Los hechos de Semana Santa pusieron de relieve el protagonismo político de las masas, y también una serie de problemas vinculados con la manipulación de la voluntad popular. Entiendo que la significación de los acontecimientos va a ocupar a intelectuales y teóricos de la política durante mucho tiempo.
-En esos días vimos aparecer tres colectivos en acción, tres masas que mostraron la efervescencia de una sociedad en crisis, donde los movimientos colectivos son permanentemente solicitados y enfrentados: la religiosa, la militar y la política. Cada una de ellas trató que predominara, sobre la sociedad, la suya. La primera masa fue la religiosa, con el Jefe Supremo universal, el mismísimo Papa al frente. La Iglesia se jugó el resto para hacer que el "corte" social pasara por la adhesión e identificación religiosa y predominara sobre cualquier otra. La gente salió a la calle, los mediadores y organizadores -que en su mayoría sostuvieron la dictadura y el genocidio- imploraron por amor de Dios que los argentinos nos reconciliáramos, que olvidáramos las diferencias y los hechos. Para salvarse a sí mismos del desprestigio social, nuestros monseñores necesitaron movilizar el peso de su figura central, cuasi divina. La reconciliación pedida involucraba, indirectamente, a sus propios actos: el perdón a los militares arrastraba de modo implícito la reconciliación del pueblo con ellos mismos. Mucha gente se anoto en esta masa, aunque por el lado de los trabajadores la convocatoria encontró indiferencia y distancia. La respuesta solicitada por el Papa estaba dirigida a desarmar las fuerzas políticas y reencontrar, con el perdón solicitado, el libre deuda para todos los responsables de la dictadura. Borrón y cuenta nueva: en nombres del padre quedamos todos espiritualmente reconciliados. Pero que la realidad material continúe tal cual es.
El segundo colectivo fue el civil, más amplio y más espontáneo, que inundó las plazas de las principales ciudades del país y mostró que el problema fundamental pasaba por otro lado. Esta masa aparece en el campo político enfrentando a los sublevados militares, en defensa de la Constitución y la Ley, contra el ejercicio de la mera fuerza de las armas. Alfonsín fue el modelo humano con el cual se identificaron: el representante del poder civil y laico. Y la tercera masa confundida casi con una institución, la mas pequeña pero la que esgrimía como única razón la fuerza de las armas, fue la militar, encabezada por un “comando”, el coronel Aldo Rico como figura y modelo. La pía Iglesia, en esta ocasión, no dijo ni pío.
Frente a una situación crucial de nuestra historia ¿qué aportó cada colectivo para poner en evidencia la verdad social que se debatía en la encrucijada? El mayor interrogante gira alrededor de lo qué pasó ese día y cómo, retrospectivamente, podemos leer el sentido de la política, desde que el poder caso militar abandona el gobierno luego del frade la guerra de las Malvinas, la única guerra que hubo y cuya derrota no mencionan. Porque lo que ellos tratan de reivindicar como "guerra sucia" que los llena de orgullo, no fue una guerra sino una "cacería" interna que acudió al terrorismo de Estado: clandestino y sin riesgo. Cuando supuestamente se propusieron "salvar" la soberanía nacional, simbólicamente depositada en las Malvinas, justamente allí pierden la guerra. Pero estaban condenados a perderla, porque habían querido transformar a un símbolo de soberanía -las islas- en la soberanía misma. La soberanía la habíamos perdido antes, cuando impusieron el terror sobre los cuerpos sometidos de la ciudadanía, cuando destruyeron nuestra economía, cuando privatizaron la soberanía política usurpando el poder constitucional con las armas. Por eso perdieron la guerra, porque no se hace cualquier guerra con cualquier política, ni con cualquier economía ni con cualquier moral. Lo que la derrota de las Malvinas debiera enseñarles es que no hay poder militar que pueda defender la soberanía efectiva en una guerra exterior si previamente se destruyó la soberanía real.
El hecho de que nuestras Fuerzas Armadas estén estructuradas según una concepción ofensiva del papel militar, y no defensiva, contribuiría a explicar su presencia en la política interna y su imposibilidad de articular una estrategia para defender los intereses nacional y populares.
