mercancía que se valoriza mientras más lejos llega, puertas adentro circula más o menos estirada.
La conexión entre el millonario macrotráfico, el de los intocables, y el microtráfico es un aspecto especialmente opaco del problema. Hace algunas semanas, sin embargo, en esta misma revista se publicó un artículo que denuncia el desvío de capitales surgidos de la principal banda de San Martín, provincia de Buenos Aires, para su lavado a través de la construcción de lujosas torres en Mar del Plata. El problema es quién se anima a tirar de esos hilos para avanzar política y judicialmente.
En este texto nos limitaremos a recuperar apenas algunas imágenes de una serie de barrios populares en el conurbano bonaerense norte, donde como en muchos otros sitios la libertad de los y las vecinas queda atada a la suerte de los protagonistas de un comercio minorista de droga que hoy es una verdadera guerra cotidiana por abajo.

lo nuevo y lo viejo
Las llamadas organizaciones de base parental -grupos familiares que fueron heredando el negocio- se multiplicaron en cada barrio logrando una capilaridad con la que hoy conviven y/o participan vecinos y vecinas. La iglesia, el almacén, la escuela, el transa: el narco es un actor más de la comunidad. Pero un acto particular: detenta la mayor autoridad territorial. Dicha transformación tiene un componente estatal en el que el dinero fluye entre la política, la policía, y el poder judicial, pero nada de esto es nuevo. “Toda la vida se vendió droga pero había alguien puntual que tenía sus clientes puntuales, por ahí era una doña”, cuenta un vecino del barrio Santa Ana, Boulogne. La novedad es otra: el transa como autoridad que delimita los flujos (circulación, dinero, consumo, represión o liberación policial, etc.) en la zona en la que opera.
“Cuando llegué al barrio pensaba que el transa era mala palabra. Después fui entendiendo que yo era el cura y ellos iban trayendo a sus hijos a la parroquia, son parte del barrio también”, cuenta un cura, también de un barrio popular del conurbano norte. “Uno hizo una fiesta de cumpleaños y toda la gente de la parroquia estaba ahí”, explica para dejar en claro que el microtráfico lo protagonizan los propios vecinos.
“Cuando yo era chico se veía que pasaba el patrullero a la casa del transa. Venía a buscar su parte y se iba. Hoy en día ya no es que cobran una coima de eso, sino que ya son parte de eso. Tal DDI trabaja para tal villa y así”, dice un vecino de un barrio popular en San Isidro, haciendo referencia a las Direcciones Departamentales de Investigación, reparticiones de la Policía Bonaerense que históricamente intervinieron en la regulación ilegal de los delitos.
La proliferación de casas de guardado -de las drogas y armas- y de soldaditos de 12, 13 años, son un dato de estos últimos tres años: “Nunca había visto nenes tan chiquitos con plata, con droga en la calle, están las veinticuatro horas, no salen ni a bailar. Cuando llueve, hace frío, no se mueven, están ahí”, agrega otra vecina en un tono similar pero desde Beccar.
Otros referentes territoriales cuentan cómo desde chiquitos algunos niños ayudan a sus padres a armar las bolsitas, o adquieren otros hábitos: “Desde chiflar cuando viene un patrullero, que al principio se lo toman como una diversión. Cuando te querés acordar, ya tiene cierto manejo”. Otra vecina del barrio 18 de Julio, cercano al cruce de la ruta 8 y la 4 en San Martín, cuenta cómo acompaña a su hijo en todos sus movimientos para evitar riesgos: “Ocuparle toda la agenda de horarios a la tarde. Yo lo llevo al club, a esto, aquello… no quiero que estén en la calle conviviendo con esas situaciones", confiesa.
“Están los pibes que pierden la libertad de salir porque la madre les acompaña, o lo tienen encerrado en su casa como modo de cuidado, y pierde mucho de esa sociabilidad, por el miedo”, describe Florencia, psicóloga de una institución en Beccar. Las severas restricciones que padecen este tipo de pibes a la hora de circular por su barrio intensifican procesos implosivos -depresión, insomnio, obesidad, etc.- en sus hogares.
