Manssour y los inconformes de la tierra | Revista Crisis
diálogo geopolítico / la hora del gran sur / entrevista a Bin Mussallam
Manssour y los inconformes de la tierra
Aprovechamos su estadía en Buenos Aires, para conversar con este joven intelectual saudí que dirige la Organización de Cooperación del Sur, una novedosa institución multinacional que procura nombrar los horizontes que se abren en el nuevo desorden mundial. Manssour Bin Mussallam nos sorprendió con un pensamiento agudo y políticamente muy interesante.
Fotografía: Guille Llamos
12 de Julio de 2025

 

“Mi español sigue siendo aproximado”, afirma Manssour Bin Mussallam con falsa modestia. El secretario general de la Organización de Cooperación del Sur (OCS), en verdad, habla nuestro idioma a la perfección. Y tiene una tonada dulce, que recuerda al inolvidable Fidel Castro. De hecho, es posible que lo imite. “Les presento disculpas pues me he ganado la fama de orador interminable”, dirá a mitad de la entrevista, confirmando otra semejanza con el cubano barbudo. 

Manssour nació y se crió en Arabia Saudita pero adquirió el castellano en la mayor de las islas caribeñas. “Lo aprendí, como se dice, sobre la marcha. Viajando a Cuba, donde viví algunos meses pero a la que visité en muchas ocasiones. También en México. Hubo una época, antes de asumir este puesto en la OCS, en la que viajaba mucho a América Latina porque me fascina”. Le preguntamos por qué tanto metejón con nuestro continente: "América Latina y el mundo árabe somos dos regiones espejos, una de la otra, aunque no lo parezca". 

 

¿En qué sentido?

⏤ Primero, somos las únicas dos regiones del mundo donde varios países hablan más o menos un idioma. En América Latina, el español aunque también están el portugués y los idiomas indígenas. En el mundo árabe es el árabe, junto al amazigh, el kurdo. Segundo, en ambas regiones, cada país tiene su cultura pero al mismo tiempo hay una cultura más generalizada que permite por ejemplo que el argentino se reconozca en México. Pasa lo mismo en el mundo árabe. Tercero, históricamente hemos tenido un anhelo profundo de unidad y en las dos regiones fracasó ese ideal, pero sigue existiendo esa aspiración.

 

En tus intervenciones se plantea la pregunta de cómo nombrar esa pretensión de tener una voz propia, un pensamiento propio, un horizonte propio: ¿qué te parece en ese sentido la idea de Sur Global?

 Es una pregunta fundamental, porque creo que es importantísimo comenzar por los términos en los que estamos pensando. Está en línea ese debate fascinante entre Chomsky y Foucault, donde el francés en un momento dice, estoy parafraseando, “admiro la voluntad del señor Chomsky de construir una sociedad más justa, más igualitaria, pero creo que es imprescindible, antes de construir la sociedad del futuro, criticar profundamente las dinámicas de poder injusto que existen dentro de nuestras sociedades, porque si no lo hacemos, corremos el riesgo de reproducir esas injusticias, esas dinámicas de poder en la sociedad futura. Y cuando pensamos en el poder, en general nos referimos al ejército, al poder represivo del Estado, pero en realidad existe en nuestras universidades, en las familias, en la sociedad”. Y yo creo que existe también en los conceptos. Personalmente tengo una inconformidad con el término de Sur Global, por dos razones. Porque al decir “Global” da la impresión de que estamos interconectados, y no lo estamos. De hecho, uno de los desafíos que nuestros países enfrentan es la falta de conectividad. Todo pasa, en lo que hace a la infraestructura por ejemplo, por el norte. Con excepción del vuelo que tomé desde Etiopía, que es el único vuelo directo desde África a América Latina. Cada vez que voy al Caribe, a México, desde África, necesito pasar por Europa para llegar aquí. Entonces, lo global no es cierto. Pero segundo, el mismo término Sur, da la impresión de que es algo puramente geográfico. Pero Australia geográficamente está en el sur y nadie considera que geopolíticamente esté en el sur. Mientras que Cuba geográficamente está en el norte y es obvio que forma parte del sur. Claramente es un término que esconde alguna ideología, que no podemos identificar. Si no podemos identificarla, tampoco podemos criticarla. Y si no podemos criticarla, no nos sirve para cambiar el mundo.

