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la paz rumbo a octubre
Ante el dilema de renovarse o perecer, el proyecto político del presidente Evo pone en juego su hegemonía en las elecciones de 2019. Por primera vez el principal candidato de la oposición no representa a la derecha tradicional, aunque sí es un producto de la clase media blanca ilustrada. Una aproximación a la coyuntura boliviana, tan cerca y al mismo tiempo tan lejos del resto de la región.
Ilustraciones: El Sike
13 de Marzo de 2019

 

Evo Morales y Carlos Mesa Gisbert se preparan para disputar en octubre la presidencia de Bolivia. Sus máquinas de guerra electorales saben que la cosa está ajustada y diseñan estrategias para capturar las expectativas de más de doce millones de bolivianos, de los cuales seis millones y medio están empadronados (los esfuerzos comunicativos de cada alianza electoral se centran en los nueve millones de celulares con conexión a internet).

El pasado 21 de febrero, cuando se cumplieron tres años del referéndum que le negó la reelección a Evo, comenzó la larga recta final que tendrá en octubre su desenlace. Las movilizaciones y declaraciones cruzadas pintan la escena: un movimiento de oposición estructurado en torno a “recuperar la democracia en Bolivia” con candidatos que buscan representar el descontento y hablan de la vigencia del 21F, frente a un gobierno que le resta entidad e intenta continuar con su agenda. El arribo a Buenos Aires del candidato opositor Carlos Mesa, en busca del favor migrante, es una buena excusa para analizar la coyuntura del país vecino.

Evo Morales y Álvaro García Linera aparecen como favoritos (por poco), aunque las encuestas dan a Mesa Gisbert por encima de Evo en un eventual ballotage.

 

los ciclos de la política

Luego de las primarias del 27 de enero, donde nueve fórmulas electorales fueron validadas para competir por la presidencia, solo dos tienen chances reales de ganar: la del actual presidente y la de su antecesor. La estrategia oficialista es ganar en la primera vuelta: Evo y Álvaro García Linera aparecen como favoritos (por poco), pero las encuestas dan a Mesa Gisbert por encima de Evo en un eventual ballotage. La posibilidad de la unidad de la oposición, y el antecedente de 2016 de ese 51,3% que le dijo “no” a la reelección, pone en riesgo su voluntad de seguir gobernando Bolivia hasta 2025, cuando se cumplan doscientos años de la declaración de independencia.

El principal candidato opositor es un protagonista de la historia reciente boliviana. No solo fue “ex-presidente y ex-vicepresidente de Bolivia”, como aclara su Twitter, sino que cultiva un perfil intelectual y diplomático sustentado en una importante producción historiográfica y una labor periodística al frente de De cerca, el ciclo de entrevistas que condujo desde 1983 hasta 2001 y por el que pasaron desde Fidel Castro hasta Alvin Toffler. Además, fue vocero junto al Estado boliviano de la demanda marítima ante La Haya, que quedó trunca en octubre de 2018. Con ese partido perdido, Linera dijo que fue un error generar sobreexpectativas y llamó a pasar la página. A los pocos días Mesa se decidió a ser candidato, y desde entonces camina la efectiva —y emotiva— senda de la diferenciación en base a la mesura, que tiene en Evo el centro de su estrategia polarizadora.

“Nosotros venimos más de la investigación, del trabajo académico”, dice Gustavo Pedraza. Con un largo historial de militancia universitaria, el abogado que acompaña como vicepresidente a Carlos Mesa Gilbert se muestra confiado: “Está claro que el oficialismo está con mucho nerviosismo. Y muy desconfiada la sociedad del binomio oficialista. Y obviamente con baja aprobación, lo que nos da muchas posibilidades de victoria por la credibilidad que tenemos en la sociedad”. Además, agrega lo que considera el toque de distinción de la apuesta: “Lo importante es que apuntamos a un gobierno de ciudadanos, sin militancia política. Tenemos credibilidad. Una política mesurada”. Ante la pregunta por una posible similitud entre el escenario boliviano y el escenario argentino de 2015, Pedraza es categórico: “No nos parecemos. Sería forzar hacer una relación así. Nos estamos planteando una propuesta que recupere la democracia, eso no tiene nada que ver con el contexto argentino”.

la macro no se toca

La disputa por el timón estatal en el país que más crece de América Latina tiene una historia corta que hay que remontar para entender el “revival” que pone a los bolivianos a elegir entre el candidato que renunció en 2005 y Evo Morales. A principios de siglo la lucha callejera arrinconaba al palacio; la guerra del gas —octubre de 2003— consiguió que el presidente de entonces, Gonzalo Sánchez de Lozada, huyera a los Estados Unidos; entonces su vice, Carlos Mesa, asumió para conducir una transición que incluyó la convocatoria en 2005 a un referéndum en el que alrededor del 90% de los bolivianos votaron a favor de nacionalizar los hidrocarburos, y el llamado a las históricas elecciones generales en las que Evo llegó al poder.

Hoy, en una especie de vamos a volver invertido, un puñado de cuadros técnicos y académicos vienen por la solución ilustrada de los problemas bolivianos y una gran parte de la clase media empatiza con ellos. Capitaneados por un “buen tipo” que representa y encarna a la intelligentsia blanca —los “bien estudiados” de Bolivia—, opera en una parte importante de la población la idea del cambio necesario. Algunos videos en YouTube rompen récords de visitas, mientras los más jóvenes de veintipocos tienen que echar mano a lo que pueden para elegir entre lo que conocen y los candidatos de las promesas. Pibes y pibas que, como decía el actual ministro de Comunicación Manuel Canelas, hace pocos meses convocado por crisis a Buenos Aires, ya no se ven representados por los viejos sindicatos, los movimientos sociales o las tradicionales formas de la política.