La violencia en los barrios tiene ciclos que no son fáciles de leer. En el año 2016 la violencia recrudeció en la zona norte bonaerense. Al año siguiente se estabilizó y desde 2020 comenzó a incrementarse desigualmente por barriada. La salida de gendarmería de ciertas zonas y la llegada de la Unidad Táctica de Operaciones Inmediatas (UTOI), fuerza bonaerense que responde directamente al Ministerio de Seguridad provincial, a otras geografías, aplacó por un tiempo las balaceras.

suena fuerte
La escuela —cuyo nombre evitaremos— es la institución más longeva en este barrio de la zona norte del conurbano, de unas tres manzanas y media. “La otra mitad de la manzana es de la clase media”, nos dice su directora, que integra una tercera generación villera. Una tarde cualquiera la calle está llena de gente, los vecinos comparten en la vereda, también están presentes varios adolescentes de 12, 13 años. Se los ve parados, sentados sobre algún auto, mirando, atentos a todo, haciendo turnos —vendiendo— casi en la puerta de la escuela. “Los pibes que vemos son nuestros pibes, son los que hace unos años estaban dentro de la institución. Y hoy los vemos ahí vendiendo, consumiendo”, dice una coordinadora. Ella recuerda que en plena pandemia, con las restricciones a tope, a la noche caían pibitos a la puerta de la escuela, ponían música a todo lo que daba, y toda la gente golpeaba la puerta de la casa de la directora: “Anda a decirle algo, llama a la policía”. “Yo los sacaba cagando, le apagábamos el Wi-Fi, porque ellos nos acusaban de darles Internet pero no se iban. No los podía echar de la calle”, cuenta esta coordinadora. “¿Te acordás cuando éramos felices y nos calentaba la música fuerte?”, cuenta pasando el mate una tarde de primavera en la que el barrio está movido porque a metros nomás está filmando un clip el conocido trapero Ysy A y sus productores.
“Yo a ustedes no les tengo miedo, el miedo que tengo es que traen un montón de gente, que ustedes no la controlan, y no se sabe qué nos puede pasar a los demás”. Así resume sus habituales intercambios con los vecinos ocupados en la venta. Hace dos años (2023) los adolescentes que no eran del barrio venían a hacer lo que ahora hacen chicos que sí son de ahí. Las vecinas los echaban a los empujones para que se vayan de sus puertas, pero los chicos no se iban. "Este pibe está obligado, no puede ser que no se vaya con todo lo que le dijiste. Mirá la cara que tiene, no le grites más, por algo no se va”, cuenta esta trabajadora de la escuela sobre sus diálogos con sus vecinas. “No conozco a nadie que esté bien, eso también me da mucha bronca, ¿viste? Que puedas decir, guau, resulta que pegó esa moto, que pegó esa casa. Yo no veo a nadie que esté así de bien”, coinciden en la ronda las referentas de la escuela. “Siempre tengo la esperanza que hagan el click: ´Uy, loco, no quiero más esto´. Pero el tema es quién viene después si se van ellos, ¿Quién? ¿Quién va a tomar este lugar?”, dice otra vecina del conurbano norte, que complejiza aún más la cosa: “Cuando alguno quiere salir de la venta -parece que pagás una renta, un canon, no sé un peaje, algo así- no te podés ir así nomás: si antes pagabas 80, ahora me tenés que dar 100, una cosa así”. Luego agrega que cuando esa persona no se deja presionar, mandan a otros pibes para apretarlos a los tiros en sus casas y hacerles la vida imposible.
