tiktok: cada segundo es un segundo menos | Revista Crisis
a bailar, mi amor / todo pasa / ni quince minutos de fama
tiktok: cada segundo es un segundo menos
Es la red social con mayor potencial de crecimiento e influencia estética, incluso más que Instagram o Facebook. Aunque en especial es utilizada por menores de edad, ahora ya nadie quiere quedarse afuera de esa maníaca pantallita donde se desata una lucha diaria por captar la frágil atención cibernauta. La propuesta es clara: que haya agite y lisergia continua pero que dure poquito, en el límite exacto de la nada.
Ilustraciones: Catinga
30 de Mayo de 2022
crisis #52

 

"¿…elfina no hay ferné?”, pregunta una señora mayor, anciana, de lentes oscuros en un espacio verde al aire libre. A distancia le responden “¡No, Lela, no hay! y mientras avanza unos pasos erráticamente bajo un árbol cierra con “Ay, la mierda… esta rama pelotuda”. Todo, en catorce segundos y vuelve a empezar automática e inmediatamente. Antes de darme cuenta, ya lo vi más de tres veces.

“¡Claro que voy a enseñar las nalgas en redes sociales! O sea, ¿ustedes se creen que hago sentadillas, desplantes y madre y media para andar como la niña de la vela perpetua? ¡No!, quiero que al pasar digan qué perro culazo, hasta ladra!”. La voz suena en off mientras pasan fotos y micro videos de ella ostentando cola canina durante quince segundos que, en su versión loop, parecen eternos.

Antes que nada empezaron a aparecer videos de gente haciendo bailecitos. ¿De dónde venía eso? La primera vez que escuché sobre alguien que usara TikTok en Argentina fue en José C. Paz: estudiantes de Trabajo Social, mujeres trabajadoras, me contaban de sus hijas e hijos que se la pasaban mirando y haciendo estos videos breves. Después, durante la cuarentena, una vecina y docente de Caseros decía que su hijo, de trece años, le rogaba que le comprara una tablet. No quería quedarse afuera de los encuentros que hacían sus compañeros: armaban zooms y cada cual, frente a la cámara de la tablet prendida, miraba TikTok en su celu.

Creada en 2016 en China por la corporación ByteDance con el nombre de Douyin (“agitar la música”), TikTok es la versión para el resto del mundo. Su crecimiento meteórico tuvo un hito cuando en noviembre de 2017 compró la app estadounidense Musical.ly (por 1000 millones de dólares, según el Wall Street Journal) y la fusionó. Musical.ly tenía 90 millones de usuarios y presencia en Argentina en rango prepúber. El año pasado fue la app más descargada del mundo. Las proyecciones estiman que este año puede alcanzar los 1500 millones de usuarios activos. Corre de atrás a Facebook e Instagram (también a Youtube, aunque a la vez lo llena de tiktoks), pero esas líderes sienten cómo se les acerca y reaccionan introduciendo formatos “inspirados” por TikTok (como los “live” y los “reels”).

Hace ya un par de años que se ven niñxs con camisetas de TikTok. Las redes sociales no habían llegado a que la gente -gente común, cualquiera, no tribus filotecnológicas- anduviera con la camiseta puesta. También hay adultos con remeras, barbijos, tazas y mochilas de TikTok, como si fueran hinchas de. La red pasa a ser un espacio de pertenencia, un elemento activo de la conformación identitaria de la gente. ¿O quizá una moda pasajera? Una “comunidad perchero” -como dice Zygmunt Bauman- que dura un rato.

 

eterno retorno

Puede subirse lo que sea, pero contado en segundos: quince, treinta, sesenta. Son como shots. TikTok: el tiempo pasa, corre, amenaza (“Haz que cada segundo cuente”, se publicitaba la app). Horacio González señaló en esta revista que las redes sociales se nombraban remitiendo a tecnologías que venían a destronar “el libro, el rostro, la telegrafía”. Con TikTok pareciera finalmente que la mediósfera sincera su condición cronopolítica preeminente. Lejos del pensamiento o la estética única, domina a la subjetividad un ritmo único. No hay que quedarse quieto. Hay de todo salvo quietud o silencio -obvio.

Entrar es ingresar no tanto en un “roll” como sucede en otras redes. Sí, se pasan los videos con el dedo, pero los videos no están montados sobre ninguna plantilla, nada los enmarca. No se ve la cinta que los transporta, ni fondo alguno, ocupan toda la pantalla y se van empujados por el otro. Estamos de lleno sumergidos en la habitación de fulana o mengana haciendo un bailecito o un challenge o afeitando a un perrito. De golpe en el cuarto de dos hermanitas de un barrio humilde, de golpe en la pieza de un pibe con peluca chistosa haciendo que canta… Supresión absoluta de intersticios o intervalos. Al lado de esto, otras redes tienen espacios entre los posteos. Quizá este renunciar a estar todo el tiempo como marco ayude a que la marca sea más apropiada por la “comunidad tiktoker” -¿son retrógadas estas comillas?-. De seguro produce el efecto envolvente, como si no estuviéramos mirando algo sino metidos en algo. Al entregarse entera, la pantalla -el soporte- se oculta.

