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Bases para un contrato social tecnológico
En el gabinete de Alberto Fernández hay una figura que entró de sorpresa, ocupa la Secretaría de Asuntos Estratégicos y según los medios de comunicación es la pieza clave del gobierno que se inicia. Luego de ocupar cargos sensibles en las administraciones de Menem y Néstor Kirchner, de los que fue eyectado por oponerse a los modus operandi de “la política”, Gustavo Beliz trabajó más de una década para el Banco Interamericano de Desarrollo (BID). El texto que publicamos fue escrito en 2017 y resume las nociones principales de su programa de modernización.
02 de Enero de 2020

 

¿Los robots serán una fuente de creación, desplazamiento o destrucción de empleos? ¿Cómo afectará el fenómeno de la automatización acelerada a los procesos de integración y comercio de América Latina? Estas son las dos preguntas clave que las tecnologías exponenciales nos plantean.

Se trata, por un lado, de reconvertir nuestra matriz productiva a la luz de la Cuarta Revolución Industrial y, por el otro, de garantizar que los cambios tecnológicos promuevan la equidad social. Responder con éxito a semejante desafío, en una de las regiones más desiguales del planeta, donde conviven los teléfonos móviles de última generación con un tercio de su población que come solo una vez al día, significa alinear esfuerzos públicos y privados en una arquitectura institucional innovadora e inclusiva.

Los robots marchan sobre nuestra vida cotidiana a través del fenómeno incipiente de la inteligencia artificial y la digitalización, pero no se han organizado aún estrategias predictivas y proactivas para que el cambio tecnológico sea capaz de revertir el rumbo de pobreza e inequidad de la región. De eso se trata. De comenzar a conjugar un conocimiento de avanzada y una ciencia con conciencia, que despliegue energías multidisciplinarias rumbo a un contrato social tecnológico para América Latina.

El mundo, en sus diferentes instancias, está planteando esta necesidad a través de actores e instituciones por demás relevantes. No se trata de clichés de ciencia ficción, sino de la academia y los principales protagonistas de la gobernanza global pronunciándose.

Howard Gardner, uno de los padres de las teorías cognitivas, sostuvo: “Una vez que se cedan las decisiones de alto nivel a las criaturas digitales, o esas entidades de inteligencia artificial cesen de seguir las instrucciones programadas y reescriban sus propios procesos, nuestra especie ya no será dominante en el planeta”. La Pontificia Academia de Ciencias del Vaticano promovió un seminario de alto nivel sobre inteligencia artificial, con una pregunta inquietante: “¿Pueden las máquinas tener conciencia?”. El Parlamento Británico convocó a expertos que redacten líneas maestras para adaptar mejor la inteligencia artificial al mundo laboral. Nick Bostrom, director del Future of Humanity Institute, de Oxford University, afirmó: “La superinteligencia artificial puede ser la peor o la mejor cosa que ocurra en la historia humana”. Chris Anderson, curador de las conferencias TED, dice de manera provocativa: “Nosotros versus las máquinas es un equivocado esquema mental. Nos guste o no, todos –nosotros y nuestras máquinas– formamos parte de un inmenso cerebro conectado. Alguna vez tuvimos neuronas. Ahora, estamos siendo nosotros las neuronas”. Alec Ross, especialista en el tema, resalta: “La nueva generación de robots será producida masivamente a costos declinantes y los hará crecientemente competitivos incluso con los trabajadores de menores ingresos”.

Hasta Peter Gabriel, el famoso cantautor, anticipa: “Parece inevitable que el decreciente costo del escaneo de la mente, junto al creciente poder de la computación, nos lleve pronto al punto en que nuestro propio pensamiento será visible, descargable y abierto al mundo en nuevos modos. Los pasados años hemos presenciado robots que construyen puentes y casas, directamente de impresoras 3D. Pero pronto seremos capaces de conectarnos con el pensamiento del arquitecto e imprimirlo y ensamblarlo en un edificio inmediatamente. Lo mismo ocurrirá con el cine, la música y todo proceso creativo”. Esta última reflexión nos conduce a la colisión entre miradas de transhumanismo y singularidad –promotoras de un progreso tecnológico infinito que llega a especular hasta con la inmortalidad–, junto a propuestas de resistencia al cambio y anarcoprimitivismo, que proclama un boicot frente a las modificaciones técnicas.

