T iene el pelo lacio, trenzado y con hebillitas. Mulán y el resto de las princesas de Disney que lleva estampadas en el barbijo se lo envidiarían. Ahora se sienta frente a una compu junto a Alisa, que con la máscara de acrílico protectora se acomoda a su lado y la ayuda a hacer los deberes, pero hasta hace unas semanas, Mía Otrerta Durand, de siete años, salía a cazar señal de wifi por las casas vecinas para hacer la tarea en la calle. Si fuera un cuento, sería Caperucita en busca de algo con un lobo feroz que no se ve pero del que todos hablan en la tele, en la radio, en los diarios. Pero no. No hay cuentos acá. -Era incómodo- recuerda con ese temple para el caos que sólo los niños manejan. Ahí afuera están “el frío, la lluvia, el coronavirus”. Vive en la villa Rodrigo Bueno al sur de la Ciudad de Buenos Aires y dice que ahora está contenta. Los nodos son los espacios que gestó la organización La Poderosa desde la campaña Contagiá Conectividad para dar acceso a la tecnología y asistencia pedagógica donde no la había cuando comenzó la pandemia. En su barrio hay dos y pronto abrirán un tercero, todos en espacios prestados por los vecinos. Ella va al primero, el Carlos Fuentealba, que funciona en la planta baja de la casa de una señora. Hay sillas, compus con distancia, paredes de bloque de ladrillo y una bandera con la cara de Kevin, el nene asesinado por la Policía en 2013.
Mía nombra varias veces la palabra coronavirus porque sabe que está “ahí afuera” y cuenta: “En mi casa no es lo mismo que en la escuela, no hay libros ni recreos. Mi mamá me ayuda y yo trato de hacer la tarea solita cuando ella está ocupada. En el nodo está Alisa. Hacemos los deberes tranquilas sin preocuparnos por el coronavirus y nos enseñan cómo prender la compu y cómo apagarla. Y estoy sentada y el lugar está bien, hay limpieza, todo. Afuera nos podemos enfermar”.
En otra parte de la ciudad, Renata Zappalá que tiene 17 años y es parte del Centro de Estudiantes de la EMEM Nº1 “Julio Cortázar”, de Flores, cuenta: “La cursada virtual es rara pero no queremos que nos expongan, queremos que nos garanticen la conectividad. Dentro de mi curso varies no mandaron nunca un trabajo, y perdimos contacto. No tienen manera. Hubo casos de coronavirus. Nosotres estamos con algunos reclamos para que la experiencia de estudiar en casa sea lo mejor posible para, a pesar de todo, tener una educación de calidad”. Lo que enumera es algo que sucede en varios otros lugares de la capital: “Desde el principio notamos que muches se quedaban fuera: no tenían dispositivo, buen wifi , y le pedimos al Gobierno de la Ciudad que distribuyan las computadoras. Se suma la situación económica de las familias que no es la ideal y se está repartiendo una canasta nutritiva en la escuela que supuestamente duran 15 días pero no alcanza y el contenido no es nutritivo y muchas veces no viene en buen estado. Las familias y las cooperadoras están poniendo de su bolsillo para mejorar esos alimentos”.
La pandemia pateó el tablero en todas las planificaciones anuales del mundo educativo 2020 y según el colchón con el que se contara para amortiguar, la sacudida fue más o menos violenta pero, como sea, zarandeó a todos. Puertas adentro, nuestras casas se volvieron, tal vez, la caja de resonancia de nuestras propias vidas y la escuela fue una de sus manifestaciones.
los 6500
Si en Google escribimos “Ya los tenemos identificados”, el buscador devuelve noticias varias: el intendente de Tigre que marca a quienes marcharon en cuarentena; unos robos en Bahía Blanca; un asalto a un hogar de ancianos en La Plata; algunos contagiados de covid. De todo un poco, hasta llegar al “Ya los tenemos identificados con nombre y apellido”, que dijo Horacio Rodríguez Larreta en una conferencia de prensa a fines de agosto para referirse a los 6500 chicos que habían perdido vínculo con la escuela desde el 20 de marzo, cuando empezó el Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio y explotó por los aires la planificación del ciclo lectivo, que había comenzado para la primaria el 2 y para la secundaria el 9 de ese mes.
