Los destinos de los jugadores del Ascenso que cuelgan los botines son diversos, pero todos coinciden en un mismo punto: hay que salir a ganarse el mango. El futbolista de las categorías bajas de Argentina casi que no tiene la posibilidad de acumular más que salarios de subsistencia. El 30 del mes cobra el último sueldo y el 1 tiene que salir a buscar trabajo.
El mapa que se despliega tiene diferentes aristas. La gran mayoría prioriza continuar ligada al ámbito del fútbol porque es tierra firme, con un intenso arraigo y sentido de pertenencia hacia un deporte que practican desde chicos. Pero es una minoría la que tiene la posibilidad de seguir trabajando en el área. Los futbolistas que se retiran con una profesión son todavía menos y otro grupo más grande se la rebusca con lo que puede. Si bien muchos trabajan mientras juegan, tienen que reemplazar prontamente el ingreso que recibían del fútbol para mantener el mismo nivel de vida.
Si algo escasea en el Ascenso es la previsibilidad. De la B Metropolitana para abajo, la gran mayoría de los jugadores entrena a la mañana y a la tarde tiene que buscar otra cosa porque con la plata que reciben desde los clubes no alcanza, en especial quienes tienen familia. A ese marco de inestabilidad se le suman también prácticas que recorren los vestuarios: premios, castigos, recibos con números dibujados, demoras en los pagos y aprietes que son moneda corriente en un mundo en el que la presión por ganar y por cobrar el sueldo están muy adheridos.
El fútbol, y el de Ascenso en particular, es un mercado poco regulado. El convenio colectivo de trabajo acordado entre la Asociación de Fútbol Argentino (AFA) y Futbolistas Argentinos Agremiados establece los salarios mínimos y los premios para cada categoría, pero al mismo tiempo es vox populi que la precarización está a la orden del día. De todos modos, las instituciones también pautan premios con los planteles por fuera del convenio en forma de incentivo. Según el relato de un ex jugador, en un club de las últimas categorías les pagaban un plus por buenos resultados en pilones de billetes de diez y veinte pesos de dudosa procedencia, ligados a la barra brava. Muchos jugadores acuerdan un contrato pero a fin de mes les pagan una suma inferior. La dinámica es cruel: el futbolista tiene que firmar un recibo que indica que cobró cierta cantidad de plata cuando en realidad le están dando mucho menos. Otro manejo que se repite es el caso de los jugadores que al momento de acordar el contrato con el club se ven obligados a suscribir los doce recibos del año de entrada. A pesar de esa realidad, la exigencia deportiva es la misma que para un jugador de la A: ganar siempre, siempre ganar.
Claudio Paz, legendario ex arquero del Ascenso, hoy entrenador en Fénix y empleado público del municipio de Moreno
atajando penales
Según la reglamentación de la AFA, la B Metropolitana, la Primera C y el Federal A son categorías profesionales, mientras que la Primera D y el Regional son amateur. Recién en 2013 la AFA y Futbolistas Agremiados elevaron a la C como categoría profesional. Sin embargo, si se detiene la mirada en la parte económica, la clasificación puede resultar generosa. Mientras que en la B Metro todos los jugadores de un plantel tienen que tener contrato, en la C la obligación de los clubes es contar con 16 profesionales y en el Federal A el número desciende a 8, siempre dependiendo del equipo. En la D y en el Torneo Regional Amateur no hay un vínculo oficial entre jugador y club, por lo que los salarios pueden variar mes a mes. Con la última actualización de febrero, los sueldos básicos son de 31.300 pesos para el Federal A y la B Metro, y 27 mil para la C. En ese marco influyen la trayectoria de cada jugador, el protagonismo que tiene en el equipo y el rendimiento individual. La AFA no les gira grandes cantidades de dinero a los clubes. Las instituciones tienen pocos socios y entonces pocos ingresos. Desde los clubes argumentan que parte de la billetera se la come el pago de los impuestos, la policía, la ambulancia y los viajes en los partidos de visitante.
