El número 56 de la revista crisis tuvo un costo de impresión que duplicó el que tuvo el número 55, el anterior, que salió a la calle en diciembre de 2022. Los nuevos valores, que ya venían en alza, tienen su obvio impacto y nos obligan, a su vez, a realizar un aumento en el precio para hacer sostenible al proyecto. No somos los únicos. La industria editorial en su conjunto siente el cimbronazo del precio del papel y la falta de políticas estatales que contengan la situación, y las revistas no son la excepción a esa onda expansiva. La suba tiene, obviamente, sus consecuencias políticas, porque con un sueldo promedio en Argentina, este tipo de propuestas se vuelve cada vez más un objeto exclusivo y eso pone en discusión su razón de ser.
El último 17 de enero, la Cámara Argentina del Libro emitió un comunicado en el que alertaba sobre desabastecimiento de papel y aumento desmedido de los costos para el rubro. “La materia prima cuesta más que el trabajo de autores, editores, diseñadores, imprentas y encuadernadores sumadas”, decía. “Para impresión el papel se importa, y se importa al dólar blue”, calculan. La industria editorial tuvo un justo reclamo que generó revuelo pero se frenó en las fronteras de lo que se conoce como libro, a pesar de que las revistas enfrenten en este comienzo de 2023 las mismas coordenadas hostiles.
Argentina es un país cuya historia sociocultural y política puede rastrearse desde su rica tradición de revistas con pensamiento crítico a lo largo de las décadas: Sur, Punto de vista, El ojo mocho, la mismísima crisis -en 2o23 se cumplen 50 años de su número 1 de la primera época- y basta hacer un paseo por el Archivo Histórico de Revistas Argentinas para tomar dimensión de su variedad e importancia. La pregunta que quedaba por fuera del planteo de verano pero desde hace un tiempo sobrevuela el quehacer de cada número, resurge de inmediato: ¿Cómo viven esta época otras publicaciones políticas y culturales argentinas?, ¿cómo entienden sus ediciones impresas y qué significan para quienes las piensan, las editan, las militan?
aura, fetiche y algo más
En Argentina, hoy las revistas en papel que buscan plantear una discusión político-cultural son cada vez menos. Eso no es novedad. Pero ahí están, en la imprenta, a sus tiempos, a sus ritmos, con tozudez o prepotencia. A secas, y con un simple repaso de todas esas cuestiones materiales que dificultan la tarea, a sabiendas de que proyectos digitales brotan sin esos desafíos pero se definen de todos modos como revista, preguntamos: ¿por qué editar en papel?
“Una cuando edita hace una intervención política. Es una mirada holística y a la vez tangencial sobre productos culturales al mismo tiempo que tratamos de hacer arte. Que tengan un aura y que te modifiquen al momento de la lectura”, dice Sonia Budassi, encargada de la versión impresa de Eldiarioar, que aparece con cada cambio de estación, cuatro números por año.
“El formato impreso nos permitió crear una revista que es también un artefacto pop, en el cual combinamos dos lenguajes diferentes y apelamos casi al gusto fetichista. Esto es una aplicación microfísica de algo que pienso que la izquierda socialista debería retomar globalmente: alejarnos de una cultura deslucida de la austeridad y dejar de sentir que nuestra tarea es solamente hacer análisis complejos (ni hablar cuando se trata de análisis crípticos solo aptos para un cenáculo de iniciados), sino también recuperar las dimensiones estéticas, vitales y entusiasmantes. No basta con tener razón, también es necesario ser interesantes y atractivos”, sostiene Martín Mosquera, quien dirige la edición local de Jacobin, de cuatro números cada 365 días.
“Entiendo que tiene que ver con la historia de la marca, muy asociada al papel. Jorge Fontevecchia además es el hijo de un imprentero, entonces la búsqueda de todo el grupo Perfil tiene que ver con ese formato, porque sigue habiendo rentabilidad. Y sobre todo nos gusta porque cada número se estructura a partir de la tapa”, cuenta Juan Luis González, segunda generación de periodista, parte del equipo del semanario Noticias.
