Gabriel García Márquez: “La imaginación al poder en Macondo” | Revista Crisis
crisis eran las de antes / abril de 1974 / hasta kissinger lo leyó
Gabriel García Márquez: “La imaginación al poder en Macondo”
A principios de 1974, un diálogo entre el escritor colombiano y el periodista argentino por las calles de Estocolmo, donde volvería en 1982 para recibir el premio Nobel de Literatura. Con la rabia reciente por el asesinato de Allende, propone una etapa de "imaginación armada" al mismo tiempo que reconoce que hace mucho que no habla estrictamente de literatura. Además, Eduardo Mignogna compone un viaje al mundo de "Gabo" por los parajes que inspiraron a Macondo.
16 de Septiembre de 2022

 

Si dice que "Lenin y los Beatles son las dos cosas más importantes que ocurrieron en el siglo XX" se podría decir, siguiéndole el tren, que con la síntesis de las dos él mismo ha sido la tercera para América Latina. Póngase ahora a colgarle elogios en el pecho por "Cien años de soledad". Agrego algo que me importa: después de leerla creo que reconocemos mucho de nuestra identidad de ciudadanos de ese inmenso Macondo latinoamericano con el que Kissinger tuvo que recurrir a su demagogia de fumanchú internacional.

Desde hace bastante más de un año, desde el golpe en Chile, "una catástrofe personal para mí", vive sumido en una hermosa obsesión: la solidaridad con la resistencia chilena ("a ver si hacen la revolución y me puedo dedicar a escribir libros otra vez"). Si como escritor ha quedado claro que literatura y militancia no son excluyentes, sí, por el contrario, es con él.

Ahora mientras caminamos con Mercedes, su mujer, por las calles del viejo Estocolmo y observa que "Suecia tiene olor a vagón de primera clase" y que las suecas son "grandes desde chiquititas", decide comerese unos spaghettis en el "Michelángelo" de Gamla y, ya que no hay más remedio, someterse a interrogatorio.

"Hablemos de literatura -casi ruega- hace mucho que no hablo de eso". Será él mismo quien después de dar algunas vueltas a "El otoño del Patriarca", a sus proyectos de cine y televisión, a los cien cuentos que irá escribiendo en los ratos libres, vuelva a América Latina, a la necesidad de abrir una nueva etapa de lucha: la de la imaginación armada. Porque él le mandó un telegrama "al asesino Pinochet" en cuanto supo que habían matado a Allende, pensando que no podía pasar la rabia, "pero ya, después de todo este tiempo, la rabia se me ha pasado".

 

¿Sale pronto "El otoño del patriarca"?

-Está entregado al editor. Sale en este mes de abril. Son cuatrocientas cincuenta páginas a máquina: mucho más corta que "Cien Años" que tenía más de setecientas.

Hace tiempo que la esperábamos. Onetti decía hace poco, y no es el único que lo piensa, que "Cien años de soledad" tenía que pesarte mucho en tu trabajo de "El Patriarca".

-Cada escritor debe escribir el libro que es capaz de escribir. “El Patriarca” me resultó más difícil que “Cien años” porque para mí cada libro es más difícil que el anterior: el proceso literario se te hace cada vez más complicado.

¿Por qué?

-Porque cada libro es un paso adelante.

Precisamente: después del paso de siete leguas en “Cien años”, el siguiente no debe ser nada fácil.

-Para mi propio proceso “Cien años” no es un paso más largo que los demás. “El Coronel no tiene quien le escriba” me costó tanto trabajo como “Cien años de soledad”. Durante muchos años oí que después de “El Coronel” ya no podría volver a escribir algo así. Yo no me planteo un libro en términos de mejor o peor que el anterior; quiero dar el paso.

Otra cosa que decía Onetti es que no te debías haber preocupado de darle “El Patriarca” un tratamiento distinto a “Cien años”.

-Pero es que el tema me exigió el tratamiento que le di.

Vamos al tema, entonces.

-Se dijo mucho que Cien años de soledad es una síntesis simbólica de toda la historia de América Latina. Si eso se acepta, sería una historia incompleta porque le falta una reflexión sobre el problema del poder. Ese es el tema de El Patriarca. Y punto y aparte: no hablemos más de eso porque ya lo van a ver pronto.

