Para explotar una mina, hay que tener otra en el bolsillo | Revista Crisis
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Para explotar una mina, hay que tener otra en el bolsillo
Carlos María Dominguez, periodista que fue parte de las dos primeras épocas de revista crisis, viaja en 1986 a la provincia de Jujuy y escribe una crónica sobre la actividad minera en esa provincia, en manos de multinacionales extranjeras o monopolios nacionales, que mantienen una celosa custodia perimetral de la riqueza y restringen la libre circulación. Los mineros son reticentes a hablar por eventuales represalias pero él consigue hablar con uno de ellos. Noticias de ayer que, al calor de lo que sucede hoy en el norte, suenan al diario de mañana.
15 de Julio de 2023

La cartografía argentina debería marcar en línea punteada aquellos extensos territorios que, en manos de empresas multinacionales o monopolios argentinos asociados, restringen la circulación de los ciudadanos por el interior del país. El concepto de soberanía ligado exclusivamente a los límites geográficos oculta una realidad geopolítica que testimonia la continua enajenación del territorio, aun de aquel que se encuentra sin alambrar.

Desde sus orígenes, las compañías mineras jujeñas mantienen una celosa custodia perimetral, destinada a proteger la eventual riqueza de las zonas linderas a sus yacimientos productivos. Se trata de impedir que terceros compitan, allí donde los capitales se hallan bien asentados. Dos complejos mineros importantes se alzan en la puna de Jujuy y constituyen las principales fuentes de trabajo en la zona, Mina Aguilar y Mina Pirquitas.

Llegué a la primera de ellas, sin proponérselo, de contrabando. En la caja trasera de una camioneta y confundido entre los mineros que regresaban de carnavalear en sus pueblos, pasé el control que la Gendarmería tiene montado en el pueblito de Tres Cruces, a 45 kilómetros de la mina. Arribamos de noche, bajo una lluvia torrencial, y me hospedé en la casilla de un minero. Al día siguiente fui a dar con el jefe de personal, un tal señor Segura, quien se encargó de hacerme notar que en realidad, había violado una propiedad privada, burlado el puesto de Gendarmería, y que de no llevar una acreditación como periodista lo único que tendría que hacer es sacar me de allí cuanto antes. Sin embargo, temeroso a la publicidad, el hombre hizo llamar a una camioneta y me llevó por diversas instalaciones del Complejo, repitiéndome hasta el hartazgo que la empresa tenía una esmerada sensibilidad social, que así lo había ratificado Mónica Mihanovich en una visita, y que lo que debía escribir era eso mismo. Por supuesto no me llevó al socavón de la mina, apenas si me dejó tomar algunas fotos, y de regreso a su oficina me intimó a partir. Me negué, mencionando mi interés por conversar con los mineros, pero visiblemente ofuscado, el señor Segura repitió mi condición de intruso y aquella acalorada discusión culminó con la presencia de un gendarme a mis espaldas, que me ofreció el calabozo o una camioneta para partir de inmediato.

Mina El Aguilar está ubicada en la puna jujeña, a 3.500 metros de altura sobre el nivel del mar. Desde la década del treinta varias compañías norteamericanas (El Aguilar es. en verdad, una referencia al águila de los Estados Unidos) viene extrayendo plomo y zinc de los cerros, día y noche sin descanso. Viven allí alrededor de 1.500 familias distribuidas en distintos barrios, de acuerdo al tipo de tarea que realizan sus integrantes, conformando un pueblo privado con su iglesia, su clínica médica, supermercado, cine y su Destacamento de Gendarmería, todo bajo el control de la compañía minera.

De regreso en Abra Pampa, obstinado en el tema, viajé hasta Mina Pirquitas, en el Departamento de Rinconada, a 4.500 metros de altura, ya sobre la cordillera. Encontré un control de Gendarmería similar, además de una manifiesta reticencia de los mineros a conversar sobre el trabajo que realizaban. Desconocía por entonces la historia sangrienta de Pirquitas y sólo pude saber que desde hacía muchos años capitales ingleses extraían estaño de buena ley. A diferencia del Complejo El Aguilar, Mina Pirquitas tiene un aspecto ruinoso. Instalaciones antiguas y casillas semiderruidas marcan las diferencias entre uno y otro imperialismo, aquél funcional y vigoroso, éste negrero y aletargado por un cansancio crepuscular.