 

¿Y entonces? ¿Cómo denominar a esto que somos?

 Entonces empezamos a buscar otros términos. He escuchado “Mundo mayoritario. Es un término interesante, evidencia lo que hubiera tenido que ser obvio: que somos la mayoría del mundo, aunque estamos minorizados. Ahora bien, qué virtud o defecto tiene ser parte de la mayoría, si no se vehiculiza una visión del mundo más allá de las estadísticas. Otro término que se emplea es el de “Países en desarrollo"; el problema es qué sería el desarrollo. Porque si lo que nos mueve es el esfuerzo de lograr hacer como los países desarrollados, ya sabemos en términos científicos que los modelos de desarrollo del norte, sin hablar siquiera de que fueron alcanzados gracias la colonización, gracias a la esclavitud, sin entrar en ese debate, si mañana yo tuviera una varita mágica que pudiera hacer que cada ciudadano del mundo viviera como el tejano promedio, o como el suizo promedio, pues el mundo explotaría por el cambio climático. Luego está el término “Tercer mundo”. A mí me gusta, aunque hoy remite a algo despectivo en el imaginario colectivo. Pero no significa que haya un primer mundo, un segundo mundo y nosotros estamos en el rango tres. Sino que, justamente, desde el tercer mundo hay una responsabilidad para con la humanidad de articular una tercera vía de desarrollo. Ahora bien, el que elegí es “Gran Sur

 

Sostenés entonces la idea de lo geográfico.

 Se sostiene el sur, pero hay que reconocer que también hay sures en el norte. El Gran Sur incluye a las periferias del norte. Yo creo que lo que nos une, con toda nuestra diversidad, es el nombre de una injusticia estructural. Entonces, pertenecer al Gran Sur es ser parte del club de los inconformes con el mundo. Y suscribir a un proyecto de transformación. La noción de Sur que reúne nuestros tres continentes, empieza en realidad en 1961, con el movimiento de los No Alineados, donde se constituye la conciencia de que hay un tercer mundo conformado por tres continentes: América Latina, África y Asia. No creo que hayamos hecho justicia a esa aspiración. En parte por el nombre: si se trataba solo de decir no estamos con la Unión Soviética ni estamos con los Estados Unidos, explotaba en el momento, porque era evidente que Cuba estaba alineada con la URSS mientras Arabia Saudita era claramente más favorable al capitalismo. Pero al leer las declaraciones iniciales, lo que estaban diciendo era más que esto. Somos países que acaban de surgir de la colonización. No todos, pero la gran mayoría. Y al volvernos independientes, con ese deseo de prosperidad para nuestros pueblos, nos damos cuenta que el mundo bipolar no está sirviendo a nuestros intereses de desarrollo. Por eso nos vamos a juntar, a constituir una tercera hipótesis para lograr nuestras aspiraciones. Unos años después se acabó la Guerra Fría, con ella el mundo bipolar y entramos a un periodo de la unipolaridad. No creo que fuera una decisión consciente, pero en el subconsciente todavía las aspiraciones iniciales de los no alineados seguían en vigencia, porque el mundo unipolar tampoco sirvió a nuestros intereses de desarrollo. El problema de los no alineados es justamente que era nada más que un movimiento. No contaba con instituciones que tuvieran capacidad de ejecutar. Con el tiempo se volvió una conferencia, un foro importante para que nuestros jefes de Estado cada tres años se reúnan. Pero se limitaba a intercambiar y hacer declaraciones. 

 

Yo creo que lo que nos une, con toda nuestra diversidad, es el nombre de una injusticia estructural. Entonces, pertenecer al Gran Sur es ser parte del club de los inconformes con el mundo. Y suscribir a un proyecto de transformación.

