mi hijo el trader | Revista Crisis
pedagogía financiera / la matrícula universitaria avanza / plata o mierda
mi hijo el trader
La penetración de las finanzas no solo se concreta a través de las redes digitales sino que incluye también, de manera creciente, a los claustros educativos. La baja de la edad de imputabilidad ya llegó a este mundo del dinero individualista y a la vez fascinante para las nuevas generaciones. Pero así como algunos desdeñan los estudios universitarios como trampolín para ganar guita rápido, la tasa de inscripción no ha hecho más que crecer aun cuando ya no es sinónimo de ascenso social.
Ilustraciones: Ezequiel García
10 de Junio de 2025

 

En 1903, el dramaturgo Florencio Sánchez escribió Mhijo el dotor, una obra teatral en tres actos que aborda el conflicto generacional entre unos padres campesinos y un hijo que viajó a la ciudad para estudiar medicina y regresa a sus pagos con una nueva forma de pensar y nuevos valores. Para Julio, así se llama el joven universitario, sus padres conservadores con su cultura tradicionalista son expresión de anacronismo. Su papá, a su vez, se siente agraviado y no tolera que su primogénito ahora valide el engaño y la irresponsabilidad como forma de conducta. Más allá de esta trama, el título de la puesta quedó instalado en el conversación pública como una descripción del aspiracionismo de una clase media baja, en muchos casos inmigrante, que anhelaba un hijo universitario para que a través de él toda la familia pudiera ascender socialmente. Lo que la memoria colectiva rescató con el paso del tiempo de la obra de Sánchez fue la metáfora del ascenso social a través de la educación.

En marzo de este año, la consultora Moiguer presentó una investigación sobre la clase media argentina que pone bajo sospecha la vigencia de aquella frase que la sociedad hizo propia durante todo el siglo XX.  El estudio, que abarcó 1.600 casos, señala que el 40% de los argentinos de clase media tiene mayor nivel educativo que sus padres pero, sin embargo, no percibe que haya ascendido socialmente.  “Mi hijo el dotor ya no aplica en términos de movilidad”, concluye el informe y Fernando Moiguer, el director del estudio, completa: “Hoy nadie trabajando puede comprarse una casa”. Cuatro de cada diez argentinos de clase media, arroja la investigación, cree que nunca podrá adquirir una vivienda y el 44% no posee vehículo. El techo propio, el auto, las vacaciones y el capital simbólico –los estudios universitarios, las lecturas, el cine y el teatro, entre otros consumos culturales– fueron los atributos que caracterizaron históricamente a la clase media argentina.

El trabajo se realizó con entrevistas etnográficas en profundidad, entrevistas cortas espontáneas en la vía pública, grupos focales y se completó con el intercambio de esa información con referentes sobre el tema. Uno de ellos fue Ezequiel Adamovsky, autor de Historia de la clase media argentina: apogeo y decadencia de una ilusión (1919-2003), quien sentenció: “Toda una generación de pibes en Tik Tok está viendo influencers que le dicen: ´No vayas a la universidad que no sirve para nada, invertí, hacete trader”.

La descripción de Adamovsky ya trasciende lo que ocurre en las redes sociales. En los últimos días, circuló por los medios de comunicación el relanzamiento de Pakapaka con una programación afín al ideario libertario. Como parte de ella se anunció la serie de dibujos animados Tuttle Twins, que en uno de sus capítulos intenta disuadir a los niños de  asistir a la universidad. Uno de los personajes asegura que es innecesaria porque se puede ganar mucho dinero sin un título. “Hay muchos programadores que solo por un curso fueron contratados” y “existe un niño que gana millones con un juego de Amazon”, subraya en un jingle. ¿El desaliento de cursar estudios superiores a través de un canal público será otra manera de atacar a la universidad que hace juego con su desfinanciamiento?