 

El concepto de soberanía ligado exclusivamente a los límites geográficos oculta una realidad geopolítica que testimonia la continua enajenación del territorio, aun de aquel que se encuentra sin alambrar.

 

Otra vez en Abra Pampa busqué a un ex sindicalista de Mina El Aguilar, pero amedrentado por eventuales represalias el hombre no quiso hablar. Encontré las respuestas a tanto miedo y control en el pueblito de Cochinoca, una aldea perdida en la puna y semiabandonada, de origen indio. Durante toda una tarde Francisco Cabezas, un antiguo poblador de la zona, accedió finalmente a relatarme la historia de la minería jujeña.

En 1492 llegó a Las Antillas el famoso Colón y en 1540 los gallegos ya estaban en Cochinoca. Los indios aquí no eran muy mineros, pero juntaban pepitas de oro que estaban tiradas en la superficie. Esta zona ha sido muy aurífera, algunas pepas importantes que tienen en los museos de Buenos Aires han sido llevadas de aquí.

Este no es un pueblo español es un pueblo indio. Cochinoca viene del quechua, Cori: oro. Noca: mío. Quiere decir: oro mío. Así decía el indio, claro, hasta que llegó el español. Cochinoca aparece con datos documentales en 1540 y ahí ya aparece con su cacique Tabarca y su encomendero, un tal Zamora, urbanizador del pueblo. Ya les dio chacras, ya les dio predios a los indios. Parece que había algunas agarradas entre españoles e indios. Los indígenas huían, se diseminaban, pero otra vez, poco a poco, los curas trataban de juntarlos y volvían al lugar.

 

 

Mina Pan de Azúcar: el arte de la cruz

 

No más llegaron los españoles acá, comenzaron: ¿A dónde hay oro, a dónde hay plata, amigo? ¿eh? Ellos empezaron a hurgar las tierras. Buscando oro también han encontrado plomo, que siempre va acompañado de plata. Y se fundó la Mina Pan de Azúcar, que es una de las más antiguas.

Los gallegos sabían separar el plomo de la plata, y con pocos kilos ya se daban por contentos. El plomo lo dejaban botando en forma de escoria. En aquella época no tenían ni burros ni mulas, el único animal de transporte era la llama, y en llama acarreaban el mineral a lugares cercanos donde había combustibles como la leña de queñua y yaciretá, para hacer fundiciones sencillas. Los españoles decimos, pero en realidad eran los jesuitas, los curas, que hacían trabajar a la indiada guiados por ellos. Los jesuitas parece que eran gente mucho más capaz que los mismos encomenderos. Los jesuitas tenían el arte de enseñar con la cruz, de instruir, y, por cierto, en una palabra, entraban por las buenas, no con la pólvora o con la bayoneta como hacían los otros ¡Con vaselina sí...! -decían los indios- ¡pero sin vaselina no...!

Los jesuitas sacaban plomo con una muy buena ley de plata. Cuando los echaron dejaron tapada la mina por muchísimos años, hasta que vino un cura llamado Tomás Martínez, a quien yo conocí. Pues acá mismo plantó la sotana y se dedicó a buscar minas. Y al andar por los cerros, unos indios viejos le contaron que había unas minas buenas, de plata, que los jesuitas dejaron tapadas, según les habían transmitido los abuelos. Sí, dijo uno de los indios, y mi abuelo contaba que la mina más rica de todas era una que tenía mucha agua. Con esos datos el hombre éste se fue a buscarla. Se puso a escarbar, la encontró y empezó a explotarla. Sacaba plomo, plata, perfectamente. Pero resulta que aunque vendía a buen precio él quería ganar más. Vendía el plomo a la fundición de Mojotoro, en Salta, y a la Vasa, de Jujuy. Pero al pasar el tiempo vio que los otros ganaban más plata que él, entonces se le ocurrió vender la mina y ponerse una fundición. La vendió a un tal Alfonso y a un tal Romero Escobar. Con la plata que recibió se ha ido a poner una fundición en La Quiaca. Pero como no era del oficio, el pobre hombre ha fracasado, perdió toda la plata y quedó fundido.