Solo una cosa: ¿Qué descubriste sobre el poder, escribiendo el libro?

-Muchas cosas: es que mientras escribes un libro te pasas el día pensando en eso. Y yo escribo mis libros para poder leerlos.

Mi dictador dice que el poder “es un sábalo vivo”; nunca llega a saber qué poder tiene, todos los días lo está conquistando y allá por el final dice: “¡Carajo, la vaina de este país es que nadie me ha hecho caso nunca!”.

-¿Qué edad tiene el dictador?

-No se sabe, siempre fue muy viejo.

Dime algo de la estructura del libro.

-Te digo que no tiene tiempos muertos, que va de lo esencial a lo esencial, que es tan trabado que hubo veces en que me di cuenta que me había olvidado de algo no encontraba como meterlo.

¿Es una sola frase?

-Diría que son seis, pero no tiene dificultades de lectura: ya verás.

¿Qué esperas de “El Patriarca”, en cuanto a lectores?

-“Cien años” es la vida cotidiana, creo que por eso ha interesado tanto. No sé quién dijo que en “Cien años” por primera vez se había tratado la vida íntima, la cama de los latinoamericanos: esa es una de las cosas que más ha agarrado al lector.

Quizás “El Otoño del Patriarca” tendrá menos lectores porque el problema del poder, al nivel que yo lo trato, no interesa a tanta gente. Aunque quién sabe si será así, porque si te fijas el problema del poder se plantea en la casa, en el trabajo, en un taxi, en todas partes.

¿Cuál es la idea central sobre el poder en el libro?

­-El desastre del poder individual: si el poder individual no funciona no quedará otra opción que la contraria: el poder colectivo real. Pero que lo digan los lectores; ya me has hecho hablar demasiado del libro.

¿Y después de “El Patriarca”?

-Con la mano en el corazón te digo que no tengo nada más que decir en la novela: yo mismo me puse contra la pared. Y entonces tengo el terror de despertar un día y no tener nada que hacer. Ando buscando empleo ¿sabes de algo?

Estoy en lo mismo.

-Mientras me sale un empleo estoy trabajando con Rui Guerra, el director brasileño, en la adaptación para el cine de “Blacaman el bueno, vendedor de milagros”. Hemos encotnrado que ese cuento nos permite hacer en cine la revisión completa del colonialismo en el Caribe, desde la conquista española hasta el imperialismo norteamericano.

Oí que también estabas haciendo algo con Francesco Rosi.

-Sí, trabajamos en una idea que ya tiene algunos años. Con Rosi somos viejos amigos y en los intermedios entre películas él viene a Barcelona o yo voy a Italia a verlo. Ahora creo que andamos cerca del asunto: lo que te puedo adelantar es que será una película política, un discurso sobre el imperialismo, creemos, bastante original.

¿Más cosas en imágenes?

­­-Para televisión. No había quedado muy conforme con el tratamiento que tenía la mecánica de la violencia en “La Mala Hora”. Y ahora se me ha presentado la oportunidad, rara para un escritor, de volver sobre el asunto, quince años después. Con este tiempo de perspectiva, creo que con más madurez, voy a trabajar en la adaptación de la novela para la televisión colombiana en veinte episodios de una hora. Las viejitas que tejen a las tres de la tarde verán algo sobre la violencia Colombia y a quien beneficio. Y también alguien más.

¿Cuentos?

-Tengo cien ideas: una para cada rato libre que me deje la militancia por Chile.

Sobre esto: me impresionaron unas declaraciones que hiciste en Roma sobre la necesidad que tienen los revolucionarios latinoamericanos de entrar en una etapa de reflexión; pedias que se usara más la imaginación que el heroísmo.

-Es que hace falta utilizar la imaginación en América Latina después de tantos años de petrificación ideológica, de tragar crudo; ya la derecha se conocer todas nuestras tácticas.

¿Cuál es la función de un escritor, en este asunto?

