En busca del espectador perdido | Revista Crisis
pantallas y pizarrones / una combi de película / el cine va a la escuela
En busca del espectador perdido
Asistir por primera vez a una experiencia de ver cine a oscuras, con otros, puede ser algo fundacional. Algo similar a conocer el mar, un ritual que las plataformas amenazan con diluir. Para recuperar o no terminar de perder esa vivencia multisensorial que es también política y funda cultura, una camioneta cruza el país para acercar el séptimo arte a las futuras generaciones. Experiencias en las aulas, donde la función no termina.
Ilustraciones: Ezequiel García
20 de Julio de 2023

 

En pocos años la producción, distribución y acceso a películas se modificó a la velocidad de la luz. CD’s piratas, torrents, plataformas: de golpe todo estuvo a mano, lo nuevo, lo viejo, lo raro. ¿A quién le siguen importando los estrenos de los jueves, las calidades de imagen y sonido, las compañías? La evolución tecnológica resultó meteórica. Desde que los teléfonos dejaron de ser solamente objetos para hablar y escuchar y se convirtieron en dispositivos en los que se pueden ver videos, ya no hay imposiciones de horarios o límites. La posibilidad de acceder a películas, de cualquier país o festival, en todo momento, incluso en transportes, salas de espera, significó un cambio, a distintos niveles, para cada uno de los protagonistas de la industria audiovisual. Últimamente el streaming, en una Internet con menos espacio para el anonimato, ordenó el mercado, apagó para siempre al cura que venía a cerrar la transmisión televisiva y colaboró con el alejamiento masivo del cine. También impuso una condición no del todo explicitada: lo verás todo, o, mejor dicho, tendrás acceso a infinidad de “contenidos”, pero en soledad. O con los que se acomoden en el sillón o la cama, no muchos más.

Ese acceso sin (supuestas) restricciones marcó también el punto de partida para generaciones nuevas de espectadores que, a simple vista, están al mando: eligen, recomiendan, comparten, incluso buscan subtítulos, si es necesario, y los ponen al servicio de otros usuarios. Luego la reproducción de esas ficciones están supeditadas al equipamiento real de la vida moderna: tablets con pantallas rotas, televisores alejados del módem con imágenes congeladas, computadoras de escritorio con capacidades especiales. Las formas de acercarse a las historias se alteraron, las interrupciones son frecuentes, incluso las notificaciones de otras aplicaciones se mezclan con las escenas. En otras palabras: miles y miles de jóvenes argentinos se acostumbraron a ver películas, o fragmentos de ellas, sin ir al cine. Se trata de un hábito que nunca adquirieron, una salida costosa y, en muchas partes del país, impensable dada la lejanía con las salas. Salvo que el cine se acerque y vaya hasta la escuela.

 

Peligro de extinción
 

En 2013 la organización Directores Argentinos Cinematográficos (DAC) creó una fundación que tuvo un primer gran objetivo: llevar películas nacionales a cada institución que lo solicitara, no importa dónde esté, a través del programa El cine argentino va a la escuela. Una encuesta había arrojado que casi ningún joven iba al cine y que los pocos que lo hacían, elegían películas de otros países. A las distintas crisis que amenazaban el mundo audiovisual (los costos, los subsidios, los circuitos de exhibición), DAC intentó adelantarse a una que se estaba gestando: por no ir al cine, los así llamados nativos digitales tampoco conocían las salas, las butacas, la oscuridad, el silencio, la compañía de desconocidos a lo largo de ese rato frente a la pantalla gigante. El espectador de cine, como raza cultural, corría riesgo de extinguirse en distintos puntos del país. Si la audiencia no estaba llegando, había que ir a buscarla antes de que fuera tarde.

La acción fue inmediata, en 2014 se hicieron las primeras 19 proyecciones para 3400 chicas y chicos. “En ese momento trabajamos en conjunto con el ministerio de Educación de la Ciudad de Buenos Aires, después empezamos a ir a la provincia de Buenos Aires”, recuerda Ricky Piterbag, director, productor y uno de los responsables del programa. Luego de los viajes a Jáchal (San Juan) y Esquel (Chubut), comenzaron a llegar los pedidos. El boca a boca entre los docentes funcionó y en 2015 las funciones fueron 52 para 7750 jóvenes. El único requisito para participar es que sean escuelas estatales y secundarias. DAC se encarga de todo el resto: envía un listado de películas, los alumnos eligen una y el día de la proyección también participa alguien que estuvo implicado en el rodaje: actrices, guionistas, directores, productores, técnicos, dialogan con los chicos cuando las luces vuelven a encenderse.

La combi viaja con la pantalla, el sonido, material especial para oscurecer y también lleva a los trabajadores del cine, que a veces se instalan en los pueblos durante algunos días. Las autoridades, los medios, las familias, los vecinos también se acercan. “Cuando llegamos, ya hay una expectativa y se dan momentos en conjunto. Eso sucede más en las escuelas rurales. Muestran la huerta, cómo le dan de comer a los chanchos, nos dan de comer lo que plantan, hay un intercambio”, señala Marcela Carreira, también de DAC. Una vez que terminan los saludos, las notas, los protocolos, llega la hora de la verdad. La magia del cine, entonces, comienza antes de la función: todos esos espectadores que habrían visto ese film en sus casas, ahora están juntos, en la escuela. Las chicas y los chicos (más algún colado de ocasión) pasan a la sala, ya no es el aula a la que van todos los días o el salón de actos. Se apagan las luces, se callan (casi) todos y el logo de Cine Argentino, emulando un proyector, marca el comienzo a la función. “Puede pasar que al principio haya baja atención, que parezca que quieren hacer lío pero siempre la película hace su trabajo y ellos se concentran”, remarca Piterbag. Las películas elegidas por el alumnado responden a sus propias inquietudes. Nadie los asesora ni hay una intención educadora en este aspecto. Romances, terror, drama, comedias, también la historia reciente (dictadura y Malvinas), los adolescentes están abiertos a todo aunque a veces digan lo contrario. Ese rato en comunidad no pasa desapercibido para ellos. De golpe, se ríen al mismo tiempo o comparten una emoción: todo sucede por primera vez.