-Claro, esto implicaría cambiar totalmente la concepción que ellos tienen de la teoría política y de la teoría de la guerra. Clausewitz es quien descubre esto, cuando los prusianos son invadidos por los franceses. Algunos militares se dan cuenta de que con la concepción de la guerra que tenían, no podían recuperar la soberanía perdida. Entonces Clausewitz toma ejemplo de las formas de luchas populares y desarrolla una concepción de la guerra defensiva y no ofensiva, que pone el acento en la defensa de los países pobres para defender su soberanía: una guerra que no señala objetivos “positivos” -apoderarse de tierras ajenas- sino objetivos “negativos”, es decir, la defensa del propio territorio. Aquí Clausewitz descubre, junto con el poder de las masas descubre, junto con el poder de las masas nacionales, el sentido político de la guerra, y la considera solo como un medio, siempre al servicio de la política.
Pero descubre algo más para el campo de la política desde la guerra: el valor de la defensiva, es decir de los menos fuertes, sobre los más poderosos y prepotentes. Esta disimetría entre ofensiva y defensiva consiste en lo siguiente: el que ataca puede ser más fuerte en la ofensiva pero el que se resiste puede ser más fuerte en la defensiva. Y esta diferencia cualitativa de las fuerzas, este dirimir, empate que las fuerzas no alcanzan a se llama tregua. La tregua abre el campo de la política en la sociedad civil: los objetivos deben ser negociados. Esto es lo que nos Importa mostrar en nuestra democracia: los militares pueden ser más fuerza tes en la ofensiva, pero el pueblo y la ciudadanía pueden ser más fuertes en la defensiva. Esto debe tenerlo presente la democracia si no desea seguir perdiendo espacios políticos. Y no se trata de tener las armas: bastaría despertar, organizar y poner en juego esas cualidades y esos poderes que los civiles y el pueblo pueden ejercer desde sí mismos. Creo que esta oposición, incipiente pero tajante, de fuerzas enfrentadas de signo y cualidad diferente, se dio en Semana Santa. Pero fue desechada.
La ruptura en la cadena de mandos en el Ejército puso en evidencia, por un lado la pérdida de referentes claros en las cúpulas Jerárquicas, y por otro, las consecuencias de la manipulación política en el enjuiciamiento de los responsables del genocidio.
-Fue el fracaso de las Malvinas lo que produjo esta disolución de la verticalidad en el Ejército. No es que se desmoronara, pero se dispersó internamente. Los comandantes son desconocidos, y los grupos internos buscan nuevos lideres. Entonces aparece la jefatura de Rico para señalar los motivos: los comandantes, los generales, se enriquecieron personalmente y se burocratizaron, mientras ellos tuvieron que poner el cuerpo en los combates. Pero en Rico está presente la misma estructura contra la cual, cree, su gesto se inscribe. Esta valentía de los "comandos" que combatieron en las Malvinas sigue siendo "abstracta" a pesar de que en sus cuerpos la hayan vivido como concreta en el enfrentamiento con los ingleses. La plantean en términos de "valentía" o "burocracia", pero no se preguntan por las causas efectivas de la pérdida de más la guerra y siguen manteniendo las mismas categorías para pensar la Nación como dependiente. Tampoco dicen nada de los hechos aberrantes. La valentía tendrían que tenerla para enfrentar, dentro de sí mismos, el terror que les inspira el cambio social contra el que luchan. Ocurre que cuando se vuelve a la democracia, el gobierno radical deja todo este asunto oscuro, como si las sanciones y los juicios militares de esa guerra fuesen sólo una cuestión militar, y no política, económica y cultural. Resulta así, aliado -¿a pesar suyo? - de la dictadura: separa y mantiene una visión abstracta de la guerra. Todos se lavan las manos o la conciencia, según sea el caso. Nadie totaliza nada, nadie tiene nada que ver con lo que entre todos hicieron: el trasfondo que otorgó sentido a la práctica aberrante. Porque cada muerte y cada tortura fue el símbolo de todo un sistema, pero el sistema no fue puesto de relieve en cada tortura: allí se hizo visible sólo su pura crueldad. Por eso el imaginario social sigue transitando sobre el fondo de la tortura empírica, del hecho en bruto, de la pura muerte, del puro horror. pero sin el marco histórico que le da su sentido global y en el que se hallan inscriptas muchas otras instituciones y personalidades que las militares. De allí que gran parte de los reclamos del coronel Rico pasen por la lucha contra la subversión, una consigna estrictamente parcial que no dice ni una palabra de las responsabilidades de las Malvinas, de la destrucción previa de nuestra soberanía que deberían previa de nuestra soberanía que deberían haber defendido como quieren defender las Malvinas.