-Respecto a eso todo se ha ido en inventar definiciones, algunas inclusive contradictorias y que no corresponden a la realidad. Creo que la función política del escritor la tiene que determinar las condiciones de cada momento. El escritor agradece que le impongan tareas concretas en cuanto a su trabajo político. Creo que yo hice un buen trabajo para la Revolución Cubana en Prensa Latina porque entonces me dijeron: “aquí, en este frente, va a trabajar usted”. También creo que en mi trabajo en la solidaridad con la Revolución Cubana he prestado un buen servicio, y ahora, a la resistencia chilena, lo mismo. Los chilenos me han hecho el gran honor y el gran favor de permitirme trabajar con ellos y lo que estoy haciendo yo es simplemente, poner el servicio de la resistencia chilena el inmenso capital político que me da mi fama de escritor.

 

¿Cuáles son los resultados de la solidaridad con Chile, en todo este tiempo?

-A la Junta Militar chilena no hay que darle ni un momento de respiro y no se lo hemos dado. Hemos difundido si “mala imagen” por todo el mundo. Son ellos mismos los que han hecho cuanto pudieron por crear esa “mala imagen”, nosotros nos limitamos a que se conozca.

¿Los resultados dices?; creo que hemos logrado que el chileno sea el gobierno más desprestigiado que hay sobre la tierra. Hasta los mismos gobiernos que colaboran y ayudan a los militares chilenos tienen que disimularlo lo más que pueden. El mismo Pinochet se ha dolido de la “Incomprensión Internacional”.

Sabemos que lo que estamos consiguiendo no es lo decisivo para resolver los problemas de Chile pero es una ayuda muy eficaz a la resistencia que está trabajando en el interior que es, en definitiva, la que va a lograr el cambio.

Hace poco vi que un periodista te preguntó cuál era el país latinoamericano al que veías más porvenir revolucionario y supongo que para su asombro, la respondiste: Chile.

-Es que es el país con un movimiento obrero y popular más organizado y radicalizado por esta experiencia, con un enorme apoyo y simpatía internacionales y con una tendencia cada vez más fuerte a la unidad de la izquierda ¿Qué otro país de América Latina tiene todo eso?

Estamos a casi año y medio del golpe en Chile ¿Qué ha hecho la Junta?

-Tomarse el poder y reprimir a la oposición. Nada más: salvo aumentar la inflación en un dos mil por ciento y gastarse quinientos millones de dólares en armas.

Lo que parece evidente es que cada vez están más helados.

-Cada vez más solos. Se está cumpliendo una cosa elemental que decía en aquel telegrama que les mandé a los militares chilenos el dia del golpe, que “el pueblo chileno no permitiría que lo gobernara una pandilla de criminales a sueldo del imperialismo norteamericano”.

Bueno, ese telegrama.

-Cuando lo redacté, en Bogotá, a las ocho de la noche, en cuanto me enteré de la muerte de Allende, algunos amigos me decían que era un telegrama de cartilla: yo no tenía la culpa que la situación fuera de cartilla. Además, quería escribirlo antes que se me pasara la rabia, ya ves: corrió un año largo y la rabia todavía no se me ha pasado.

Régis Debray le decía a una periodista mexicana, no hace mucho, que quizás él no supiera lo que debe hacerse en América Latina pero que sí sabía lo que no debe hacerse en el campo de la lucha, ¿te ocurre algo parecida?, ¿Qué es lo que no debe hacerse?

-Uno de los factores más importantes de la división de la izquierda latinoamericana ha sido la eterna discusión en cuanto a las formas de lucha. Y el otro es que unos están con la Unión Soviética y otros con la China. Si éstos han sido factores de división deberíamos estar muy vigilantes con ellos.

La selección de las formas de lucha no es algo mecánico, ni previo: lo previo a todo es el fortalecimiento político de los movimientos revolucionarios que se implanten en cada país no sólo como hechos políticos sino también como hechos culturales.

Las propias condiciones dirán cuáles son las formas de lucha más eficaces, que no tienen por qué ser las mismas en cada país. Me interesa llegar al punto de que el fracaso del Che en Bolivia no puede interpretarse elementalmente como el fracaso de la lucha armada y que el fracaso de la Unidad Popular en Chile no puede interpretarse como el fracaso de la vía electoral.

¿En cuanto al otro factor?