¿Tiene algo que decir y reflexionar nuestra región sobre estos desarrollos tecnológicos? ¿Podemos contribuir a dotar de sensibilidad, productividad y humanidad a este cambio exponencial? Pocos espacios del mundo laboral y de nuestra integración productiva –ya sea que esté basada en la alta sofisticación intelectual o en la baja calificación técnica– permanecen ajenos a este vendaval.

El mundo, en sus diferentes instancias, está planteando la conjugación de un conocimiento de avanzada y una ciencia con conciencia a través de actores e instituciones por demás relevantes. No se trata de clichés de ciencia ficción, sino de la academia y los principales protagonistas de la gobernanza global pronunciándose.

 

los robots vienen ¿marchando?

En la Cuarta Revolución Industrial, los cambios se producen a la velocidad de la luz. Las disrupciones de tecnologías permiten crear nuevos mercados donde antes no había nada y vuelven obsoletos bienes y profesiones que son reemplazados por una nueva vanguardia de instrumentos. Las empresas se preparan para satisfacer nuevas necesidades y los sistemas educativos intentan seguir el compás a veces frenético de las nuevas habilidades requeridas.

En este contexto, la automatización del empleo genera grandes interrogantes. La Federación Internacional de Robótica calculó que en 2017 funcionan más de 1,3 millón de robots industriales instalados en fábricas de todo el mundo, liderados por los sectores automotriz, electrónico y metalúrgico. De este total, solo 27.700 se encuentran en América Latina y el Caribe. El 75% se concentra en apenas cinco países desarrollados, de los cuales Corea, Alemania y Japón son los que presentan mayor densidad de robot por obrero industrial.

Más allá de que estas cifras no incluyen el impacto de los robots en el –siempre complejo de medir– mundo de los servicios, resulta imprescindible afinar las métricas para analizar este fenómeno. Existe un debate abierto y reciente sobre el método adecuado para predecir el riesgo de automatización, que varía en gran medida según la metodología aplicada, y brinda así argumentos tanto para pronósticos apocalípticos como para utopías tecnocráticas. Las diferencias no son menores. Mientras para Frey y Osborne (2016), de la Universidad de Oxford, los riesgos son muy elevados y alcanzan el 85% en algunos sectores y países, otros autores asignan una probabilidad de solo un dígito al diferenciar ocupaciones de tareas específicas.

En esta última línea, la Federación Internacional de Robótica sostiene que se crean cuatro puestos de trabajo por cada nuevo empleo tecnológico, y que es debido a este multiplicador que los países con mayor densidad de robots en el mundo, Alemania y Corea del Sur, tienen al mismo tiempo las tasas de desempleo más bajas.

Kaplan explora el impacto que tendrán la robótica y la inteligencia artificial en nuestras vidas, y afirma que los robots vienen, pero que ellos no vienen por nosotros simplemente porque no existe un “ellos”: los robots no son personas y no hay pruebas convincentes de que puedan desarrollar sensibilidad.

Una cosa es segura: muchos trabajos se perderán y surgirán nuevas profesiones que hasta hace poco no existían. Las estimaciones del World Economic Forum (2016) auguran que 65% de los niños que están en escuela primaria trabajarán en empleos que hoy no existen.

La Federación Internacional de Robótica calculó que en 2017 funcionan más de 1,3 millón de robots industriales instalados en fábricas de todo el mundo, liderados por los sectores automotriz, electrónico y metalúrgico. De este total, solo 27.700 se encuentran en América Latina y el Caribe.

 

una nueva conectografía

En materia de comercio e integración, la automatización del empleo renueva las cadenas globales de valor y fomenta la relocalización de empresas debido a la posibilidad de reemplazar trabajadores por robots. El reshoring que permite la producción automatizada, junto a cierto desencanto por los resultados recientes de la globalización, puede significar la marcha atrás del proceso que condujo a descentralizar la producción con puntos neurálgicos dispersos alrededor del globo.

Al menos la mitad de las compañías estadounidenses con ventas superiores a los 10 mil millones de dólares considera traer sus fábricas de nuevo al país de origen. Al relocalizar sus centros productivos, las firmas logran disminuir sus costos de transporte, estar más cerca de los centros de consumo y dar mejores respuestas a los consumidores, incluso permite diseños a medida para cada cliente y entregarlos en cuestión de días u horas gracias a la cercanía.