En abril de 2023, en un cumpleaños de 80, un adolescente de quinto año que cursaba en la escuela ORT hablaba con pasión de sus sueños por transformar y mejorar la sociedad con un grupo de invitados que lo miraban con perplejidad y cierto desdén. “Yo quiero ayudar a la gente de las villas a salir adelante, les quiero enseñar a operar en activos NFT (Non-Fungible Token) y en criptomonedas”. Los siete sesentones y cincuentones que lo escuchaban intentaban explicarle que las necesidades de los barrios populares eran otras y que la manera de ascender socialmente era a través de lo que ellos consideraban un trabajo digno y… educación. Moiguer pone en duda quién tenía en esa escena los pies mejor apoyados en la tierra: “En 2020, antes de la pandemia, había 400.000 argentinos inscriptos en la Bolsa de Valores con cuentas comitentes, hoy hay 12 millones”. La cifra representa un cuarto de los habitantes del país, por lo que podría inferirse que la mayoría de los hogares integran ese universo. El consultor admite que buena parte de esas personas son quienes obtuvieron billeteras virtuales que les permiten realizar sus consumos diarios, pero enseguida aclara que también utilizan esas cuentas para depositar su salario en ellas con el objetivo de obtener intereses y aumentar en algo sus magros ingresos, para colocar dinero a plazo fijo, fondos de inversión, comprar dólar MEP, Balanz y Bitcoin, entre otras operaciones financieras y especulativas que para un sector –que no necesariamente pertenece a las elites– se volvieron habituales.

 

pedagogía del financiero
 

En 1970, en su libro Pedagogía del oprimido, el brasileño Paulo Freire acuñó el concepto de “educación bancaria” como metáfora que describe un enfoque donde los estudiantes son vistos como "bancos" en los cuales se deposita información o el conocimiento para que la memoricen y repitan sin cuestionamientos con el objetivo de reproducir el sistema social en vez de estimularlos a transformarlo. Hoy, las autoridades encargadas de diseñar políticas públicas educativas parecen haber tomado nota de este vertiginoso cambio en las conductas sociales en función del modelo económico hegemónico y más que una metáfora el sintagma de Freire parece invocarse literalmente. Jurisdicciones de distinto signo político –Ciudad y Provincia de Buenos Aires, Mendoza, por nombrar apenas tres ejemplos– ya implementan de diversas maneras lo que denominan “educación financiera” en las escuelas secundarias. Y, muchas veces, son las propias entidades bancarias –públicas y privadas– las que ofrecen talleres a estudiantes para enseñarles a ahorrar, pero sobre todo a invertir en activos financieros. Entre otras aparecen el Banco Provincia, el Banco Galicia, el BBVA, el Superville o el Santander, entidad que exhibe con orgullo en los monitores de sus sucursales sus programas de responsabilidad social empresarial, entre los que incluye las visitas y actividades pedagógico-financieras en las escuelas.

Así como el sistema educativo tiene, desde hace años, olimpíadas de matemática, de física o de historia, desde julio del 2024 cuenta también con las Olimpíadas para la Educación Financiera destinada a jóvenes de entre 16 y 18 años de todo el país, organizadas por la ONG Junior Achievement Argentina junto a la empresa financiera Mercado Pago. Tres mil estudiantes ya atravesaron esa experiencia.

 

Así como el sistema educativo tiene, desde hace años, olimpíadas de matemática, de física o de historia, desde julio del 2024 cuenta también con las Olimpíadas para la Educación Financiera destinada a jóvenes de entre 16 y 18 años de todo el país, organizadas por la ONG Junior Achievement Argentina junto a la empresa financiera Mercado Pago.

 

Estas tendencias son potenciadas por las políticas implementadas desde el gobierno de Javier Milei: a partir del 7 de octubre de 2024, por la Resolución General 1023/2024 de la Comisión de Valores, los menores de edad pueden comprar bonos, acciones, Cedears, obligaciones negociables y hacer cauciones. En sus considerandos, la norma destaca que “resulta fundamental impulsar el desarrollo de nuevas iniciativas orientadas a promover diferentes herramientas e instrumentos que faciliten el acceso de los jóvenes al sistema financiero; así como también, fomentar el ahorro e impulsar la educación financiera desde edades tempranas”.

