Todos, incluso quienes fuimos a votar sin entusiasmo, fuimos sorprendidos por los resultados del domingo 19 de noviembre en las elecciones generales chilenas. La irrupción del Frente Amplio (FA), novísima coalición que obtuvo el 20,3% de los votos, se ha sentido como un acto de resistencia cívica y popular y como la reapertura del juego político institucional de cara al futuro. Se ha hablado de una izquierdización de las elecciones, incluso por sutiles analistas del establishment.
No es sólo que, en la presidencial, el FA estuvo cerca de superar con Beatriz Sánchez a Alejandro Guillier, de la coalición oficialista Nueva Mayoría (quien finalmente sacó 22,7%), y pasar así a disputar el balotaje contra Sebastián Piñera, el conspicuo empresario que abandera a la derecha y el neoliberalismo. Es también que los resultados de las parlamentarias convierten la sorpresa en una sólida bancada de veinte diputados y un senador, que tendrá un papel relevante en el entrante Congreso. Hay más: la derecha y el establishment esperaban realmente que Piñera (conocido popularmente como Piraña por sus oponentes y Tatán para sus partidarios) sobrepasara el 40% de los votos, asegurándose así un piso casi insuperable para el balotaje, y con ello una nueva Presidencia. No fue así, Piraña obtuvo 36,6% y primó la desilusión en sus huestes.
Otro elemento ambivalente y difícilmente discernible es la altísima abstención, que alcanza el 53%, relativiza los resultados y pone en juego parte de su legitimidad. Un fenómeno seguramente atravesado por rabias y desafecciones antisistema (potencialmente auto-politizables), pero también por apatías individualistas y catatonías emanadas de la precariedad existencial, fondo de pulsiones inescrutables parido por el neoliberalismo. Su persistencia y eventual crecimiento en la segunda vuelta parecen favorecer a Piñera.
pasar de pantalla
La perspectiva dibujada por las encuestas (dominadas por el establishment, performáticas y ahora totalmente desprestigiadas) era muy poco alentadora. Sólo el de la Nueva Mayoría resultó un buen boceto, con un mediocre resultado de Guillier y la baja ostensible de su número de parlamentarios. No deja de ser alentador que hayan sido jubilados muchos de los nefastos personajes del ala más conservadora de la ex Concertación, hoy Nueva Mayoría. También varios de los más duros derechistas clásicos.
Personajes que fueron fundamentales en la gobernabilidad de la interminable "transición", una administración bipartidista del neoliberalismo instaurado por la dictadura: todavía rige a Chile la Constitución pinochetista de 1980, con algunas reformas menores en el período de Ricardo Lagos. Lo ominoso de esta trayectoria histórica se comprende mejor si se considera como una deriva del terrorismo de Estado y de la subsiguiente cooptación de gran parte de la izquierda y centroizquierda clásica por el neoliberalismo.
Movimientos anteriores, sobre todo el mapuche, habían abierto trocha, pero fue el ciclo que va desde el movimiento secundario pingüino de 2006 a la explosión estudiantil del 2011-2012, con la emergencia multitudinaria de nuevos movimientos sociales profundamente críticos y portadores de una nueva cultura y perspectiva política, los que constituyeron un acontecimiento telúrico que quebró la hegemonía simbólica del neoliberalismo, o al menos la puso fuertemente en cuestión por primera vez desde el fin de la dictadura. Del movimiento social por la educación pública surgieron buena parte de los actuales jóvenes líderes del FA; pero no fue el único, hubo luchas de trabajadores subcontratados, ecologistas, por la vivienda, nuevos feminismos, malestares que se transformaron en inéditas politizaciones.
La Nueva Mayoría y el segundo gobierno Bachelet (que supuso la incorporación del Partido Comunista al oficialismo) supuestamente recogían este malestar y dialogaban con estas emergencias, intentando simbolizarlos por medio de una Campaña electoral y un Programa de gobierno (así con mayúsculas y rimbombancia) que condujo a la victoria a Bachelet. Algunas de las figuras y fuerzas que hoy integran el FA, incluso, participaron directa o indirectamente del gobierno en sus inicios.
Sin embargo, las Reformas (Tributaria, Laboral, Educativa, Constitucional) fueron despojadas de sus núcleos duros anti-neoliberales. La cuestión constitucional, que desde los movimientos había sido planteada como la necesidad de una Asamblea Constituyente ciudadana y participativa que supere el orden pinochetista, no pasó de un simulacro. Las energías y esperanzas desatadas por el 2011 fueron hábilmente empantanadas en proyectos de ley y tiempos parlamentarios divorciados de aquellas emergencias.
Por añadidura, ni bien iniciado el gobierno de la Nueva Mayoría se develaron con pelos y señales las tramas del financiamiento irregular y la corrupción de la casta política. El caso explicó muy gráficamente la sujeción del poder político respecto del gran empresariado, del que a su vez se develaron descomunales episodios de colusión, cartelización y esquilme masivo, que profundizaron el desprestigio de la narrativa neoliberal y sus mitos emprenditoriales.