Aquí ingresamos en una problemática que tiene que ver con el manejo de la violencia en la sociedad. Hay una delegación del papel de la defensa, de la sociedad civil a la militar, que termina por volverse contra sí misma. Esto da pie a que la formación militar, entendida como educación para morir y matar, genere un sentimiento de superioridad frente a quienes no asumen el riesgo de su propia autodefensa. ¿Qué está indicando esto?
-Indica que la sociedad civil, por la división social del trabajo en nuestra época. delega el poder de dar muerte y de salvarse a sí misma en una clase de hombres preparados exclusivamente para hacerlo. De allí el privilegio de ser ellos tos que detentan las armas, y lo hacen contra nosotros. Se olvidó el sentido de su propia existencia, el origen popular de la institución quedó encubierto y mentido en la historia que los liberales nos cuentan y que los militares se cuentan a sí mismos.
Esta estructura genera un profundo desprecio entre quienes se preparan para ejercer la violencia, y quienes no.
-Y es porque la sociedad civil delegó allí, junto con las armas, su propio poder civil.
Allí el arma tiene un caracter empírico, pero también un valor simbólico.
-El Ejército tiene una estructura piramidal, coercitiva, donde la sumisión al mando es la enseñanza fundamental. Dibuja así el modelo al cual aspira toda clase dominante, que ve aparecer allí la forma ideal del orden al cual en último extremo aspira, más allá de lo que declama. Por eso es cierto lo que señalás, ese carácter simbólico, y también moral. Los ejércitos son vencidos, interna o externamente, no porque no tengan las mejores armas sino porque enfrentan a un enemigo con más poder moral, para enfrentarlos y derrotarlos. Nuestros militares se creyeron la imagen que nos daban: que el aniquilamiento de la guerrilla fue una guerra de verdad cuando fue una cacería sin riesgo e inhumana. Y pensaron que del mismo modo podían hacer cualquier otra guerra: Un "como-si" de tal, como pensaron en un principio la de Malvinas. Pero allí la cosa fue en serio. Fracasaron y no quieren decírselo a sí mismos: se aferran a la imagen de la primera. Hasta que no lo hagan, van a vivir necesariamente queriendo que la gente los vea y los considere como lo que no son: como triunfadores. No quieren darse cuenta de que ahora la gente sabe, y que las Malvinas iluminó retrospectivamente la otra. Ellos no creen en la moral y en la verdad como elementos inescindibles de la fuerza.
En Semana Santa la civilidad salió a la calle a manifestar contra la impunidad de esos medios.
-Y constituye ese otro colectivo del que hablábamos, el más numeroso. Ese día Alfonsín convocó al pueblo como representante del poder civil, más allá de las estructuras partidarias, para defender una sola la legalidad democrática. Lo que estaba en juego era el fundamento mismo de la Ley, ante la cual todos los habitantes, sean quienes sean, están sujetos. Y se trataba de su aplicación: la muerte no puede ser dada impunemente. Lo que la gente estuvo afirmando con su presencia masiva eran las normas fundamentales de la vida civil. La vida de los hombres no es negociable. Frente a las muchedumbres reunidas, Alfonsín cobró coraje y asumió ese papel que fue creado por las circunstancias mismas. Y no es poco: nos dice que en nombre de toda la ciudadanía va hacia Campo de Mayo a exigir la rendición de las fuerzas militares sublevadas, que lo esperemos. Era una delegación de los civiles la que en su persona iba a enfrentar, con el peso de la Ley, a las armas. Y Alfonsín vuelve, pero vuelve cambiado. Nos dice: señores, todo está solucionado. Estarnos en paz con los héroes de las Malvinas. Vuelvan a sus casas, vuelvan al reducto de la familia y en la gracia de Dios festejen las Pascuas. Otra vez: que Dios, en la intimidad del hogar, nos salve. Al validar la guerra "limpia" de las Malvinas valida simultáneamente la guerra "sucia": una misma impunidad las abarca.
