¿Y la gente sabés qué me dice cuando yo cuento que tengo problemas con la guita? Bueno, hay que ir cortando esos cafés. Yo tomo mucho café. Es uno de mis gustos, porque yo no tengo grandes gastos. No te estoy diciendo que me hago las uñas todo el tiempo. Si trabajo ocho horas en una agencia de publicidad a la que le va bastante bien y no me puedo comprar un café… estoy en el horno. Hasta eso se ve como un despilfarro. ¿Posta uno tiene que pensar así? [Levanta el tono]. Es lo que más me explota la cabeza cuando hablo de estos temas, siempre es tu culpa. Y la verdad que ni tanto. No hay mucho que vos puedas hacer para ganarle a esto. Me voy a dormir todo el tiempo pensando en plata. Pienso que me tengo que conseguir otro trabajo. Hago cálculos. A veces entro al home banking en la mitad de la noche para fijarme cuánto me queda. Para mí esto de preocuparte por la guita te ocupa mucha energía física, porque yo nunca me puedo relajar. Y mi novio no tiene estas preocupaciones, porque él tiene un montón de necesidades cubiertas por su familia. El mismo día que yo le digo que estoy con poca plata para fin de mes, él me dice que está comprando dólares. Me los compra a mí a los dólares. Y eso me re afecta. Yo sé que muchas veces que estoy más chota con él es por guita. Uno se quiere alegrar por el otro, pero la verdad que es raro que el otro tenga una realidad tan diferente. Y hasta me termina pasando de pensar que sus preocupaciones no son tan importantes porque ninguna tiene que ver con subsistir. Me da culpa decirlo, pero me pasa. [Tuerce la boca]. Yo estuve tres años muy bien económicamente, siendo freelance. Alquilando, viviendo sola, teniéndolo a Amadeo [el perro], la paseadora… Todos los mismos gastos que tengo ahora. No podía ahorrar, pero estaba holgada o por lo menos no estaba todo el tiempo pensando en eso. El año pasado agarré este laburo donde me pagan más, pero justo me tuve que mudar. Literal, el alquiler es la mitad de mi sueldo. Es hacer mi vida con esa mitad que te queda, más pagar la tarjeta, que no me compro tantas cosas pero las cuotas se van sumando. Y la paseadora me aumenta porque a ella le sube todo. Ella me dice “yo a partir de ahora voy a estar cobrando esto”, pero yo no le puedo decir eso a mi jefe. Ahí es cuando la relación de dependencia se vuelve medio tricky. Y estás todo el tiempo expuesta cuando te falta la plata. El otro día me pasó que una compañera del laburo me dijo: “¿Cómo que no podés pedir comida en Suculenta si estamos a diez del mes?”. Al final uno termina exponiendo su intimidad y sus finanzas y su falta de organización o su problema con eso. Yo creo que hay gente que miente. A mí no me sale, pero es hasta en un punto proteger tu intimidad. Yo tengo gente a cargo que gana menos que yo y ellos te miran como diciendo “¡qué me queda a mí!”. Yo digo todas esas cosas y después pienso: ¿debería decirlas? Pero mi vida es así, no puedo esconder que mi vida es así. Porque no llego. No me voy a hacer la que está todo bien. No soy de las personas a las que más impacta la inflación. Tengo laburo, tengo mi alquiler… El tema es que a fin de mes… No sé qué tanto podés ser feliz. Y es como una rueda de infelicidad. Estás en un mes medio choto y querés hacer cosas y tampoco podés. Yo me quiero ir a tomar un café para laburar afuera porque en mi casa no hay luz y no puedo porque no tengo plata. ¡Y estoy trabajando! Todo empieza a ser un poco ridículo para mí. El otro día me iba a encontrar con una amiga en un café que está en frente de casa y el dueño es re cheto, pero es buena onda. Entonces él me preguntó si no iba a tomar nada y yo le dije que prefería tomarme un té en mi casa porque ya había gastado la plata que tenía para el día. “Ah… es como que vivís en un viaje”, me dice. Viste cuando uno se va de viaje que decís: por día puedo gastar tanto. Yo un poco que vivo así y muchas veces igual no lo cumplo. A veces estoy en una situación anímica tan chota que digo me chupa un huevo, quiero darme este gusto. Y me compro una hebillita en el Barrio Chino. No está bien, pero lo hago. Es como mi antidepresivo, también. Agradezco no estar viviendo en Palermo porque estaría en la B. Antes me aburría e iba a comprarme cosas. Ahora vivo en Coghlan, que no hay ninguna oferta de nada. Salvo café.
