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espionaje político: ¿lo tenemos adentro?
La existencia de un cuerpo de espías dentro de la Policía Federal Argentina no es un secreto. Sin embargo, pocas veces es posible ver su funcionamiento, más allá de denuncias genéricas. El juicio contra Américo Balbuena y dos de sus jefes, que acaba de terminar, mostró la infiltración política realmente existente y deja abierta la pregunta por su continuidad.
Ilustraciones: Ezequiel García
04 de Abril de 2023

Nadie repara en el sesentón calvo y menudo que camina por los pasillos de los tribunales de Comodoro Py. Su presencia pasa inadvertida entre el gentío que suele andar cargando carpetas o expedientes por allí. Él no acostumbra andar con la cabeza en alto. Solo la levanta cuando el juez que lo está por condenar le pregunta si quiere decir algo. Abre los ojos y le dedica una mirada inocente, pero no pronuncia palabra. Aunque en Retiro no lo identifiquen, el hombre en cuestión es Américo Alejandro Balbuena, un agente de inteligencia de la Policía Federal Argentina (PFA) que se hizo pasar por periodista durante más de diez años para acceder a información de organismos de derechos humanos, organizaciones sociales y partidos de izquierda. 

Balbuena puede ser un desconocido en los tribunales, pero no lo es para la institución policial. Mucho menos para el Cuerpo de Informaciones de la PFA, un organismo cuya existencia se rigió siempre por el secreto que el “Pelado” Balbuena terminó horadando. Balbuena falló o tuvo mala suerte, quizá, porque su nombre se filtró y se supo que era un espía. Pero, además, su desdicha terminó en una condena a dos años de prisión por incumplimiento de los deberes de funcionario público –la mayor pena prevista para ese delito–. En su caída, Balbuena arrastró a dos de sus superiores, Alfonso Ustares y Alejandro Oscar Sánchez.
 

la prehistoria

Balbuena quería ser ingeniero, pero no consiguió pasar el ingreso en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Después de ganarse la vida como electricista con lo que había aprendido en la Escuela Nacional de Educación Técnica (ENET) 2 de San Martín, Balbuena consiguió que un conocido lo llevara a probar suerte al Cuerpo de Informaciones de la PFA. En los primeros meses de 1983, logró ser admitido pese a que la evaluación del comisario Juan Carlos Lahaye, jefe del departamento de Contrainteligencia de la Superintendencia de Seguridad Federal (SSF), no fue demasiado generosa con sus aptitudes.

A pesar de todo, Balbuena hizo carrera en el Cuerpo de Informaciones. Tuvo dos diplomas al mérito: uno en 1988 y otro en 1995. En los ‘80 pasó una larga temporada en el Departamento de Asuntos Laborales. Entre 1994 y 1996 estuvo en la Dirección General de Inteligencia y en la División Técnica.

En 1998, estuvo destinado en la delegación San Martín de la PFA. Ese año pidió la baja de la fuerza, pero después dejó sin efecto esa solicitud. Para esa época empezó a estudiar periodismo en el Instituto Santo Tomás de Aquino. Al año siguiente, lo mandaron a hacer el curso superior de inteligencia. Lo calificó Isabel Correa, una agente que, en sus años mozos, se había infiltrado en el incipiente movimiento de las Madres de Plaza de Mayo.
 

crisis y oportunidad

Balbuena se recibió de periodista a finales de 2001, coincidentemente con el estallido social que marcó el final del gobierno de la Alianza. Andaba por las calles con su grabador a cuestas y fue así como volvió a cruzarse con un conocido de la infancia: Rodolfo Grinberg, fundador de la Agencia Rodolfo Walsh. Con Grinberg habían compartido la escuela, aunque no el mismo grado. Se conocían del barrio, aunque no eran amigos.

Como lo vio interesado en contar lo que estaba sucediendo en las calles, Grinberg lo invitó a sumarse a su emprendimiento periodístico. Muchas veces debió ayudar a Américo: tenía problemas con la gramática y la sintaxis, pero era tenaz y comprometido.

Pese a que el talento parecía no haberlo acompañado, Américo mostraba ganas de aprender. Se inscribió en ETER para estudiar Producción periodística y también llegó a uno de los cursos de FM La Tribu para corresponsales populares. Desapareció de un día para el otro después de que un compañero le preguntó, entre risas, si él no sería “servicio”.