Los desafíos se entremezclan con las oportunidades. La automatización tiene claras ventajas en la reducción de accidentes, la mejora en las condiciones laborales, la reducción o eliminación de trabajos de riesgo, el incremento en la productividad, la disminución de costos y el crecimiento económico, incluso en el comercio de sectores clave de la economía latinoamericana. En esta primera fase, se observa que el comercio bilateral crece 2% por cada 10% de incremento en la dotación de robots en países relacionados. Esto se corresponde con el alza de productividad lograda con la automatización, al menos para el sector automotriz, el rubro que concentra la mayor cantidad de robots industriales a nivel global.

Surgen así mecanismos para capturar divisas en los países de la región no solo en sectores económicos tradicionales, sino también en servicios basados en conocimiento y en rubros menos afianzados o con menos trayectoria, como el software, la tecnología aplicada a las finanzas o fintech, la biotecnología, la ciberseguridad, los medios de pago digitales, la robótica de servicios, el e-commerce, las energías renovables y los empleos tecnológicos verdes, donde nuevas tareas, como el cuidado de bosques o el reciclaje, están creando puestos de trabajo a una tasa del 9% anual, tres veces más de lo que crecen los empleos tradicionales.

Como la otra cara de una moneda, la automatización amenaza también con masificar el desempleo tecnológico hasta niveles nunca vistos. Una parte sustancial de las exportaciones y del empleo de América Latina y el Caribe se concentra en actividades que corren el riesgo de ser automatizadas, como la manufactura intensiva en mano de obra, la extracción de recursos naturales y servicios de calificación media como los contables, legales o de gestión.

Se trata de un riesgo que alcanza a una gran cantidad de ocupaciones, incluso a los llamados “profesionales de cuello blanco”. La automatización de tareas no tiene lugar solo en trabajos no calificados, sino también en tareas sofisticadas, aunque rutinarias. En los últimos diez años, se ha reducido en más de 20% el trabajo de bibliotecarios, traductores o agentes de viaje, personas con mucha formación. Ingenieros, matemáticos, abogados o contadores, junto a otros trabajadores de oficina, del sector público o privado, no son inmunes a este peligro.

Otros oficios deberán transformarse, adquirir nuevas habilidades para perdurar en el tiempo. Veamos por caso el transporte, un sector de la economía vital para la conectividad física de la región. Cada año se producen 273.000 accidentes que involucran camiones en Estados Unidos, con 3.800 víctimas fatales y 4,4 mil millones de pérdidas en mercadería. En los próximos diez años habrá 2 millones de camiones autónomos sin conductor que seguirán cursos predefinidos y serán controlados por sistemas de GPS en centrales a miles de kilómetros de distancia. Habrá entonces que repensar el oficio de conductor para asimilarlo más a un analista de datos que al chofer del siglo xx.

La logística ya está siendo revolucionada por Amazon, Google y startups que usan drones para envíos de paquetes. Goldman Sachs predice que se invertirán US$ 100.000 millones en los próximos cuatro años en el sector de drones. Su uso varía desde el sector militar hasta el segmento comercial, construcción, agricultura, seguros, inspección de infraestructura. La industria generará 100.000 puestos de trabajo y US$ 82.000 millones en la próxima década.

Se transfigurará también la vida laboral dentro de la empresa, con fenómenos de cobotización acelerada (convivencia humano-robot que ya acontece en la industria automotriz), incrementos sustantivos de productividad, como advierte la OIT, y donde Brasil y México han hecho punta en la región.