Canaliza el poder real de las masas reunidas hacia una consumación ilusoria, como si hubiera expropiado su sentido y lo hubiera transformado en atributo de una figura que ofrece la protección y la tranquilidad.
-Todo es un como-si: ni nos protege ni nos tranquiliza. Aquí su figura, lugar de una coherencia proyectada sobre él, por él asumida y pedida. se escinde. Se vio. tal vez. obligado a hacer una cosa, pero nos dice otra. Por una parte hay ganas de creerle, pero la gente lo ve y siente que volvió derrotado, que quedamos todos derrotados aunque él mismo no lo diga. Lo que se siente y se sabe no tiene inscripción política, nos es devuelto como un saber clandestino que nos remite al terror, a la angustia y al desamparo: quedamos solos, lo vemos desnudo, pero no podemos decirlo. Si el poder dice que nos quedemos tranquilos, que estamos seguros, pero por otro lado vemos, en otro nivel, que estamos desamparados, ¿quién se hace cargo de ese vacío en el que cayó nuestro poder colectivo y nadie llena, precisamente porque creímos que éramos nosotros, según él decía, los que lo llenábamos? Quedamos suspendidos en medio de un espacio que se revela impotente, que no puede decir su verdad porque carece de inscripción social, como si no existiera. Todo se disuelve en la derrota individual. Cada uno retorna de lo colectivo a la impotencia solitaria.
Y después, el discurso del miércoles siguiente. la remisión a toda prisa de la Ley de Obediencia Debida. Nos confiesa que a él. personalmente, tampoco le gusta. Le sucede lo mismo que a nosotros: va al encuentro de nuestro sentimiento con el suyo. Ahí coincidimos con la bondad de su expresión sincera. Pero enseguida, apoyándose en esta coincidencia, nos dice que porque somos fuertes podemos darnos el lujo de ser magnánimos y perdonar el crimen. Ahora somos nosotros los que hacemos lo que él quiere. Y también que hubo un castigo "simbólico" en la persona de los comandantes, pero que "legalmente" los ejecutores quedan sin castigo. En pocas palabras: la sanción legal no se aplica a la realidad sino a los símbolos. Pero esta escisión deja su remanente en lo que los cuerpos sienten y perciben, y allí el sentido es claro: perdimos. Por eso Caridi puede confesarnos, suelto de cuerpo (de cuerpo militar, colectivo y armado): no vamos a dejarnos arrebatar el espacio político que ganamos en Semana Santa. Necesitan darse el lujo de decirlo, pero el enunciador, ahora, el que dice la verdad, no es Alfonsín: es el poder armado que personifica Caridi, su "subordinado". Todo está invertido: la Ley y la Verdad quedaron en Campo de Mayo. Con esto no quiero decir que tal vez no hubiera sido necesario rendirse. Sería poco cuerdo contraponer la muchedumbre inerme al avance de los tanques. No se trataba de eso, pero ellos tampoco podían. Porque la nuestra era también una fuerza, aunque de otra calidad y signo. Y no era poca. Lo que se perdió allí, en el ocultamiento y el mensaje doble, es el sentido político de la fuerza civil, la posibilidad de comprender la dimensión del obstáculo que en ese momento se enfrentaba, y lo que quedaba por conquistar como acción colectiva para ganar espacios políticos que sean efectivamente nuestros. Como si el espacio político se ganara sólo con votos y no con decisiones colectivas y en acto.