­-La solución me parece que es que a cada movimiento revolucionario no le importe quienes están con uno y quienes están con otro; que no se hagan cargo de las divergencias de otros países. Eso no es más que un remanente de la vieja mentalidad colonial: aquello de que no podemos ser alguien si no tenemos una metrópoli. Pensar así no es oponerse a la solidaridad internación, en absoluto. Eso sólo perder el miedo al catecismo.

También en alguna entrevista insinuabas sobre la revolución y su precio de sangre ¿Cuál es tu idea de la revolución y de los medios de lograrla?

-Yo no sé quién diablos es el que nos ha terminado por convencer a los que queremos hacer la revolución, que aceptemos la idea de que la revolución es apocalíptica, catastrófica y sangrienta es la contrarrevolución. Ya sabes las cifras: más de treinta mil muertos, miles de presos, miles de torturados por los militares golpistas chilenos. La imagen que yo tengo de la revolución es la de la búsqueda de la felicidad individual a través de la felicidad colectiva que es la única forma decente de felicidad.

Vamos a detener esa vocación de martirologio que se desarrolló en América Latina. Quiero la revolución para vivir, no para morir: para que todo el mundo vive mejor, tome mejor vino, tenga mejores automóviles. Los bienes materiales no son una virtud de la burguesía; son un patrimonio de la humanidad que la burguesía se ha robado; se los vamos a quitar para repartirlos entre todos.

Los muertos no son una condición necesaria de la revolución: la revolución no debe seguir siendo un inventario de desastres.

Pero la sangre puede ser ineludible.

-Puede serlo, pero si la revolución es sangrienta será porque la contrarrevolución la hizo así; y será tanto más sangrienta cuanto más la haga la contrarrevolución. Se trata de que no haya equívocos en cuanto a las responsabilidades.

Porque esos equívocos nos tienen asustadas a las mamás: mi madre no entiendo cómo yo soy revolucionario si no soy capaz de matar a una mosca y yo le digo que lo soy precisamente por eso: tengo el miedo permanente de que, mientras no se haga la revolución, me pongan en la situación de tener que matar a una mosca.

Pues de un tiempo a esta parte te estás haciendo un señor dirigente político: hasta Kissinger se mete contigo. En la reunión de cancilleres aquel dijo que había un libro que le impresiónó mucho por su valor humano, a pesar de que no estaba políticamente de acuerdo con su autor, y que esperaba que a partir de entonces América Latina no siguiera condenada a cien años de soledad ¿qué me dices?

-Creo que hay que agradecerle a Kissinger que haya hecho esta aclaración porque sino, había el peligro de que se pudiese pensar que estamos políticamente de acuerdo.

Pero quiero contarte algo: un amigo mío le dijo a un funcionario muy cercano a Kissinger que si no le parecía curioso que un autor que él citó en ese discurso no pudiera entrar a los Estados Unidos. A mí me negaron doce años la visa y el motivo, creo yo, fue mi trabajo para Prensa Latina en Nueva York; después me la volvieron a dar por dos años y ahora me la niegan nuevamente. Creo que el motivo no hay que buscarlo muy lejos; mi militancia en la solidaridad con Chile.

No estarán muy tranquilos respecto a lo que vas a hacer. La última vez donaste los diez mil dólares del premio Books Abroad de la Universidad de Oklahoma para la defensa de los presos políticos colombianos. A propósito, ¿a quién le vas a donar el Nobel?

-Mi mujer ha estado muy de acuerdo con las donaciones de los premios pero me dice que en el próximo me acuerde de ella y de mis hijos. De modo que el próximo se lo voy a dar a ella y ¿sabes por qué lo haré? Porque estoy seguro que ella lo va a donar con una buena finalidad política.

 

viaje al mundo de gabo

Textos de Eduardo Mignogna | Fotos de Benedetta Salviatti

En julio de 1870, García Márquez dijo a Ernesto González Bermejo:

-En realidad, uno no escribe sino un solo libro. Lo difícil es saber cuál es ese libro que uno está escribiendo.

García Márquez se ha pasado la vida escribiendo un solo libro: el de la soledad humana.

­-Ahora me doy cuenta que hasta Cien años de soledad había en todos mis libros una constante: era el coronel Aureliano Buendía. Él siempre tenía algo que ver con una situación o con algún personaje. Incluso en Cien años, cuando apareció, yo pensé que podía ser un personaje marginal que se mantuviera a un costado de la obra. Pero, claro, estaba recién en el principio y yo no sabía muchas cosas que después ocurrieron en el libro.