Mientras se empezaba a divisar la nueva normalidad, en la Ciudad de Buenos Aires armaron borradores con distintas propuestas para disolver ese número que con el correr de las semanas se confirmaba: miles de chicos y chicas esfumados del radar escolar, la puesta en evidencia de la falta. Finalmente, a los 6500 estudiantes que habían perdido el vínculo con la escuela les golpearon la puerta. El 25 de septiembre, un operativo fue a concretar eso que Larreta había avisado que pondrían en marcha. Con pecheras amarillas y la leyenda del Ministerio de Educación en la espalda, y con planilla en mano, un video muestra al personal del sector recorrer las calles, y buscarlos domicilio por domicilio.
Veamos otros números: 6 de cada 10 estudiantes no tiene servicio de internet adecuado para sus tareas. El 37% de los y las adolescentes no cuentan con computadora para hacer la tarea. El 90% usa el celular para mandarla. El 79% tiene problemas de conectividad. El 72% de las familias comparten los dispositivos. Esos datos son difundidos por la campaña #ConectividadYa de Infancia en Deuda.
Pero ¿quiénes son “los 6500”? Básicamente, chicos y chicas a los que el virus les pasó cerca. La parte más fina de la vara. Denise es docente y trabaja en Soldati y la Villa 31, dos barrios que tuvieron muchos contagios durante la pandemia, y dice: “Hay que tener en cuenta que a muches estudiantes se les murieron familiares por covid. Al menos a tres estudiantes míos se les murieron sus mamás. A una alumna, tres familiares. Y hubo muches asilades, sobre todo, los primeros meses. En estos barrios hay que remarla mucho, porque es real que la mayoría tiene grandes problemas de conectividad o comparten un dispositivo entre varios integrantes de la familia. Y algunes manifiestan que no tienen ganas de hacer nada, porque escucharon que Trotta dijo que nadie va a repetir de año. Se agarraron de eso y son cada vez menos quienes responden. Pero muches docentes estamos tratando de sostener el vínculo en todo momento a través de Whatsapp, sobre todo”.
Eva Del Rosario, que es profesora de Lengua y Literatura en escuelas secundarias públicas de la Ciudad desde hace 12 años, cuenta algo similar: “Tuvimos muchos aislados con sus familias en hoteles y hubo casos de familiares fallecidos. A un estudiante se le sumó eso, y que trabaja todos los días muchas horas, y en ese contexto de la vida de ese chico, pedirle que se concentre en las tareas, que rinda, me parece de suma crueldad. Cualquier retorno a cualquier tipo de presencialidad, ya sea en escuelas, en parque, ahora dicen en patios, me parece una locura. Hay chicos y chicas que tienen que tomar transportes públicos y ahí tienen un riesgo de contagio. Muchos son niñes que no pueden trasladarse soles. Y sus familias, como se vieron afectadas por la economía, quizá tomaron nuevos horarios laborales y no pueden acompañarles. Los más vulnerables no viven cerca de las escuelas en las que cursan”.
En mayo de 2019 Mauricio Macri, entonces presidente, preguntaba en un acto: “¿De qué servía repartir computadoras si las escuelas no tenían conectividad a internet? Es como repartir asado y no tener parrilla”. Se refería al plan Conectar Igualdad, lanzado en 2010 por el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner , que entregaba netbooks a los estudiantes. La pandemia y el año escolar apenas inaugurado trajeron desafíos –y más de una polémica– para el gobierno de Alberto Fernández con Nicolás Trotta al frente del Ministerio de Educación. El Plan Federal de Conectividad Juana Manso, que prometió distribuir 300.000 computadoras antes de fin de año para comenzar a achicar la brecha digital y facilitar una educación bimodal que alterne las clases presenciales con las virtuales, fue una de sus apuestas. Las computadoras servían. Había que poner toda la carne al asador.
