el “tardohumanismo” ridiculizado | Revista Crisis
crítica a martillazos / extracto editorial / horacio póstumo
el “tardohumanismo” ridiculizado
Uno de los más entrañables pensadores de la Argentina contemporánea dejó, antes de abandonar el despiadado territorio de los vivos, un ensayo imperdible titulado “Humanismo, impugnación y resistencia. Cuadernos olvidados en viejos pupitres” (editado por Colihue). En el cuaderno 14 que aquí publicamos, el ex director de la Biblioteca Nacional polemiza con un artículo aparecido en el #45 de Crisis alrededor de la siguiente pregunta fundamental: ¿qué es la crítica cultural hoy? Horacio González nos enseñó e inspiró muchísimo, precisamente, desde esa diferencia generacional que nos reunía. Seguir pensando y discutiendo con él es nuestro mejor homenaje.
Ilustraciones: Ezequiel García
08 de Febrero de 2022

 Ilustración: Panchopepe

Un periodista, hace varias décadas, escribió que, ante los más de 35 mil asistentes a un concierto del grupo musical Soda Stereo en el estadio de Vélez Sarsfield, nada podrían significar las reuniones de militantes tramando un sacudimiento social, cuando la sacudida estaba ya en esas gradas de cemento al compás de las canciones –bellas, por cierto–, que cantaba Cerati. Lógicamente, la presencia no es todo, pues la distancia, que es un desprendimiento de la presencia, representa de algún modo lo presencial. Si alguien del grupo así reunido en las tribunas del estadio arroja una piedra, el trayecto que la multitud presencial puede apreciar de ese objeto le sirve para simbolizar los alcances abstractos que puede tener esa misma presencia. Pero lejos estamos de que, en ese aglutinamiento presencial atraído por una manera refinada de ejecutar canciones de rock, se invalidasen las reuniones de soñadores y militantes políticos. Aquel periodista, sostenido por un concierto de masas, quería establecer su propia justificación para convertirlos en un indiferente social, solo aceptable, quizás, si hubiera nacido de él una gran escritura, un poema definitivo o la renovación de la novela.

Ahora que lo presencial ha disminuido sus “alcances ontológicos”, igualmente permanece ese estilo de ejemplificación por el cual, ya no un grupo de rock, sino los “seguidores” de algún personaje que se va haciendo notorio en Facebook, Instagram, Telegram, o toda la colección de denominaciones tomadas del pasado –el libro, el rostro, la telegrafía–, y pasa de repente a tener millones de “me gusta”, con los correspondientes logotipos –esta palabra ya había sido aceptada– y emoticones –esta no es de uso común pero ya circula con normalidad. En uno de los últimos números de la revista Crisis, diciembre de 2020, se comenta la experiencia de un canal de YouTube de Natalie Wynn, que es definida del siguiente modo: “Mientras que el tardohumanismo se contenta con denunciar la alimentación del narcisismo, la monetarización de la información, la utilización espuria de los datos personales, y la decoloración de la comprensión racional, el canal de filosofía política de Wynn cuenta con más de 48 millones de visualizaciones”. 

No sabemos lo que es “tardohumanismo”, una forma de componer conceptos entre el juego de lo clásico y lo tardío, o sea, una melancolía sobre una base conceptual apenas ingenua, pero nos extraña el relato de esta experiencia cuyo éxito medido en “visitas” correspondería a un número mayor que el de todos los habitantes de la Argentina, y se basa en la superación del humanismo de la denuncia de las tecnologías de la información, para usarlas de otro modo, si se quiere en contra de ellas mismas. Una filosofía política basada en diseños digitales que se emplean con invocaciones al grotesco, la ironía, la defensa de la razón contra el reaccionarismo y el anti-intelectualismo. Una nueva crítica, superando a los letrados del período modernizador anterior, contra “la producción molecular del deseo del capitalismo”. Lejos de juzgar, nosotros, carente de interés a estas prácticas que al parecer de verdad atraen a una millonaria población fantasmal, nos preguntamos, en cambio, si se acude adecuadamente a ciertos conceptos.

Por ejemplo, ¿hay un tardohumanismo? No lo encarnaba la revista Crisis de la época de Vogelius, hace ahora medio siglo. Si hoy se quisiese revisitar esa experiencia de ensayismo sobre la cultura popular, revalorizada, y las literaturas de corte social, en una tensión con las vanguardias, la situaríamos plenamente dentro de un humanismo de izquierda. Las precipitaciones del tardohumanismo se encarnarían hoy en la crítica a los dispositivos digitales, en vez de darles vuelta con un golpe de “aikido” –así lo interpreta el autor de la nota–, remedo de la dialéctica, pero como armonía danzante en la lucha. Usar la energía del poder digital –¿de Amazon, de Facebook, de Mercado Libre?– para decir distintas otras cosas. ¿Convites autónomos a la reflexión contra esas disposiciones de la economía informática, revirtiéndolas hacia una conciencia que se diseña a sí misma con los golpes del aikido oriental que la dialéctica occidental había olvidado?

En el mismo año y mes de este artículo de Crisis (diciembre de 2020), leo una nota en Página12 sobre el escritor chaqueño Juan Solá, quien, luego de distintas experiencias con formas y plásticas diversas, y después de su paso por la “redes”, recala en la poderosa editorial Penguin Random House. Este es uno de los motivos de la nota, pero interesa el modo en que el joven escritor, viajero, propone una consideración sobre los mundos digitales. Responde al entrevistador (Juan Ignacio Provéndola), que introduce la cuestión respecto a una pausa en su itinerario de escritor, que le sirvió para concederse una reflexión personal sobre las redes sociales, en las que Juan Solá acumula muchos seguidores: 205 mil en Facebook y 166 mil en Instagram. 