Mientras tanto los otros siguieron trabajando la mina, pero como pasa muchas veces en las sociedades, o en las suciedades, como el vulgo dice, uno y otro han empezado a pelear. Pararon la mina por un espacio de 15, 20 años, hasta que al fin ganó el pleito Romero Escobar. Pero el viejito apenas ganó el pleito se murió. Han quedado de herederos sus hijos, que vivían en Buenos Aires, y mandaban a sus administradores. Fracasaron. Después empezaron a no pagar a los mineros, hubo líos, quedó paralizada otra vez. Finalmente se apoderó de la mina la Compañía Río Cincel, por intermedio de un banco, y ahí están trabajando, no muy fuerte pero siguen sacando mineral.

 

 

Mina Pirquitas: el caballo del comisario

 

En el año 1934 fue más o menos la segunda viarada de la búsqueda de minas. Mi padre tenía un hotel en Abra Pampa y ahí llegaban toda clase de aventureros. Unos hablaban el italiano, otro el inglés otros el quechua, era una babilonia eso. Venían muy arregladitos, muy presentables. Después salían a catear los cerros y cuando volvían ya vestían harapos, las botas ya no eran botas, les quedaba la caña nomás, abajo mostraban los dedos al aire.

Por este mismo bolichito que tengo yo, ha pasado el ingeniero Pichetti. El hombre se ha gastado bien la cola subiendo y bajando de los cerros y a veces, perdido en la cordillera, no ha tenido ni qué comer. Llegaba aquí con ojotitas de cuero y cogote de llama, le daba vergüenza ir a así a Abra Pampa y no tenía ni cincuenta centavos para comprarse un par de alpargatas. Mi madre le regaló una vez un par. Aquí no más se sacó las ojotitas, se puso las alpargatas y se fue para Abra Pampa, con el pantalón roto porque no tenía otro,mostrando el culo. Viajaba con una mula y a pie. Llevaba la pala, el pico y la barreta, y después, cuando tuvo un poco más organizada la cosa ya llevó fragua, el yunque y el martillo para afilar las herramientas.

Al tiempo Pichetti se juntó con un alemán, Otto Tauler, y como tantos otros anduvieron juntos por los cerros. Un día haciendo un churrasco y conversando entre ellos dice uno: Y esta piedra pesada que se encuentra aquí, sobre el suelo, ¿qué diablos tendrá? Puede ser que sea metal, dijo el peoncito que llevaban con ellos, yo voy a hacer la prueba de fundirla en la fragua. Y cuando le puso el fundente logró sacarle unas chispitas de un color blanquecino como la plata. ¡Es metal, es metal! se largaron a gritar ¿y qué metal, ché? ¡Es plata, es plata! Entonces, en la cabeza cada uno comenzó a pensar: yo hago el pedimento primero, y el otro igual. Fueron a hacer los pedimentos cada uno por su lado y se vinieron los pleitos. Hicieron analizar las muestras y resultó ser estaño. Y Pichetti, más vivo, dijo: bueno, yo me hago amigo del gobernador y le ofrezco una ganancia. Y al gobernador parece que también le entró la cosquilla ¿no? tenía el poder pero no tenía el dinero, así que los fue a ver a los Lynch, de San Pedro, los dueños del Ingenio La Esperanza y tantos otros. Lo vio a Walterio Lynch y a otro viejito más, y han cerrado trato.

Cuando comenzaron los líos Pichetti estaba con el gobierno, llevaba el mejor caballo, caballo de comisario. El gobernador mandó a unos comisarios para que patotearan al alemán y lo intimidaran. Para ganar los pedimentos hicieron arreglos en la oficina de minas. Da la casualidad que yo era amigo del ingeniero que trabajaba en la Casa de Gobierno y tiempo después, cuando me lo encontré, me contó todas estas macanitas. Trasladaron mojones, han modificado mapas, le cambiaron el nombre a los cerros, todo para embromar a Tauler. Trampas de vivillos que pueden hacerlas porque tienen la sartén por el mango. Así se quedaron dueños. El otro minero ya era una espina, no se había achicado sino que reclamaba furioso, y por último han urdido y han dicho: bueno, a éste hay que liquidarlo. Como el Tauler tenía pocos familiares que pudieran responder por él han mandado dos matones traídos de Buenos Aires, un tal De Santos y otro llamado Armando Armando. Una noche me lo han tomado preso y al otro día lo han sacado al campo y le han metido un balazo. Listo, se acabaron los pleitos, señores...

Esos dos anduvieron haciendo un montón de líos por aquí. Yo no sé si los prostíbulos serán sinónimo de progreso, caray..., pero en aquella época había un prostíbulo en Abra Pampa. Había mujeres de todos lados, chilenas, sureñas, extranjeras, de todo tipo. ¡Por la plata baila el mono y el oro es dueño de todo..!