Clara (35), empleada de una agencia de publicidad
cartera pesada
Yo le voy a decir: “Mirá, pagame en dólares y dejémonos de jorobar”. Si no yo la tengo que vender, a mí no me conviene seguir teniendo esa casa. ¿250 dólares cuánto es? No es tanto, le podría cobrar 300. Me lo va a pelear, se lo voy a bajar a 250, y bueno... Yo no pretendo cobrar de más, pero al menos mantener el valor. Esto que me está pagando todavía tiene seis meses de hiperinflación por delante. Yo no soy tan ambiciosa… Pero sabés que a la larga este sistema no va más… El de los pesos. Si el tipo es un comerciante, no se lo estoy cobrando a un empleado. [Baja la voz]. La inquilina de al lado me dijo que tiene un local muy importante. Más viva que yo, porque sabía de qué era el negocio y todo. Dice que vende algo que es el único en el país que vende eso… para coches… no sé qué. Trescientos dólares un comerciante puede. Y está viviendo de arriba porque yo pago bienes personales, pago ABL, Impuesto Inmobiliario, ¡escuchame! [Resopla]. Pago monotributo también por ese alquiler. Escuchame, al final estoy poniendo para que ellos vivan. Para eso lo pongo para mis hijas, viste… Es mucho lo que yo tengo que poner, y encima ahora le tengo que hacer la vereda. Ay, con todo lo que me dijo su mujer: que la amiga se quebró el dedo del pie, que ella se cayó. Ya me está armando algo la tipa. Yo sabía que algo se venía, al decirle que se iba a vender. Yo ya sé cómo viene la mano. Pero yo la arreglo y la pongo en venta. Prefiero un departamento en Capital. También quiero vender el departamento de Abasto. Es re divina la inquilina, cómo cumple y todo. Pero yo quiero hacerlo temporario y ganar 500 dólares por mes. [Se exalta]. Pero no sé [baja el tono], porque ahora con gobierno nuevo cambiarán la Ley de Alquileres. Hay que ver… Quizás dan libertad para contratar en dólares, que quede sujeto a la voluntad de las partes, vamos a ver. Pero imaginate, con esta chica… 97 mil pesos empezó a pagar en marzo. Abril, mayo, junio, ya van tres meses a un 9 por ciento de inflación, 9 por tres 27, casi un 30 por ciento de inflación. No sé si vale la pena. A mí igual me viene bien, en ese sentido soy humilde. A mí siempre me viene bien. Es como le digo a mi hija, no es que me falte la plata, lo que pasa es que yo vivo de lo que dejo en la cuenta. Por ejemplo, me dejo 800 mil pesos para vivir. De gastos ponele que tengo 500 mil. Porque yo siempre quiero terminar con algo, no quiero estar patinando, que me quedaron dos centavos a fin de mes. Siempre te salen cosas nuevas. Ponele ahora me salió la VTV. Tengo que llevar el auto a revisación al taller. Te salen cosas que vos no tenías previstas. Estoy con la perrita, que anda con una pata colgando. La llevé una vez, 10 mil pesos; la llevé de nuevo, otros 10 mil pesos. Por revisarla y darle un calmante. Y la perra sigue con la pata colgando. Si vos supieras el sacrificio que a mí me cuesta comprar dólares, ir con todos esos pesos desde el banco hasta la cueva. Yo no sabés todas las que hago. Un día le pedí una bolsa a la cajera que era divina y me dio una de esas negras que usan los de Prosegur. Le puse una campera negra encima y salí como si nada con la bolsa. Cosas así, ¿viste? Un día me dijo: “No le van a entrar”. Bueno, usted démelos, ya voy a ver. Lo que no me entraba en la cartera lo puse en los bolsillos del costado de la campera y salí haciéndome la que no me pesaba. Pero yo ahora cuando escriture [un nuevo departamento] no voy a comprar dólares ese mes. Porque ya el escribano me pasó un presupuesto provisorio, porque después lo actualiza por el dólar del Banco Nación el día anterior a la escritura. Por ahora tengo que pagar casi 900 mil pesos de gastos e impuestos. Yo ese día le voy a tener que pedir a alguien que me ayude, porque la plata en pesos es un montón. Yo no puedo llegar a la escribanía así.