McLuhan decía que la cultura eléctrica era el fin de la “mente lineal” producida históricamente por la lectoescritura. Concebir la realidad como una línea que progresa, evoluciona, guarda cierta coherencia narrativa, acumula con paciencia, etc., quedó atrás: irrumpía la simultaneidad, lo instantáneo y ubicuo. TikTok abandona incluso la línea vertical del scroll. Hay solo y permanentemente lo actual. No hay orden alguno, salvo lo que arma el algoritmo para cada usuario -la sección principal de la app se llama “Para ti”.

No hay mapa en este océano, ni imagen de su totalidad. Cada video entra ya reproduciéndose, no necesitás apretar play, ya estaba ocurriendo y ahora llena el cuadrilátero de nuestra atención. No hay inicio, ni estrictamente tampoco final, en el bucle eterno del recomienzo automático.

Al entrar en el feed o cuenta de un usuario, vemos un mosaico de todos sus videos moviéndose en loop al unísono. Y mientras vemos un video, sobre él hay diversos íconos, uno de los cuales es un círculo que gira sin cesar, para ir a ver qué pista de sonido tiene el video (y todos los videos hechos con esa pista de sonido). Pero además del disquito, también el nombre del track circula escrito sobre el video. Estridencia de estímulos siempre al máximo.

 

las cuasimonedas

Según la consultora Brand Finance, TikTok tiene un valor de mercado estimado en 59.000 millones de dólares y la considera la marca de mayor crecimiento en todo el mundo en el lapso de 2021 a 2022. Crece más rápido que ninguna, desde China hacia Occidente, de los prepúberes a los más grandes. En Estados Unidos hubo bastante conflicto: Donald Trump la obligó a venderse a capitales locales o irse: “No me importa si es Microsoft u otra compañía grande, una compañía segura, una compañía muy estadounidense tiene que comprarla”. Decía que TikTok (que había tenido allí 165 millones de descargas ya en agosto de 2020) podía ser usada por el gobierno chino para robar datos y espionaje. ¿Era una confesión de lo que hace Estados Unidos con las redes de corporaciones suyas? TikTok, que justo había contratado como CEO al hasta entonces responsable de la plataforma Disney+ , Kevin Mayer (que renunció a los tres meses por el conflicto), presentó una demanda y la justicia frenó las medidas del Ejecutivo, que luego fueron canceladas por la administración Biden.

Actualmente hay 85 millones de usuarios activos en Estados Unidos y continúa creciendo. Algunos se destacaron al reivindicar el boicot del acto inaugural de campaña para la reelección de Trump: reservaron los tickets y no fueron. Ante el estadio vacío, el acto se suspendió. Muchos eran adolescentes afines al K-Pop y subieron videos haciendo bailecitos y mostrando las entradas.

En Argentina, distintas fuentes dicen que en enero de este año había un millón y medio de usuarios activos, aunque la consultora Statista ya arrojaba ese número casi un año antes (en Brasil, 18,5 millones y en México, casi 20 millones). “La empresa no confirma ninguna información provista por terceros”, ha dicho Gabriela Comazzetto, directora de Soluciones de Negocios Globales de TikTok para América Latina (antes ejecutiva en Facebook). Ella anunció el año pasado el acuerdo con el unicornio argentino Aleph Holding -que tiene su cuartel general en Miami- para que constituyera su representación en nuestro país, con el objetivo de “acercar a TikTok a los anunciantes globales”.

Intercalándose en los videos de bailes lascivos o monerías, aparecen publicidades de una aplicación de neotaxis o de dispositivos financieros virtuales para la gente común, de videojuegos. No son tan disruptivas. No cambia mucho la textura semiótica, a diferencia de en la tele o en la radio, donde comienzan las propagandas y es otra voz, otro habla, etc. Acá siguen con musiquita, en algunas alguien baila un poco.

“Les proponemos a las marcas que hagan tiktoks orgánicos, que se sumen a la conversación”, dice Comazzetto: “La plataforma está diseñada para inspirar la creatividad y despertar la alegría (...). Para las marcas y los profesionales de marketing, esto abre una ventana completamente nueva de oportunidades para crear tiktoks, no anuncios, que le hablen a nuestra comunidad altamente comprometida”.