Claudio Paz se despidió de la práctica profesional en diciembre de 2019. El histórico arquero del Ascenso le puso punto final a su carrera a los 42 años con un partido homenaje en la cancha de Leandro N. Alem. Esa tarde en General Rodríguez cerró un ciclo de veintitrés años que incluyó pasos por Alem, Ferrocarril Midland, Cañuelas, Dock Sud, Ituzaingó, Camioneros, Argentino de Quilmes, Muñiz, San Martín de Burzaco, Sportivo Barracas y experiencias en el fútbol colombiano y paraguayo. Debajo de los tres palos logró cinco ascensos con más de ochocientos partidos disputados. Sin embargo, a Paz se lo recuerda también por su pegada. Una tarde de diluvio en Rosario, defendiendo los colores del equipo de Burzaco, se acercó a patear un tiro libre de más de treinta metros: la clavó en el ángulo. “Siempre decía que yo iba a dejar al fútbol, no que el fútbol me iba a dejar a mí. Tomar la decisión es muy difícil porque uno nunca quiere dejar. Estoy muy contento y no extraño el fútbol ni las canchas”, se ataja. Ahora, con 43 años, milita en la agrupación Unidos y Organizados de General Rodríguez y transcurre sus días como entrenador de arqueros en el fútbol femenino de Fénix y en Atilra, equipo que juega en la liga de Luján; también labura en la secretaría de Obras y Servicios Públicos de Moreno, en donde colabora con los clubes de barrio: “Nosotros les ofrecemos las maquinarias y las motoniveladoras para hacer zanjeros y luminarias y ayudarlos a crecer. Hacen todo a pulmón, son gente trabajadora y todo les cuesta”.
Para Paz al jugador de la C y la D se le hace muy difícil sobrevivir con el sueldo que gana y mucho más juntar plata para comprar un auto o una casa: “Es imposible si no tenés otro trabajo. De la B Nacional para abajo no se puede vivir. Yo empecé a trabajar en 2007 y soy un agradecido”.
Pero su caso es inusual. Una gran porción de los jugadores no se retira como sueña. Algunos de los factores que determinan esa decisión tienen que ver con las lesiones, la edad, la familia, la imposibilidad de conseguir un club y la aparición de una oferta laboral imposible de rechazar.
Pedro Argüello debutó a los 21 años como arquero en Excursionistas. Había llegado al club en sexta división y fue de los pocos de su categoría que pudo llegar al plantel profesional. Durante su carrera también llegó a préstamo a Central Ballester y a Liniers, ambos clubes de la Primera D. “Era hacer malabares para pagar las necesidades básicas. Mientras entrenás estás preocupado si te van a pagar, si vas a poder pagar el alquiler o si le vas a poder comprar un par de zapatillas a tu hijo. Quizás tenés mala suerte, perdés tres partidos seguidos y se demoran los sueldos. Te pagan por la mitad y es un dolor de cabeza. En el Ascenso juega eso de que perdés y te pagan la mitad. Lamentablemente aceptamos las reglas de juego que imponen los dirigentes que muchas veces no son las acertadas”, explica el ex arquero. Seis años después chocó con una realidad que lo obligó a tomar la determinación de dejar el fútbol. Con poco lugar en Excursio, en junio de 2019 le comunicaron desde el club del Bajo Belgrano que no iba a ser tenido en cuenta para el próximo campeonato y pidió la rescisión del contrato. Mientras evaluaba otros destinos recibió una oferta laboral en un call center y no dudó: “Tenía ganas de seguir jugando pero no podía rechazar la propuesta porque me servía tanto en lo económico como con la cobertura médica que podía llegar a tener. Cerraba por todos lados. Iba a tener un ingreso de plata que en el fútbol de Ascenso no iba a ganar. No me gusta el trabajo pero tomé una decisión más por una cuestión razonable y no por el lado sentimental. Ahora sé qué día cobro y puedo planificar. Con el fútbol no podía hacer eso”. Mientras tanto, ahora estudia el profesorado de educación física.
los profesionales
Martín Civit jugó su primer partido en primera en 2005 con la camiseta de Arsenal. Tres años después se fue a jugar a Alajuelense de Costa Rica. Tras un breve paso por la liga de Finlandia, arribó al Ascenso argentino en Comunicaciones. Jugó otros cuatro años en Talleres de Remedios de Escalada y terminó su carrera en Ferrocarril Midland. En 2015 se recibió de licenciado en Kinesiología y Fisiatría: “Tuve la suerte de poder formarme. Para 2016 y 2017 entrenaba a la mañana y trabajaba tres tardes por semana en el consultorio como kinesiólogo”. El volante tenía ganas de seguir jugando un tiempo más pero a sus 35 años se topó con una disyuntiva. “Un poco me quedé sin equipo y otro poco tenía que darle bola a mi otra profesión. Le quitaba mucho tiempo, sobre todo ir capacitándome y agarrar trabajo. Estaba más grande y la balanza se iba inclinando. Si quería seguir jugando era más un capricho. Mi futuro estaba en la otra profesión. Económicamente ya no me convenía”. Desde el año pasado coordina los seleccionados de fútbol once masculino y femenino de la municipalidad de Avellaneda. Trabaja de kinesiólogo en el futsal de Barracas Central y está haciendo el curso de técnico: “El golpe es el mismo pero se atenúa. Le dedicás 20 años a algo que de golpe te dice: mirá, esto se terminó. Estás en cero y en una hoja en blanco. Lo único que sabés hacer es esto”.