La cara cuadrada, la boca entreabierta bajo el bigote. Este volcán llamado García Márquez, parece no advertir que desde La Vorágine, de José Eustasio Rivera, publicada en 1924. Cien años de soledad es la primera gran novela que se escribe en Colombia.

 -Mirá, lo que a mí me interesaba al escribir el libro, es dejar en claro que la soledad es lo contrario de la solidaridad. Ya creo que esa es la esencia del libro. Eso explica la frustración de los Buendía, uno por una, la frustración de su medio, la frustración de Macondo. Y yo creo que ahí hay un concepto político: la soledad considerada como la negación de la solidaridad es un concepto político muy importante. Es la falta de amor. La incapacidad de amor de Aurelio Buendía está escrita con todas sus letras en todo el libro. Al final, cuando nace el Aureliano con la cola de cerda, se dice: “El único en un siglo que había sido concebido con amor”. Es el que termina la estirpe.

Hasta García Márquez, la narrativa colombiana estuvo cuarenta años en punto muerto. Ninguna novela como Cien años de soledad para interpretar tanto tiempo de fracasos y violencias y desesperada necesidad de amor: una historia que desmitifica, como pocas, la solemnidad de un país y de un continente.

Por eso lo que más me molesta es la solemnidad de esos críticos muy serios, que se sientan y empiezan a pontificar sobre mi novela. Entonces yo les digo que no la toman en serio, en el sentido de que se aproximen al libro en la misma forma en que fue hecho; que le entren por donde le entré yo. Porque es que me la están poniendo bonetes y pantuflas de obispo, y eso es verdaderamente terrible.

El alcalde de Sucre sacó pecho y mostró sus medallas.

-Soy el tío del Gabo García Márquez –dijo-. Y aquí mismo, en Sucre, en este puerto, el coronel venía a ver si la lancha le traía la carta. Se paseaba por el muellecico. ¿Se acuerda de esa parte del Coronel no tiene quien le escriba, no? Porque antes venían unas lanchas con motores viejos. Vea. Salían de Magangué los sábados y los miércoles. A las 9, salían. Y a las 4 de la tarde ya estaban en Sucre. El propio Gabito viajó en esas lanchas muchas veces. Porque él estudiaba afuera y se venía para las vacaciones.

Subiendo el rio Magdalena, por el camino de las inundaciones de septiembre, está Sucre. Entre caseríos fantasmas y plantaciones de arroz y plátano: asolado por las epidemias que trae la creciente.

Es el pueblo donde vivió García Márquez.

-Gabito corrió por estas calles. Jugó billar. Jugó futbol en la plaza de La Alameda. ¿No le dije? Toda su familia llegó aquí hace mucho. Ellos son de Aracataca pero se vinieron a vivir a Sucre. ¡Mi dios! Siempre fue un diablo ese Gabo. Hay que ver las cervezas que se tomaba. Ahora usted se fija, y si quiera buscar los gallos del coronel, por ahí los encuentra en una calle de éstas: en un corredor, segura que los encuentra. Todo lo de esa novela está por aquí. Mismo el Macondo, que viene a quedar, no sé, por Aracataca, digo yo. Porque si usted va al libro de los Cien años ahí dice clarito que los tipos llegaron desde el mar. Esos tipos salieron del mar y se vinieron para estas regiones ¿Y adónde se iban a ir? Colombia es el paraíso. Mi Dios. Aquí se come aguacate. Se bebe guardiente. Se dice joeputa.

Se llama o le dicen –nadie sabe- don Gon. Registrador de Sucre, tiene 91 años. Y está orgulloso de vivir por dos motivos: nació un viernes santo y conoce a García Márquez como la palma de su mano.