Las encuestas recogían el descontento generalizado y habilitaron una operación interpretativa de la derecha y el establishment mediático, que neutralizaba el diagnóstico de la intelectualidad crítica sobre el malestar y revestía de una fortaleza inamovible (aunque perfectible) al ethos individualista, mercantil, "meritocrático" y competitivo de la sociedad chilena. El surgimiento del Frente Amplio fue objeto de un intenso bullying, como una fuerza de “nenes bien” desconectados de la realidad y con aspiraciones de expresar al pataleo inmaduro del 2011. Obviamente, la Nueva Mayoría hizo suyo esta lectura del presente que estalló el pasado domingo.
lo que viene
Lo que el resultado electoral puso en evidencia es que el descontento mayoritario se debe a la superficialidad de las reformas, y no al revés. En la educación la ambigüedad es emblemática: se inició un proceso de gratuidad universitaria solo para los sectores de más bajos ingresos, pero sin sacar al mercado de la educación ni fortalecer decididamente a la educación pública. Un engaño al espíritu del 2011, para el cual no se trata de dinero sino de derechos sociales y dignidad existencial.
Tuvimos que escuchar, luego de que un millón de personas salieran a las calles convocadas por el Movimiento No+AFP en demanda de una seguridad social desmercantilizada, a una Bachelet que nos decía que "Chile nunca podrá abandonar completamente el sistema de capitalización individual", como si este no pagara pensiones de miseria mientras sus fondos financian la usura financiera que se revierte contra el mismo pueblo que los acumula con su trabajo.
Que el FA haya roto su encapsulamiento en franjas electorales de clase media, obteniendo muy buenos resultados en sectores populares, aumenta el volumen del grito. Sus resultados fueron excelentes en la región de Valparaíso, ganando incluso una impensada senaturía allí donde la coalición La Matriz, encabezada por Jorge Sharp (otra figura del FA emergida del movimiento estudiantil, como Giorgio Jackson y Gabriel Boric), ganó recientemente la Alcaldía de Valparaíso y ha desarrollado un arraigado trabajo territorial-comunitario que ahora se retroalimenta con el resultado electoral.
Ciertamente, no es para pasarse películas ni olvidar las incógnitas y dilemas que se abren inmediatamente. Para empezar: otra importante irrupción es aquella de la ultraderecha capitaneada por Felipe Kast, un relativamente joven y peculiar germanófilo que se opuso a las mejores reformas del gobierno Bachelet (como el aborto legal por tres causales o la unión civil homosexual) y no trepidó en apañar a los militares pinochetistas, abogar por la mano dura contra los inmigrantes o por la ampliación del derecho a portar armas, bien al estilo trumpista. Su 8%, sumado al 36 de Tatán Piraña, da 44, una expectante cifra derechista de cara al balotaje que se viene. Esa sumatoria sí será aritmética, a diferencia de lo que suceda con la votación del FA y otras menores con respecto a Guillier, que implica una ardua operación político-matemática.
Figuras frenteamplistas como Jackson y Sharp ya lo han señalado, haciendo hincapié en que debería derrotarse la opción de que la derecha vuelva al gobierno nacional. Lo cual depende de definiciones que habrá que ver si Guillier y la Nueva Mayoría son capaces de enarbolar. Si no es así, probablemente Bachelet le tenga que pasar la banda presidencial a Piñera, nuevamente, por otros cuatro años.
Uno y otro escenario son por supuesto diferentes. Sin entrar a valorar aquí (se juega el clásico partido cuanto peor mejor vs. el mal menor), lo cierto es que difícilmente un segundo gobierno Piraña sea igual al anterior. En aquel primero (2010-2014), la irrupción movimientista chilena se daba en el marco de otras irrupciones globales (los indignados, Occupy, las primaveras árabes) y en una América Latina todavía mayoritariamente gobernada por gobiernos populares o populistas. Ahora, la nueva derecha asola al continente, el trumpismo comanda una peligrosa emergencia neocon y para las fuerzas neoliberales es tiempo de ofensiva, de avanzar sin transar. Este plano de la política "exterior", en el cual el gobierno Bachelet por medio de su canciller Heraldo Muñoz se paró sin medias tintas en el campo reaccionario (siendo antes y después más TPPeista que el propio Obama), dibuja también dilemas y ambivalencias del FA, que lo mismo ha tenido interesantes acercamientos a las tendencias de los nuevos municipalismos y ciudades rebeldes, que lecturas superficiales y poco matizadas de los procesos políticos latinoamericanos.
Además de qué hacer de cara al balotaje, otros desafíos aguardan al FA. Seguramente, seguir elaborando su heterogeneidad constitutiva, que lejos de algo negativo parece conectarlo con aquella nueva radicalidad del 2011 chileno, múltiple de por sí, y con las corrientes ético-culturales que en general constituyen la cara positiva de la ambivalencia contemporánea. Para perfilar desde ahí definiciones políticas y rumbos programáticos que le permitan sostener esta irrupción electoral, prolongarla quizás en la elaboración de políticas públicas, permaneciendo fiel al ethos anti-neoliberal y democrático de la cual surgió y pensando en llegar al gobierno en 2022. La necesaria profundidad de este debate en proceso ya ha sido señalada por algunos lúcidos análisis internos.
Si el ethos neoliberal, profundamente arraigado e institucionalizado en Chile durante los últimos cuarenta años, que tuvo la fuerza suficiente (con sus mitos de la emprenditorialidad meritocrática y el individualismo del riesgo) para llevarse puesta toda una época y una cultura que había costado un siglo parir, está definitivamente en crisis o no; si se trata más bien de grietas que habrá que profundizar con paciencia de ecoagricultor, hacker o zapador, antes que de añoradas horas finales (como parece sugerirlo el sólido 44% de una derecha sin ambages), son cuestiones que deberán definirse en esta nueva escena que se abre.