los ases del milagro brasilero | Revista Crisis
narrar la opulencia / el gigante con pies de barro / vencedores vencidos
los ases del milagro brasilero
El ascenso económico de Brasil, y su rápido y violento derrape, son magistralmente ilustrados por un puñado de vidas ejemplares que Alex Cuadros describe en su notable libro Brazillonaires. Una generala de archicapitalistas cuyas trayectorias construidas gracias a una corrupción de escala sideral, dan la pauta del neodesarrollismo realmente existente. Y bocetan también las trazas de la filosofía financiera a la hora de producir ketchup. La crisis política del gigante sudamericano, vista desde la empresa.
Ilustraciones: Jorge Quien
21 de Mayo de 2017
crisis #29

El 26 de enero de 2016 la policía brasilera allanó la casa de Eike Batista según un pedido de captura emitido por la justicia en el marco de la investigación Lava Jato. En 2013 Eike había sido declarado por la revista Forbes como el hombre más rico de Brasil y el séptimo más rico del mundo, con una fortuna personal de más de treinta mil millones de dólares y el doble en capital distribuido a través de las empresas que formaban el grupo empresario EBX. Las tropas de elite encontraron el lujoso condominio vacío y declararon al ex empresario prófugo. Una breve investigación determinó que había viajado a Nueva York tres horas antes, con un pasaporte alemán.
Sin embargo el escape no duró mucho. Cuatro días después, el treinta de enero, Eike se sacaba selfies en el aeropuerto de Río de Janeiro con sus fans. Volvía a su terruño para aclarar todo. Inmediatamente fue trasladado a la cárcel Bangu 8, en la zona oeste de la ciudad maravillosa. Allí fue acomodado en un pabellón común, según dicta la ley brasilera, por no tener título universitario. Aquel día aparecieron unas fotos descorazonadoras: siendo trasladado por las autoridades federales lucía una remera blanca y lisa, el rostro avejentado y la cabeza totalmente rapada. En una época de gloria, apenas unos años antes, el pelo de Eike había sido una de las pequeñas maravillas de Brasil. Una mata voluminosa y llena de vida, germinada con dedicación y cuidado a través de un tratamiento capilar de 35 mil dólares. Hoy es apenas un espacio vacío, una metáfora a escala del espíritu quebrado de su portador.
La de Eike Batista es una historia conocida en el mundo de los negocios. En los apenas siete años que separan a 2006 y 2013 construyó uno de los imperios económicos más grandes del continente. Para 2011 había llevado a la bolsa a cinco de sus compañías, que desarrollaban proyectos en minería, puertos, generación eléctrica y extracción y refinamiento de petróleo, y anunciaba la construcción del Puerto de Açu: un megacomplejo logístico del tamaño de Manhattan a 315 km al norte de Río, el más grande del continente y el tercero más grande del mundo. 
Durante el anuncio había cuatrocientos CEO de compañías extranjeras, que habían asistido al evento para ver con sus propios ojos el prodigio. También estuvo Rousseff, que dijo que Batista era “el entrepreneur insignia del modelo brasilero”. Aunque ahora ya sabemos que los Lula years iban a terminar pronto envueltos en una bruma de confusión, todavía ese año persistía el optimismo de un Brasil que invertía, sacaba a la gente de la pobreza, dinamizaba el crecimiento de la región y reclamaba su lugar en la geopolítica mundial. 
En esa reunión el empresario dijo a la prensa: “tengo algo de la naturaleza. Cuando me aburro, creo”. Tenía un carisma arrollador y una personalidad excéntrica. Según la prensa de negocios, en sus años de gloria, Batista redefinió el sentido de ser millonario con toda clase de hábitos hermosos como tener un Lamborghini estacionado en el living de su casa, financiar él mismo el saneamiento de la laguna Marapendi o donar millones de dólares a la ONG de Madonna.