La casa la regenteaba una mujer a la que le decían La Turca, y de capo había un chileno. Las puertas se abrían desde las doce de la noche en adelante. Así que los camioneros toda la gente que venía de Pirquitas trayendo carga, a la fuerza tenía que ir a parar allí, porque venían muertos de frío y de hambre, y a medianoche o a la madrugada era la única casa que estaba abierta en el pueblo. Se tomaba un café, alguna bebidita, aunque no fuera por interés de ellas; algunas veces las mujeres se animaban a preparar un bife,alguna cosita simple.

La Turca era brava, si había que meter chumbo metía nomás, y tenía sus ayudantes. Así que cuidado con meterse con ella porque andaba siempre custodiada, como en todas las casas de esta laya. No era por la Turca sino por el montón que se venía detrás, la gavilla, entonces siempre había que andar se con cierta precaución, con cautela...

Una vuelta cayeron Dos Santos y Armando Armando, con pistolas y revólveres por todos lados. Hicieron cerrar la casa y dijeron: Acá chupamos nosotros, todas estas mujeres son nuestras y hacemos lo que se nos da la gana. Agarraron a algunos parroquianos que estaban adentro y los sacaron para afuera, y a otros que les hicieron frente ahí nomás los aporrearon. Los que quedaron afuera se llegaron a dar parte a la Comisaría. El principal de Abra Pampa no estaba pero encontraron a otro comisario, que hacía la guardia. Todo esto yo lo sé porque me lo contó un muchacho años después. El decía: yo a los comisarios no los respeto, al único que respeto es a don Sagasti, porque ése se ha hecho ver con los matones de Pirquitas, y de qué manera...

Resulta que cuando le fueron a contar lo que estaba pasando en el prostíbulo el tal Sagasti ha ido, ha abierto a patadas la puerta y llamó a los gritos. Y han salido los dos matones de Pirquitas con los revólveres grandes, para balearlo. ¡Qué..! No habían sacado todavía los revólveres de las cartucheras cuando Sagasti ya le metió un trompazo con la derecha a uno y lo ha tirado roncando, y con la izquierda le dio al otro y también, roncando. ¡Listo los matones...! No usó revólver ni nada. Y entonces recién salieron los otros a colaborar, ya se han puesto gallos, les han quitado los revólveres, los han humillado. "Y bueno, los vamos a tener que meter presos", dijo el comisario. Pero los matones han sido más vivos, han dicho. No... aquí mismo le vamos a pagar todo lo que quiera al comisario, nosotros nos rendimos, nosotros pagamos, y a todos los muchachos que están afuera también, que entren. Y así han chupado toda esa noche a costa de los matones de Pirquitas.

 


 

Después de que mataron a Tauler comenzó un juicio, se hizo un sumario, y no sé cuántas cosas más. Y para que el asunto no se empeorara las autoridades han hallado práctico pagarles una buena suma y que desaparecieran del mapa. Y vaya uno a pillarles después. Pichetti Pichetti Lyrict yet gober chcel gobernador han traído una punta de malevos porteños acá, para custodiar los caminos, para hacer de comisarios en la mina.

Al tiempo vinieron otros a reclamar pedimentos en la zona, a revalidar derechos. Entre ellos vino un señor Figueroa, pariente cercano del doctor Alvear. El gobierno había hecho poner policías bravos en los caminos para que nadie descubriera minas o reclamara derechos de explotación en toda la zona alrededor de Pirquitas. Una mañana estaba yo en Abra Pampa y viene un chasque a caballo de parte del señor Figueroa, diciendo que haga el favor de ir con un vehículo urgente a su casa para traerlo al pueblo porque la policía ya lo amenazaba con matarlo. El vivía dentro de sus pedimentos, pero cerca de Pirquitas. Salí enseguida con mi chatita y llegué como al anochecer. Me dice: Vea Cabe- zas, pasa que yo pensaba viajar porque han vuelto a amenazarme, pero voy a quedar como un cobarde, por eso he preferido hacer un telegrama al Ministerio del Interior pidiendo garantías. Salga si es posible esta misma noche y envíe el telegrama en Abra Pampa.

