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la píldora del día después
¿Impuestos progresivos o nacionalización de la banca? ¿Control al consumo o Ingreso Ciudadano? ¿Economía planificada o rizoma de ferias populares? ¿Productividad o economía del cuidado? Conversamos con economistas de izquierda como Pablo Anino y Claudio Katz, con un distribucionista rara avis como Rubén Lo Vuolo, con Claudio Lozano y Quique Martínez. Antes del fin, quizás haya llegado el momento de escucharlos.
Fotografía: Luciano Denver
05 de Septiembre de 2018
crisis #34

La economía mainstream se caracteriza por discutir con las decisiones del elenco gobernante desde un marco de supuesta razonabilidad. Puede que se regocije con su derrota inminente o le susurre recetas para amortiguar la paliza, pero es juiciosa y conoce los riesgos de escupir hacia arriba.

Hay, sin embargo, otros paradigmas que señalan que la pelea estuvo mal planteada. Que en lugar de aplicar las reglas del boxeo se pudieron haber utilizado las artes del jiujitsu. ¿Subirán estos luchadores al ring en algún momento? Parece difícil. Incluso durante el desastre cambiemita la llamada “izquierda” aparece ante el público apenas como una enfermera dispuesta a la sanación a cielo abierto de los heridos y la repetición de consignas que poco se amoldan al humor de un país donde todos quieren todo sin ceder nada y donde los dólares no aparecen. ¿Qué harían si les entregasen la papa caliente?

 

socialismo o greciazuela

Pablo Anino es economista. Trabaja en el Ministerio de Producción y milita en el PTS (Partido de los Trabajadores Socialistas), dentro del Frente de Izquierda. Mientras tomamos un café propone la nacionalización de la banca, la nacionalización del comercio exterior y, en el corazón de todo esto, el desconocimiento de los acuerdos con el FMI. Señala que entre capital e intereses la Argentina paga 65.000 millones de dólares por año, y que ese dinero podría ser invertido en un shock salarial que, combinado con mejoras en la salud y la educación, elevaría el nivel de vida.

¿No habría un caos social si gana la izquierda y dice “no vamos a pagar la deuda y vamos a nacionalizar la banca”? ¿No habría más fuga de capitales, sanciones de la OMC, dificultades para el acceso a insumos? ¿Y la sociedad no teme esa “Venezuelización”?

-Puede haber bloqueos, sanciones económicas como le hacen a Irán, nosotros no desconocemos eso. Pero los pagos de intereses de deuda se llevan el 14% del presupuesto. Rodríguez Saá decretó el no pago de la deuda, Ecuador declaró el no pago de la deuda para investigarla. ¿Por qué no probamos? Nuestra idea no es provocar el caos económico. Creemos que el caos económico ya existe con las políticas del gobierno.

¿Y cuál sería el ejemplo a seguir?

-No tenemos en la historia reciente ningún ejemplo al cual remitirnos, y esa es una de las dificultades. Se bajó el umbral de lo posible. Cada vez vivimos peor. El macrismo llega con el apoyo de la clase media y gobierna en contra de ella.

Claudio Katz es economista y doctor en Geografía, profesor de la UBA e integrante del Colectivo Economistas de Izquierda. Al igual que Anino, Katz señala que no hay salida posible si se ratifica el acuerdo con el FMI, y habla de un 2001 en cámara lenta. “Si la Argentina estuviese atravesando bienestar y crecimiento como Suecia, no estaríamos discutiendo a la izquierda. La pregunta no es qué pasaría si gana la izquierda, sino cómo llegamos a que esto suceda”

Esta inversión del razonamiento es característico de los planteos de izquierda: cuando se le dice “ustedes nos llevarían al caos” la izquierda responde: “¡el caos ya está sucediendo, y va a ser cada vez peor!” Lo cierto es que la izquierda trotskista imagina un país que se apropie de la renta extraordinaria producida por el campo argentino y que nacionalice las grandes unidades productivas junto con el comercio exterior. La fuente de divisas que tanto se busca está ahí, frente a nuestras narices. “En el último censo económico había 4000 grandes terratenientes. La industrialización de esa producción agropecuaria está también concentrada. Hoy tenemos un monopolio privado del comercio exterior. La AFIP es un extranjero que tiene que pedir permiso, por ejemplo, en el puerto de Rosario. Nosotros planteamos la nacionalización de los puertos”, señala Anino.

El modelo que propone esta zona de la izquierda es austero y con un Estado controlador. Aumento de salarios, aumento de las obras públicas, formas más sofisticadas de control de precios, control del tipo de cambio, control de los patrimonios. Katz sostiene que la nacionalización de la banca no es necesaria, pero sí una férrea intervención estatal en el área para evitar el eterno retorno de la fuga, principalmente en empresas que no reinvierten utilidades. En paralelo y por lo bajo, Marcos Peña, el jefe de gabinete de Macri, murmulla un posible control al dólar turista.