Según Gans, hay dos formas de lidiar con una disrupción tecnológica: de manera exitosa (Fujifilm, Canon) o desastrosa (Blockbuster, Encyclopedia Britannica). La mejor receta para pertenecer al primer grupo consiste en no subestimar el impacto de las nuevas tecnologías, reinventarse rápido y, sobre todo, mantener los ojos bien abiertos (Gans recuerda que Blockbuster tuvo en 2000 la oportunidad de comprar Netflix por solo 50 millones de dólares; la compañía de streaming que provocó la quiebra del gigante de alquiler de videos tiene un valor de mercado actual cercano a los 25 mil millones). ¿Cómo pueden las estrategias de integración mejorar las condiciones para enfrentar el cambio que se avecina?

una tecno-diplomacia para la integración 4.0

La región necesita repensar su estrategia de desarrollo a largo plazo. Las expectativas que se depositaron en las materias primas no se han cumplido y las economías locales continúan sufriendo la vulnerabilidad de los ciclos de precios de los bienes tradicionales de exportación. Diversificar las exportaciones con procesos que agreguen valor a los productos básicos e implementar nuevas estrategias de desarrollo donde la innovación sea el motor de crecimiento son ingredientes fundamentales de una fórmula exitosa. Las políticas de integración pueden contribuir a generar clusters de innovación y fomentar la creatividad, por ejemplo, a partir de compras públicas regionales.

Los acuerdos comerciales deben adaptarse al nuevo escenario, porque las negociaciones comerciales se encuentran rezagadas frente al rápido avance del cambio tecnológico. El intercambio de los servicios basados en tele-robótica y tele-presencia necesitará un esfuerzo multilateral de armonización de regulaciones y estándares que hoy está alejado de la vanguardia tecnológica.

Es necesario solucionar los desajustes entre la innovación y la arquitectura institucional y regulatoria de los tratados. Contamos con un antecedente importante para avanzar en este sentido: los acuerdos comerciales han servido para cerrar la brecha tecnológica entre los países firmantes al derramar el conocimiento por vía del mayor intercambio de bienes, servicios, personas y transferencia de tecnología entre empresas.

Tenemos por delante la misión de reconfigurar una América Latina más conectada al mundo y con acceso a nuevos mercados, e incrementar el comercio dentro de la propia región como con el resto del mundo. Esta nueva convergencia tendrá irremediablemente un carácter híbrido, tanto digital como físico. El antiguo comercio de contenedor y fronteras rugosas dio paso a un intercambio instantáneo, que va ganando terreno lentamente y se superpone con el modelo clásico, sin que se haya emitido aún ningún parte de defunción. El ejemplo paradigmático son los libros electrónicos, cuyo uso está cada vez más difundido, a pesar de que se continúan vendiendo libros en formato papel; o la banca electrónica y los nuevos medios de pago, que se amalgaman con las sucursales bancarias que ahora prestan servicios más personalizados.

En el mundo viven 300 millones de personas fuera de su país de nacimiento. Las ciudades son los lugares de diversidad  tolerancia e inclusión y el regionalismo es el mejor medio que tienen los países para optimizar su geografía, aumentar su escala de negocios y aliarse con sus vecinos. Khanna sostiene que nos dirigimos hacia una nueva conectografía de ciudades hiperconectadas, donde América Latina, al contar con pocos países, una historia y una cultura en común, y estar en paz, corre con delantera frente a otras regiones. La rapidez con que se dan los cambios en la postdigitalización hace que todos los países sean novatos; más allá del know-how acumulado o de las experiencias previas, el aprendizaje deberá ser continuo.

Estamos siendo testigos de nuevas sinergias y asociaciones que trascienden fronteras entre compañías con un núcleo de negocios cuya complementariedad era hasta hace poco impensada. Ejemplos son las alianzas recientes entre Uber y la brasileña Embraer para fabricar taxis voladores eléctricos en 2020; de Google y Ford para producir autos sin conductor; o de Caterpillar y Airware para crear tecnología de drones para minería.

La principal ventaja de la economía digital es la multiplicación de la oferta de servicios con un costo marginal cercano a cero. El predominio de la plataforma Instagram frente a Kodak se explica porque en ella se comparten fotos con un número adicional infinito de consumidores, todos al mismo tiempo, sin nuevos costos. La economía colaborativa refleja esta hiperconectividad. Así se construyó Wikipedia, a la que contribuyeron 25 millones de usuarios de todo el mundo. Acceder vale tanto como tener y el concepto de propiedad pasa a segundo plano a partir de cinco nuevas tendencias que cotizan en alza: desmaterialización (hacer cosas con menos materiales), demanda en tiempo real (el valor supremo de la inmediatez), descentralización (un mercado digital único), plataformas sinérgicas (redes sociales conectadas a servicios) y acceso a la nube (información ilimitada).