En su libro Privatización y mercantilización educativa en Argentina, el Instituto de Investigaciones Pedagógicas Marina Vilte, de la CTERA, cuestiona con dureza la nueva normativa: “En un plano muy práctico y concreto, algunas voces han señalado que en el marco del blanqueo de fondos que se radicaron en guaridas fiscales, esta medida legaliza la participación de menores para aprovechar la generosidad del gobierno en relación a evasores fiscales. Por otro lado, también se menciona la relevancia que toma este aspecto habida cuenta que se induce y estimula una cosmovisión que reivindica la especulación financiera como mecanismo privilegiado en la generación de riqueza. Lo hace, de manera paradójica y cruel, en un contexto de empobrecimiento masivo de la población y muy particularmente de las generaciones más jóvenes”.

El exministro de Educación durante el gobierno de Néstor Kirchner, Daniel Filmus, enmarca la educación financiera dentro de la Teoría del Capital Humano, en la que el único objetivo del estudio es generar una renta: “Al no apuntar a un desarrollo social, la idea que subyace es que cada uno es responsable de su propio destino, que si no sabés hacer guita el fracaso es tuyo. Yo te doy las herramientas para invertir, ahora si no tenés plata para invertir, es tu asunto”.

 

del trampolín al paracaídas
 

Más allá de las limitaciones que tiene hoy la educación para impactar en la movilidad social, la población argentina sigue apostando a ella de manera masiva. La marcha universitaria del 23 de abril del año pasado fue sintomática al respecto. Diversas estimaciones hablaron de más de un millón de personas que se movilizaron en el centro porteño con réplicas en todas las provincias. “La educación sigue siendo un valor identitario argentino. Los jóvenes no renuncian a la posibilidad de capacitarse y educarse. Pero antes sabían que si lo hacían crecían socialmente. Hoy, estos jóvenes saben que no es así y no se frustran, ya lo vieron con sus padres, que se esforzaron y no crecieron. Desde hace por lo menos quince años, con tres gobiernos de distinto signo, no hay crecimiento. En la sociedad de El Eternauta, los chicos creen que la salida es individual. Lo que le piden al gobierno es que les destrabe la vida cotidiana, que les de estabilidad, que no aumenten los precios y después ellos se las arreglan por sus propios medios. Ese es el pacto no ideológico que en estos tiempos hay entre los jóvenes y el gobierno”, asegura Moiguer.

 

“En la sociedad de El Eternauta, los chicos creen que la salida es individual. Lo que le piden al gobierno es que les destrabe la vida cotidiana, que les de estabilidad, que no aumenten los precios y después ellos se las arreglan por sus propios medios. Ese es el pacto no ideológico que en estos tiempos hay entre los jóvenes y el gobierno”, asegura Moiguer.

 

El valor que la sociedad le asigna a la educación lo demuestra la cantidad de inscriptos en el sistema de educación superior, tan altos como nunca antes. El informe El acceso a la educación universitaria en Argentina con perspectiva comparada, publicado por la Universidad Nacional de Hurlingham (UNaHur), subraya que la inscripción en el sistema universitario nacional se multiplicó por 7,5 entre 1983 y 2022 mientras que en ese mismo período la población nacional se multiplicó por 1,5. Así, la proporción de la población argentina con estudios universitarios pasó de representar el 1,2% en el retorno de la democracia al 5,5%. Solo en las universidades nacionales –es decir, sin contar las privadas ni las provinciales ni los estudiantes terciarios– hay más de dos millones de alumnos que cursan estudios de nivel superior.

Otro informe de la UNaHur, La participación de los jóvenes de bajos ingresos en el sistema universitario argentino (1996-2003), señala que el porcentaje de estudiantes pertenecientes a los hogares de menores ingresos que asiste a la universidad prácticamente se triplicó en el periodo analizado, creciendo del 8,3% en 1996 al 21,2% en 2023 para el quintil más pobre, y del 12,9% al 34% para el segundo quintil. Por otro lado, la cantidad de jóvenes de hogares de ingresos medios que concurren a la universidad también creció, aunque en una magnitud más moderada y a un ritmo más lento, pasando del 25,6% en 1996 al 37,2% en 2023, mientras que el porcentaje de jóvenes con altos ingresos familiares que cursan estudios universitarios aumentó levemente del 37,2% al 43% para el cuarto quintil de ingresos, y del 49,4% al 52,7% para el quintil más rico.

