La piel que nos habita | Revista Crisis
políticas de la literatura / cirugía anestésica / narrativa y estadística
La piel que nos habita
En su nueva novela, Juan Terranova compone un falso diario íntimo donde la dialéctica entre lo público, lo privado, las expectativas de género y las maneras obsesivas y muchas veces descarnadas en que el deseo modifica el cuerpo social, son puestas a funcionar en un universo de ecos artlianos. Montada sobre la economía libidinal de la web y concebida como reescritura de una novela homónima de Curzio Malaparte, "La Piel" proyecta un raro erotismo sobre el rasgado velo que proponen los medios de comunicación.
Ilustraciones: Un Faulduo
19 de Septiembre de 2015

 

En los últimos años se quintuplicaron las cirugías estéticas en adolescentes. El 15% de las chicas operadas en 2008 tenía menos de veintidós años. Se colocaron alrededor de treinta mil implantes mamarios. Argentina está entre los cinco países que más cirugías realiza. En 2007 se practicaron sesenta mil operaciones. Un lifting facial cuesta entre seis mil y veinte mil pesos... La lista podría seguir. Porque La piel, última novela de Juan Terranova, se excede en datos duros, porcentajes y comparaciones que por momentos sobrecargan el relato sin piedad. ¿Qué debemos leer en esas frías listas que intentan medir lo real? 

Un tipo pierde el trabajo y en poco tiempo consigue uno nuevo en la Sociedad de Cirugía Estética de Buenos Aires. La libertad le dura poco. En apenas unas semanas se  encuentra reubicado y desempeñándose con eficiencia.  Paralelamente entabla relaciones amorosas con varias mujeres a las que frecuenta alternativamente. Esa trama, en principio sencilla, va entretejiéndose con un segundo relato. Asistimos entonces a la superposición de escenas del mundo laboral y el mundo privado. Con este procedimiento, en esos escenarios, Terranova encuentra la excusa ideal para hacer chocar las imágenes del cuerpo público y el cuerpo privado. Quizás también el contraste entre “lo que se tiene” y “lo que se espera tener”.

Pero retomemos el excesivo uso de la información que por momentos entorpece el relato. ¿Hace falta semejante intromisión del dato duro sobre la trama? ¿Qué función ocupa esa intervención glacial que por momentos quiebra los climas?

En principio uno podría entender que el dato frío, estadístico, viene a calmar —por contraste— las aguas que agitaron las escenas de sexo explícito desarrolladas en la novela. En ese sentido la función de los datos es contribuir al clima general de la obra. Generar un remanso. Detener la exaltación. Pero, si ahondamos un poco más allá de la retórica del texto, podríamos observar que la serie de datos funciona, también, como un guiño a la razón, una invitación a que ingrese en la escena el acto del pensamiento, esa actividad que el positivismo consideraba como “superior”. De este modo, civilización y barbarie se equilibran, buscando neutralizar las contradicciones del personaje y evitando que lo percibamos como un sujeto escindido. Lo alto y lo bajo se ven en la obligación de convivir. Lo corporal y lo racional se aceptan y complementan para dejar de invalidarse mutuamente. El punto desfavorable es que ese procedimiento de ida y vuelta aparece de a momentos sin naturalidad. Los párrafos se detienen abruptamente y esa forma rígida, cortada a mordiscones, por momentos parece obligarnos a saltar de un registro a otro sin más motivo que generar disonancias. Como si el género de este libro no fuera definitivamente la novela, o como si Terranova —sin querer— nos hiciera partícipes del debate interno entre su rol periodístico y su oficio de escritor.

Sin embargo, y en este punto vale resaltar un logro del recurso, el dato hace un señalamiento que no se ubica en la función valorativa. Cada número o porcentaje se recupera de alguna fuente, que en general es citada, y luego queda en suspenso, silenciado, a la espera de la interpretación de los lectores. La novela —a la vez un diario íntimo— no se estructura escena tras escena en la progresión de una trama habitual, reiterada y moderna, sino que se deja atravesar sucesivas veces por esta otra corriente informativa a la que hacemos referencia. Reaparece, entonces, la pregunta. ¿Qué se busca en la incorporación de los datos? ¿Se trata de una fuga del verosímil hacia lo real? ¿De una ficción que duda? ¿De un uso abusivo del referente en la construcción del escenario? En este sentido, podría interpretarse una intencionalidad de emparentar la estructura que propone novela con la alternancia infinita de internet donde conviven al mismo nivel, unidos por contigüidad, imágenes y datos, pornografía, música y crónicas ciudadanas.