Las redes me ayudan a difundir y viralizar mi trabajo. Y eso puede llevar a que se me interprete como un autor que empezó a escribir en las redes, aunque cuando publiqué mis primeros cuentos ni siquiera existía Google. Ahora ya no las uso tanto como antes, trato de seleccionar el contenido para no caer en esa demanda multitasking de producción constante. Lo digital tiene su propia estructura, sus propias leyes y códigos. Y te empujan a elaborar tu trabajo artístico bajo ciertas condiciones que permitan mayor amplitud de difusión. Entonces veo a muchos artistas, escritores, escritoras, perdiéndose en ese intento de adaptación a la red social y dejando de lado la búsqueda real del acto de la escritura. Creo que lo digital es una herramienta como cualquier otra que nos permite tanto construir una casa como rompernos la cabeza. Depende de las manos en las que caiga, claro. En mi caso, me gusta pensar que lo digital me da la oportunidad de difundir dónde voy a transitar en carne y hueso, así se pueden producir encuentros. Siempre digo: digitalicemos todo, excepto el secreto de cómo liberarnos de lo digital. No seamos cien por ciento electrodependientes, porque esa estructura un día se puede desplomar. Además, pensemos que la energía eléctrica es un recurso que ni siquiera todo el mundo tiene en su casa, y con el cual cada vez menos personas pueden contar porque la globalización es bastante impiadosa con quienes no terminan de adaptarse al salto digital. Estamos hablando de comunidades donde lo digital no forma parte de su cotidiano, entonces me parece importante que el libro llegue a esos lugares. Especialmente cuando las historias que se cuentan tienen mucho que ver con esas realidades. Por eso viajar me sumó tanta experiencia.

Hay en juego varios dilemas que se respiran en el aire, un aire que fue respirado muchas veces, inhalado y devuelto a su circulación. Pesadamente, sin desmerecer el problema de la objetividad de los instrumentos. En este caso el digital. ¿Hay una neutralidad de esos implementos que permita su utilización con diversos énfasis, la creación artística o la alienación personal, en caso de que esta no sea una búsqueda consciente del escritor? Hemos escuchado dos voces, la de Natalie Wynn y la de Juan Solá. Ambas se hallan inmersas en el mundo digital, pero de maneras diferentes. 

Wynn posee un programa completo de instrucción política que critica los instrumentos que usa en el seno de esos mismos instrumentos. Superaría, dice el autor de la nota (Facundo Carmona), la crítica intelectual humanista ingenua respecto a cómo los bancos de datos sustraen información y cómo se colocan emplastos sobre la “persona real” dotándola de la facultad lírica de la transmutación carnavalizada en permanencia y mutabilidad extrema. Coincidimos con este punto de vista, además de que nunca nos asustamos ante este giro que toma “la presencia del ser en el mundo”, la fluidez de género, el no binarismo, la transfiguración sexual, las experiencias radicales de cuestionamiento del emplazamiento biológico. No obstante, sigue en pie el dilema de las redes como sustitutas de la filosofía clásica y el cine que conocimos, por ejemplo el que estudia Deleuze con sus definiciones sobre la imagen-tiempo y la imagen-movimiento. 

Natalie Wynn es una militante transgénero, que estudió música en Berklee, filosofía política en una universidad de Noroeste norteamericano y, evidentemente, cine, por la calidad de sus videos, pues la habilidad estético-política reside en trasladar a escenas irónicas y de un humor patafísico sus novedosos ataques a las derechas de Estados Unidos. Sin duda, el resultado de su trabajo en las redes es de los más sofisticados, irreverentes y políticamente creativos. Pero subsiste la cuestión de a qué llamamos debate político o, mejor dicho, qué significa la lucha política en tanto expresión de fuerzas sociales enclavadas en la materialidad histórica (materialidad de primero, segundo o tercer grado, según sus instancias de abstracción, referencialidad con el objeto y lógicas estetizantes de las que se acompañen) y no en la fugacidad de las “visitas al sitio”. 

Para emplear una expresión que se mentó mucho más que la dificultad para pronunciarla, son estas experiencias desterritorializadas, que nos desafían pero que no hay que aceptar en primera instancia, ante el asombro que producen los fantasmas que entran y salen de ellas (una cantidad de sombras igual a la población nacional) como impalpables fenómenos sociales. En suma, pienso que hay que evitar aquí el problema de la “cancelación”. Tomo también una palabra habitual, que ya se usa de determinado modo grupal, como clave de intelección en comunidades juveniles. “Cultura de la cancelación” supone la caída en desgracia de ciertos núcleos de problemas, ciertos lenguajes, o ciertos personajes que son sometidos por la “justicia mediática” a una creciente denigración que, aunque no sea explicada, los saca de escena. Pues bien, así como aquel periodista “cancelaba” la opción por la política militante ante más de treinta mil asistentes a un concierto de rock, ahora un número de personas, equivalente al censo nacional argentino de 2010, asistirían con los ingeniosos videos de Wynn a una hipotética cancelación del ámbito político de los seres y conciencia en corporeidad presente. Ante eso, aunque también la reflexión puede ahondar más en la cuestión, es interesante lo que dice Juan Solá, irónicamente. Digitalizarlo todo, menos la clave secreta que permitirá liberarnos de lo digital. He allí un grave y asombroso programa político, inspirador, atípico, probablemente irresoluble.

 

(El libro Humanismo, impugnación y resistencia. Cuadernos olvidados en viejos pupitres apareció en diciembre de 2021 en editorial Colihue. Aquí podés conseguir tu ejemplar).

 

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