Al ratito volví a estar en el camino, de noche y en medio de una lluvia bárbara. Cuando paso por Uquelayo, donde había otra compañía aurífera, veo que están con luz. Ahí había unos gringos y mexicanos a los que les gustaba mucho el whisky, y cuando estoy por cruzar me sale un agente ¡Alto carajo!, dice. Paré. ¿Qué pasa? De parte del señor comisario que se espere un poco que él también quiere viajar. Era el comisario de Pirquitas que había estado chupando con los gringos. Estuve como una hora esperando. Me daban ganas de pegarle una apretada al acelerador y dejarlo, pero tenía miedo de que tal vez con otro vehículo me pillaran y me hicieran aplicar las cuarenta. El camino no estaba bueno, la lluvia era espesa y podía clavarme en algún lado. Opté por quedarme y por las dudas escondí bien el telegrama, bajo la media y adentro del zapato. Estos son de la otra parte, me dije, no... Al fin salió el comisario: Bueno, vamos, vamos... -machado el hombre entre San Juan y Mendoza, voy a ir a Abra Pampa, me dice, tengo apuro. Me hubiera quedado pero estos tipos que andan por acá.... empieza a hablar solo, sin preguntar quién soy ni nada. Se creyó que era un camionero de Pirquitas, mamado como estaba, y yo le seguí la corriente.

A este tipo Figueroa yo lo voy a liquidar, dice. Estuve con él y ya me salió con ciertas altanerías, se ha puesto muy gallo. Yo, en mi carácter de comisario le podría haber metido una bala, pero ahora lo he pensado mejor. Voy a telegrafiar al gobernador pidiendo autorización para matarlo. Después ya se puso cargoso y repetía siempre lo mismo. Llegamos a Abra Pampa al amanecer. Nos separamos, me fui a lavar y a dormir un poquito hasta que abriera el Correo. A las ocho estaba ahí. Delante mío entra un panzoncito de breech y de botas. Cuando dijo: Buenos días, vengo a hacer un telegrama, le reconocí la voz. ¡Pero si éste es el gallo! ¡Me ganó la delantera! Calladito me retiré para afuera y esperé a que saliera. Después entré y mandé el telegrama. Al poco tiempo llegó un telegrama de arriba y les dieron una felpeada a todos. El tal Figueroa se ve que pesaba, no lo iban a asesinar como a un perro, ya no era Tauler ése...

Quien vino también en esa época fue el biznieto de Juan Manuel de Rosas. Tenía sus intereses por la zona y vino a visitarla. Viejito ya, de no hacerle caso, con su sombrero de lapacho, como decíamos aquí, el ala de atrás caída y la de adelante levantada con un hilito para que no estorbe la visual. Traía un cuchillo de 14 pulgadas en la cintura ya medio usado, y unas bombachitas regulares, con botas que parecían de potro pero no eran.

Por ese tiempo yo trabajaba de fletero con otros más, así que nos contrató para acompañarlo. Él iba adelante en una camioneta con algunos soldados. Cuando llegamos al control del camino donde había que presentar las guías y hacer la venia a los malevos, nos detuvimos. Sabíamos que el viejito no tenía ninguna autorización de Pirquitas para que le dieran paso, así que todos esperamos a ver qué sucedía. Por cierto, le sale al paso el matón con los revólveres en las manos: ¿A dónde cree que va? y el viejo se levanta como leche hervida al ver que le hablan de esa forma y ordena: ¡A ver, cuatro soldados abajo! y qué... los soldados estaban como perros esperando la orden. De un salto cayeron sobre el otro y lo desarmaron. Baja el viejito de la camioneta y le dice: So, gringo pata sucia..! y otras palabras más groseras, ¡qué te venís a hacer el guapo, en terreno argentino y nada menos que con un coronel retirado del ejército! ¡Vaya y abra ese portón! Atrás nosotros nos gozábamos: Viejito churo, mirá cómo se le achican... Y pensaba yo, para mis adentros: quiere decir que su bisabuelo no ha sido un cualquiera ¡La sangre gotea, amigo! y pasó no más. Un viejito que no valía un pelo de conejo, digamos, por los años, digo, pero había resultado bravo... Ese era el control del camino del que los de Pirquitas se creían dueños. No dejaban pasar a nadie sin autorización y como era el único camino para ir a otros lugares era paso obligado. No querían que otros hicieran nuevos pedimentos y les quitaran zonas ricas en mineral. Y hasta ahora trabajan; la mayor parte de las acciones las deben tener los Lynch y los Pichetti. Cuando vino el peronismo puso leyes nuevas, hasta retretes les hicieron a los mineros porque no tenían, y al final los Lynch han visto que de esa forma perdían plata, empezaron a decir que ya no había más mineral y suspendieron el trabajo. Había como tres ingenios para elaborar los metales que se enviaban a Inglaterra, todo eso lo fueron vendiendo. Cuando terminó el gobierno peronista otra vez hubo garantías y comenzaron de nuevo, pero ya no como antes. Los capitales de los Lynch son hechos con la agricultura, no es como el capital minero, no se animan a gastar mucho, cuentan el centavito...Igual que en el juego de la taba, hay quien pierde un poquito y ya se va entristecido. El buen jugador mientras tiene plata en el bolsillo se juega todo. Esa es la forma de pelearle a la mina, hay que meter plata y plata hasta que al fin se encuentra y se saca cinco veces más de lo que se perdió en el principio.