Ambos coinciden en que la automatización total de la economía está todavía muy lejana, y no contemplan formas de subjetivación ajenas a la relación salarial. Reconocen sin embargo que los avances tecnológicos eliminan puestos de trabajos que jamás se sustituyen. Su forma de abordar el problema, sin embargo, se vincula al reparto de las horas de trabajo. “Si la tecnología hace que todos tengamos que trabajar un minuto y medio, trabajaremos un minuto y medio”, afirma Katz.

En esto coinciden con gran parte del sindicalismo argentino. Claudio Lozano, el histórico economista de la CTA, motor del Frente Nacional contra la Pobreza (FreNaPo) a fines de los 90 y crítico del kirchnerismo desde sus albores, dice que “lo que hace la tecnología es reducir la necesidad de trabajo por unidad de producto y exigir más formación para la vida laboral, pero no hace que se extinga el trabajo”. Por eso propone un “salario de empleo y formación” que “ponga arriba de la línea de pobreza a todos y a partir de ahí se replanteen las relaciones laborales”. Algo distinto a la renta básica con la que simpatizan e-magnates como Elon Musk (Tesla) o Mark Zuckerberg (Facebook). “Hoy en Argentina casi el 30% de la fuerza laboral, 5 millones de personas, trabajan 60 horas a la semana. Si esas personas trabajaran la jornada normal no tendríamos desempleo”, agrega.

 

iphone y subjetividad

En un mundo emocional pero que no admite la tragedia, la izquierda melodramatiza su discurso a la hora de invocar al caos pero lo racionaliza al extremo a la hora de justificar unas propuestas que, desde el sentido común, suenan abstractas. ¿Quiere jugar en primera o solo pelea por el trofeo moral? Parte del diagnóstico de la fragmentación de la clase obrera pero sin embargo confía en el poder mítico de la arenga política para volver a construir un colectivo “obrero” enfrentado al capital.

Le preguntamos a Katz cuánto saldría un iPhone bajo un plan económico de izquierda.

-La apuesta es manejar con racionalidad los recursos tecnológicos. Yo no se cuánto saldría un iPhone, pero sí sé que no te podrías comprar un iPhone todos los meses. Porque querer un iPhone es muy bueno, pero querer tener un modelo nuevo todos los meses no. Eso fomenta el negocio de la deuda, un negocio financiero. La izquierda viene a proponer una administración racional de la tecnología y de la riqueza. Y si querés comprarte un iPhone todos los meses, no te lo permitiríamos.

¿Habría entonces una restricción fuerte al consumo?

-Habría un reordenamiento. Se restringiría la importación de los bienes de consumo suntuario. No habría chocolate suizo en los supermercados.

¿Pero los sectores populares no están subjetivados en ese tipo de consumo?

-Los sectores populares van a acceder a una constante de consumos básicos y estructurales que no tenían antes, entonces su aspiracionalidad ya no se va a concentrar en una zapatilla o en un teléfono. Es natural que ahora, en medio de la pauperización, se busque subjetividad en eso. El desafío es generar nuevos patrones culturales. Esto no se hace con leyes ni con policía, se hace con ideas. El problema es que los patrones culturales que circulan son construidos por los medios, cuyo único interés es generar un deseo por las cosas que las empresas ofrecen. Sin embargo el feminismo, por ejemplo, demuestra que puede haber una cultura más austera y más alternativas.

Enrique Martínez es ingeniero químico de formación y cuenta con orgullo que desde 1969, intermitentemente, trabajó como funcionario público por más de 30 años. Fue secretario de la Pequeña y Mediana Empresa con Alfonsín y con la Alianza, diputado por el Frepaso y presidente del INTI con el kirchnerismo, hasta que se peleó con Débora Giorgi en 2011. Ahora coordina el Instituto por la Producción Popular (IPP) y organiza talleres con el Movimiento Evita. A la pregunta del iPhone, responde que “a la clase media habrá que decirle que por tres o cuatro años va a ser carísimo, pero que a cambio de eso tendría alternativas de inversión en pesos al equivalente de dólares con un 7% de interés anual y participación en las ganancias de las empresas”. Dice que “hay que asociar el palo a la zanahoria. Ser duro y a la vez transparente”.

¿Proponés un kirchnerismo radicalizado?

-Para nada. La gestión de (Guillermo) Moreno mezcló todo y la importación de un Porsche o una licuadora era tratada igual que la de medicamentos. Se obligaba a cada empresa a mostrar un balance neutro de divisas sin fijarse en qué importaba o qué exportaba. Habría que obligar a las empresas radicadas en Argentina a que su balance de divisas dé como mínimo cero, incluyendo remesas, pero que la asignación de divisas la controle el Estado. Es lo que hicieron durante muchos años muchos países, incluso nosotros. A fines de los 60, en Argentina, el trámite para importar un medicamento o un huevo genéticamente modificado llevaba un solo día. Pero para importar una máquina que se producía acá lo podían tener a uno seis meses.