Pero la historia de Eike Batista es, en definitiva, la historia de una caída. En doce meses entre el 2012 y el 2013 la fortuna del empresario se devaluó en 25 mil millones de dólares. Esto es más que el valor total de las acciones que poseen Jeff Bezos, dueño de Amazon, o Larry Page, cofundador de Google. En ese momento Guilherme Figueiredo, gestor de fondos de M. Safra & Co en San Pablo dijo que “partes del imperio de Batista eran un castillo de naipes y ahora están cayendo”. Ed Kuczma, analista de mercados emergentes de Van Eck, una de las empresas de investment management más importantes del mundo, por su parte, indicó que “básicamente la gente estaba invirtiendo en presentaciones de PowerPoint”. En un período muy corto de tiempo el mundo, que había invertido frenéticamente en el grupo de Batista a instancias del hype mediático de los BRICS, se dio cuenta de que la petrolera OGX no era capaz de extraer petróleo, la compañía de logística LLX tampoco era capaz de alcanzar el break even, y la minera MMX estaba empantanada en proyectos imposibles en zonas remotas. Para el tercer o cuarto mes del 2013, Batista ya no tenía nada. Y la suya es, hasta el día de hoy, la más catastrófica crisis individual de la historia del capitalismo.

subdesarrollo neodesarrollista 
Esta historia, la de Eike, la historia de su ascenso y de su caída, está narrada con mucha delicadeza y fascinación en Brazillionaires: Wealth, Power, Decadence and Hope in an American Country, publicado en julio de 2016 por Spiegel&Grau, el sello de Random House dedicado a los libros más o menos sensibles, más o menos históricos, más o menos sociales. El autor es Alex Cuadros, un muy joven periodista nacido en Nueva York y criado en Albuquerque que vivió entre 2010 y 2016 en San Pablo. Allí trabajó para Bloomberg News, contribuyendo a la producción de un ranking de billonarios pensado para competir con el famoso de la revista Forbes.
“Calcular lo que vale una persona –dice Alex en el libro– involucra un mix de saberes. Leer reportes, hacer matemática compleja, tener intuición e incorporar una tradición oral milenaria que te permite entender dónde hay que meter el dedo en los registros de valores, qué leer en un balance y cómo hacerle las preguntas adecuadas a analistas que sí saben ponerle un número a activos opacos”.
El trabajo que hace Alex se revela rápidamente como un sinuoso viaje hacia ese mundo de los grandes negocios que a los asalariados se nos presenta como una esfera abstracta de poder, pero que en realidad es muy concreta. Entonces, Brazillionaires no narra simplemente trayectorias de hombres poderosos sino, más en general, la historia de cómo se estructuró en Brasil una compleja red de meganegocios durante el ciclo expansivo de los BRICS, el grupo de economías periféricas destinadas a recambiar el poder global a fuerza de astucia, juventud y mercado interno. Un desarrollo que no fue muy prolijo y aséptico, ni ostentó la pátina protestante del entrepreneurismo global, sino que se forjó como un emergente neurótico de la desigualdad hipertrofiada de la mayor economía latinoamericana, durante los años en que la comunidad financiera profesaba una confianza histérica hacia Brasil y el flujo de divisas producía en promedio 19 nuevos millonarios por día. ¿Qué podía salir mal?
Para Cuadros, todo: “Este año –escribe en el libro, a principios de 2016– Brasil debería estar celebrando su estatus como potencia mundial. En cambio la organización de sus Juegos Olímpicos está en crisis y el país está minado por escándalos de corrupción y desigualdad estructural”. Y todavía faltaba lo mejor. En agosto de ese año, apenas unos meses después, el Senado avanzó con el impeachment a Dilma Rousseff, enterrando para siempre aquellos años felices.
En este sentido, Brazillionaires es también, sin saberlo o sin proponérselo, un libro sobre el fallido destino manifiesto de Brasil como potencia económica y política mundial. O, al menos, nos habla de la forma opaca, contracturada y deforme con que el capitalismo germina en la periferia y los límites que esas anomalías le fijan a los bienintencionados sueños nacionales. Para desentrañar la manera en que se construyeron las grandes fortunas, Alex Cuadros identifica y desarrolla cuatro grandes representantes del capitalismo en Brasil, o cuatro grandes culturas de negocios a través de las cuales, con un acento muy local, el gigante sudamericano inició su inserción en el capitalismo global. 
El primer as del poker del milagro brasilero, el de diamantes, corresponde a la elite vinculada a la extracción de recursos naturales y energía, fuertemente apoyada desde Petrobrás y el BNDES, que encarna la trayectoria recién contada de Eike Batista. La suya es el hilo sisal que atraviesa todo el libro y anuda simbólicamente a todos los sectores productivos de la economía brasilera.