Mónica (73), jubilada del Poder Judicial de la Nación
que hablen, nomás
Vengo tres veces por semana para Capital, a buscar ropa, cosas que agarro para mí, para mis hijos. Yo tengo seis chicos. Y la ropa que no nos va la cambiamos por mercadería o la vendemos para comprar carne. Viste la estación de José C. Paz, una más es Sol y Verde. Ahí hay una feria grandísima, es como un barrio. Si la remera está buena te dan, ponele, 700 pesos. Yo con la Asignación [Universal por Hijo] pago los créditos, por ahí les saco zapatillas, les compré una tele. No teníamos heladera, la saqué con crédito también. Mucho no veo la plata de la Asignación, por eso vengo a Capital y con eso comen todos los días los chicos. Ellos van todos los días al colegio y quieren sus golosinas y a veces tengo para las golosinas y a veces no. [Baja la mirada]. Todo aumenta, todos los días, hasta el boleto. Llega un momento en que a veces no tenés ni para cargar la SUBE. Ahí tengo que venir para acá, porque a veces me da cosa también dejarlos tanto a los chicos. Siempre ando en movimiento. Hay días que por ahí yo quiero descansar en la casa con ellos y al otro día no tenemos nada. Y tengo que cerrar mis ojos y volver acá. A veces nos olvidamos de que tenemos que buscar trabajo, porque sabemos que es un día perdido. Encima vos entrás a trabajar y te pagan por mes o por quincena, ¿y todos esos días qué hacés? Ese es mi miedo de ir a trabajar: ¿cómo les doy de comer a mis hijos si yo no vengo acá? Vos en un día trabajando con 3000 pesos que te pagan no comprás nada. Ese día comés al mediodía, nomás. ¿Después a la tarde? Por eso nosotros recurrimos a venir acá. Así como me ves, yo me visto acá. Vos decís esta campera, porque es re linda esta campera. Y sí, es la ropa que me dan acá. Pero el tema es la parte de la comida. A mí me gustaría que desayunen con yogur, dos días a la semana al menos. Yo cuando veo que no hay para comer hago torta frita. Pero también es como que a uno le duele, viste, porque me gustaría darles una buena comida. Darles un gusto a los chicos. Algo que ellos quieran, algo para que se sientan felices. Cuando yo cobro la Asignación ahí sí les digo a los chicos: ¿qué quieren comer? No sé, milanesa con puré o ravioles con tuco, lo que ellos quieran. Van mucho al Coto ellos, que hay un montón de juegos y hay patio de comidas y helados y esas cosas. Y ellos quieren todo. Diez mil pesos tenés que tener vos en tu bolsillo para darles a todos. Y a veces uno no tiene el presupuesto para todos. Después están los que hacen plata de otra forma, de vender droga, de hacer esas cosas malas. Ellos sí se comen un asado todos los domingos, porque la plata viene fácil. Nosotros porque creemos en Dios y tenemos al lado una Iglesia, y jamás eso. ¿Me he drogado en un tiempo? Sí, pero cuando conocí a Dios me cambió y gracias a Dios yo hoy vengo acá para darles de comer a mis hijos. Por eso creo en Dios, porque sé que cambia. Pero lo que sí sé es que la maldad se multiplica en este mundo. Estamos entre la maldad y las personas buenas que son pocas. Porque esa gente que yo te digo no se fija si hay una criatura que está en la esquina cagándose de frío y si necesita un plato de comida. Hoy en día tratamos de comer lo justo y necesario. No hacemos distintas comidas todos los días, quizás estamos una semana en guiso. Antes te comprabas un pedazo de carne, te comprabas picada, ahora mucho pollo, alita. Hasta a veces cuando no hay nada compramos un paquetito de Paty y lo cortamos así y hacemos el guiso igual. Hoy en día cuesta que la gente nos dé un poco de ropa. Porque está todo caro, como allá, como acá, como en todos lados. Entiendo porque subió todo, no es lo mismo de antes. ¿Sabés qué pasa? Que aumenta la pobreza y vienen cada vez más. ¿Cuántas veces escuchás que te tocan timbre? Y vos no sabés, quizás tocás confiado y… [Ríe fuerte] “¿No tenés otra cosa que hacer que tocar timbre? Andá a trabajar negra, de mierda” [Vuelve a reír]. Pero nosotros no decimos nada. Los dejamos que hablen, nomás.