El gobierno dice que lo más importante es que la gente se haya enterado, a través de los juicios, de todo lo que ocurrió en la dictadura. Pero para que un hecho se convierta efectivamente en social, el hecho debe ser sancionado por la Ley. Si el hecho queda impune es evidente que la muerte sufrida sigue existiendo en su mera y muda presencia empírica, y desde esa marginalidad advierte y aterroriza. Entonces, mientras Alfonsín desarrolla a nivel político el discurso del ocultamiento ¿Qué pasa con lo que la gente y todos nosotros sabemos? Quedamos sin tener inscripción en el campo político y en la representación, como si lo que realmente pasa no existiera y, por lo tanto no hubiera nada que enfrentar en el campo político. Pero lo que es peor: la gente queda remitida al terror individual frente a los hechos que no tuvieron castigo y pueden repetirse, porque sus ejecutores fueron absueltos. Queda entonces este gran campo de desazón, sabiendo que la muerte sigue transitando en las calles y que en cualquier momento podemos ser la nueva víctima, como se encaran de advertirlo los atentados y las bombas que vienen sucediéndose. Esta defección revierte sobre la gente, y desde el poder nos es devuelta su propia impotencia como si fuera nuestra. ¿Y esto por qué? Porque no quiere perder poder como poder político, y cree que decir la verdad implicaría dejar de ejercerlo. El radicalismo, y nosotros con el conserva el poder en tanto lo cede. Y cederlo no significa hacer lo que el enemigo quiere. El problema de este juego parecería ser que el rey nunca debe ser visto desnudo, debe estar recubierto de mantos o de ponchos. Pero esta es una concepción falsa de la política, porque una cosa es que Alfonsín pierda, siendo vencido, y otra cosa es que nos reconozcamos en Alfonsín como habiendo sido todos vencidos en masa, lo cual también implica un poder perdido y concedido, siendo nuestro. Si el pueblo debe decirse a si mismo que el rey está vestido cuando lo ve desnudo, es su propia desnudez como pueblo la que se oculta a si mismo. Ocurre que el poder para el gobierno pasa por el poder mismo. Esta falta de coincidencia puede hacer justamente que se pierda hasta la representación misma, y nosotros con ella.
La mayoría de los dirigentes partidarios parecen compartir esta misma concepción de la política, y se muestran inexplicablemente ajenos al creciente divorcio con los colectivos sociales que supuestamente representan, aun cuando se contabilicen votos.
-Sucede que hay una crisis completa de representatividad política. Nadie se siente plenamente representado por los que pusieron la cara para solicitar a la sociedad civil para que les diera sus votos. Y la amenaza del terror, como límite, también circula entre quienes encarnan la representación policía. No tienen confianza en la gente y muchos sienten que lo que esta les pídelos puede llevar a la muerte. Todavía vivimos en una sociedad aterrorizada. Para tener confianza en la gente tendrían que haber profundizado en su propia experiencia individual subjetiva, y encontrar allí ese coraje que les permita suscitar el ajeno y colectivo desde el propio. El político podría se ese emergente de la sociedad civil que se ofrece como modelo de resistencia y coherencia para proponerlo, como identificación a los otros. Pero al eludir esa misión, este ocultamiento produce un discurso cargado de retórica, que no suscita sino bálsamos estériles en los que nadie cree. Y nos piden que nos consolemos, nos dicen que lo posible coincide con lo dado, con lo actual mismo. A eso lo llaman, al fin y al cabo, “realismo”.
Creo que estamos a la búsqueda de modelos que permitan un protagonismo real de la sociedad civil en el país. Viniendo de lo que venimos, recuperar los lazos de asociación mas elementales va a llevar tiempo.
Pero también pensemos que ese coraje lo vimos en Campo de Mayo, donde otra delegación ciudadana se hizo presente para decir su verdad a los militares sublevados. Allí el discurso no tuvo disfraces ni necesito encubrirse: fue una extensión, una saliencia de la ciudadanía misma reunida en las plazas la que se prolongó con su presencia en los cuarteles. Ese discurso tiene que poder inscribirse, frente al otro, en el espacio político del cual fue expulsado. Fue la expresión del anhelo civil postergado, pero sostenido colectivamente por una fuerza real, no meras palabras.