las urnas de sombrero | Revista Crisis
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las urnas de sombrero
Fotografía: Antonio Becerra
08 de Septiembre de 2025

 

“Fue una muestra de valentía del pueblo bonaerense”, nos dijo anoche uno de los cuadros más lúcidos del grupo chico de Axel Kicillof. Esa lectura del comicio provincial va al hueso del mensaje emitido por la urnas: ayer habló el soberano y clavó el freno de mano. El pronunciamiento llegó además en el momento justo, cuanto el deterioro del gobierno de Javier Milei se estaba acelerando. Resumiendo lo fundamental: el límite al experimento de la ultraderecha se expresó desde abajo, con contundencia y a través del mecanismo democrático por excelencia. No hay espacio para la ambivalencia en la interpretación. 

Falta mucho aún para que podamos distinguir cuál será el desenlace de la crisis que atravesamos. Ayer fue un día clave, pero esto recién comienza. A continuación, tres hipótesis urgentes sobre el acontecimiento electoral que abrió una nueva coyuntura política en el país.

 

el límite al experimento de la ultraderecha se expresó desde abajo, con contundencia y a través del mecanismo democrático por excelencia.

 

Uno. El eventual fracaso de la construcción de una hegemonía libertaria desde el gobierno nacional, tiende a ser capitalizada desde esquemas defensivos con base en las provincias, e incluso en los municipios. El peso relativo de Buenos Aires, sin embargo, ubica al peronismo como centro de gravedad de una oposición que se recompone a partir de figuras emergentes y no tanto desde el significante “vamos a volver”. 

Si nos remitimos al sufragio de ayer, el dato clave es que el voto castigo contra el oficialismo nacional benefició al justicialismo, que gobierna a nivel local. Podría haber sido de otra manera. Los vaticinios, de hecho, indicaban que el ausentismo sería el gran protagonista; y si bien la participación se redujo respecto de comicios anteriores, la expresión mayoritaria decidió valerse del partido fundado por Juan Domingo Perón para manifestar la bronca en casi todo el territorio provincial. 

Por otro lado, tampoco funcionó la insustancial apuesta por desplegar una tercera posición, centrista y paqueta, que quedó lejísimo de agujerear la polarización, cosechando un magro 5%, sin proyección a la vista. Mientras la izquierda trotskista, no logra interpelar al malestar contra el ultracapitalismo que se expande hoy entre los sectores populares. 

La elección bonaerense funciona así como un factor de estabilización del sistema político, en tanto traduce al lenguaje de las urnas una conflictividad política que se torna cada vez más violenta. Sin embargo, el reverso de esta afirmación es que la pelea ahora puede desatar un choque institucional de altísimo voltaje: la provincia contra la nación, hasta ver quién cae primero.

 

La elección bonaerense funciona como un factor de estabilización del sistema político, en tanto traduce al lenguaje de las urnas una conflictividad política que se torna cada vez más violenta.

 

Dos. La victoria de ayer tuvo un rostro nítido, contante y sonante: Axel Kicillof. Ese éxito opera al menos en dos planos distintos.

Por un lado, en el debate interno del peronismo. La estrategia del desdoblamiento impulsada por el gobernador con notable persistencia funcionó a la perfección por una serie de carambolas del destino que obviamente escapan a su voluntad. Sin embargo, él supo acompañar a la fortuna con la cuota necesaria de virtud. Pero más allá del resultado, que funciona como argumento de peso, lo decisivo es el despliegue de una polémica política explícita con el sector que hasta ahora dominó dentro del movimiento nacional y popular, incluyendo a la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Se trata de una discusión que no es ideológica, ni programática, sino de estrategia. ¿Cómo se define el camino a seguir? ¿Quién detenta la capacidad de decidir? ¿Qué se entiende incluso por conducir? En este campo, nada menor, el “enano soviético” acaba de convalidar su aspiración de ser protagonista central de la Argentina que viene. Ahora le toca mover al kirchnerismo, en octubre.

El segundo tablero en el que Axel logró una evidente ventaja posicional refiere a la construcción de una alternativa a la ultraderecha. Fue la última idea de su alocución triunfante: “Vengo a decirles que con este resultado queda confirmado en la Argentina que hay otro camino y hoy empezamos a recorrerlo”. Ese punto de partida desde el que convoca es promisorio. A la cucarda de gobernar el principal distrito del país, suma el haberse convertido por mérito propio en candidato natural del peronismo, y un atributo más: Kicillof  encarna la posibilidad de darle el golpe de gracia al enemigo más peligroso que hemos conocido en lo que va del siglo. Ser el mascarón de proa de quienes se proponen derrotar al fascismo.

No será fácil sostener ese sitial. Porque lo van a intentar demoler. Y porque deberá eludir la tentación mesiánica y soberbia que suele habitar a los mandamases.

 

La estrategia del desdoblamiento impulsada por el gobernador con notable persistencia funcionó a la perfección por una serie de carambolas del destino, que obviamente escapan a su voluntad. Sin embargo, él supo acompañar a la fortuna con la cuota necesaria de virtud.

 

Tres. La derrota también tiene un blanco prístino. El presidente Javier Milei nacionalizó el comicio, plebiscitó su gestión, polarizó salvajemente contra el gobernador de la Provincia, acudió al búnker cuando era evidente la debacle, le puso la jeta al primer fracaso electoral de su meteórica carrera política, asumió públicamente la derrota catastrófica y prometió una autocrítica profunda. Literalmente, le cabió. Acto seguido, anunció que no iba a modificar un ápice del modelo económico. Por el contrario, prometió acelerar el ritmo de las reformas antipopulares. Todo en un tono sosegado. Como si hubiera registrado, finalmente, que está contra las cuerdas.

La gran pregunta es cómo la ultraderecha logrará frenar ahora el mal genio del dios mercado. Salvo algún movimiento magistral, la travesía hacia octubre será un verdadero martirio. La lupa estará puesta en cómo se reseteará el gobierno. De qué manera resolverá su brutal interna. Y, sobre todo, qué sector del poder económico se aprovechará de su debilidad para hacerle el famoso take over. Pero no deberíamos descartar una crisis institucional sin retorno. El temido game over. A veces, cuando menos uno se lo espera, las fantasías se convierten en realidad. 

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