“Estoy desde el número cero, luego del cierre del suplemento Zona. En su momento, otro diario promocionaba su sección cultural, que estaba integrada al resto de la edición, con un eslogan que afirmaba que 'la cultura no es opcional' o algo así. Creo que lo que sostiene esto que hacemos desde hace tantos años es su condición de espacio de referencia pero también por esa independencia del Clarín de los sábados”, explica Héctor Pavón, que hace poco cumplió 1000 números editando Ñ.
“La revista en papel está en una debacle que va a terminar en la nada. Hoy la mantiene viva la nostalgia, pero en diez años no va a existir un porqué para su existencia. La razón de esta caída tiene que ver con que se parece mucho a Internet. La gente iba al quiosco de diarios y se llevaba una revista para ir en el tren o para cuando llegaba a la casa. Tiene un uso fragmentario porque son siempre contenidos cortos. Revistas de chimentos, de caza y pesca, revistas porno: hoy todo está en el celular”. Quien habla es Hernán Casciari, líder de Orsai. El número 8 desde su regreso en 2017, con Lionel Messi en tapa, recibió pedidos por casi 20.000 ejemplares.
“Nuestra comunidad tiene una fuerte restricción para lo digital, porque mucha gente en situación de calle no tiene celular siquiera. Esa es una discriminación invisible de esta época porque dependés sí o sí del acceso a Internet y si no, sos condenado a un anonimato violento. Por eso el enamoramiento y la militancia por el papel lo vamos a defender siempre”, dice Daniela Drozd, coordinadora general de Hecho en Buenos Aires. La pandemia puso en grave peligro la continuidad del medio por la desarticulación de gran parte de su equipo -ella dice familia- de vendedores ambulantes.
“Este año la revista cumple 25 años en Argentina. Sigue siendo un negocio rentable, tiene un público firme que la colecciona y atesora. También está integrada a otras dimensiones, como la digital, y más en general como parte de una suscripción”, define Daniel Flores, editor de Rolling Stone.
“El valor del papel está en que no pertenece al flujo de un sitio web donde las noticias se acumulan una atrás de la otra, sino que está orientado en función de un eje. Tres semanas antes de que salga cada número ya estamos pensando un dossier”, define José Natanson de Le Monde Diplomatique, mensuario con más de diez años en la calle. Cuenta que esa estructura periódica le impregna su propio análisis del presente y lo obliga a lecturas enfocadas.
“A los millennials nos ocurre que todo lo que consumimos −no es inocente mi uso de consumir− se borra y desaparece. Estás ahí en Instagram, te gusta un artista que te apareció por los criterios del algoritmo y un segundo después chau, se fue. Quisimos jugar a un objeto que pueda interesarle o divertirle a gente de 30, 40, 50 años, pero también de 20 y que vuelva a la experiencia de lo menos efímero. Es importantísimo el papel por eso. Hay algo en la experiencia de tocar, oler y ver que nos resulta irremplazable”, explica Lucila Grossman, integrante de FINA, revista dedicada al arte, el cannabis y la literatura que hace algunos meses prepara su tercera edición en tres años.
En las respuestas de Natanson y Grossman se trasluce esa relación conflictiva del oficio periodístico con lo digital. El papel lograría frenar el scrolleo vital y su consecuente falta de referencia. María Seoane, directora de contenidos editoriales en Caras y Caretas, va incluso más allá: “La revista te enfrenta a una lectura sistemática, mientras que la web te permite un saltimbanqui descoyuntado. En el papel quedás obligado a ver la estructura y las decisiones que se toman. Es algo imperturbable y no depende del lector”. María piensa un poco y agrega: “Una milanesa napolitana pero con la carne por un lado, la salsa por otro, el queso por allá. Eso es la web”.
soberanía editorial y otras batallas
“El problema es que el papel es oro”, interviene Franco Ciancaglini de Mu, revista mensual sostenida por la cooperativa La Vaca, y resulta un argumento anticlimático para todo lo anterior. Porque el papel, como crisis investigó en su edición número 53 de 2022, es el objeto de una industria que se parece mucho a un monopolio −solo tres empresas controlan el total de la producción− que, cruzada por los sacudones del dólar y las expectativas autogeneradas, traza una frontera evidente entre unas y otras publicaciones. Las imprentas trabajan con insumos que no se producen en el país, por lo que la transferencia a costos es permanente. Las tiradas más chicas siempre son más caras, por lo que todo proyecto editorial que no requiera decenas de miles de ejemplares siente mucho más el impacto. En la misma línea, Ciancaglini agrega que la monopolización está llegando también a los servicios de distribución y las bocas de venta, lo que hace que las revistas en papel de sellos menos masivos no puedan competir en las mismas condiciones que Ñ, Rolling Stone o Noticias. Mu, Cítrica y esta misma revista, entre otras publicaciones independientes, llegan a quienes la leen a través del desarrollo de sus propios sistemas de distribución y entrega. Esa es una de las razones por las que los quioscos de diarios del AMBA dejaron de ofrecer la variedad que alguna vez los distinguió.