el corazón salvaje de la corruptela
El segundo as, corazones, es el primero en el tiempo: el de las grandes constructoras o, como se les dice en portugués, empreiteiros, alimentados por la teta del Estado en un vínculo opaco e informal. Cuadros se centra en las figuras de Sebastião Camargo (1909 – 1994) y su herencia, el grupo Camargo Correa, un holding de empresas de capital cerrado aún bajo control familiar, con sede en San Pablo e inversiones en ingeniería, construcción, cemento y “movilidad urbana”; y Paulo Maluf, un empresario de origen libanés dos veces elegido alcalde de San Pablo en 1969 y 1992, responsable de mega proyectos urbanos, entre ellos el Minhocão o “gusano gigante”, una autopista elevada que atraviesa San Pablo y que se ha convertido en sinónimo de la pésima planificación, el mal gusto y la corrupción megalómana.
Pero aparecen también en este elenco Odebrecht, Mendes Júnior y OAS, todas constructoras germinadas con dedicación durante la dictadura de 1964-1985, nacidas como socios privilegiados del Estado y símbolos de la modernización contemporánea brasilera con altas dosis de corrupción. De hecho, fue en esos años cuando Camargo Correa construyó la represa de Itaipú, la segunda hidroeléctrica más grande del mundo, en la frontera con Paraguay, y Odebrecht licitó y ganó los contratos para construir las primeras plantas nucleares de Brasil con la idea explícita de, algún día, desarrollar la bomba atómica. En ambos casos esos contratos claroscuros con el Estado fueron los milestones, que jalonaron el crecimiento inicial de las empresas y su proyección a la región.
La interdependencia entre los empreiteiros y el Estado brasilero llegó al punto de que fueron estos los que financiaron ilegalmente la totalidad de la Operación Bandeirante, u Oban, los famosos comandos parapoliciales destinados a chupar y torturar activistas de izquierda en los sesenta y setenta. Entre esos militantes estaba, obviamente, Dilma Rousseff, que en una entrevista a mediados de los dos mil confesó que “la primera vez que tuve una hemorragia fue en Oban”. Y siguió: “fue una hemorragia uterina. Me dieron una inyección y pidieron que no me peguen más al menos por ese día”.
Muchos años después, como presidente, Dilma sostuvo la alianza con esos mismos empreiteiros, manteniendo la estructura de asignación discrecional de contratos, coimas y superfaturamento que, en la última instancia, la llevaría al impeachment. Una verdadera “reconciliación” política entre torturadores y torturados que habla de la interacción compleja entre gobernabilidad y desarrollo en esa mole territorial de 8 millones y medio de kilómetros y 200 millones de habitantes. 

tréboles de cuatro sojas
La tercera gran elite económica en Brasil, según Cuadros, es relativamente nueva y conformaría el as de trébol. Comenzó a desarrollarse con verdadera fuerza durante los últimos veinte años, lejos de los centros de San Pablo y Río, en la zona hostil del Mato Grosso, bajo el avance imparable y destructivo de la civilización que imponía la explotación de la soja a la barbarie de la sabana amazónica.
Aquí Brazillionaires comienza con la historia de Otaviano Pivetta, actual prefeito del pequeño pueblo de Lucas do Río Verde y que lleva el mote de Rey de la Soja. Como otros productores agropecuarios de la zona, Pivetta empezó con muy poco, cultivando arroz y criando cerdos en un campo muy chico de Río Grande do Sul, de donde es oriundo. En 1982 sin embargo se mudó por casualidad al Mato Grosso donde compró un par de hectáreas. La tierra era muy barata porque nadie la quería. El suelo era imposible para cualquier cultivo, muy ácido, y el pueblo estaba a dos mil kilómetros de un puerto por donde sacar la producción.
Pero en los noventa, con la llegada de la soja al Brasil, eso cambió. Pivetta impulsó de a poco la modernización del cultivo en ese suelo junto con otros prominentes representantes del agrobusiness hasta convertir la zona, hoy, en uno de los centros de producción de soja más eficientes del mundo. Lo que era un puñado de productores más o menos medianos, más o menos aislados, peleándola en una zona impenetrable y llena de mosquitos, se convirtió en una de las elites económicas más importantes de Brasil: el lobby sojero o, como se llaman ellos mismos, la bancada ruralista. Un consorcio económico y político que actualmente controla un tercio de los votos en el Congreso y que está manejado por Blairo Maggi, ex gobernador de Mato Grosso y actual ministro de Agricultura, Ganadería y Abastecimiento de Michel Temer.