¿No cambió demasiado la lógica productiva desde ese momento?

-Sí, pero yo no hablo de frenar ningún avance técnico. No creo en la lógica del Falcon, que se produjo durante 20 años. Los bienes de consumo importados tendrían que tener un impuesto que los haga prohibitivos. Alguna concesión lógica al consumismo que todos tenemos dentro habría que hacer. La clave no está ahí, sino meter la internet de las cosas en la construcción de casas, por ejemplo. Importar insumos y bienes de capital. La mayor parte de un auto eléctrico se puede producir en la Argentina. Y por otro lado no podemos decir que hay democracia económica si Coto puede vender acelga congelada belga y un productor de acelga del Gran La Plata no puede vender en Coto.

kaos y control

No solo de promesas de control vive la izquierda. También hay una voluntad de movilización permanente de la sociedad. Una suerte de democracia radical, donde la tecnología sí es vislumbrada como aliada. Si cierta antropología criolla considera que el hombre desea ir de casa al trabajo y del trabajo a casa, lo cierto es que el debate y la movilización permanente, en cierta forma, también ya están pasando en el ecosistema digital y en un sistema de medios totalmente ordenado por los intereses políticos, sin fachada neutral.

Las cuestiones de la sustentabilidad y del límite a los transgénicos y el extractivismo abren un debate al interior de estos economistas contrarios al capital. ¿Desarrollar las fuerzas productivas al máximo dada la condición periférica del capitalismo argentino u orientarse en el frente interno a formas de producción folk, orgánicas y ecológicas? Katz parece más inclinado hacia lo primero, Anino a lo segundo. Ambos sí coinciden en un cuidado entre algodones para toda la economía pyme y los pequeños productores, lejos del fantasma de la colectivización forzosa. Y en la necesidad de un Estado fuerte pero no burocratizado, donde la casta política no cobre más que un maestro.

¿La Unión Soviética falló porque no tenía buen software?

-Puede ser que ese haya sido un motivo. Eso y la burocratización, dice Anino.

Lozano anticipa una ardua tarea de reconstrucción del poder del Estado sobre la economía. “Lo primero es blanquear el default al que han llevado a la Argentina. Suspender los pagos, iniciar una auditoría, dar de baja la deuda contraída durante la dictadura, como la mitad de la deuda con el Club de París, y que se fije a las empresas una contribución fiscal para compensar la porción de la deuda que estatizaron. Todo bajo un principio: las deudas se pagan y las estafas no”. Después de eso, propone “recomponer la caja del Estado, restableciendo las alícuotas de contribución de Ganancias y Bienes Personales y la tributación de los complejos minero y agrario, y desgravando el consumo y los ingresos de los sectores de ingresos medios y bajos”.

Martínez, para su programa de democracia productiva, no cree que haga falta estatizar toda la banca. “Hay que hacer bancos estatales pequeños enfocados en la producción. Hubo bancos italianos que cobraban en queso y el banco industrial en la Argentina cobró en su momento en minerales, que después se las arreglaba para vender”, evoca. “ No creo en la vuelta de las empresas estatales sino en las comunitarias. El comercio minorista y el mercado deberían funcionar igual. Lo estatal se burocratiza muy rápido y el modelo de conducta de los burócratas estatales suele asemejarse al de los capitalistas ladrones. Terminan asumiendo lo público como propio, como José López”.

 

distribuir versus crecer

Cuando la Argentina para una República de Iguales (ARI) aparecía en el horizonte político como una posibilidad de renovación progresista, antes de que Elisa Carrió recomendase a las propinas como eje de la política económica, en los lejanos principios del siglo XXI, Rubén Lo Vuolo era algo así como su economista estrella. Hoy, alejado de la mesiánica diputada, es director académico del CIEPP (Centro Intedisciplinario para el Estudio de las Políticas Públicas). Allí investiga sobre cuestiones macroeconómicas vinculadas a las tensiones entre distribución y crecimiento. Se lo vindica como el padre de lo que luego, con importantes transformaciones, el kirchnerismo consiguió establecer como la AUH (Asignación Universal por Hijo). Lo Vuolo considera que dejar de pagar la deuda externa es inviable y en cierta forma revindica el manejo que Néstor Kirchner hizo del asunto, cuando utilizó reservas para desligarse del FMI.

¿En un gobierno alternativo, qué margen real de maniobra hay para un proyecto soberano en un contexto de globalización financiera de la economía?