-Así, ¿ve? Así lo tengo sabido a ese Gabito. Tan cachondo. De memoria lo conozco. Ahora van a hacer una película con un libro de él: La mala hora. Tan pillo. Gabito los va a mandar para aquí, para que fotografíen la creciente. Porque aquí el agua sube bravo. Hay que ver. Se paraliza todo. Sube dos metros y medio. Y la gente se va como último recurso. Busca las tierras altas. Para Punta Blanco, allá, San Benito. Bajando el Magdalena. Pues no hay pescados. Los pescados se van con la subida. Y tampoco hay leche. Culebras hay nomas. Sarampión y fiebre. Todo. ¿Y el cementerio? Ni se lo ve, ¿cierto? Aquí si usted se muere hay que quemarlo, un decir. En los techos de las casas se quema a los finaditos. Por las pestes ¿ve? ¿Qué le va a hacer? Yo soy del 4 de abril del 92: mire si tengo visto picaduras de culebras. Todo eso van a filmar para el libro de nuestro Gabito. ¡Qué Colombia, ésta! Aquí cerca, por el camino de Magangué a Cartagena, si usted va por ahí. Vea. Hay un pueblecito. Creo que es donde nació Kid Pambelé. Bueno. Ese pueblecito tendrá treinta casas, si las tiene. Vea: treinta casas y dos cementerios. Uno para los liberales y otro para los conservadores. Puros muertos. También lo van a fotografiar. Para fin de año, cuando el rio baja. Porque cuando la creciente se pasa, la gente vuelve. Si. Las personas. De Zapata, de Palmarito, de Cucharal. Vienen. ¿Usted lo conoce al Gabito, no? Tan cachondo. Aquí en las escuelas se estudia mucho los libros de él. Aunque se haya ido hace veinticinco años. Pero no importa. Gabito es nuestro. Vea. Nuestro, eh.

 

Macondo es un producto de la fantasía de García Márquez y de sus recuerdos infantiles de Aracataca. Sin embargo, en la costa del Caribe, cada cual tiene su opinión:

-Mi abuela dice que Macondo viene a quedar en los fondos de un pueblecico que está bajando el Cauca. Ella nació ahí mismo. Entonces tú le preguntas: ¿Dónde queda eso, abuela? Pero como ello cree en las maledicencias, nada. No le arrancas esta es tuya.

-Mira. Los Buendía eran los propios parientes de Gabito. Eran unos primos y unos tíos que él tenía. Y Vivian todos en Barranquilla. Tú verás. Ahí le surgió el Macondo. Todico está ahí. También el sabio catalán ése. El del final de libro. Existió. Si. Tenía una librería en Barranquilla. Era el que le vendía los libros que Gabito leía.

-No, Macondo, no. Está jodido si quiere fotografiarlo. Mire. Macondo es todo Colombia. Más le vale sacarme a mí. Sáqueme. Sáqueme. Yo soy el autor del primer ballenato que se le escribió a Gabo. Cada vez que García Márquez visita un pueblo de la costa se paraliza el comercio; se decreta feriado escolar. Nunca se preparan mejor las jaibas y las muelas de cangrejos en los restaurantes. El ballenato, la música de la tierra caliente, sale a las calles para recibir al autor de

Cien años de soledad.

“Mariposas de colores,

Mauricio Babilonia…”

Más de veinte ballenatos lo nombran

“Gracias, Gabito,

Gabito, gracias.”

Ese murmullo raro que hay alrededor de García Márquez, es la fama:

-Gabito le tiene miedo al avión. Uy. Pánico. ¿Tu viajaste con él alguna vez?

Lo has visto cómo se le crispan las manos en el asiento. Uy. No me jodas. Sabroso cómo se pone.

-A mí me dijo una vez: Dime, ¿tú sabes por qué el coronel tenía tanta mala suerte en la vida? Pues porque dejaba su sombrero encima de la cama. Gabito entiende de esas cosas. Dice que el color dorado trae desgracias. No hay que usarlo jamás. Yo no lo uso.

-Gabito sabe comer. En una de esas viene y se sienta ahí. En esa mesa. Siempre anda con amigos… Si escucha un barullo y alguien que entra pidiendo que lo dejen comer tranquila, es él.

Es la fama. García Márquez está acorralado. No puede eludirla. Dice:

-Mira. No doy más. Es un descalabro. Tengo que defender el tiempo para dedicárselo a mis amigos. Miento todo el tiempo.

Pero también dice:

-Sin embargo, hay algo bueno en la fama. Es la impresión de que hay más gente que lo quiere a uno.

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