Esta conectividad no es solo de personas, sino también de objetos que dialogan entre sí con internet de las cosas, una tecnología que según Natarajan y Yentz reduce 30% el tiempo de respuesta en servicios al cliente, 15% los costos de almacenamiento y predice la demanda futura con una precisión del 90%, entre otros beneficios comerciales. Solo en 2016 se conectaron 6,4 mil millones de aparatos a la red. En 2020, habrá más de 20 mil millones. El tráfico global de internet crece a un ritmo de 23% anual y para 2019 será 64 veces mayor que en 2005.

A nivel mundial, el 33% de la comida se desperdicia por deficiencias en las cadenas logísticas. Por ese motivo, el 96% de las compañías de transporte y carga aseguran que internet de las cosas es la innovación más importante de la última década. MGI (2015) estimó el mercado de internet de las cosas aplicado al transporte en 560 mil millones de dólares para el año 2025.

Las nuevas tecnologías favorecieron en muchos casos la reducción de la brecha de infraestructura y la brecha de equidad en los países en desarrollo. Más de 18 millones de personas utilizan en Kenia el sistema M-PESA de pago electrónico a través de un smartphone, que suma 6 billones de transacciones al año y representa el 25% del PIB. Este medio de pago electrónico sacó al 2% de la población de la pobreza extrema y resultó exitoso porque redujo los costos de transacción, las fricciones que ocasionaba la falta de infraestructura bancaria y el mal estado de las carreteras para transportar dinero físico en el país africano. Reducir la fricción en un mercado determinado es la clave del éxito de cualquier plataforma de innovación abierta.

En China, el gigante Alibaba gestionó en tan solo en un día 14 mil millones de dólares en transacciones. El 68% fueron ventas realizadas a través de dispositivos móviles. Las perspectivas de crecimiento del mercado digital vienen acompañadas de la necesidad de contar con una mejor infraestructura de comunicación que asegure a todos los habitantes el acceso a internet. Por esta razón, Facebook trabaja en el diseño de drones gigantes que puedan brindar acceso a internet en lugares remotos.

En esta transformación estructural surgirán ganadores y perdedores. ¿Cómo hacer frente a las tensiones sociales propias del cambio exponencial.

La rapidez con que se dan los cambios en la postdigitalización hace que todos los países sean novatos; más allá del know-how acumulado o de las experiencias previas, el aprendizaje deberá ser continuo.

 

¿inteligencia o ética artificial?

No hay inteligencia artificial con ética artificial. En el mercado laboral, la robótica plantea la disyuntiva moral y ética sobre la pérdida de empleo que ocasiona la automatización de tareas. Ocurrió lo mismo desde que el hombre inventó la rueda: el resultado final del uso de cada nueva tecnología depende en última instancia de los valores éticos imperantes.

El mundo virtual es una herramienta esencial para fomentar la transparencia. Veamos por caso la ejecución de la obra pública, donde necesitamos una conectividad física inteligente con accountability ciudadano que robustezca la confianza en los gobiernos y las instituciones. En este sentido, la Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Regional Suramericana en el Consejo Suramericano de Infraestructura y Planeamiento (IIRSA-COSIPLAN) es un ámbito multilateral casi modelo, porque los países de la región acuerdan prioridades de inversión de transporte, comunicaciones y energía, y ponen al servicio de la ciudadanía información detallada de la marcha de cada proyecto. El big data también puede ayudar en otro punto neurálgico para la integración a través de la obra pública: la transparencia en el financiamiento de las campañas políticas cuando la información es abierta a la ciudadanía. Sin una política desintoxicada de corrupción, la conectividad física no podrá avanzar al ritmo y profundidad que América Latina requiere ni podrá dar cuenta de los desafíos regulatorios que exige la nueva realidad.

En mercados bursátiles sofisticados, un conjunto de robots define operaciones de riesgo que bien pueden generar burbujas financieras. Cuando reina la codicia de los algoritmos, crecen las probabilidades de ocurrencia de crisis financieras que terminan, indefectiblemente, en una injusta distribución de los costos en el conjunto de la sociedad (el 6 de mayo de 2010 a las 14.45 horas de Nueva York se produjo el flash crash: la bolsa cayó súbitamente mil puntos como producto de una venta automática algorítmica producida por un robot, que se desprendió de 75.000 contratos de futuro por US$ 4.100 millones).