Un pequeño experimento: se les preguntó a los entrevistados cómo se llama el tipo de papel que utilizan. Todos los integrantes de publicaciones menos masivas respondieron al instante y con precisión hasta el gramaje de lo que entra en las rotativas. Entre las empresas periodísticas, hicieron falta llamados al taller y consultas cruzadas con otros sectores para conocer si es papel obra, diario mejorado, ilustración, MAT o bookcel.
“Acá es donde la cosa se pone triste”, aclara Lucila Grossman antes de describir lo que ve cuando hace números de FINA. “Mi idea no era que fuera una revista para chetos millonarios, sino que tuviera una visión artística volada, zarpada, y literatura piola de gente que tiene algo para decir en este presente, además de que fuera accesible. Pero es imposible eso, lo que te lleva a preguntarte muchas cosas”. Traza una relación sintomática: el formato sanador que busca detener la ansiedad millennial es tan difícil de pagar que se vuelve un capricho. La mayoría de las revistas aquí consignadas, independientes o empresariales, bajaron en el último tiempo sus tiradas respecto de años anteriores.
¿Cuál es el modelo de negocio que hace viables a las revistas en Argentina? Tal como se explicó un poco más arriba, el circuito de los puestos de diarios se achica cada vez más a medida que el oficio de canillita sigue su lenta pero sostenida espiral descendente, acompañado por la casi nula transparencia en los recorridos y criterios de rendición de ventas por parte de las empresas distribuidoras. Para compensarlo, el desarrollo de formatos de suscripción en Argentina creció en los últimos años acompañado por herramientas de gestión de clientes y pagos electrónicos. Casi todos los medios consultados en esta nota hablan de comunidad de lectores y lectoras, un vínculo que se cruza entre el papel y la edición digital. Acaso Orsai sea el ejemplo más acabado. “Funciona como revista impresa solo por el fetiche y la costumbre de esperar que te llegue algo. Fundamentalmente funciona por sus lectores, hasta que se harten de leer en papel. Nosotros producimos lo que prevendemos”, explica Casciari. Para el autor de Más respeto que soy tu madre las revistas existían antes en la medida de que hubiera auspiciantes y se vendiera publicidad. Entonces eran revistas para la publicidad, no para los lectores, en el sentido de que la existencia de las revistas dependía de lo que duraran los ingresos por esa publicidad, no por el interés del lector. Bajo su óptica, el cambio de paradigma que generó Orsai fue la exclusión de la publicidad y la apuesta entera a los lectores. Y entonces hacer cada número no es tan difícil como sí lo es sostener esa comunidad. “En este caso, se trata de un grupo de personas alrededor mío y de lo que hago. Como compartimos gustos, construir esa comunidad implica ofrecerle algo todo el tiempo y tratar de sorprenderla”. Como ejemplos de esa estrategia, Casciari señala el proyecto cinematográfico de la versión fílmica para la novela La uruguaya, de Pedro Mairal, financiada por los miembros de la Comunidad Orsai, que les asignaba automáticamente el rol de productores asociados por su aporte monetario.
José Natanson tiene una opinión distinta: “Ser preso de tu comunidad también es un riesgo. En El Dipló estamos trabajando mucho en la comunidad de lectores: ya tenemos cinco mil suscriptores digitales que pagan solo por leernos en formato web. Les estamos muy agradecidos y los súper valoramos. Pero creo que el editor tiene que tener cierta soberanía para tomar decisiones. La comunidad muchas veces está formada por los lectores más intensos. Por poner un ejemplo: les das kirchnerismo intenso durante mucho tiempo y de pronto cuando querés meter un matiz, te putean. Ahí estoy con Caparrós, que dice que hay que escribir contra los lectores”, dice.