 

 

de las buenas intenciones a las nuevas instituciones

 

“Estoy un poquito fajado, porque vinimos aquí para el coloquio del Gran Sur y desafortunadamente se va a volver el coloquio latinoamericano, porque el gobierno argentino rechazó todas las visas de los africanos, incluso funcionarios de la OCS”. Manssour se lamenta sin perder la compostura. Sucede que la administración de Javier Milei organiza congresos de la ultraderecha en Buenos Aires con su partners estadounidense, pero bloqueó el ingreso a la mayoría de los intelectuales que debían participar del evento celebrado a comienzos de julio en la Universidad Nacional de Avellaneda (UNDAV). El desprecio libertario por todo lo que huela a sur es directamente proporcional a su deseo de ser colonia. 

Sin embargo, el actual titular de la Organización de Cooperación del Sur no se enreda en obstáculos coyunturales. Él señala problemas estratégicos que permanecen irresueltos y habilitan el resurgimiento de expresiones políticas tan destructivas. Al mismo tiempo, asegura que estamos ante un punto de inflexión histórico que reabre el horizonte de posibilidades.

 

Las élites locales siempre han sido representantes de los intereses del norte dentro de nuestros países, por eso la descolonización verdadera implicaba una transformación social que fuera capaz de derrotar a esas élites que se beneficiaban de su vínculo con las metrópolis. ¿Seguimos teniendo ese problema hoy?

 Sería miope de parte mía negar que hubo históricamente un problema con nuestras élites. Pero tengo la impresión que enero de 2025 es un antes y un después. Antes de la ruptura del orden unilateral promovido por el propio presidente de los Estados Unidos, y me refiero a los aranceles, había una idea de que era mejor un yugo conocido que el caos desconocido, mejor la estabilidad y previsibilidad del sistema actual, sobre todo para hacer negocios. Pero hoy esa certeza se hizo trizas. Eso abre la posibilidad, incluso para las élites, porque aquello que hacía que el sistema fuera tolerable fue destruido por el propio ocupante del trono. Lo que viene es articular. Pero quisiera decir que el futuro del Gran Sur depende de la participación auténtica de nuestros pueblos. Enfatizo auténtica, para distinguirlo de simbólica. A lo mejor soy un poquito romántico, pero tengo fe en nuestros pueblos. No una fe ciega, sino una que reconoce dos heridas. La primera herida que hay que curar tiene que ver con el contexto de la policrisis mundial: la base material de los individuos, de los pueblos, ha sido tan destruida, tan dañada, que por supuesto lo esencial eclipsa lo anhelado. En las condiciones actuales, ningún discurso puede movilizar hacia el futuro si no puede sostenerse en lo inmediato. No es un argumento en contra del cambio estructural que estamos promoviendo. Se trata de comprender que para ser posible tiene que ser también concreto. Necesitamos conjugar los objetivos de largo plazo con la tensión urgente. 

 

¿Cuál sería la segunda herida?

 Luego de tres décadas de resignación con lo que se había vaticinado como el fin de la historia, la idea misma de una posibilidad de cambio social quedó dañada. Nos enseñaron a dudar y sospechar de todo lo colectivo. De hecho, yo diría que fracasaron con la represión de los fusiles, pero más eficaz que la represión ha sido la pedagogía de la rendición. Es imprescindible articular una visión transformadora y no solamente reformista. Por ejemplo, Milei llega a la presidencia con un discurso de ruptura y no reformista. Hay una tercera herida que me parece imprescindible mencionar, y es la dictadura de la tecnocracia que impera desde los años noventa. Necesitamos técnicos, por supuesto, pero la tecnocracia tiene que estar sujeta a la imaginación política en el sentido noble de un proyecto para la sociedad. La dictadura de la tecnocracia se encargó de deslegitimar el sueño y la utopía que convocaba a los pueblos a marchar.  Creo que eso es lo primero que tenemos que reconquistar. El status quo es un ladrón que nos robó la capacidad colectiva de soñar y tenemos que reconquistarla, porque sin sueños no hay movilización y sin movilización no habrá transformación. Todavía no conocí a nadie que en la intimidad se ponga a soñar con equilibrar el presupuesto del Estado. Puede ser una medida interesante, incluso importante, pero no es un sueño que movilice. El sueño es sagrado. Y lo sagrado es muy importante porque es lo que prohíbe el sacrilegio, pero sobre todo es lo que justifica el sacrificio. Y la cuarta herida, que mencionamos antes, es que tenemos una crisis de identidad meridional. Hablamos del Sur, pero es poco lo que se construye realmente. La cooperación sur-sur es una linda consigna, pero se ha quedado en algo muy abstracto, sin cosas tangibles que los pueblos vieran. 