Desde distintos ámbitos están surgiendo respuestas al dilema moral de la automatización. La Oficina Ejecutiva de la Presidencia de los Estados Unidos llamó a prestar especial atención a la violación de derechos humanos a partir del uso de nuevas armas autónomas y a incorporar contenido sobre ética en las escuelas y universidades, en seguridad y políticas de privacidad, como parte de la currícula en ciencias de la computación y ciencias de datos.

El peligro no es la inteligencia artificial, sino su convivencia con una ética artificial. Ante este dúo combinado, la batalla de la inclusión con equidad se hace cuesta arriba.

¿Por qué no introducir el concepto de innovación en las negociaciones paritarias como parte de un contrato social tecnológico que asocie a trabajadores, empresarios y Estado en un esfuerzo de modernización de largo alcance? No es utopía.

 

el contrato social tecnológico

Las mutaciones en el mercado laboral dieron origen al fenómeno de hollowing-out o polarización del empleo, un proceso por el cual los trabajos de alta y baja calificación se expanden en el tiempo mientras se contraen aquellos de calificación intermedia, como consecuencia del impacto diferencial del cambio tecnológico. Se plantea así una doble necesidad para la educación. En primer lugar, brindar herramientas a los jóvenes para que puedan insertarse en un mercado laboral cada vez más sofisticado y, por otro lado, servir de instrumento equiparador y evitar que se profundicen la inequidad y la fragmentación social.

El premio Nobel Robert Aumann asegura que las tres primeras prioridades de las políticas públicas deberían ser educación, educación y educación: la mejor forma de prepararse para el futuro es con más y mejor educación. Pero los desafíos del cambio tecnológico demandan una educación de calidad con énfasis en las habilidades que se necesitarán mañana. Es clave promover capacidades tecnológicas de los trabajadores para que puedan interactuar con máquinas y robots de manera cotidiana, en contextos laborales que serán cada vez más frecuentes.

En la región, necesitamos impulsar una alfabetización ciudadana en el manejo de los grandes datos, un recurso imprescindible para mejorar la eficiencia productiva. La tarea no será sencilla sin un sector educativo que contribuya a desarrollar el talento creativo a partir de las nuevas tecnologías.

Los MOOC (curso online masivo abierto, por sus siglas en inglés) se presentan como una alternativa para democratizar el conocimiento. Y apremia configurar marcos legales que garanticen los derechos sociales de los trabajadores freelance a distancia y anticipar las dificultades que las nuevas modalidades de empleo plantean para el financiamiento de la seguridad social.

La revolución educativa debe también cultivar las habilidades “blandas”, la inteligencia emocional, la empatía, la creatividad y no solo la resolución de problemas, sino también el planteamiento de problemas nuevos. Estas soft skills serán clave en médicos, enfermeros, psicólogos, trabajadores sociales y maestros, y constituyen la base de tareas que no podrán ser robotizadas. Debemos responder a la “robotlución” con una revolución de guardapolvos blancos.

Vivimos la paradoja de no poder desatar el núcleo duro de la desigualdad, a pesar de que nunca antes hemos producido tanta riqueza como para garantizar un nivel de vida digno a todos los ciudadanos. De ahí que sea esencial repensar el clásico Estado de Bienestar en función de nuevos parámetros. ¿Por qué no introducir el concepto de innovación en las negociaciones paritarias como parte de un contrato social tecnológico que asocie a trabajadores, empresarios y Estado en un esfuerzo de modernización de largo alcance? No es utopía. Acuerdos multisectoriales se llevaron a cabo en Alemania, España, el Reino Unido y Francia, y dieron lugar a políticas nacionales de industria 4.0. Aunque suene paradójico, en la era de la automatización no se puede esperar que el “piloto automático” de los meros intereses individuales defina el rumbo ni las prioridades de la cohesión social. Se requieren claras reglas de juego.

La Unión Europea puso en marcha en los últimos años dos proyectos para ponerse a la vanguardia en la agricultura robótica: CROPS (Clever Robots for Crops) y Sweeper, que utilizan nanotecnología y nuevos materiales en la automatización de la producción primaria. ¿Su objetivo? Introducir en 2020 al mercado el primer robot cosechador para invernaderos. Nuestra región no puede quedarse atrás en agricultura de precisión, pues el desafío, por su propia hibridez, convierte en borrosas las fronteras entre industria y agro, entre bienes y servicios.