Blairo representó mejor que nadie el afán de la economía brasilera de progresar por sobre la naturaleza exuberante y salvaje. Sus compañías fueron durante muchos años las que más hectáreas de árboles talaban al año, lo que le valió en junio de 2005 el “premio” Motosierra de Oro otorgado por Greenpeace. Ese año declaró al New York Times: “Para mí un cuarenta por ciento de incremento en la deforestación del Amazonas no significa nada y no siento el mínimo de culpa. Estamos hablando de un área más grande que Europa que todavía ni tocamos, así que no hay nada de qué preocuparse”.
Las declaraciones generaron un fuerte repudio de representantes ambientalistas del mundo, incluidas figuras mediáticas como Al Gore, lo que aumentó la presión. Pero a los habitantes del Mato Grosso no les importó: Blairo ganó las elecciones para gobernador en 2006 y para senador en 2010 por un amplio margen. Con su llegada a la Cámara Alta utilizó su influencia política dentro del gobierno del PT para convertirse en cabeza del Comité de Medioambiente. “Los que me critican están en contra del desarrollo del país –le dijo a Alex Cuadros en una entrevista realizada para el libro. Los Estados Unidos son hoy una superpotencia porque primero fueron una potencia agropecuaria. Y todavía lo son”. Lula salió rápido a bancarlo, declarando en el mismo sentido: “No quiero que venga ningún gringo acá a decirme que un brasilero en el Amazonas tiene que morirse de hambre debajo de un árbol porque no podemos talar”.

la espada racionalizadora del capital
Finalmente la cuarta es probablemente la menos latinoamericana: la encarna el gran músculo financiero de Jorge Paulo Lemann y el terror de los íconos norteamericanos, 3G Capital.
Una vez que Eike cayó, Lemann tomó su lugar como el tipo más rico de Brasil con un valor contado de 26 mil millones de dólares. Para ese momento muy pocos en el país y en el mundo habían oído hablar de él. Sin embargo, para ese momento era dueño de Anheuser-Busch, la cervecería más importante del mundo y owner de la marca Budweiser, de Burguer King, la segunda cadena de fast food más importante, y estaba por anunciar la compra de H. J. Heinz, la marca de ketchup con sede en Pittsburgh, por una suma de 28 billones de dólares, lo que lo convertía en el más grande take-over de la historia de la industria de los alimentos.
Lemann, llamado “el Warren Buffet brasilero”, es lo contrario a Eike Batista: de perfil bajo, silencioso y mesurado. En el 71 fundó el Banco Garantía basado en el modelo de partnership de Goldman Sachs que alentaba a los managers de forma agresiva a comprar shares de la compañía. Estas participaciones compensaban los salarios un poco más bajos que el promedio del sector. A la vez Lemann promovía una cultura de frugalidad que iba en contra de la gestión del lujo que proponían otras financieras de la época: sin auto caro ni viajes en primera ni secretarias personales. Aún así, Garantía fue una de las empresas más buscadas por los jóvenes profesionales de su época porque ofrecía una real posibilidad de ascenso social para los prototipos de empleados que buscaba Lemann en el mercado de trabajo: no los que estaban más educados o calificados, sino los PSD. Es decir, “poor, smart and with a deep desire to get rich” [pobres, inteligentes y con un deseo profundo por hacerse ricos].
Gracias a esos PSD, entrenados como perros de presa, en pocos años JPL convirtió a Garantía en una de las entidades financieras más grandes del país y uno de los puntos de referencia de un gran proceso de modernización del management en Brasil. En 2004, unos años después de haber vendido Garantía al Credit Suisse, Lemann se asoció a Marcel Telles y Carlos Alberto Sicupira para fundar 3G Capital. Telles y Sicupira eran arquetipos de PSD: ambos habían nacido en suburbios de la periferia, sino directamente en favelas, habían empezado a trabajar en el banco como office boys y ascendido por el largo escalafón corporativo hasta convertirse en millonarios.