Gisela (29), superviviente de la economía popular
adicto a las redes
Lo que más vemos con mi socio es que nos saca mucho tiempo. Pensá con tres restaurantes, más que los tres son de distintos tipos de comida, la cantidad de insumos que tenemos. Son más de 300 precios entre platos y bebidas que tenemos que retocar. Antes teníamos menús impresos, ahora solo en Madrí [restaurante de tapas]. Todos los meses lo mandamos a una librería, imprimen uno y después lo fotocopian. Lo tuve que hacer sin color por la cantidad de veces que hay que imprimirlo, para bajar costos. El tiempo que podría estar dedicado a renovar el menú, a buscar mejor personal… digo, mil cosas a las que podríamos dedicar esa cantidad de horas semanales. Mismo responder las críticas de la gente que se enoja por la suba de los precios y explicar que no es que somos malos sino que estamos tratando de sobrevivir en un ambiente hostil. Simplemente siguiendo el ritmo de lo que está pasando en la economía nos convertimos en los villanos de la película. [Baja el tono]. Estoy todo el tiempo mirando los comentarios, todo el tiempo, soy adicto. Te venden una ensalada de papas a $ 300, son unos chorros. Una agresión gratuita en el fondo, porque la persona que está diciendo eso no tiene ni idea de la cantidad de gente que está trabajando para esa ensalada con papas. Como te digo, cuesta subir los precios, no es algo agradable. Obvio que me afecta leer ese tipo de comentarios. No está bueno que lo que hacemos reciba un feedback negativo por algo de lo que no somos responsables. Si me decís que una persona se queja porque la comida salió fría, nos vamos a reunir con todos los de cocina, vamos a ver qué pasó, vamos a comprar un aparato para que caliente el plato… Le buscamos la vuelta. Ahora acá yo no tengo injerencia. [Levanta el tono]. Yo no tengo manera de frenar la inflación. Y sí, me pasa que de golpe me engrano. Siempre hay que respirar y tomarse unas horas antes de responder, porque a veces el comentario viene muy agresivo. Obviamente la mayoría son mimos, pero no sé si es un tema de la psicología humana o qué, pero no te acordás del que dijo “qué rica estaba la comida, volveremos pronto”. Te acordás del que dijo “son unos chorros”. Me quedo pensando mucho y después entro a ver si me respondió. Muchas veces pasa que la gente borra el comentario, que eso es un alivio, me saco un peso de los hombros. Y al final el precio del plato tiene que ver no solo con una fórmula de cuánto aumentó la papa, también con cómo viene la demanda y cuánto se banca el restaurante de perder margen, también. Son tantas las variables que la posibilidad de equivocarse es enorme y muchas veces los resultados son muy buenos y al mes siguiente son malos. Nos ha pasado de terminar en cero, de no ganar ni un peso. ¿Que cómo hicimos para abrir un tercer restaurante? En el medio de la pandemia vimos la oportunidad y tomamos el riesgo. Aprovechamos los bajos costos, tanto de alquiler como de construcción y demás. Para empezar estaban también las ayudas del Estado para poder pagar salarios y demás, así que ajustamos un poco el cinturón y dedicamos prácticamente la ganancia completa al nuevo local. No tengo auto, no tengo computadora, tengo poca ropa y vivo en un monoambiente. Intento en mi vida diaria ser relativamente austero porque me siento cómodo así. Lo que ahorro lo gasto en viajes, es un norte que me puse en mi vida. Intento viajar todo lo que pueda. Yo preferiría olvidarme pero mi cabeza hace el cambio. Si voy a comerme una hamburguesa en dólares hago la comparación de cuánto me salió en Argentina para ver qué es caro y qué es barato y en realidad en Argentina no sé qué es caro y qué es barato, así que en realidad lo hago al pedo. ¿Si pienso en dólares en mi vida diaria? A fin de mes sí, para ver cómo me fue. Y en dólares fue estrepitosa la caída con la prepandemia. Antes de la pandemia me sentía para comerme el mundo. [Se embala]. Estábamos ahorrando para hacer un tercer restaurante y yo pensaba que dentro de cinco años iba a tener siete. Hoy ni loco haría un restaurante nuevo. Ni loco. Hasta que esto no encuentre un piso… no sea algo más racional, más lógico… más normal. Hoy cruzo los brazos y espero.