El cambio tecnológico brinda la ocasión de adoptar la voz de América Latina como fuerza de transformación para seguir promoviendo estrategias innovadoras de convergencia entre los países. Una encuesta exclusiva entre millennials argentinos, realizada por el INTAL en conjunto con Voices!, encontró que más del 70% de los jóvenes cree que en los próximos diez años los robots podrán hacer gran parte de su trabajo, en línea con el 32% de latinoamericanos que juzga positivo generalizar el uso de robots para el cuidado de ancianos y enfermos, entre otras aplicaciones. Pero esta conciencia tecnológica varía y en gran medida en los distintos estratos sociales y niveles educativos.

Mientras se produce esta transformación educativa, es preciso crear redes de contención y seguridad social, así como brindar apoyo para lograr una transición laboral efectiva y sustentable para que los desplazados por las nuevas fuerzas productivas no se conviertan en excluidos. En este sentido, es posible reimaginar las políticas sociales e implementar programas de transferencias condicionadas 2.0 que incorporen de modo creativo la dimensión de la formación en capacidades tecnológicas, acompañados por una discusión profunda de medidas paliativas como la renta básica universal o los impuestos a los robots, que ya están siendo planteadas por referentes de todo el mundo.

En el mismo espíritu, es primordial fomentar la inversión en investigación y desarrollo (I+D), no solo desde el sector público, sino también con esquemas público-privados y esfuerzos junto con la academia. Los números de la región en esta área son alarmantes: los países de América Latina y el Caribe invierten solo un 0,7% de su PIB total a las actividades de I+D, en tanto que en América del Norte y Europa Occidental los promedios son de 2,4% y en Asia-Pacífico, de 2,1%. Una reasignación de recursos que priorice la I+D permitiría generar círculos virtuosos de conocimiento y acción.

Los Estados se encuentran frente al desafío de mediar entre propiedad privada versus propiedad colectiva (economía colaborativa); productos tangibles versus intangibles (fiscalidad del mundo digital); responsabilidad humana versus responsabilidad de los robots (automóviles autónomos); y data mining versus privacidad (ciberseguridad). Estos son apenas algunos de los dilemas que exigen nuevas maneras de pensar y adaptar las normativas nacionales e internacionales a la velocidad y la magnitud de la disrupción tecnológica.

Es esencial capacitar al sector gubernamental en el análisis en tiempo real de datos. La automatización será clave para ganar eficiencia y mejorar el acceso a servicios públicos en áreas de interés social. Veamos por caso el potencial que ofrece el big data. En muchas ciudades del mundo el análisis inteligente de información permite construir mapas de seguridad ciudadana, que a su vez determinan la ubicación estratégica de la policía en la calle. Lo mismo ocurre con la neurociencia aplicada a las políticas públicas, que a partir del diluvio de datos eleva nuestra comprensión del comportamiento económico y aporta insumos para diseñar políticas públicas más dinámicas. El empleo inteligente de los micro y macro datos es el nombre de la nueva gerencia pública.

Una receta completa para amortiguar el impacto del cambio tecnológico incorporaría varios ingredientes adicionales: diversificar exportaciones, promover las pequeñas y medianas empresas, la economía naranja e industrias creativas, incentivos para la cooperación internacional, ampliar la escala de las políticas de transferencia, mejorar los estándares ambientales y la seguridad alimentaria son solo algunos de ellos.

No hay tiempo que perder. La velocidad del cambio es de tal magnitud que profesiones y oficios útiles de repente parecen prehistóricos, como ocurrió con el cine mudo cuando se estrenó el primer film sonoro.

Nuestro deber es estar preparados y crear las condiciones para conducir el cambio tecnológico hacia Estados más inteligentes y economías más sólidas e inclusivas que creen trabajos sustentables. Porque por cada empleo que se pierde una persona queda herida en su dignidad. Y ninguna tarea cobra más sentido que remediarlo.

 

(Este texto fue publicado originalmente como presentación de la revista Integración & Comercio​, N°42, Año 21, Agosto 2017.)

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