Como a todo el mundo del fútbol, a Andrés Guzmán la pandemia lo puso en una situación de incertidumbre total. “El Tanque” estaba jugando en Lamadrid, el equipo de Villa Devoto, y terminando la carrera de kinesiólogo. Un mes más tarde, el presidente Alberto Fernández inauguró el Sanatorio Antártida con la presencia de Axel Kicillof, gobernador de la Provincia de Buenos Aires, y Hugo Moyano, titular de Camioneros. A partir de ese momento, el nuevo Centro de Atención de Emergencias para la pandemia funcionó como lugar de internación para pacientes de coronavirus. Frente a la alta demanda de kinesiólogos por el contexto epidemiológico, la institución empezó a buscar profesionales de ese área. Uno de los seleccionados fue Andrés Guzmán. “Mi retiro fue sorpresivo. Cuando empezó la pandemia empecé a trabajar en el sanatorio. Me vinieron a buscar equipos de la C, de la B Metro y del Federal A pero ya estaba tranquilo desde lo económico y desde lo emocional. Decidí no aceptar las propuestas. Hasta hoy me cuesta decir que estoy retirado, pero por dentro ya pienso que colgué los botines”, analiza el Tanque, que debutó en Vélez en 2008 y pasó por Deportivo Merlo, Defensores de Belgrano, Brown de Adrogué, Laferrere, Boca de Río Gallegos, Fénix, Cañuelas, Luján, Excursionistas y Lamadrid. “Cuando me fui a jugar al interior y volví a la B Metro los dirigentes me hicieron firmar todos los contratos de antemano. El mínimo era de 16 mil pesos y el club me pagaba 800 pesos por mes. Era eso o me quedaba sin club. Fueron seis meses así”, recuerda. Ahora trabaja con contagiados de COVID de baja y alta complejidad y al mismo tiempo tiene pacientes particulares a domicilio o en la casa.
gambeteando en la precariedad
De a poco y con muchos obstáculos, la carrera de Patricio Grgona fue creciendo. El defensor central empezó su carrera en el club del cual es hincha, El Porvenir, y pasó por Los Andes, Acassuso, Estudiantes de Buenos Aires, Textil Mandiyú, Camioneros, Ferrocarril Midland y Las Palmas de Córdoba. Uno de los puntos cúlmines de su carrera fue en 2014, cuando logró el ascenso al Nacional B con Los Andes, situación que le permitió prosperar desde lo económico. Sin embargo, señala que “en 20 años de carrera no estuve un año entero al día”. Previo a la pandemia estaba jugando en Las Palmas, equipo del Regional Amateur: “Me fui para allá porque estaba todo muy contaminado acá. A sus 39 años está sin club y desocupado pero tiene la intención de jugar un tiempo más. “No me quiero retirar sin estar dentro de la cancha y con la pandemia en el medio”, advierte Grgona, quien sigue entrenando para mantenerse en ritmo de competencia. Sin embargo, se viene preparando para ese momento hace años tanto desde lo emocional como desde lo formativo. “Voy al psicólogo hace 10 años. Hace un tiempo vengo tratando el tema del retiro y preparándome para otra cosa. El fútbol te da muchas emociones que son difíciles de reemplazar. Vivís cosas que no encontrás en otros lugares. Me va a doler muchísimo pero hay que dar vuelta la página rápido y hacer otra cosa”, señala el defensor, que ya hizo cursos de mánager deportivo, entrenador y de coach ontológico.
Grgona explica que cuando “podía juntar un peso para comprarme la casa había un chico que no estaba cobrando los viáticos. Eso es el Ascenso. Juntábamos plata para que pueda cargar la SUBE y para que venga a entrenar. Hay muchos imponderables, situaciones límite donde si alguien la está pasando bien no lo podés disfrutar del todo porque el de al lado tuyo la está pasando mal”. La foto que revela Grgona, el ex capitán de Midland, ilustra otra realidad del Ascenso, donde hay una gran desigualdad salarial entre los más chicos y los grandes en un plantel.