 

 

Mina El Aguilar: para que saquen la lengua trabajando

 

Cuando Pirquitas comenzaba a funcionar se hicieron los primeros cateos en la zona donde ahora está la Mina Aguilar. Un vivaracho se fue hasta Norteamérica llevando las muestras. La compañía halló que las muestras eran buenas, un mineral muy rico en zinc y plomo, pero había que hacer máquinas especiales para poder trabajar. La compañía hizo un trato con ese señor, diciendo que si había mucho mineral ellos se comprometian a fabricar las maquinarias, y le dieron dos años de plazo para que hiciera los cateos y sondeos necesarios. Trajeron máquinas perforadoras, hicieron las triangulaciones y la exploración. El ingeniero encargado del trabajo era un tal Mister Benet.

Los gringos encontraron que la mina era riquísima e iniciaron los trabajos. Éramos pocos por ese entonces. Yo trabajaba con mi camioncito acarreando agua, “algunos peones en el camino, y así. Todos nos reuníamos por las noches, dormíamos en cueritos de oveja, nos cocinábamos en ollas de barro al aire libre, a lo indio, y desde luego Mister Benet tenía que hacer conversación con nosotros. Un día le entró la idea de enseñarnos los planos. Nos dijo que la mina era muy grande, y que había metal para que saquen la lengua trabajando hasta nuestros tataranietos, y más todavía, que cerca del piso había un buen porcentaje de plata. No hablaba muy bien el castellano, pero se dejaba entender. Decía que todos esos planos iban a ir a parar al directorio de la Compañía, y que él vería con mucho agrado que los criollos de acá, ya que tenían la oportunidad, los mirasen. Claro que a mí me hubiera gustado saber algo de planos, hubiera sacado mucho más, pero desgraciadamente estábamos muy nulos en ese sentido.

A mi entender, la Mina El Aguilar es una de las más grandes de Sudamérica en la extracción de plomo y zinc. El ferrocarril no da abasto para transportar los minerales que extrae. Desde hace años viene trabajando así, día y noche sin parar, en turnos rotativos. Hubo una época en que la compañía pensaba transportar el mineral por aviones y sacarlo hacia el pacífico, porque el tren no podía con todo. Después se pensó en hacer un cable carril directo hasta Humahuaca, pero necesitaban cables especiales de origen alemán, porque los norteamericanos no servían. Al estallar la guerra tuvo que abandonarse el proyecto y desde entonces trabajan con camiones enormes, de 18 ruedas.

Cuando volvieron los peronistas hubo otra vez líos. Acá la cosa es así: cuando vienen los militares las compañías invierten, cuando vienen los peronistas paran la inversión. Se quiso confiscar la mina, hubo huelgas, incendios, el barrio de los profesionales y directivos fue rodeado de alambre electrificado; finalmente pusieron presos a una punta de sindicalistas y despidieron a muchos mineros. Hoy ya no se puede pasar sin autorización de la compañía. a 45 kilómetros a la redonda. Es el complejo más grande de la zona y lo explotan varias compañías americanas. Cuando comenzaron los líos yo no anduve ya, me daba miedo ir por esos lados.

La Mina Azul: el cerro no quiere entregar su riqueza

 

Creo que de los tres que conocíamos el derrotero que llega a la Mina Azul, yo soy el único que queda vivo. Es una gran mina de oro que explotaron los jesuitas hace una pila de años. Mientras la trabajaban hubo un derrumbe y quedaron unos 15 mineros encerrados adentro. Algunos eran indios y otros chilenos. Después ya no la pudieron abrir porque cuando la mina se hunde, se junta agua con ácidos y gases, y ya es muy difícil trabajar.

