Desde que reapareció crisis hemos recibido numerosas cartas. Traen voces para compartir alegrías y tristezas; demandan alguna señal de claridad en estos confusos tiempos y llaman a no enterrar un pasado doloroso hasta que se haga justicia. Son voces con reconocimientos y criticas precisas; con ofrecimientos y pedidos en una bien entendida fraternidad. Voces de los sobrevivientes de una generación diezmada y de una juventud crecida milagrosamente en tierra baldía. Voces de todas partes del país, también de sitios lejanos y desconocidos que rastreamos en el mapa con pudor. Y las hay de América Latina; por ejemplo, de Chile y Nicaragua, hablándonos de su epopeya.
Cartas. Llegan todos los días y las leemos con avidez. No hemos podido contestarlas una por una, pero están sobre la mesa de trabajo, participan de la aventura de crisis, ponen en filo la conciencia, avivan lo mejor de nuestro espíritu. Igual estímulo, semejante afecto conocimos en las presentaciones de la revista. Organizadas por viejos y nuevos amigos, por centros de estudiantes, sindicatos, instituciones de derechos humanos, agrupaciones juveniles, bibliotecas, talleres de arte. Allí estuvimos: en Buenos Aires, La Plata, Córdoba, Santa Fe, Mar del Plata, Posadas, Neuquén, Cutral-có... Y siempre el buen debate, la pluralidad de ideas y el compromiso de no ceder un espacio de cultura que representa a muchos y fue ganado con sacrificio.
Hay un pensamiento de Ezra Pound: la lucha es entre la luz y las tinieblas. Cabe preguntar, asumiendo sin miedos ni falsas modestias un lugar en la confrontación, si los proyectos del arte y el pensamiento que ayuden a gestar una nueva sociedad con armonía, provocarán, inevitablemente, la resistencia de quienes, pretendiendo demorar la historia, rinden servidumbre al autoritarismo.
Si miramos a nuestro país sin anteojeras y analizamos cómo fue dejado, tras ocho años de terrorismo de Estado, no deben sorprendernos los ataques que estamos recibiendo. Son la contracara, diríase normal, del afecto y solidaridad que antes reseñábamos. Marcan, a la vez, el recelo que provoca la amplia difusión de crisis, que supera lo esperado, y deben analizarse, para no caer en el narcisismo, dentro de la política global de las fuerzas de la reacción, que mantienen casi intacto su poder.
La andanada más gruesa provino de La Prensa. En este diario, cuya historia acaba de reactualizar su director, reconociendo ante un juez como fuente periodística los servicios de información del Estado, apareció el 28 de junio pasado una nota que nos difama.
En estilo deliberadamente confuso, para escapar a una acción judicial, el señor Jesús Iglesias Rouco, actuando como provocador, mezcla la momentánea detención de un ciudadano en Rosario, ex preso político, con un supuesto rebrote subversivo. De esta última situación estaría al tanto, entre otros, según sus dichos, el director de crisis.
El suceso es rocambolesco y el informante no goza de credibilidad pública; aun así, por aquello mismo del que calla otorga, se puntualiza:
- Desconocemos absolutamente a la persona detenida en Rosario.
- Nunca hemos tenido relación politica ni cultural con la misma.
- Esto no debe verse como un descalificativo de alguien a quien respetamos en su condición de ex preso político, sino que refiere simplemente un hecho.
Surge de todo esto un comentario inevitable: estamos ante un nuevo intento, montado por los mismos servicios que trabajan para derrumbar la legalidad, de realimentar el mito de los dos demonios. Ante la violencia de quienes añoran la dictadura y siguen sosteniendo la doctrina de la seguridad nacional, se inventan enemigos violentos de signo contrario, concretamente del campo popular, que de alguna manera los justifique. Es una maniobra grosera, no merece mayor espacio.
Hubo también embates de otra naturaleza. Uno, y por encima de eufemismos, se centra en nuestra obstinada reivindicación de los intelectuales víctimas de la represión. No se trata de hacernos dueños de ningún dolor, pero ante el interesado silencio de muchos, cumplimos con nuestra conciencia, ayudamos a que las nuevas generaciones recobren un pasado que les fue negado. Otro libelo se nos dirige por haber estado exiliados. Tuvimos que dejar el país para no ser asesinados o desaparecidos. Hemos vuelto sin rencores, y rehusamos participar en polémicas que pretendan enfrentar a los que vivieron el exilio interior con los que conocimos el destierro. La única diferencia legitima es entre los complices de la dictadura y los que, de mil maneras, se opusieron.
No abundaremos refutando ataques que, en definitiva, marcan el bando real en el que se inscribe cada uno. Pero acaso sea pertinente una última acotación.
crisis solo puede existir en democracia. Por ejemplo en esta democracia, que muchos gozan pero no todos merecen, en cuya defensa estamos comprometidos por convicción y por elemental razón de supervivencia. Democracia que demanda la lucha contra todo aquello que la dane y a la que debemos enriquecer en su contenido real para que no se convierta en un principio retórico, odiado, no deseado. crisis aporta a ello. humildemente, su espacio de reflexion y debate, su independencia, su no renunciado anhelo de ver cumplida la gran utopía.