Cuando Oscar “el Pinino” Álvarez encaraba por la raya, la Primera C todavía era amateur, los partidos no se transmitían por YouTube y la cancha de Ferrocarril Midland tenía pasto natural. “Si hubiésemos tenido las redes sociales muchos chicos de mi camada se hubieran ido a jugar afuera”, apunta. El Pini vive en el barrio Libertad, a cinco cuadras del estadio, hizo todas las inferiores en el Funebrero hasta su debut y formó parte del plantel de la Primera D que consiguió una racha de cincuenta partidos invictos en la temporada 1988/1989: “Si ganabas, cobrabas 100 o 150 pesos por partido, si empatabas cobrabas menos y se perdías no cobrabas. Teníamos la obligación de salir a la cancha y ganar sí o sí porque queríamos llevar la plata a casa. Esa era la realidad”. En 1990 se fue a jugar dos años a Justo José de Urquiza para después volver al club de sus amores y retirarse a los 33 años como campeón con el Ascenso de 1999 en la cancha de Estudiantes de La Plata. “Me retiré por muchas lesiones. El Ascenso no es fácil, es roce continuamente. Tenía los dos tobillos rotos, fracturados y con muchos esguinces. También tenía cansancio, estaba la familia y el embarazo de mi señora. Se complicaba todo. Queda un vacío enorme por haber jugado tantos años al fútbol”, explica el Pini, que sigue jugando en el super senior de Midland, ahora sobre el césped sintético y en el de la selección argentina. Mientras jugaba laburó siempre. Trabajó en un negocio con el hermano: salía a repartir pizzas y empanadas en auto o en moto. “También vendí diarios a la mañana y a la tarde me iba a entrenar. Después tuve la suerte de empezar a trabajar en la municipalidad de Merlo en Obras Públicas. Hoy con mi familia tenemos una pequeña fábrica de papel higiénico. Vamos sobreviviendo. Obviamente me hubiese gustado vivir del fútbol pero no se pudo”, relata el volante, quien también supo trabajar ocho años en una fábrica de membranas.
Matías Basualdo jugó su último partido este año en la primera ronda del reducido de la Primera D contra Deportivo Paraguayo. El ex atacante empezó su carrera en el Club Atlético Lugano, donde disputó más de 200 partidos, tuvo un paso por Victoriano Arenas y Liniers y volvió al Naranja para cerrar su etapa como jugador a los 30 años. Es masajista y terminó el curso de técnico que ofrece la AFA. “Me retiré este año por temas laborales. Tenía una buena propuesta de trabajo y puse en la balanza la edad y por cómo venían con el tema de los mayores en la categoría sentía que era el momento justo”, explica el ex delantero.
Es que en la Primera D mantenerse en un equipo no es tan sencillo. A partir del próximo campeonato, la AFA determinó que los planteles podrán contar con tan solo seis jugadores mayores de 23 años por plantel y no por partido como venía ocurriendo. A esta nueva disposición se le agrega otra ya vigente que establece que los futbolistas que alguna vez firmaron contrato no pueden participar de la categoría. “Los sueldos varían desde un pibe que recién sube y pueden rondar los 2 mil pesos y los que más ganan estarán en 15 mil. Me las arreglaba bien ya que no variaba mucho lo del club, mi fuerte era vender ropa y zapatillas”, señala. En este momento trabaja en una sodería.
El Ascenso también es un destino elegido por los jugadores que por diferentes motivos no llegan al plantel profesional en los clubes de la A. Tal es el caso de Rubén Domínguez, que llegó después de hacer las inferiores en Racing y Argentinos Juniors. Debutó a los 17 años con la camiseta de Sacachispas contra Defensores Unidos de Zárate y continuó su carrera en Liniers y Lugano. “Siempre me mantuve trabajando. Todos sabemos que el Ascenso no es una gran entrada sino que tratamos de cumplir nuestro sueño como futbolista”, explica el volante. Uno de sus trabajos fue como fumigador mientras jugaba. Su último partido también fue vistiendo los colores del Naranja contra Deportivo Paraguayo por el reducido. Cuando terminó el campeonato se quedó sin club. “Dejé el fútbol ya que a mi edad necesito trabajar y pensar en mi bienestar y mi futuro”. Ahora, a sus 27 años, labura como ayudante de cocina en un restaurante y estudia para ser policía de la Ciudad.
El equilibrio entre el amor al fútbol, el salario, la edad, el estudio y el mercado de trabajo tarde o temprano se desgarra. Quedarse afuera del sistema o salir por decisión propia implica reperfilar una vida construida en gran medida alrededor del sueño de jugar a la pelota. Pero en el Ascenso el desafío es doble: hay que gambetear en la cancha y también a la incertidumbre económica.