Dos o tres que se salvaron; sabían que era muy rica porque extraían el oro nomás con cincel. Un viejo chileno vino especialmente por aquí trayendo el derrotero. Al tiempo se fue a trabajar a la Mina Challapata, en Bolivia, para ver de juntar dinero y poder iniciar la explotación. El viejo trabajó y trabajó hasta que se hizo simpático al Administrador, que era un alemán. Después el viejo empezó a enfermar, cada vez estaba peor y como no tenía familia, cuando se dio cuenta de que le había tocado el turno de visitar a San Pedro, lo hizo llamar al Administrador y le dijo: Mire ingeniero, yo sé que no puedo más que me voy ahorita; tal vez usted, que es el único. amigo que me queda, pueda hacer trabajar esto -y le dio el derrotero-. Vino el alemán junto con otros y estuvieron como ocho días en los cerros sin hallar el lugar. Antes de irse me entregaron el derrotero. Nosotros tenemos que volver, dijeron, quizá tenga usted más suerte, si la descubre, comuníquenos. La anduve buscando solo, después con otros, pero nada. Finalmente se lo di a unos paisanos del cerro Cavalonga y ellos la encontraron.

Los capitales de los Lynch son hechos con la agricultura, no es como el capital minero, no se animan a gastar mucho, cuentan el centavito...Igual que en el juego de la taba, hay quien pierde un poquito y ya se va entristecido.

De aquí a la mina debe haber unos 120 kilómetros. Una vuelta subí con uno de los baqueanos para que me la enseñara. No sé qué intenciones tenía el viejo porque me llevaba al trote como si lo hiciera a propósito, para que me apune. Yo, de chango, estaba acostumbrado a las alturas y sabía que el viejo no era prudente, pero me daba vergüenza decirle que fuera más despacio, tenía mi amor propio yo. Y el viejo seguía rápido para arriba, ya me dejaba atrás, como un corderito me llevaba, dale hacer fuerza estaba, para no dejarme vencer, cuando de repente el viejo se para tiritando y, temblando, se deja caer ¡Ay, dice,me ha agarrado la Chapetonada, el cerro está bravo, no quiere entregar su riqueza..! Por una parte me alegraba yo, porque ya estaba verde morado, y por otro lado pensé que si el viejo se moría ahí, estaba todo perdido. Le di unos comprimidos de ajo que había llevado para el mal de altura, pero el viejo me señalaba una plantita que se llama la Pupusa, y de la que hay mucho en el cerro. Agarraba a montones la flor dela Pupusa y se las masticaba. Un amargo bárbaro tenía, pero el viejo le coqueteaba sin miedo. A la hora volvió a reponerse. Ahora sí estoy mejor, me dice, vamos a seguir despacio, a ver si ya está faltando poco, puede ser que lleguemos. Al final la alcanzamos, sacamos unas muestras, yo hice unos planos y marqué los rumbos, como había visto hacer a los ingenieros.

Después busqué al alemán en Bolivia y no pude dar con él. Junto con otros empezamos con los planes y llegamos a hacer tratativas con El Aguilar, pero llegó Perón y nos jodió todo. El Aguilar dijo: no, aquí en la Argentina hay pocas garantías, no nos metemos más en minas. Se acabó. Claro que El Aguilar se iba a llevar la mejor parte, pero a nosotros nos hubiera tirado un pucherito más o menos gordo como para poder subsistir. Y ahí quedó, por ese motivo estamos trabajando de bolicheritos.

En esa época se paró todo, ya no hubo más movimiento. Yo creo que la minería en esta zona es una de las principales fuentes que los gobiernos deberían explotar. Pero para eso tienen que reformar las leyes, todavía estamos muy atrasados en ese sentido. Hay que reformar los códigos mineros. A veces se ve que alguno hace un pedimento y al poco tiempo mineros de butaca le ganan el tiro. Aquí hay minerales que están tirados en el piso, en la superficie, que no hay más que juntarlos. Algunos lo muelen, lo concentran y consiguen buena ley. Grandes no hay más que dos minas, la Pirquitas y El Aguilar, claro que siempre aparece alguno diciendo que ha descubierto una mina que va a ser más grande que las otras, pero ésos son cuentos ¿no? Para explotar una mina hay que tener otra en el bolsillo.

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