 

el porcentaje de estudiantes pertenecientes a los hogares de menores ingresos que asiste a la universidad prácticamente se triplicó en el periodo analizado, creciendo del 8,3% en 1996 al 21,2% en 2023 para el quintil más pobre, y del 12,9% al 34% para el segundo quintil.

 

“En 1996 –puntualiza el informe–, el 60% de los jóvenes y adultos que asistían a la universidad pertenecía a hogares de altos ingresos (Quintil 4 y Quintil 5), mientras que la población estudiantil de bajos recursos (Quintil 1 y Quintil 2) solo llegaba al 20%. Esta distribución se fue revirtiendo de manera gradual y más intensamente a partir de la creación de nuevas universidades en el Conurbano bonaerense que redujeron el costo de oportunidad de realizar estudios superiores para las poblaciones más vulnerables. En la actualidad, la distribución de los estudiantes universitarios según quintiles de ingresos muestra una relativa paridad entre los estratos sociales nunca antes vista en la educación superior argentina”.

No obstante, la investigación de UNaHur también advierte que la inclusión educativa de los sectores más vulnerables en el sistema universitario es independiente de la evolución del nivel de pobreza en nuestro país. “Durante los años analizados –explica el estudio– tuvieron lugar períodos de fuerte incremento de la pobreza (1999-2002 y 2018-2020), periodos de leve aumento (2021-2023), periodos de relativa estabilidad (1996-2000; 2014-2017) y periodos de sistemática disminución (2003-2013). Estas fluctuaciones, sin embargo, no se asocian con la evolución de la matrícula universitaria –y dentro de ella, con el acceso de los estudiantes de bajos ingresos– que experimentó una tendencia de crecimiento sostenido en el tiempo. “Hoy –complementa Moiguer– podés trabajar y ser pobre. Podés, incluso, ser médico, periodista o abogado y ser pobre”. Un estudio de la Fundación Fundar en base a datos del INDEC corrobora esa afirmación: el 30% de los trabajadores, a pesar de tener empleo, está debajo de la línea de pobreza, entre ellos, el 13% de los trabajadores de la salud y el 16% de los de la enseñanza.

En la década de 1990, Filmus publicó un libro sobre la secundaria que se llamaba Cada vez más necesaria, cada vez más insuficiente. La aseveración que realiza el título de la obra hoy parece trasladada a la universidad. “La hipótesis de aquel trabajo –recuerda Filmus– era que, a pesar de que la educación no podía garantizar la movilidad social, seguía siendo la variable más importante a la hora de obtener los mejores puestos de trabajo. En los momentos de expansión económica, la educación funciona como un trampolín, te permite saltar socialmente. Y en los momentos de crisis, como ahora, funciona como un paracaídas, cuando más grande es el nivel de estudios alcanzado, la caída es más lenta”.

El exministro también cita lo que en la sociología de la educación llaman “efecto Fila”: cuando más estudios tiene una persona, ocupa un lugar más privilegiado entre los postulantes en un puesto de trabajo, aunque no necesariamente el puesto de trabajo en cuestión esté vinculado con la formación específica que tiene ese postulante. Y, si por un lado, la democratización del acceso a todos los niveles educativos merece celebrarse, también trae efectos no deseados: lo que se conoce como devaluación de los créditos educativos: “Si antes necesitabas el secundario para ingresar al mercado de trabajo, cuando se masifica y todos empiezan a tener el título de educación media, por esa necesidad social de diferenciación, el mercado te empieza a pedir el universitario. Y ahora que muchos más acceden a la universidad, pronto el factor de diferenciación empiezan a ser las maestrías”.

 

Si por un lado, la democratización del acceso a todos los niveles educativos merece celebrarse, también trae efectos no deseados: lo que se conoce como devaluación de los créditos educativos

 

Sin embargo, hoy aparece otro universo joven que mira con desdén, incrédulo, las jerarquías académicas y su multiplicidad de títulos universitarios. Es un grupo que se vuelca con fervor a la autoformación, en buena medida práctica y en finanzas, para generar por sí mismos dinero y avanzar en sus vidas o al menos para mantenerse a flote sin transformarse en empleados.