 

¿Y qué serían cosas tangibles, por ejemplo? ¿Cómo articular una cooperación verdadera que supere las buenas intenciones?

 Hay más de un asunto. La OCS, y lo digo como Secretario General, es una herramienta imprescindible, pero tampoco es el alfa y el omega. Necesitamos más herramientas. El punto de partida es que si la cooperación sur-sur queda limitada a los acuerdos entre gobiernos, no tendrá futuro. Por una razón sencilla, los gobiernos van y vienen. Ustedes lo vieron con UNASUR: cambia de gobierno y se termina la herramienta. Son imprescindibles los acuerdos entre gobiernos, pero la clave es erigir puentes entre los pueblos. Un ejemplo muy concreto es la movilidad académica entre los países del sur. Estamos lanzando desde la OCS el Marco FREYRE, en honor a Paulo Freire, porque cuando un joven o una joven van a estudiar a otro país se construye un puente duradero. Pero eso es en términos educativos. Otra herramienta concreta es la Unión de Apalancamiento Mutuo de los Deudores, el CLUB, una respuesta de nuestros países a los acreedores del Club de París. La OCS nació con la COVID y todavía tenemos el deber como países, como pueblos, de aprender la lección de la pandemia. Nuestros países se enfrentaron a una falta de acceso equitativo a las vacunas, incluso aunque tuviéramos el dinero para comprarlas. Nos dimos cuenta que tenemos que invertir en centros de investigación transdisciplinarios regionales del Gran Sur. Porque hay una infame división 90-10: el 90% del financiamiento mundial para la investigación responde a las prioridades o contextos de la minoría global del norte. 

 

El status quo es un ladrón que nos robó la capacidad colectiva de soñar y tenemos que reconquistarla, porque sin sueños no hay movilización y sin movilización no habrá transformación. El sueño es sagrado Y lo sagrado es muy importante porque es lo que prohíbe el sacrilegio, pero sobre todo es lo que justifica el sacrificio. 

 

¿Ubicás a Rusia y China dentro del Gran Sur?

 Bueno, eso es complejo. Lo importante es reconocer que el Gran Sur contiene la visión de una tercera vía de desarrollo. Lo cual implica rechazar las dinámicas injustas de la arquitectura internacional actual. Así que si China suscribe a esa visión de transformación del mundo, sin el intento de imponer una nueva hegemonía imperial, pues bienvenida China. 

 

Otra pregunta que surge es a qué llamamos el Gran Norte. O sea, a qué nos estamos oponiendo.

 Eso es muy importante, porque es imprescindible que el Sur no se defina nada más que como oposición. No podemos ser lo que negamos, sino lo que afirmamos. Ser parte del sur o del norte tiene que ver con la dinámica de poder. Si uno está del lado de los que se benefician del orden mundial, se inscribe en el norte. Creo que todavía no hemos constituido la coalición de los que están dispuestos a construir lo nuevo. Muchos todavía se quedan en el umbral, en la antesala de una decisión, porque prefieren ver lo que va a pasar. Hay quienes piensan que los BRICS es la organización que dará un vuelco. Yo no creo que China esté proponiendo construir un nuevo orden, aunque por primera vez se está asomando a recuperar la retórica de Mao. Por ahora están diciendo: “no nos empujen a eso”. Pasa lo mismo con Rusia, con Brasil incluso.

 

Otra gran partición geopolítica es la idea de occidente contra lo que se opone a occidente. Me imagino que en Medio Oriente, por ejemplo, esta es una categoría importante.