Otra veta destacable de la novela es el contraste que se plantea entre: 1) la relación del protagonista con los cuerpos femeninos y 2) la relación de los propios cuerpos femeninos con ellos mismos. Transcribo dos citas:

“Ella gemía mucho. Transpiraba. Su piel estaba suelta. Gozaba de una manera estática. Todo el movimiento recaía sobre mí. Tuve ganas de lastimarla por ser vieja y por gozar de esa manera.”

“Un alto porcentaje de las lipoaspiraciones se practica en quirófanos armados en consultorios particulares, sin cardiólogos ni anestesistas”.

Puestas a la par estas dos acciones violentas se diferencian por un motivo central: la intención. De un lado un hombre piensa en dañar a una mujer, y del otro lado la mujer elige someterse al auto flagelo de su propio cuerpo. En este último caso se evidencia el modo en que un “ideal de belleza” se impone a los cuerpos por propia voluntad de los sujetos. ¿Qué sugiere este doble discurso puesto en paralelo? ¿Qué nos lleva a pensar? ¿Tiene sentido comparar esas violencias?

En principio podría pensarse que existe cierta distorsión de la psiquis humana [en el sentido foucaultiano de escapar a la norma] tanto de quien desea dañar como de quien se daña. La mujer que no se encuentra cómoda en la imagen que le devuelve su propio cuerpo termina desarrollando obsesiones destructivas. Lo mismo sucede con el deseo de dañar el cuerpo del otro que reprime el hombre. Entonces, tanto los pensamientos destructivos del protagonista como los de aquellas mujeres que aparecen perfiladas en las estadísticas expresan, de algún modo, un maltrato latente que provoca el rechazo del lector apenas este se ve representado en una imagen que preferiría negar.

Por otra parte, esta posición subalterna del cuerpo de la mujer evidencia el perverso mecanismo de intercambio material de unos cuerpos objetivados, en el contexto más amplio de un mercado de la estética prácticamente desregulado. Solapada, la crítica se deja ver de todos modos. La piel, entonces, no solo expone el modo en que los cuerpo se entregan a la reproducción de un determinado canon de belleza, sino que muestra el mecanismo a partir del cual los sujetos se vuelven materia disponible de todo tipo de intervenciones a cambio de cierta valoración social. La novela trata entonces sobre unos cuerpos torturados, intervenidos, ridiculizados, restringidos y sometidos a los efectos colaterales del mercado de las cirugías estéticas como al mercado de los intercambios libidinales.

“Es mi cuerpo y hago lo que quiero”, reza la conocida consigna. La pregunta que parece ocultar esta novela es la pregunta por el límite. ¿Cuál es la “justa medida” [al decir de los griegos] en la apropiación de un cuerpo? ¿Puedo hacer lo que quiero realmente? ¿A qué determinaciones me lleva esa apropiación? ¿Sirve adquirir un cuerpo mejor? ¿A qué nos lleva la consecución sin límites de un deseo distorsionado? Las preguntas, como en toda novela que cuestiona un estado de cosas, quedan sin responder.

En una primera lectura de La Piel uno podría pensar que el personaje principal es el flaneur que recorre la ciudad en una especie de viaje reiterado cuya finalidad es la búsqueda constante de la experiencia. Pienso, por ejemplo, en algunos personajes de Henry Miller narrados en la intimidad de sus detalles y recorriendo siempre algún escenario citadino. Sexus (1949) sería un caso emblemático. Aquella novela, repleta de escenas escandalosas y momentos de violencia, le permitió a Miller plantear algunas discusiones filosóficas acerca del amor, el dolor y los límites; algo que bien podría estar replicando Terranova en La piel aún a cuestas de no estar escribiendo algo nuevo. Bien podríamos señalar un diálogo intertextual entre Miller, Terranova, y sus novelas de siglos diferentes. Sin embargo, la sinceridad perturbadora del protagonista de La piel, que hurta pequeños objetos y es capaz de planear una traición como la del final, nos lleva a ubicar una influencia geográficamente más cercana. ¿Estamos realmente frente a un flaneur?

Por ciertos detalles de la vida del protagonista, por su modo de responder a los estímulos de la ciudad, es posible percibir la referencia a cierta atmósfera arltiana. Ya no estaríamos hablando del dandy sino de un habitante de los bajos mundos, un nada pretencioso ladronzuelo de menudencias que, sin mucha planificación de su carrera profesional o intelectual, trabaja en la consecución de un dinero que le permita sobrevivir. Un tipo capaz de tomar de los otros lo que sabe les sobra y que puede adueñarse de lo ajeno sin demasiado conflicto. El protagonista de La piel no roba por necesidad. Esa actitud podría señalar la búsqueda deliberada de un espacio marginal, por fuera de lo establecido, dónde producir pensamiento otro y entrar en contacto con el deseo. En esos lugares se cocina entonces cierto razonamiento subalterno, abultado y continuo, que toma la forma de este diario íntimo y confesional. “Un falso diario de una falsa adicción cuyo destino es perderse”, le hace decir Terranova a su personaje.