La cara de Evo es el sello de las mil y un obras realizadas o en marcha que explican el crecimiento a tasas chinas de la construcción y el paisaje inevitable de excavadoras, bolsas de cemento y aceros al cielo que cruza toda Bolivia. Esa es la misma cara que se congratula de la marcha de una economía con 14 años de crecimiento continuo, promediando un 5% anual, la envidia del continente, que se explica por los basamentos macroeconómicos que Linera enfatiza, mientras detecta los oleajes de la larga marcha.

En una especie de vamos a volver invertido, un puñado de cuadros técnicos viene por la solución ilustrada de los problemas bolivianos y una gran parte de la clase media empatiza con ellos.

 

relanzar o perecer

Como todos los países primario-exportadores, Bolivia pende de un hilo: el del precio de los commodities. La exportación de gas, principalmente a Brasil y Argentina, dejó un saldo que a lo largo de estos años se volcó al mercado interno. Por eso el PBI crece y se proyecta que para 2025 podría superar los 50 mil millones de dólares. Un actor importante en esta secuencia es Luis Arce, caído por enfermedad y vuelto a sus funciones en la última renovación ministerial de enero. Con los achaques de la historia en el cuerpo, Arce hará frente a los nuevos desafíos de una Bolivia que apuesta a industrializar otros rubros. Con la moneda planchada hace rato e índices de inflación bajísimos, el gobierno invierte reservas en traer tecnología y no le teme al déficit gemelo que lanzaron las últimas cuentas.

Sin embargo, el año 2016 fue una bisagra en la que el primado electoral masista comenzó a mostrar síntomas de agotamiento, luego de que un apresurado referéndum le dijera “no” a un presidente acostumbrado a la legitimidad de las urnas. Aún así, el gobierno parece conservar algunos de sus reflejos: “no se tiene razón por haberla tenido”, dice una y otra vez el mencionado Canelas.

“Existen nuevas sensibilidades democráticas a las cuales este proyecto que tiene una matriz popular, próxima a los más humildes, debe responder, gente que vos mismo sacaste de la pobreza”, dice Adriana Salvatierra con el tono de quien respira política desde pequeña. Politóloga y cruceña, tomó protagonismo al convertirse en la presidenta más joven del senado y con treinta años es una de las caras de la renovación. Mientras explica hace equilibrio entre la conciencia de los pendientes y la certidumbre militante: “Dos ejes fundamentales van a ser salud y justicia. Con el proyecto de Sistema Único de Salud el 61% que no tenía un seguro hoy día si lo va a tener. Porque ya puede estudiar, tiene condiciones laborales y hoy le preocupa la salud. A esa persona le preocupan casos judiciales emblemáticos, y por eso vamos a trabajar en el código procesal penal. Creo que son los temas más fuertecitos que vamos a trabajar ahora”.

Por debajo de la pujante urbanización, los cholets, los teleféricos y las redes de wifi, hay un cambio de época que la política intenta calzar con las dosis de oportunismo que las elecciones siempre alimentan. La pregunta es qué hay de irreversible en este proceso. Adriana Salvatierra pone plazos: “En los próximos cinco años hay elementos, principios de la sociedad, que son irreversibles. Se reflejan en la expectativa del ciudadano boliviano respecto del Estado. No creo que en este momento un candidato fácilmente pueda decirte que la nacionalización no es el camino del país. Por lo menos en los próximos cinco años, no creo que sea reversible que los pueblos indígenas que conquistaron derechos constitucionalizados en 2009 digan ahora, ‘oye, en realidad no quiero mi territorio indígena, quiero entregarle esto a sociedades productores de soja. No quiero la representación directa como nación, no quiero la identidad que fue reconocida en el estado plurinacional’”.

Gustavo Pedraza, por su lado, ofrece garantías: “Reconocemos los logros del gobierno. Tienen que ver con la inclusión social y política, logros que son irreversibles. Los bonos que se han establecidos hay que mantenerlos. Hay que mantener el equilibrio económico. Lo que ha funcionado no hay que quitarlo”. Palabras que resuenan en la memoria reciente argentina.

Hegemonía es más que contar votos, apuntan los cientistas sociales. Las mayorías siempre fueron difíciles de estabilizar, y más aún en medio de un proceso de modernización como el que está en curso, que desata múltiples demandas a la vez: la de los profesionales, las del feminismo, las nuevas generaciones, las pequeñas empresas abrumadas por los impuestos en un país con una informalidad del 70%, las del ecologismo, los indígenas, los campesinos, los precarizados... y sigue la lista.

Si como decía René Zavaleta Mercado, en América Latina las hegemonías se cansan y entonces se abre espacio para que sucedan otras cosas, lo que se pondrá a prueba es la resistencia del músculo oficial y la capacidad de reinventarse para seguir empujando una original experiencia que hoy asoma a su momento más difícil. Se viene una carrera en las alturas andinas que deafía el corazón (y la cabeza) de cualquiera. Un sorojchi ahí.

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