TikToks, no anuncios. El valor es la comunidad y hay que introducir marketing (es decir, interés privado) de un modo que no rompa el clima. Se abre una nueva forma de pensar la publicidad: orgánica. La empresa les habla a las empresas anunciantes y lo que les ofrece es: el público. Los usuarios somos su producto en venta.

“¡Hola! Soy la astronauta de la Agencia Espacial Europa Samantha Cristoforetti, su astronauta amistosa en TikTok. Acuérdense: síganme a ir audazmente a donde ningún tiktoker ha ido antes”. TikTok va al espacio. Y se suma a producir sujetos autopublicitarios. La gente aquí pide explícitamente que la sigan mucho más que en otras redes. El número de aprobaciones es sagrado y no hay rastro de tabú al respecto. El numerito manda, como en un juego o en un hopping. Cada cual también se convierte a sí mismo en un producto para vender. Actor y manager. Capital y broker que va mirando a cada rato cómo sube -o no- su valuación.

Hay unas mil millones de personas creando contenidos gratuitamente. Pero no todxs lxs usuarixs producen gratis. TikTok tiene su propia moneda, la moneda TikTok. Un usuario puede comprar (65 monedas TikTok por 0.99 dólares) para después hacerles “regalos” (así se llaman) a los tiktokers que le gusten mucho. Se usa sobre todo en los live. Una adivina, por ejemplo, puede responder preguntas “sobre embarazos casamientos y muertes solo con regalos”. Después canjean los regalos por “diamantes” y recién con los diamantes pueden retirarlos por plata oficial, articulando con PayPal, que junto a TikTok se queda con un porcentaje del 50%, según Soluciones.link. Además, la empresa les paga a los creadores de contenidos que tengan al menos diez mil seguidores y cien mil visitas mensuales. Los datos al respecto son brumosos, pero vivir de hacer tiktoks es algo que sucede (lxs tiktokers top del mundo ganan millones de dólares, incluyendo lo que reciben de marcas que publicitan) y sobre todo tracciona como aspiración. Una carrera abierta al posteo.

 

jajajaja

Bueno, vamos a hacer piedra papel o tijera”, le dice un muchacho a una muchacha. “Si yo gano, tú me haces el tembleque; si tú ganas, me das un tortazo, ¿vale?”. Gana él, entonces comienza una canción (yo no corro por un culo, solo por un cheque, me lo mueve y se menea, eso parece tembleque). Pero en vez de “hacerle el tembleque”, ella graciosamente le da un sopapo y se va. Si no la mayoría, la primera minoría de los tiktoks incluyen lascivia o alusiones al sexo. Los bailecitos tienen mucha influencia del K-Pop y sobre todo del baile erótico. Pero es notable que muchas veces los bailes cien por cien cachondos culminan con quienes bailan soltando risas jajajaja.

En continuidad instantánea actúan con ánimos totalmente distintos. ¿Es pues cachondo el baile? ¿Quizá pueda una sexualidad concebirse sobre todo como actuación? ¿Quizá sea un espacio de entrenamiento teen antes de empezar a sexuar cuerpo a cuerpo?

Apenas me instalé la app, sin haber buscado nada, en “buscar” aparece:

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Además del maquineo filoerótico (acaso en afinidad electiva con la pedofilia, aunque la mayoría de los usuarios son menores, por ejemplo el 32,5% tienen entre 10 y 19 años en Estados Unidos), nótese la autorreferencialidad de la red. En TikTok se habla mucho de TikTok. Tiende a ser un microcosmos en donde cabe la bizarría del micromundo personal de cada usuario (recuerda un poco al programa “Televisión abierta”). Menos se lo usa como medio de transmisión de cosas “del mundo”, de lo público. Sí hay sectores de la política que están encontrando aquí tierra fértil. Javier Milei, por ejemplo, abrió su cuenta en marzo, a comienzos de mayo tenía ya 417.000 seguidores (308.000 fueron sus votos en Ciudad de Buenos Aires) y un ritmo creciente de publicaciones de videítos de 15 o 30 segundos de él hablando.

Pero el grueso de lo que circula es gente haciendo cositas desvinculadas de la agenda de actualidad. TikTok ofrece a la pantallita como actualidad pura en sí misma. Julia, 15 años, la usa desde que era Musical.ly, antes de que se convirtiera en TikTok en 2018: “Te podés encontrar de todo, cualquier cosa, lo más bizarro que te puedas imaginar”. Contesta un rotundo sí a la pregunta de si es adictivo. “Lo miro bastante todos los días, casi todo son pavadas, pero son tan cortitos...”.