En la página 70, conversando con Majo —una de las mujeres con las que suele encontrarse— el tipo acepta: “soy pobre, nada más”. También puede observarse esa vida al día, austera y ajustada, en la descripción de la terraza de baldosas anaranjadas que atraviesa cada día el personaje para ir a su departamento o, más adelante, en su confesión de las dificultades que le produce la fuerte asimetría entre las comodidades del lugar donde trabaja y el lugar donde vive. Estamos entonces frente a un personaje que roba, miente, escamotea, traiciona, saca rédito del esfuerzo de los otros y vive con lo justo, pero que también se siente obligado a trabajar. ¿Hay una pintura más arltiana que ésta? “El trabajo es tonificante. Te ubica en el mundo”, dice el protagonista. “La sociedad es una máquina de prohibir y mirar”. Quiero detenerme ahora en la idea de la sociedad como máquina de mirar. La piel no propone una sociedad Gran Hermano: voyerista, ególatra y narcisista, sino una sociedad que mira en relación al término anterior de la sentencia. Mira para prohibir, o al revés. Prohíbe desde y por la mirada. Se trata entonces de una sociedad que monitorea todo para bajar línea, trazar límites, incorporar y dejar afuera de acuerdo a criterios temporales de belleza. Desde este punto de vista, La piel puede ser leída como una novela crítica sobre el rol de los medios y sus falsas representaciones que parten siempre desde el eje de la mirada. Otra cita, ahora en este sentido:

"Estuve una hora frente al televisor y me resultó increíble como construye casi exclusivamente dos hipótesis básicas. La primera podría llamarse <corrupción extrema>. La idea, dura y monolítica, impacta directamente en la paranoia del hombre medio que habita la ciudad. Su formulación es simple: <La gestión pública sufre una infección generalizada de corrupción. El burócrata honesto no existe>. La segunda hipótesis, no menos contundente, es la inseguridad. Su formulación también es simple: <La calle es un lugar inseguro donde la muerte resulta cotidiana>. El desenlace de ambas es un sujeto inmovilizado y paranoico. Se trata de dos hipótesis claramente negativas, distópicas, apocalípticas. La sociedad que pintan es una sociedad amenazada y amenazante donde no tiene sentido asociarse para hacer política, ni quejarse, trabajar, ni votar, ni reclamar, ni participar, una sociedad que al mismo tiempo que les da identidad a sus ciudadanos los violenta, los roba, y los mutila. Ahora bien, más allá de estos dos discursos centrales, aparece, matizada, una tercera hipótesis. Es la hipótesis extrema y sugerente de un paraíso hipersexual. Lo que describe y ofrece se construye como un lugar con decorados de cartón, en donde los cuerpos sólo existen para ser consumidos, donde el deseo encuentra su culminación y donde todos seremos eternamente saciados en nuestra más perfecta individualidad. Contrasta con las otras dos hipótesis, genera deseo, pero no por eso resulta menos alucinada".

La secuela de este procedimiento de los medios, entonces, sería cierto estado de paranoia del hombre medio que habita la ciudad. Para terminar quisiera detenerme a pensar el título y sus referencias. Si bien en varias críticas se habla del homenaje a la novela homónima de Curzio Malaparte (1949), no quisiera pasar por alto que existe un texto local, feminista, que hace referencia a esa parte que rodea al cuerpo y lo separa del ambiente: Nosotras y la piel. Este libro recopiló textos ensayísticos, entrevistas y columnas que Alfonsina Storni escribiera entre 1919 y 1921. Si bien no se trata de una novela, la autora merodea en este libro las diversas aristas de la cuestión del género y detiene su mirada sobre las representaciones, siempre engañosas, de lo femenino y lo masculino. Probablemente Terranova no lo sepa, pero este texto, con ese título, es un referente directo de su novela. Los textos de Storni tematizan los defectos masculinos y la lucha de la mujer contra sus pares; a la vez que cuestionan la inutilidad de ciertos ornamentos y exigencias a las que eligen someterse las mujeres por aquellas primeras décadas del Siglo XX. Ese espíritu crítico de la Storni ensayista revela una sensibilidad transgresora siempre atenta al detalle, que avanza en franca oposición al movimiento general de su época. En esa celda de autenticidad y búsqueda a contrapelo uno puede ubicar a Juan Terranova.

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