El encuentro de Balbuena con Grinberg en plena crisis cayó como un regalo del cielo en la División Análisis en la que el “Pelado” reportaba. A principios de 2002, la División estaba estrenando nuevo jefe: la PFA había destinado al comisario Ustares a ese área. La repartición funcionaba en el edificio de Moreno 1417, que supo ser la sede de Coordinación Federal y destinó algunos de sus pisos como centro clandestino de detención durante los años ‘70.

En 2002, la principal preocupación de Ustares pasaba por las asambleas barriales, herederas del “piquete y cacerola, la lucha es una sola”. El control de la calle estaba en plena disputa y la PFA ya había demostrado en diciembre de 2001 que estaba dispuesta a dar la pelea a puro plomo y sangre. 

“El fin último de la División Análisis era evitar el conflicto en la calle”, declaró Ustares. “Había organizaciones que se avenían a charlar con nosotros y otras que no”, completó. Con las que no se avenían a tratar con la PFA, era necesario emplear otros métodos. Para eso, estaba Balbuena.]
 

la agenda de Américo

La Agencia Walsh tenía los mismos problemas que cualquier medio de comunicación alternativa: sus integrantes no eran periodistas de dedicación exclusiva sino militantes que se tenían que ganar la vida. Se dedicaban a la cobertura cuando el trabajo lo permitía. No percibían ingresos. Por el contrario, eran ellos y ellas quienes aportaban para que el medio se sostuviera.

Balbuena no tendría el don de la escritura, pero tenía muchas ventajas. Tenía tiempo libre porque –contaba que– trabajaba en una maderera para la hermana y el cuñado. No tenía problemas con los ingresos: llegó a costearse el viaje a Mar del Plata para cubrir la cumbre de No al ALCA en 2005. Incluso fue él quien pagó el sostenimiento de la web durante todo un año. De esa forma, Balbuena se fue convirtiendo en el movilero de la agencia.

Durante años, la Agencia Walsh difundía su producción periodística a través de boletines electrónicos, que incluían no solo informes sino también una agenda de actividades. Los boletines solían llegar con un encabezado particular. “Nota importante: Se publican actividades recibidas hasta el mediodía de cada lunes, del período semanal entre martes y lunes siguiente. No olviden indicar claramente lugar, localidad, día y hora del evento. Si tiene información de último momento envíela, trataremos a la brevedad de insertar esa noticia en nuestro nuevo sitio. Muchas gracias. Américo Balbuena”, decía.

Balbuena estaba siempre al tanto de lo que pasaba en la calle. Muchos sectores de izquierda, que no tenían ninguna simpatía con la policía, solían enviar contentos su información a la Walsh para que se incluyera en el boletín. Nadie imaginaba que ese solícito periodista era un agente de inteligencia de la Federal.
 

full-time

Diana Kordon coordinó durante mucho tiempo las reuniones del Encuentro Memoria Verdad y Justicia, el espacio que se creó para los 20 años del golpe del 24 de marzo de 1976. Allí conoció a Balbuena. Él no solo cubría las marchas, sino que también participaba en las reuniones de organización.

La abogada María del Carmen Verdú, referente de la Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional (Correpi), compartió varias salas de audiencias con Balbuena. En general, los juicios que él cubría tenían un denominador común: entre sus imputados había algún efectivo de la PFA. En esas jornadas, Balbuena solía interesarse sobre los recaudos que tomaba Verdú después de denunciar a las fuerzas de seguridad.

 

Balbuena estaba siempre al tanto de lo que pasaba en la calle. Muchos sectores de izquierda, que no tenían ninguna simpatía con la policía, solían enviar contentos su información a la Walsh para que se incluyera en el boletín. Nadie imaginaba que ese solícito periodista era un agente de inteligencia de la Federal.

 

Balbuena solía cubrir los conflictos en el subte. El metrodelegado Claudio Dellecarbonara recuerda su presencia en los andenes, siempre preocupándose por las líneas internas del gremio. Hay pibes y pibas de Cromanón que todavía recuerdan al “Pelado” de la Walsh.También iba a las actividades en las que La Alameda denunciaba casos de trata y explotación sexual en los que siempre estaba la comisaría de la zona involucrada. 

En 2010, Nancy Miño Velázquez todavía integraba la División Trata de la PFA. La agente de 38 años solía hacer inteligencia en prostíbulos de la Ciudad de Buenos Aires y el conurbano. Ese año denunció que sus jefes les cobraban coimas a los dueños de los espacios en los que mujeres y niñas eran explotadas sexualmente. Después de su denuncia se hizo una marcha hasta el Departamento Central de Policía, ubicado en la avenida Belgrano. Los manifestantes avanzaron con una pancarta que decía: “Los policías honestos son echados por denunciar las mafias”.