Más allá de los anuncios oficiales, cansados de aguantar y con duras críticas a la gestión educativa, en agosto los integrantes de la organización La Poderosa pusieron en marcha su Plan de Conectividad de los Barrios para los Barrios, financiado por donaciones de la comunidad. “Ya no los esperamos más, hoy lanzamos la campaña, artistas, donaciones y corazón”, posteó el referente de la organización, Nacho Levy. Así se gestaron esos nodos a los que asiste por ejemplo Mía, para hacer la tarea. Esa experiencia tal vez, a esta altura, sea la más innovadora: mirada integral y un lugar en los barrios, sin que los chicos tengan que trasladarse y exponerse.
volver a dónde
“Hacer la tarea no implica que aprendan. Y en muchos casos no se están teniendo ni los contenidos más prioritarios. El año que viene el desfasaje va a ser tremendo”, dice Alisa, de La Poderosa. La educadora que ayuda a Mía vive también en el barrio Rodrigo Bueno, es madre de un niño de 10 años y cuenta que junto a sus compañeros promotores escolares hicieron puente con los maestros para poder restablecer el lazo con aquellos chicos y chicas que habían perdido el vínculo. En el medio, intentaron que el Instituto de Vivienda de la Ciudad (IVC) les diera un espacio para poner en funcionamiento los nodos pero les dijeron que no. “En este barrio, el primer nodo se abrió el 24 de agosto y ese fue para muchos el primer contacto con los docentes”, cuenta ella. Las escuelas a las que asisten los chicos son del distrito 4 de la Ciudad, el normal 3, la mayoría, la 26 y la 27. Alisa enumera algo que surge en el relato de muchos docentes también: que la mayoría de las familias no tiene tiempo para sentarse con sus hijes a ayudarlos, que muchos padres y madres no están alfabetizados, que a veces la tarea se hace en la cama, o en un rincón, con la música a todo volumen de un vecino que llega por las paredes lábiles de las casas.
Si la deserción escolar aumenta, nadie duda de cuál será el sector más afectado.
“El gran desafío al volver a las aulas –dijo Trotta, en el ciclo Diálogos en Cuarentena– será ir a buscar a los adolescentes que no volverán a la escuela”. Y no solo a ellos. Otro estudio, esta vez del Observatorio Educativo de la Unipe, de fines de 2018, mostraba que las mayores diferencias de acceso a la educación se daban en el Nivel Inicial: el 86 % de los chicos entre los 45 días de vida y los 5 años de sectores medios-altos están escolarizados, mientras que en los estratos críticos eso se da solo en el 68 %.
El nivel de abandono escolar durante la pandemia oscila entre el 25% y el 45 %, según los contextos sociales, geográficos, tecnológicos y culturales, se lee en Volver a las escuelas, un estudio de la Fundación Voz y la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI). Y si bien hay datos más optimistas, como las encuestas de la Secretaría de Evaluación de Información Educativa del Ministerio de Educación para investigar cómo funcionó el proceso de continuidad pedagógica, que estiman que los alumnos que no retornen serán solo un 10 %, hablamos de un número que equivale a 1.300.000 chicos que se suman a quienes ya estaban fuera del sistema educativo antes de la crisis del covid-19.
La educación argentina ya conoce este escenario: cuando Daniel Filmus era Ministro de Educación, bajo la presidencia de Néstor Kirchner, funcionaba un ambicioso plan de becas para retener y convocar a los adolescentes a la escuela secundaria pero parte de aquellos fondos quedaron sin adjudicar ¿Por qué? Porque en plena salida de la crisis del 2001 los adolescentes priorizaron –por necesidad– salir a trabajar en una economía que comenzaba a reactivarse después del estallido social. En los últimos 20 años, el sistema educativo –lentamente– había logrado pasar del 76% a casi el 90% de adolescentes escolarizados ¿Qué pasará con eso?
lo escolar es político
Son trece millones de estudiantes en todo el país según los últimos números del Ministerio de Educación. Lo que ocurre en Buenos Aires, esos “famosos” 6500, se repite en otros ámbitos. Y también hay otras miles de situaciones que este 2020 puso en carne viva. Pero no son solo números, claro.