-Los márgenes son muy pocos. La Argentina ya demostró que no podés tener un tipo de cambio fijo ni un tipo de cambio totalmente libre. Tenés que tener un tipo de cambio controlado, una flotación sucia. Pero para poder manejar eso necesitás hacer otras cosas. Por ejemplo, superávit fiscal para no quemar divisas por parte del Tesoro. Diversificar las exportaciones y regular, no a través de un control de cambio que te trae un mercado paralelo, sino a través de otros mecanismos como reembolsos e impuestos sobre ciertas exportaciones. Tenés que tener metas de valor monetario de la demanda, que no es metas de inflación sino de consumo e inversión. El objetivo keynesiano de llevar a la economía a niveles de pleno empleo es un disparate. La política monetaria y la fiscal se tienen que manejar en conjunto. Si tuvieras un buen impuesto a la riqueza podés frenar el consumo aumentando los impuestos sobre los sectores de más alta riqueza. Y no pegándole al salario. Hay que ser imaginativo y adaptarse a la realidad argentina, y no trabajar sobre manuales ortodoxos o supuestamente heterodoxos que están desconociendo lo que pasa en el país.

El economista se esfuerza por diferenciar desarrollo de crecimiento económico. Y dice que los gobiernos que buscan un crecimiento de shock en realidad intentan esquivar el espinoso problema de la puja distributiva: que ganen mucho los de arriba y un poco los de abajo. Eso fue el kirchnerismo. En su plan de mesura y alta intervención estatal se deberían mantener tasas moderadas pero sostenidas de crecimiento económico que permitan ir controlando y balanceando desajustes en el sector externo, en el sector fiscal y en la recaudación. “La clave de una economía alternativa es el crecimiento armónico”, dice.

“Los que terminan definiendo la dinámica de ese conflicto distributivo son los sectores que tienen más poder, los que están mejor posicionados tanto del lado del capital como del lado del trabajo. Por eso creo que medidas como el Ingreso Ciudadano, que básicamente es distribución de aumentos de productividad por vía fiscal, son muy útiles. Porque descomprimís para sectores de bajos ingresos y para los informales, y además generás un sistema de estabilización de demanda que te permite sostener los consumos de los sectores más vulnerables”.

¿El Ingreso ciudadano depende de una reforma fiscal o de un shock de productividad?

-Yo soy contrario a los shocks. Todo el mundo pretende refundar el país. No entiende que lo que prima es la inercia. Avanzamos uno y retrocedemos dos. Cada vez queda más claro que el mercado de trabajo no es el escenario donde se va a mejorar la distribución, sino un espacio de descalificación y expulsión de empleo. Hay que pensar una economía hacia el futuro y un sistema de protección social que no se asiente en el mercado de empleo. En la Argentina tenemos dos fuerzas políticas que están disputando con ideas económicas inconsistentes que creen que se puede volver a la década del sesenta o del noventa, cuando el panorama es otro.

Tu propuesta suena utópica.

-Es que el Ingreso Ciudadano no se puede establecer de la noche a la mañana, lo que se puede establecer es una política gradual. Nuestro sistema de protección social empezó como un sistema de protección a grupos débiles. Se puede empezar con un ingreso ciudadano a los jóvenes en edad más conflictiva en términos de inserción laboral, a las mujeres y al cuidado doméstico, y eso se puede ir mejorando y corrigiendo. Pero esto tiene que ir funcionando como un crédito fiscal. Así se evitaría el cuestionamiento tan frecuente de porqué le vas a dar un ingreso a los ricos. Distribuyo ingreso a todo el mundo para garantizar que los que lo necesitan lo tienen y para ahorrarme los procesos costosos y absolutamente ineficaces de selección de beneficiarios, test de recursos, con todas las distorsiones que generan en el mercado laboral. Y después recobro lo que le di a las personas que no lo necesitan vía impuestos a los ingresos. El Ingreso Ciudadano es un proyecto de reforma fiscal completa, de otra manera no se comprende la cuestión.

Le preguntamos si no cree que el kirchnerismo intentó ir en una dirección similar a la que propone, y su respuesta son risas. Dice que el sistema kirchnerista de protección social es ineficaz y fue diseñado para fortalecer lógicas de acumulación clientelar. Que durante los gobiernos del matrimonio Kirchner la educación privada y la salud privada crecieron exponencialmente, y que la cantidad de recursos que se otorgaron a las obras sociales marcan una fuertísima irracionalidad.

Lozano parece apuntar en una dirección similar.

“Los límites del kirchnerismo aparecieron pronto. El desendeudamiento lo hizo rifar 10.000 millones con el FMI, pagó 60.000 millones de deuda y los regaló de manera innecesaria, mantuvo la fuga de capitales a pleno hasta el momento en que se le vino encima. El kirchnerismo nunca planteó modificar la estructura productiva. Creyó que inyectar demanda era suficiente para que el capitalismo en serio funcionara, y eso es lo que no anda en la Argentina”.

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