El momento posterior en el organigrama es la puesta en común y ahí se genera una segunda sorpresa: una de esas personas que recién estaba en la pantalla, o trabajó en la filmación, ahora es una más en la ronda. En Paraje Alecrín (Misiones), El Bolsón (Río Negro), Recreo (Catamarca), por poner sólo algunos ejemplos, donde no llegan demasiadas disciplinas artísticas, se aparece el cine y con algunas caras bien conocidas. De su experiencia en Carlos Pellegrini, en Corrientes, la actriz Ana Celentano recordó los caminos embarrados porque había llovido hacía poco, los pozos y los puentes que se movían más de lo que le hubiera gustado. Cecilia Rossetto, en la Escuela Número 8 de José León Suárez, en PBA, se encontró con una sorpresa: una vez que terminó la proyección de Esperando la carroza, el director irrumpió, micrófono inalámbrico en mano, al grito de “así te quería agarrar, Dominga”, con una imitación de Mamá Cora, el personaje de Antonio Gasalla. Los alumnos no lo podían creer, Rossetto menos. En José C. Paz, Daniel Hendler, a pedido del público, tuvo que mostrar sus dotes de mimo y hacerse el encerrado en una pared invisible. “Di una charla más como actor que como director porque ellos me habían visto en El abrazo partido. Me dieron ganas de compartir una parte que tiene que ver con el ego de los actores, con la necesidad de ser queridos. Nos exponemos para que nos presten atención, para que nos mimen un poco. Me sentí muy identificado con los chicos”.

 

A buscar curiosos
 

Desde DAC tienen en claro que tratan con una población que tiene sus particularidades. Manejan la informal estadística de que, en las proyecciones, por cada adulto que interviene, que pretende hablar del “mensaje” de la película, diez adolescentes se callan. Mejor darles espacio para que hablen, pregunten, piensen. ¿Qué pasa cuando la actividad termina, cuando llega el momento de las fotos, la despedida y la marcha de la combi? ¿Qué recuerdan esos alumnos? ¿Qué ideas se despiertan? El vínculo propuesto tiene que ver con la apertura de un diálogo. La proyección es el comienzo, a partir de ahí se abren dos posibilidades para continuarlo. Por un lado, cada escuela recibe (junto a una caja de películas argentinas) un cuestionario sobre los aspectos técnicos de la película (iluminación, vestuario, sonido, guión). Generalmente es completado en las clases de los profesores que tienen a cargo las materias de audiovisuales. Por otro, aquellas escuelas que desarrollan un video con algunas de esas observaciones, junto a los testimonios de los alumnos, participan de un concurso en el que el premio es la realización de un cortometraje con equipamiento profesional y asesoramiento de DAC.

Gisela Albrecht es profesora de la Escuela N° 371 de Esperanza (Santa Fe) y vivió de cerca todo el proceso: desde el primer correo electrónico hasta el rodaje de Bajo presión, el corto de sus alumnos. Durante el mes y medio previo al rodaje mantuvieron contacto con el director Dieguillo Fernández, que los asesoró en el guión. El Club de Leones de la zona se involucró con el proyecto y prestó una casona como locación para una historia de terror. “Todos los chicos tuvieron algo para hacer, eso fue increíble, porque pensábamos que sólo los actores iban a participar. Ellos querían, drama, acción, sangre, tratamos de incluir todo”, dijo Gisela, que también trabaja en otra escuela, en San Jerónimo Norte, y está dispuesta a repetir la experiencia.
Además, con el correr de los años, de las charlas, se dio una difusión del trabajo en la industria del cine y eso, en una población que cursa los últimos años de secundario, no es solo un detalle. La pregunta que más suena, en cualquier punto del país, es cómo trabajar en esto. Cada protagonista tiene su respuesta y los chicos escuchan a todos. El actor Ignacio Huang viajó a distintas escuelas, una de ellas fue en Daireaux, en provincia de Buenos Aires, en medio de las montañas. ”Un chico me dijo que era la primera vez que estaba cerca de un actor. Este programa les permite sentir que el mundo no está tan lejos. Sólo cuatro horas desde Capital es una distancia suficiente para que cambie el mundo”.

En una de las primeras proyecciones de este ciclo, en El Bolsón, la película elegida fue Un cuento chino. Algunos años después, en la carrera de cine que se dicta en esa ciudad una profesora escuchó a un alumno que hablaba sobre el personaje de Muriel Santa Ana. Cómo sabes tanto, le preguntó. Ella vino a mi escuela hace unos años, respondió el joven. ¿Qué fue primero entonces? ¿El huevo, la gallina, el interés del chico por el cine, la visita de DAC, la charla de Santa Ana? No importa resolver esa pregunta. Más de 65000 jóvenes en 549 proyecciones desde 2014 vivieron esta experiencia. Algunos perdieron el prejuicio que tenían con las películas, otros preguntaron, otros manejaron equipamiento profesional o se quedaron con algún recuerdo de una charla. ¿Volverán al cine, estudiarán algo que continúe el interés que creció a partir de esa película en la escuela?

Continuará…


Nota realizada en colaboración con DAC - Directores Argentinos Cinematográficos 

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