 

dueña de tu vida
 

Otro estudio de la consultora Moiguer, titulado Las tres argentinas y realizado hace dos años, indagaba por la movilidad social también en las clases populares. Aseguraba que el 70% de los jóvenes tenía mejores estudios que sus padres pero eso no se reflejaba en un ascenso social. El trabajo concluía que los extremos de la pirámide socioeconómica se volvieron crónicos: que el 91% de los integrantes de la clase baja y el 93% de la clase alta no variarán su estatus social más allá de lo que hagan. “Antes –dice Moiguer–, si había bonanza económica todo el barrio ascendía y lo inverso en épocas de crisis. Hoy esos movimientos son heterogéneos, individuales. Uno crece y los demás se quedan en el mismo lugar”.

En la investigación La narrativa rota del ascenso social, Fundar indaga sobre las expectativas de los jóvenes de barrios populares. El 40%  de los entrevistados continúa relatando su vida a partir de la expectativa del ascenso social, aunque expresa serias dudas sobre sus posibilidades de realizarla. Otro 20% reduce sus aspiraciones a objetivos mínimos y otro 40% abandona la posibilidad de proyectar. “Yo ya no tengo futuro”, aparece como respuesta recurrente.

 

Fundar indaga sobre las expectativas de los jóvenes de barrios populares. El 40% de los entrevistados continúa relatando su vida a partir de la expectativa del ascenso social, aunque expresa serias dudas sobre sus posibilidades de realizarla. Otro 20% reduce sus aspiraciones a objetivos mínimos y otro 40% abandona la posibilidad de proyectar. “Yo ya no tengo futuro”, aparece como respuesta recurrente.

 

La narrativa de la movilidad social ascendente mediante el esfuerzo en el estudio y en el trabajo sigue vigente, pero sólo para un grupo de jóvenes, e incluso a estos les resulta difícil sostenerla dadas las oportunidades y recursos efectivamente disponibles”, señala el informe. Gianluca, un joven de 22 años entrevistado para la investigación, afirma resignado: “Si estudié, no soy un vago. ¿Por qué me encuentro limpiando baños en un shopping?”.

A su vez, la investigación de Fundar menciona la aparición de una nueva narrativa, a la que denomina minimalista, que agrupa jóvenes que si bien aspiran a tener un trabajo, no expresan expectativas que vayan más allá de garantizar su subsistencia diaria. “Su principal preocupación es generar un ingreso que les permita alimentarse a sí mismos y a sus familias”, concluye.

En el documental ¿Cómo ganar plata?, Ofelia Fernández entrevista a Nadia, una joven que aprendió a pintar uñas por Youtube y se dedica a “hacer las manos” por 300 pesos a clientas que acceden a ella a través de su cuenta de Instagram. En un momento, la nail artist, dice: “Yo me inventé este trabajo, me generé mi propio laburo. Esto no es solo hacer uñas, sos tu propia secretaria, tu propia community manager, tu propia contadora, tenés que contestar mensajes a las 11 de la noche cuando no te dan ganas, tenés que armar tu agenda. Se van las clientas y te quedás pensando qué más podés hacer porque no te está alcanzando. La plata me alcanza lo justo, el mes que viene no sé cómo voy a hacer… te aumentan el alquiler. Trabajo para ganar plata, no para comprarme un auto, ni una casa, ni irme de vacaciones. Es supervivencia. El camino de emprender es arrastrarse, arrastrarse, arrastrarse. Llanto. Pero es muy bueno, porque te sentís vos misma la dueña de tu vida”.

Para Nadia, el trabajo rutinario, de ocho horas y obedeciendo órdenes de un patrón no es una posibilidad. Tampoco un deseo. Su testimonio podría asimilarse a los que recogió en su investigación Fundar que –como el estudio de Moiguer– también sentencia que ya no aplica el sintagma “mi hijo el dotor”. ¿Cómo sería, entonces, una adaptación a estos tiempos de aquella obra de Florencio Sánchez que fue tan representativa de la sociedad argentina del siglo XX? ¿Mi hijo el trader?

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