Cuando Miño llegó al edificio, la atajó en la entrada el comisario inspector Marcelo Canstatt. “Yo te adelanto, no estás cesanteada. Hay un sumario abierto, que es otro tema. Te citamos para notificarte y no apareciste más”, le dijo. La conversación fue registrada por el grabador de Balbuena y se difundió por la Agencia Walsh.

 

al amparo del secreto

 

Grinberg le pidió que fuera a su casa a verlo. Rápido de reflejos, Balbuena le anticipó que estaba pensando en dejar la agencia. A Grinberg y a Oscar Castelnovo, la periodista Miriam Lewin les había avisado que Balbuena era un “pluma” de la PFA, como se conoce a los agentes de inteligencia de esa fuerza. La filtración tenía nombre, apellido y apodo: José Pérez, alias “Iosi”. Otro “pluma” como Balbuena pero que había estado infiltrado durante catorce años en la comunidad judía y que estaba colaborando con la gestión de Nilda Garré.

Cuando Grinberg lo encaró, Balbuena guardó silencio. Se fue de la casa y nunca más volvió. La entonces ministra lo separó de la fuerza. Organizaciones sociales, con el patrocinio del Centro de Profesionales por los Derechos Humanos (CeProDH), presentaron una denuncia ante la justicia federal a principios de 2013. Recién diez años después  juzgaron a Balbuena. Sucedió después de que Daniel Rafecas se hiciera cargo de la subrogancia  del Juzgado Federal 6, que quedó vacante tras la renuncia de Rodolfo Canicoba Corral.

Yo lo negué porque no le podía decir que era policía– se defendió Balbuena durante su indagatoria ante el juez. 

La defensa de Balbuena osciló entre dos ejes: por un lado, decir que él hacía una pasantía no rentada en la Agencia Walsh con el objetivo de hacerse de un nombre en el periodismo para cuando se retirara; por otro, insistir en el amparo del secreto que rige la actividad del Cuerpo de Informaciones. Todo eso surge de la Ley Orgánica (9061/1963), un decreto ley que también es secreto. En esa normativa que regula la vida de los plumas dice que son agentes secretos, que pueden tener un empleo en la administración pública o en la actividad privada como fachada y que los integrantes del Cuerpo deben guardar absoluta reserva, especialmente acerca de su pertenencia al organismo. 

Para el defensor de Balbuena, el exfiscal Jorge Álvarez Berlanda, su defendido estaba en juicio porque otro “pluma” había incurrido en la falta más grave, la infidencia. Para el defensor de Ustares, Hernán Carluccio, al fin y al cabo los periodistas y los espías se nutren con la misma materia prima: la información. Sin embargo, en esa lógica, hay un problema no solo ético sino reglamentario: los “plumas” no pueden ejercer en agencias o servicios informativos. 
 

la condena

Balbuena escuchó la pena de dos años con resignación. Estaba sentado junto al último de sus jefes en la División Análisis, Sánchez. Cuando Rafecas terminó de leer, Balbuena, Sánchez y Ustares ya se estaban levantando de sus sillas para escabullirse por la planta baja de los tribunales de Comodoro Py. Cerca de las 18 de un viernes, eran pocas las almas que deambulaban por la mole de cemento de Retiro.

En la entrada de la Sala B, festejaban Matías Aufieri y Liliana Mazea, los dos abogados de la querella que habían pedido la condena de Balbuena y sus exjefes. La diputada del FIT-U Myriam Bregman, su compañera que había iniciado la denuncia en 2013, hablaba con la prensa y destacaba que había quedado claro que Balbuena no era un cuentapropista –la teoría que acuñó la Cámara Federal porteña para evitar llegar a los mandos superiores de la Agencia Federal de Inteligencia (AFI) por el espionaje que tuvo lugar durante el gobierno de Mauricio Macri–.

“Ahora hay que disolver el Cuerpo de Informaciones”, reclamaba Bregman. El organismo que sigue siendo el secreto mejor guardado de la PFA no solo terminó bajo los focos gracias a Balbuena, sino que también terminará bajo estudio porque Rafecas ordenó enviar copia de la sentencia a la Comisión de Seguridad Interior y a la Comisión Bicameral de Inteligencia para que determinen si su ordenamiento es compatible con las instituciones democráticas. Balbuena podrá pasar desapercibido, pero su onda expansiva también alcanzará al sistema político que nunca se escandalizó con la existencia de los infiltrados de la PFA.

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