¿Qué les dirías a los chicos del futuro sobre esta pandemia?
—Que solo se podía salir una hora y solo una vez al día-dice Milo, de diez años-. No íbamos a la escuela y la mayoría tenía clases virtuales y algunos tenían la tarea impresa y después la subían a los dispositivos. Para mí era mejor hacer tarea así porque cuando tenés alguien que te ayude le decís chau a las R(regular), al menos yo. Tres horas cronometradas. Para arrancar con un cuadernillo de cualquier materia se van mínimo tres horas desde que se empieza a pedir que el niño se siente y se ponga en clima hasta que se termina. Esos datos que parecen triviales en el día a día suman como millas. Desde la Revolución Industrial, el espacio hogareño, el laboral y el escolar se fueron divorciando de a poco.
Pero este año, de repente, se vieron nuevamente solapados en todo el mundo. “El estar obligados a quedarnos en nuestros domicilios supuso exhibirnos como seres domésticos y esta emergencia introdujo también muchas cuestiones sobre la visibilidad de lo escolar, así como sobre sus pudores y secretos”, escribió la investigadora Inés Dussel en su artículo “La clase en pantu as” del libro Pensar la educación en tiempo de pandemia.
No estar al borde del camino no significa que sea fácil. En las familias de clase media que tienen hijos e hijas en escuelas públicas, el vínculo se mantiene pero eso no los exime del caos: compartir dispositivos, computadoras que explotan, el trabajo que hay que sostener. Quien pasa por esto lo sabe. Más allá de los cuadernillos, se tiene que pilotear historia, matemática, inglés, educación física, lengua, educación sexual integral y hasta algún ejercicio de música. Dependiendo de las edades, la independencia para hacerlas varía, pero la cantidad de dispositivos, no. Eso es un caos para niños, adultos, para los docentes que arman las tareas. Y está todo lo otro, que no entra en el boletín.
Una ventana que da una playa a la que no puede bajar. Eso es lo que se ve desde la casa de Karina Lorré en Puerto Madryn. Es locutora en una radio local, docente de música y tiene dos hijas, una va a quinto grado y la otra a primer año de la secundaria. Las tres se ríen y dicen que no les sale nada sutil. “Solamente se nos ocurren palabras como una cagada, una mierda. No les gusta. Acá estamos en un momento áspero de contagio. Les chiques van a la escuela porque están sus amigues, los recreos. No solo porque se aprende. A la escuela se va a otras cosas ¿no? Y acá se suma que hay conflicto porque cobramos cada 45 días. Están cabronas con la escuela desde casa”. Quizá ese mar marcado por zonas y con horarios de visita resuma bien la situación.
De madrugada, cuando todos duermen y gana el silencio, en esos momentos Laura Cárdenas, en el partido de San Martín, se refugia en el comedor de su casa y arma audios, videos, para mandarles a sus alumnos. En directo se le hace imposible. El zoom se volvió un fresco de la época. En esos fondos del tablero de ajedrez pasan cosas. Hay paredes descascaradas, bibliotecas hasta el techo, tenders, camas alborotadas, gatos que pasan, niños que corren, más luz, menos luz, la vida misma. Para ella no funciona: “Doy clases en el Gran Buenos Aires y hay muchas variantes con la Capital. Por un lado, para dar la clase por zoom o meet o cual sea, lo ideal es que esté algún directivo presente. Y a los directivos los citan varias veces por semana a reuniones virtuales para hablar sobre la conectividad de los alumnos y buscar alternativas. Esas reuniones pueden llegar a durar varias horas y tienen que estar o estar, entonces ya tienen varias horas por semana ocupadas con inspectores, etc. No es obligatorio dar clases vía zoom. A mí, como madre las 24 horas, me lleva mucho armar audios, videos, archivos que quizás terminan durando 3 minutos pero llevan dos horas de trabajo. Y no puedo dar clases por zoom porque mis hijos empiezan a los gritos, piden cosas… y a las clases virtuales se conecta un porcentaje mínimo del alumnado”. Eva Del Rosario hace cuentas de su modo de equiparse para dar clases en la Mariano Moreno en Capital: 1600 pesos de internet y arreglo de PC para ampliar la memoria y ponerle un disco: 7880 pesos . Y un celular nuevo para los zooms y meets : 18 cuotas de 1200 pesos.