La empresa Facebook cambió su nombre a Meta quizá yendo a la saga del descomunal boom del metaverso, los juegos donde la gente se mete y actúa en una realidad virtual. TikTok no participa literalmente del metaverso, pero tiene bastante de universo paralelo, lo cual acaso no sea ajeno al “sentido de comunidad” que promueve y logra. Las interacciones son de a millones, cunden los códigos “internos” del TikTok y los usuarios tienen gentilicio de pertenencia, “tiktokers”, que son todos, no como los “instagramers” o “youtubers” que es un mote más bien para los influencers.

En rigor no se sube un “video” sino un producto audiovisual con su propio nombre: un tiktok. Youtube nació para compartir videos -preexistentes- y aún funciona en gran medida como medio de vehiculizar videos de cosas preexistentes, con existencia autónoma respecto de su filmación y de la red. TikTok es para hacer tiktoks: lo que hay ahí es de ahí. Y mirar no es tanto mirar algo mediante la red sino la red misma. TikTok expande la marcada tendencia de los medios de dejar de ser medios de ligarnos con cosas a través suyo y ser cada vez más ellos mismos esfera de atención y permanencia (en el mismo sentido, por ejemplo, Instagram impidió los links hacia afuera).

 

chamuyo del aura

Un universo de cosas aconteciendo, lleno de cuerpos bellos y cachondez, de bloopers y cosas graciosas, no tenés que hacer nada, ni poner play, ¿cómo y por qué parar algo que no para? Quizá por eso el gobierno chino impuso restricciones a su uso: los menores de 14 años no pueden usarla más de cuarenta minutos por día. Drástico como decisión china, podría decirse.

Es difícil interpretar la medida, si acaso protegen la salud mental de las masas trabajadoras -la fuerza de trabajo es la mercancía más importante en todas partes y quizá aún más en China-, si acaso el Partido/Estado limitan el si no imparable crecimiento de privados como Zhang Yiming, el dueño de ByteDance, de 39 años. La India, por su parte, en conflicto con el gigante, prohibió TikTok (y otras 59 apps chinas) el año pasado: tenía allí 200 millones de usuarios, muchos de los cuales encuentran formas de usarla igual.

“Agitar la música”. La gente apoya el celu y le baila, como ante un Dios adorado. Aunque el modelo son cuerpos jóvenes muy preparados para el canon-pantalla, circulan cosas como el intendente de Merlo haciendo un baile TikTok o tres policías que son separados de sus funciones por postearse haciendo también su bailecito mientras estaban en servicio. Las pantallas fomentaban el sedentarismo y problemas cervicales. Ahora, el baile. Un baile sin desplazamiento, no hay que salir del rango de la cámara. Son bailes de un nivel de estandarización impactante. Cientos de millones de personas bailando igual, mismo patrón. No es carencia de inventiva, lo que se quiere es la mímesis, hacer bien -o con gracia- esto que se hace, que circula. Inventar o ser original no es tan valioso, no se trata de eso. Lejos de la figura del creador que se “aparta” para gestar cosa nueva, la red produce por mímesis y propagación.

Se pone de moda un tema y la pista de audio es usada por millones para hacer el bailecito, muchas veces copiando al del primer video que viralizó el tema. Pero también las pistas de diálogo se copian: tomás el track de un video donde pasa o se dice algo gracioso y te filmás haciendo monerías moviendo los labios al compás del texto.

La copia resulta más valiosa que la inventiva y eso, acaso, es liberador. Además de bailecitos, otro hit son videos de bloopers, de pequeños accidentes, fallos. Incluso de fallos al hacer los bailecitos, gente que tropieza, se cae, se le escapa un pedo. Se reafirman en simultáneo el modelo y la falla. Hay una conciliación entre modelo y falla -aunque no en paridad, por supuesto: el modelo es modelo, la falla es falla. Pero ya no se exige que todo lo que se sube a la red sean sonrisas, imágenes de felicidad y logros y resultados, ser lo más divino y pleno posible. Ya no hay un monopolio del acting exitista que, en las redes sociales estadounidenses, acata y prolonga el mandato de productivismo permanente y el orden de la jerarquía. Acá también, claro, hay winners y loosers en el implacable mercado de la atención. Pero las performances valoradas incluyen las pavadas, las cosas sin mayúsculas.

“TikTok For Business te permite desatar el lado creativo de tu marca. Es un mundo inmersivo, sin juicios ni prejuicios”, promociona la empresa en su sitio. Un espacio enorme para jugar, para divertirse copiando a ver cómo sale: ¿No somos, acaso, di-versiones de lo común? Una máquina de la propagación, una máquina de la conectividad y coordinación masiva sin reunión de cuerpos. Una técnica de lo masivo sin puesta en masa.

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