En Eldiarioar, la edición impresa tiene una función de plus o regalo para suscriptores de este medio eminentemente digital. La web permite leer todos los contenidos, pero atiborra de publicidades en los sectores de la pantalla que no están ocupados por texto. El mensaje es simple: a esto recurrimos mientras no sumes tu aporte. “Eldiarioar es un engendro precioso que apuesta a algo que no está en la cultura latinoamericana, que es pagar por contenidos como sí lo hay ponele en Francia −explica Sonia Budassi. Nosotros tenemos como el chip contrario: ¿cómo voy a pagar algo si internet es libre, es democrático?”.
Por su parte, para no trasladar cada terremoto de costos al precio de tapa, Mu, a través de la cooperativa La Vaca, ideó un sistema de compensaciones. A partir de la radio, el centro cultural y el dictado de cátedras universitarias, la estructura logra un modo de equilibrio.
La noción de modelo de negocio en Hecho en Buenos Aires es radicalmente distinta. Ricardo Américo Gadpen, su director, explica que el objetivo de la revista es que sus vendedores (personas sin techo) tengan un trabajo estable, constante, que en el mismo hecho de ofrecerla por la calle, desanden el camino de la indiferencia y reconecten con los otros. “Como lector estás apoyando algo que excede los límites físicos de la revista. Por eso no puede ser virtual. Es nuestra razón de existir”.
Además, aquellos medios que pertenecen a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires pueden inscribirse en el programa de Mecenazgo del gobierno porteño, que relaciona a empresas privadas con proyectos seleccionados para que, en lugar de pagar Ingresos Brutos, transfieran el equivalente al estímulo cultural. Pero nada es tan sencillo al galope de la inflación. “Ganamos el Mecenazgo pero de repente lo que nos alcanzaba para imprimir un número en tres meses ya no nos alcanza ni para tres cuartos”, comentan desde FINA.
no es lo mismo
“Siento que es la diferencia que hacés al comprarte una buena camisa: siempre vas a conseguir una más berreta por menos plata, pero no es lo mismo”. Ese símil fue una de las respuestas que apareció durante las entrevistas para esta nota al momento de preguntar por el futuro del formato papel en las revistas argentinas.
“Cuando empecé a trabajar en Página/12 a los 22 años −cuenta Natanson− había una sola computadora en la redacción, siempre con cuatro chabones haciendo fila. Me considero parte de una generación bisagra: dejé de comprar el diario impreso, a la vez que cuando voy a un bar agradezco que haya diario en papel. Creo que va a sobrevivir en formato muy reducido y va a salir cada vez más caro”.
Daniel Flores de Rolling Stone refiere una anécdota a la que le resta el nombre propio para no ofender con la infidencia. “Le propusimos a este músico actual, joven, de música urbana, formar parte de una de las tapas digitales que desde hace poco implementamos. Estamos hablando de un artista que ni siquiera edita discos físicos, solo publica singles en sus plataformas. Y nos dijo que, si no era en la tapa de papel, no le servía. La quería encuadrar”.
María Seoane remarca que Caras y Caretas es una revista que atravesó tres siglos. Desde esa perspectiva, el papel supone garantía de historicidad, al mismo tiempo que plantea un reaseguro contra la tiranía de los servers. “Suponete que un día a Google se le ocurre elegir qué bibliotecas van y cuáles no. Perdemos libertad”.
El proyecto de ley para un régimen de fomento de las revistas culturales, impulsado por la Asociación de Revistas Culturales Independientes de Argentina (Arecia), duerme hace ya varios años en el cajoneo legislativo. Su objetivo es modesto pero significativo: igualar las condiciones de producción mediante el establecimiento de precios de referencia para el papel y el equilibrio de los costos de impresión. Arecia alertó en su décimo informe sobre el sector de revistas culturales independientes y autogestionadas, que entre 2020 y 2021, treinta publicaciones impresas fueron discontinuadas. Costos de imprenta y distribución fueron las principales razones de esos finales.
Como sea, se persiste, se insiste, no con la organización o las uniones que se producen en el área del libro, claro, y esa es otra invitación a pensar. A 50 años de la salida del primer número de la revista crisis, estas primeras líneas son apenas un atisbo, entonces, para empezar a conversar.