la batalla por el metro cuadrado
La interrupción de una política de Estado que cruzó todo el arco político y bregaba primero por el mapeo y luego por la integración sociourbana de los miles de barrios populares, también explica lo saltos de intensidad en la conflictividad narco: “Cuando se cortó la obra porque no había más financiamiento volví a verlo en el pasillo vendiendo, un bajón”, dice un referente de un barrio en San Martín. Pero no solo la dimensión laboral explica cómo esta trama conecta con tantas vidas populares: “Limita hasta el diseño de sus casas: dónde ponen la ventana cuando construyen para que no dé al pasillo donde se cagaban a tiros porque le entra una bala. Limita a la vida cotidiana a niveles que son impensados”, dice una arquitecta que participó de la integración sociourbana en La Cava, San Isidro. “Tuvimos que poner el tanque de agua en el fondo porque da un pasillo donde se cagan a tiros para que no nos rompan el tanque de agua”, cuenta una vecina y recuerda que hubo que rearmar las cuadrillas porque había gente que no podía habitar una zona del barrio por tener cierto apellido. De esto hablamos cuando nos referimos a que los transas son una autoridad que delimita las formas de circular en una barriada popular. En cada experiencia de integración sociourbana sobran las anécdotas de negociaciones directas con los pibes o las bandas que controlan la venta, luego de avisos a través de balaceras o a raíz de fuertes disputas por lotes en donde está el obrador, o donde avanzaría una obra y los transas no querían que se ocupara. La batalla por el metro cuadrado logístico importa. “Donde hay una obra el quilombo no te digo que desaparece, pero baja mucho. Como hay personas trabajando todo el día es como si fuese que está de alguna manera auditado en términos comunitarios la situación”, cuenta otra vecina. Con las obras, en otro barrio de San Martín, la venta se recluía a un lugar mucho más específico, al menos más oculto. A la vez que le permitía a los vecinos tener “zonas medianamente seguras, que sabes que los tipos están haciendo su negocio allá, pero no están paseando por todo el barrio con las armas”.
“Loyola, son cuatro manzanas, Tropezón, una manzana y un pedacito de otro lado. Barrio 9 de julio, son dos manzanas. Cuanto más chico es un barrio pareciera que más escala la violencia. Pero sii hubiera voluntad política, sería más fácil la integración sociourbana”, resalta una activista.

se copa o no se copa
Especialistas, militantes, vecinos y fuentes judiciales consultadas entre San Martín y el conurbano norte coinciden en señalar un salto a comienzos de 2023. “En enero de 2023 un grupo que venía de San Martín quiso entrar comprando casas. Los vecinos se asustaron porque el movimiento era demasiado. En 15 días los denunciaron y le reventaron la casa”, recuerda un experimentado referente de La Cava. Otra escena anterior, en el Barrio Independencia de San Martín, se puede encadenar para entender ciertos desplazamientos: “Había pibes en el barrio con la camiseta de Newell's. En Independencia habían tomado la casa de una vecina, se decía que eran rosarinos, pero los vecinos se pusieron firmes y se tuvieron que ir”, recuerda un militante de San Martín sobre un intento de desembarco en el barrio que militaba.
Las escenas de intentos de copar distintos barrios populares por parte de bandas que tenían la fama de venir de otro lugar donde el negocio está consolidado, repiten un patrón: primero son personas de las propias bandas las que intentan hacer pie comprando o copando una casa, o bien, haciendo turnos, hasta que personas del propio barrio asumen la tarea.
La capilaridad de estas redes se explica también por una división del trabajo en la estructura de microtráfico, que obviamente evidencia la transmisión de un saber hacer: “con los años lo heredan, es como su profesión”, nos dice otro vecino de San Martín. Una investigación de la Fiscalía N° 2 de San Isidro distingue además de los jefes, a los encargados -supervisan stocks y retiran recaudación-, las casas de guarde -donde se resguarda la droga y se hace el conteo del dinero al final de los turnos-, remiseros -a cargo de la logística de personas y mercancías-, fierreros -que custodian a quienes venden o se ocupan de intimidar-, esquineros o satélites -que alertan-, bolseros -que venden- y laboratorios -personas que en sus domicilios fraccionan.
prestar y apretar
Un militante popular cuenta que organizaron un día del niño en Santa Ana justo después de un tiroteo. Todavía estaba el runrún de que se agarrarían de vuelta y estaba en duda el festejo. "Vamos a hacerlo para que no se den”, cuenta que propuso. Y al rato le dicen:
"Te llama X”, que lo estaba esperando en un auto. "Usted está haciendo el día del niño, ¿no?". “Sí”. Ahí nomás “X” saca unas cajas de helado para todos los chicos. En otra oportunidad mandaron un inflable para los festejos.