La escuela en casa también es llevar adelante, puertas adentro, la dirección, el comedor y la portería. El Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidades a mediados de año informaba: “Con la pandemia, el único sector que no paró fue el de los cuidados”. En ese sentido, Esther Vivas, la española autora del libro Madre Desobediente que habla de esas desigualdades pre covid-19, le dice a crisis: “Esto trae consecuencias en la salud mental de las mujeres, que se sienten malas madres y malas profesionales porque no es posible criar y cuidar como se hacía antes. Si la conciliación era una utopía, en estos momentos es imposible. Una farsa”. Y apunta algo más: aumentó la brecha de género a nivel laboral.
“Esta pandemia agarró al sistema sin atarse las zapatillas”, dice Alejandro Tortolini. Cuando se le pregunta por ese cimbronazo, este docente y especialista en inclusión digital, explica: “Se demostró que no se tenía conciencia de la importancia de la enseñanza a distancia pero más allá de la conexión, desde la didáctica, desde lo pedagógico. Hay una clase media que tenía conexión, sí, todo bárbaro, pero son dos desafíos. Por un lado, la escuela, que fue tomada de sorpresa como todo el mundo pero con dificultades para reaccionar en cuanto a salir del modelo de la clase expositiva. Se sigue con el modelo de la clase magistral que hace muy difícil que chicos y chicas se enganchen. Mucho más en una situación de una, dos, tres horas por zoom. Y en segundo lugar, la falta de comprensión de la situación de las familias: que tienen que turnarse y compartir equipo para que chicas y chicos sigan estudiando. Desde lo educativo tampoco hubo comprensión en cuanto a esa realidad”.
“Cuando estaba en la escuela escuchaba a mis amigos hablar y sentía como que estaba en mi hogar. Acá en casa no me divierto haciendo la tarea. Allá hacíamos experimentos, leíamos, íbamos a las computadoras. Más como que tenía ahí la vida. Ahora es feo porque no hay amigos acá, y como hay siete casos no podemos juntarnos ni nada. Como odio la tarea, se me pone la rabia y más me enojo, más lento la hago. Más alegre estoy, más rápido la hago. Me gustaría mucho volver a la escuela”. Quien dice eso es Vicente. de 8 años. De fondo se escucha un perro que ladra y se adivina la quietud de General San Martín, su pueblito de La Pampa desde el que manda el audio. Allá el retorno se plantea de forma gradual.
Lo que hoy está abierto, mañana puede cerrar, según sean los avances y retrocesos de circulación del virus. La realidad es dinámica. Solo Formosa y La Pampa a fines de septiembre continuaban con sus puertas abiertas y en zonas rurales. Los gremios en la Ciudad de Buenos Aires se mantienen fuertes en la postura de no volver a clases hasta que no haya seguridad sanitaria y las tensiones y las idas y vueltas desfilan entre protocolo y protocolo. El interior tuvo realidades distintas porque es muy heterogéneo el sistema argentino, con escuelas en la montaña, en la selva, aulas isleñas o en el medio de la pampa, en pueblitos muy chicos. El Ministerio reconoce esa diversidad y las carencias de conectividad cuando lanza los cuadernos Seguimos educando, que no solucionan la crisis pero contemplan esa diversidad. ¿Cuándo sonarán las campanas de ingreso? Por ahora, con el 2020 transitando el último trimestre, todas las preguntas están abiertas, entre ellas, esta: ¿sonarán para todos igual?