3G Capital es lo que en la jerga se conoce como “private equity firms”, fondos que básicamente compran compañías para recortarlas, endeudarlas, cobrar dividendos y revender lo que sea que haya quedado. Cuadros, sin embargo, concede que Lemann tiene un approach original del negocio porque a diferencia del resto del mercado 3G sí aspira a quedarse con las empresas que compra. Esto le ofrece un matiz relevante, aunque no la exceptúa del hecho de que su modelo de negocios sea la producción de “eficiencias”. Los ejemplos son varios. 
En Heinz le sacó el ketchup gratis, los blackberrys, autos corporativos y jets personales al top management, pero también cerró cinco fábricas y eliminó más de siete mil puestos de trabajo en todo el mundo durante el primer año de gestión. El margen de beneficio de la compañía aumentó ocho puntos, de 18 a 26 por ciento —el mejor del sector—, aunque a costa de una merma en la calidad del producto, una caída en el market share y la lesión de una de las marcas más icónicas del mundo.
En AB InBev cerró diez fábricas (entre ellas la de Lovaina, Bélgica, que tenía 600 años produciendo cerveza), cambió las materias primas por otras de inferior calidad e hizo quebrar todo un ecosistema agrícola centenario en Europa, pero destruyó en pocos años la participación de Budweiser en el mercado norteamericano.
El suyo es un modelo de crecimiento a contrapelo de las tendencias hegemónicas, al desdeñar el valor de la innovación: “¿para qué inventar algo nuevo si podés agarrar lo que ya funciona y hacerlo mejor?”, pregunta Lemann. Según Cuadros, es un estilo que en seguida encuentra sus límites: “Una vez que eliminaste todas las ineficiencias y diluiste el producto recurriendo a materias primas de inferior calidad solo te podés expandir a través de nuevas compras de compañías. Y después haciendo más recortes. Y así el ciclo se repite”. Pero hay más: “a pesar de las eficiencias que Lemann construyó en el rubro, la cerveza no se abarató en el mundo. Eso significa que al despedir gente Lemann no está eliminando costos sino transfiriéndolos al resto de la sociedad”.
Lo cierto es que 3G controla buena parte de la producción de alimentos y cerveza mundial. En 2013 compró Heinz, en 2015 la fusionó con Kraft Foods y parece que en 2017 comprará Mondeléz, General Mills, Kellogg o Campbell Soup. En 2012 InBev compró Anheuser-Busch. En 2015 AB InBev se fusionó con SABMiller y se rumorea que la nueva compañía ha alineado a Warren Buffet para comprar The Coca-Cola Company, algo improbable pero que, de concretarse, cerraría un ciclo sentimental del capitalismo occidental: el fin de la competencia tal como la conocimos.

banderas negras
¿A dónde nos lleva esto? Es difícil saberlo. Hace poco The Economist publicó un artículo augurando la crisis del modelo corporativo norteamericano y su reemplazo por grandes players alternativos, de emergencia reciente, provenientes del tercer mundo. Algo de esto hay en la hipertrofia un poco artificial que el Estado brasilero alentó en sus sectores productivos para que saliesen a competir de forma agresiva en mercados agrietados donde los líderes tradicionales empezaban a dejar espacios en blanco y había mucho por ganar. Sin embargo los grandes actores del capitalismo carioca siempre terminaron adoleciendo de alguna imperfección estructural, sino colapsaron directamente, volando excesivamente cerca del sol. Un quinto sector, que Alex Cuadros no reseña pero que funciona como metáfora perfecta de ese colapso, es el de los gigantes de alimentos BRF, dueña de Sadía, Paty, Vieníssimas, Dánica y Bocatti, entre otros, y JBS, el mayor productor de proteínas del mundo, que en los últimos meses se vieron involucrados en una gran crisis por vender productos adulterados y vencidos, y sobornar a todo el establishment político para hacerlo.
Lo cierto es que de la lectura de Brazillionaires surge una idea: el capitalismo brasilero parecería no funcionar, o al menos crujir demasiado. Y allí donde funciona es porque se vuelve impersonal y opaco. Alex Cuadros reflexiona: “Cuando Lemann se apoderó de dos de los símbolos culturales por excelencia de Norteamérica, Budweiser y Heinz, la sensación inmediata fue que estaba plantando la bandera verde, amarilla y azul en Saint Louis y Pittsburgh. Pero esto no pasó. En realidad estaba plantando la bandera negra de una nueva clase de multimillonarios sin piedad ni nacionalidad”.

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