“También es el que te presta la plata para hacerle el 15 a tu hija o lo que fuese” cuenta otro militante de San Martín, quien recuerda que hace bastantes años, a principios de siglo, los transas hicieron toda la parte de asfaltado de sus pasillos. “Los vecinos te lo dicen y te lo reconocen”, asegura. Otros ponen un merendero, o un comedor.
"'Es un problema muy grande en el barrio', cuenta una vecina de Lanzone, San Martín. 'Todo el mundo está endeudado y las bandas prestan guita'. Para ilustrarlo, señala 'La Quinta', una casa pintada de color rojo, ubicada en el barrio y que funciona como salón de fiestas con pileta. El círculo es perfecto: si necesitás hacer un cumpleaños, te prestan la plata para alquilar el mismo lugar que ellos manejan".
Esta dimensión del narco es crucial porque muestra dos caras que no se asimilan a la violencia letal: el prestamismo para aquellos que no tienen -o no les conviene- acceso a sistemas de créditos legales, y también cierta ayuda social.
Sin embargo, en los últimos años varios asesinatos en distintos barrios de San Martín muestran la violencia sobre la que reposa la aceptación, el consenso, como el caso de Sebastian Carrillo en Independencia, otro de los barrios de San Martín ya históricamente cruzados por los enfrentamientos desde la década del noventa.
Claudia, una militante de la zona, lo grafica con dos muertes que marcaron al barrio 9 de julio, en San Martín: "Fue muy fuerte todo, fueron noches de rafagazos con la muerte de esos chicos. Los pasearon muertos por algunos puntos del barrio. Yo no sé si es cierto pero decían que ellos querían correrse del negocio, se quedaron con algunos vueltos y los mataron”. Ella solo recuerda que uno se llamaba Maxi y el otro, Kevin.
Mameluco Villalba (y sus hijos), El rengo Pacheco, El Gordo Blas, La Gorda Laura, Max Alicho Alegre, el Gordo Ñoño son algunos nombres de un negocio que tiene al menos tres décadas irradiando dinero y violencia en dosis desiguales, y se proyecta hacia geografías bien disímiles en formas menos visibles -lavado- o más asequibles: venta en otros barrios.
a fondo
Luego de la catarsis, la charla entre vecinas y trabajadoras sociales de Beccar, intenta alcanzar conclusiones prácticas:
—Nosotros nos rompemos la cabeza pensando abordajes, estrategias, acompañamientos, ¿cuál es el vínculo de la persona con el tóxico? ¿Por qué? Y la realidad es que los pibes que quieren salir tienen que encerrarse en su casa para poder sostener eso. Porque salís y en la esquina lo volvés a tener, explica la psicóloga.
—Primero tiene que haber una decisión política de realmente querer combatir el narco.
—La conversación vuelve a un curso ordinario mientras la venta continúa a todo trapo muy cerca de donde nos juntamos a pensar.
“En la Argentina, las muertes violentas no son democráticas, se ensañan con los y las pobres”, dice el Núcleo de Estudios sobre violencias en una reciente nota. Desde UNSAM hace tiempo que llaman a distinguir entre lo narco y los transas para distinguir el calibre de los primeros frente a la precariedad de los segundos, que no necesariamente implica menor violencia sino que suele ser todo lo contrario. A menor profesionalización, mayor uso de la violencia letal.
Retomando por donde empezamos, damos por hecho que encontraron a las tres pibas asesinadas en La Matanza por el dato de un buche -cosa verosímil porque nunca una desaparición de mujeres pobres se resolvió tan rápido. Esto indica que tienen infiltradas a las bandas. Están regulando la violencia, pero igual se produce un triple femicidio. ¿Y entonces? ¿Estamos llegando al sobrediagnóstico o es que el campo popular no se sincera de no estar dispuesto a ir a fondo? ¿y qué sería ir a fondo?