 Yo no uso esta lógica de pensamiento, porque nos lleva a una idea de choque de civilizaciones que no me agrada. Creo que, justamente, no se trata de un problema de civilizaciones. Es interesante cuando Franz Fanon escribe Los condenados de la tierra, también en 1961, todavía en aquel momento Europa incluía a Estados Unidos y a Canadá. Se empieza a hablar de Occidente justamente cuando los Estados Unidos ganan la guerra contra Europa, y termina imponiéndose también culturalmente. Hay que hacer un trabajo profundo desde el sur para articular nuevas epistemologías desde nuestras memorias, pero sin un rechazo primitivo a lo occidental.

 

 

futuros meridionales

 

En mayo de 2025, Bin Mussallam publicó en formato libro lo que denominó su Carta meridional, concebida como una serie de apuntes desde el claroscuro mundial. Escrita en Adís Abeba, la capital de Etiopía, allí consigna que el orden hegemónico es finito y que esa verdad fue puesta en evidencia a partir del sistema de aranceles de Donald Trump. Postula la necesidad de encontrar nuevas potencias identitarias, a partir de una operación de “soberanía epistemológica”. Se palpita la tensión entre esa diversidad que caracteriza al Gran Sur y la premura por fortalecer una identidad en común. Viejas tareas pendientes que se vuelven cada vez más urgentes. Sueños que fueron perseguidos en el pasado pero quedaron truncos y hoy reaparecen como la materia prima del porvenir. 

Manssour es una extraña mezcla de funcionario posmoderno y profeta inmemorial, con quien podríamos conversar durante días. Pero el tiempo de la entrevista se agota y nuestro amigo en común Rodolfo Hamawi, quién tuvo la gentileza de presentarnos, avisa que es hora de partir hacia el sur del conurbano bonaerense, donde lo esperan otros interlocutores. El remate de la entrevista inspira futuros intercambios, que nos prometemos honrar.

 

El Gran Sur aloja una rica heterogeneidad cultural, lingüística y geográfica. ¿Cómo se piensa la relación entre la multiplicidad y la unidad? 

 Justamente nuestra unidad tiene que surgir de la diversidad que somos. La universalidad que se nos propuso desde el Norte implica borrar la diferencia. O sea la universalidad es un mosaico y no una pared pintada del mismo color. Y ahí le robo algo a Perón, que le dice en una carta a Juan Manuel Abal Medina, cuando está a punto de volver en 1973: “Tenemos que hacer un río en el que confluyan las distintas corrientes”. Creo que es lo que tiene que hacer el sur. Un horizonte común, pero múltiples afluentes según las trayectorias y la sensibilidad de esos pueblos que confluyen, soberanos pero simbióticos, hacia el altar de la unidad. Pongo un ejemplo: uno de los errores en América Latina y también en el mundo Árabe fue que ideologizamos demasiado las herramientas de integración, poniendo en el centro la afinidad entre los gobiernos o la simpatía personal de los presidentes. Para lograr una integración regional verdadera, pero también para que el Gran Sur confluya, necesitamos tiempo. Porque integrar es fundar un pueblo. Ustedes se habrán dado cuenta que se habla cada vez menos del pueblo, como si fuera una mala palabra. Hablamos de la gente o la población. Pero, ¿qué es una población? Un conjunto de individuos que ocupan un mismo espacio. El pueblo es una población que atravesó el tiempo, ha heredado una memoria colectiva y tiene la custodia de una promesa. Queremos lograr la soberanía energética, una industria de alto valor agregado, cambiar la arquitectura financiera internacional que nos tiene maniatados. El debate entre izquierda y derecha es muy importante a nivel nacional, pero a nivel regional o del Gran Sur hay otras categorías más relevantes. Necesitamos construir una dinámica de cooperación entre nuestros países, que no se enfoque justamente en una receta o modelo universal, sino que se base en principios compartidos, herramientas de cooperación y un horizonte común. Aceptar que cada país tiene sus diferencias, pero nos une la experiencia del despojo y la resistencia, la condición objetiva de una injusticia estructural y la aspiración de cambiar esa realidad, no en contra del norte sino en función de una nueva humanidad. No queremos volvernos el nuevo norte.

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