Tomás (38), emprendedor gastronómico
re en quilombo
Antes había mucha plata. Con dos semanas de laburo te sobraba la plata para el mes. Si se te arruinaba el celular, ni siquiera lo mandabas a arreglar. Lo dejabas ahí tirado ahí y te comprabas otro. Si la heladera se quemaba nos comprábamos otra y ahora tenés que llevar a arreglar, no da para comprarte otra. Por el tema del dólar, viste, es muy complicado. Ponele que hoy día vendiste el choclo 2 por 200, y mañana vas y vendés 2 por 400 y la gente te empieza a criticar. La gente piensa que nosotros subimos y en realidad no es así. Pero con el tiempo se van acostumbrando y ya no te dicen nada. Es muy diferente la feria del local. En la feria yo vendo barato porque voy a última hora al Mercado, así que no tengo muchas quejas. Me despierto a las 2 de la mañana y compro en el Mercado Central lo que necesito para el día. Termino de armar tipo 8 de la mañana y vuelvo a comprar para el día siguiente. Ponele que a la mañana pagué el brócoli 2000 pesos, a la tarde pago 1000 pesos. Todos los días hago dos ferias, sábado y domingo también. Y los lunes hago doble turno, así que empiezo a las 2 de la mañana y termino a las 11. Martes descanso, porque solo hay una feria. Me despierto igual a las 2 de la mañana pero voy para Villa Celina con el camión y mi hermano se va para la feria. ¿Hijos? [Ríe]. Por suerte, no. Además estamos pensando… nos vamos a Bolivia, nos quedamos acá. El 18 de marzo de 2016 pasé frontera. Allá yo cultivaba papa, cebollas, tomate, maíz. Tenía mi propia quinta. Pero no hay mucha gente que te compre. ¿Viste que hay mucha gente acá? Hay mucho movimiento de plata, todo. En Bolivia no hay así. No se gana igual, pero estás más tranquilo. Pero estamos re en quilombo, no sabés qué pensar. [Baja la mirada]. A veces te sorprenden con los precios. Lo que viene de la quinta baja, sube, depende. Si hay poca verdura empiezan a subir, viste. Y ahí es cuando los números no te dan, ahí es el quilombo. Dos, tres veces al mes me pasa. Si te aumentan, cuando volvés a la tarde ponés toda la ganancia. Se gana bien, por mes entre las dos ferias hacés 800, un millón. Yo cada ganancia la invierto. El año pasado terminé de pagar un camión y volví a sacar otro camión, porque si no la plata se va. Si la tenés en la mano se va la plata. Vos gastás, te comprás esto, aquello. Yo no gasto. Yo invierto en balanzas, el anterior martes compramos un generador por 800 mil pesos. Una fortuna, antes costaba 150 mil pesos. Salir salgo muy poco, porque esto es responsabilidad. Acá no puedo faltar ni un día, porque te ponen una multa o directamente te echan de la feria. A menos que se rompa un chango, un camión, algo así. Ropa ahora que está haciendo frío normalmente te comprás, pero con la plata que yo manejo mucho no se siente. Agarrás 20 mil pesos para comprar y no se siente nada. Pero es mucho esfuerzo que hacés, vos laburás desde las 2 de la mañana hasta las 4 de la tarde todos los días y tenés una ganancia de 1500 dólares, medio que ya no te da. Antes se hacían 3000, 4000 dólares. La gente llevaba cuatro, cinco kilos… ¿Y ahora cuánto llevan? Medio kilo. Y te afecta, porque tenés menos ganancia, menos movimiento. En todos los barrios, en todos lados, la gente compra menos. Acá se vendía mucho, ¿ahora cuánto hay? Cuatro clientes. Antes había cola. Es como si desapareciera la gente. En la otra feria yo tenía once empleados. Ahora cinco somos suficientes. Laburabas sin descansar, empezabas a las 8 de la mañana hasta las 2, 2 y media y no parábamos para nada, solo para tomar agüita, juguito. Ahora, mirá… estamos ahí al pedo. La gente come menos. Por más que pongas barato igual van a llevar un kilo, medio kilo. Antes compraban y llevaban a su casa y si se pudría se pudría, porque no afectaba nada. Ahora no está para tirar ni una manzana. Antes llevaban para tenerlo de adornito. Yo llevaba pedidos y tenían en la mesa un plato con naranjas, bananas. Tenían bonitos adornitos. [Ríe]. Ahora no tienen nada.
Diego (26), feriante de la Ciudad de Buenos Aires