Juan Carlos Pugliese | Unión Cívica Radical
Recoger lo que se siembra
¡Qué podemos criticarnos luego de una trayectoria tan larga, en la que los acontecimientos nos condicionan permanentemente en el transcurso de una vida en la que siempre, sucesos ajenos determinaron de alguna manera, nuestra conducta!
Aunque personalmente me cuesta hacerla, siempre es posible esa autocrítica. Permanentemente reflexiono con los jóvenes, y de la oposición despiadada que nos están haciendo recogemos todo lo que hemos sembrado. Nosotros fuimos demasiado intransigentes desde la oposición y así como en los años 30 peleábamos denodadamente contra el fraude, sin tratar quizá de comprender qué había detrás de ese fraude, luego con el advenimiento del peronismo no tratamos de comprender la esencia de ese movimiento de masas que irrumpía en la vida argentina.
Ni siquiera intentamos interpretar ese fenómeno, nuestra oposición era cada día más virulenta y así nos fue. En cada elección, Perón nos ganaba por una mayor diferencia de votos.
Es por esto que en cada oportunidad que tengo que conversar con los peronistas jóvenes, con los que quieren renovar al peronismo, insisto en ese ejemplo. La oposición no debe ser feroz y el gobierno - pero sobre todo la Nación- necesitan un peronismo fuerte, unido, coherente que represente una alternativa real.
Tras los acontecimientos de 1966, cuando nuevamente fuimos derrocados, comenzó el radicalismo una verdadera introspección. Examinamos esos fenómenos con Ricardo Balbín, desmenuzamos una realidad política compleja como la de hoy y comenzaron aquellos saltos de cerco que muchos descalificaron y que estaban sembrando las semillas de este nuevo radicalismo cuyos frutos supo aprovechar un dirigente joven y talentoso como Alfonsin. Estoy seguro que sin aquellas actitudes -calificadas como complacientes por encumbrados correligionarios- nuestra victoria de 1983 no se hubiera producido. Es un fenómeno de proporción inversa: a mayor dureza en la oposición, pareciera corresponder un mayor crecimiento del partido que está en el gobierno. Sin embargo, el mejor trato que hoy pedimos, no lo dimos cuando fuimos oposición.
Todo fue distinto de 1973 a 1976. Entonces, pese a las circunstancias, hicimos lo imposible por evitar el golpe. Recordemos aquellos célebres cinco minutos de Ricardo Balbin. Hoy necesitamos tomarnos tiempo para reflexionar y dejar ese terrible exceso de retórica generado en torno de la tan zarandeada unidad nacional. La herencia cuyo peso sobrellevamos hoy gravita sobre radicales y peronistas, y mi autocrítica en este punto se hace más general ¡No supimos construir el país que queremos! En política nunca se deben poner todos los huevos en un solo plato a no ser que ese plato sea el propio país. A tal punto creo en esta afirmación que ya ni siquiera me considero un hombre del radicalismo, sino un hombre del partido, sino un hombre de la Nación, porque parafraseando a Nicolás Avellaneda, nada puede haber por encima de sus propios intereses.
Antonio Cafiero | Partido Justicialista
Fuimos tolerantes con los autoritarios
En una carrera política se cometen muchos desaciertos y es bueno evitarlos aunque hay casos en que esto no es positivo. Movimientos carismáticos como el nuestro no necesitaban de la autocrítica que, en su momento, parecía más bien un ejercicio apto para los partidos políticos tradicionales para las burocracias de los partidos totalitarios. El nuestro, que no respondía a ninguna de estas variantes, no tenía necesidad de ello, aunque sí de la crítica. Una vez que el partido dejó de ser un movimiento carismático - como un modo de adaptarse a los nuevos tiempos- fundamentalmente por la falta de un Jefe en la organización se tornó realmente válido el ejercicio de la autocrítica.
En lo que respecta a mi movimiento, nos cuestionamos el no haber puesto suficiente énfasis en temas importantes de la Argentina contemporánea: el de los derechos humanos por ejemplo, al que los peronistas no le dimos el valor que debe tener en una concepción como la nuestra que se auto titula profundamente humanista. Fuimos tolerantes con manifestaciones autoritarias cuando el tiempo del autoritarismo había acabado en el peronismo. Esto lo dejo en claro porque no cuestiono el autoritarismo del peronismo de los primeros tiempos. En esa época era una exigencia de la naturaleza del conflicto político que nos tocaba enfrentar, además de que no se hubiese podido recorrer ese camino de otra forma. El cambio de estructuras de los años 40 no se hubiese podido dar sin una dosis de autoritarismo más si tenemos en cuenta que permitimos el acceso de toda una clase, los trabajadores, a la condición de ejercer el poder.
Cuando en la tercera etapa del justicialismo el mismo Perón da por concluido el ciclo del mesianismo y por ende el que contenía formas autoritarias, me reprocho el haber dejado crecer aspectos y personajes autoritarios. Otro error es que desde la muerte de Perón hasta los últimos tiempos, no asimilamos todos los cambios que la sociedad había sufrido, y esto en contra de la actitud del mismo Perón, que fue un constante renovador de su doctrina.
El peronismo se encontraba sumergido en actitudes tribales, llegando al extremo de desafiar al resto de la sociedad argentina. Caímos en un anacronismo total con actitudes típicas del populismo oligárquico. Cuando empecé a criticar estas actitudes, lo hice con la impresión de que estaba cometiendo una heterodoxia, que estaba “sacando los pies del plato” por el acostumbramiento a un verticalismo casi ciego.
Desde ya, la renovación peronista constituye en sí misma una autocrítica, buscando una recomposición del movimiento con características que no debieron abandonarse nunca. Por eso es importante la autocrítica aunque cuesta, cuando uno se aferra a la nostalgia, caer en el inmovilismo doctrinario por miedo a la heterodoxia, o teme desnudar sus debilidades frente al adversario político.
Oscar Alende | Partido Intransigente
A Marx le resultaba fácil
Como integrantes del campo popular, todos debemos autocriticarnos el no haber acentuado la coincidencia de los partidos en la cuestión de la liberación. Comenzamos a diversificarnos ideológicamente y así, estamos condenados al fracaso. La izquierda jamás debe abandonar el camino de la liberación porque ese gran aparato de dominación dirigido por Estados Unidos influye directamente en la política interna de las naciones. Cuando a ellos les interesa, colocan dictadores. Cuando éstos llegan a agotar su tiempo histórico, tratan de sacar provecho de la democracia, de sobornar políticos. Ese aparato de dominio no es sólo económico o financiero, es además cultural, psicológico, informativo, entre otros muchos aspectos.
También debemos autocriticarnos algo que hemos tardado mucho en comprender, brindando así ventaja al enemigo. Se trata de una nueva modalidad de dominación del capital que ya no es sólo dueño de los medios de producción sino también de la tecnología. Un claro ejemplo de este aspecto de la dependencia es que grupos multinacionales como Exxon, Shell, General Electric, entre otros obtienen alrededor de cinco mil millones de dólares de ganancia por año. La IBM, por su parte, destina una suma similar a investigaciones tecnológicas. No querramos imaginar las ganancias de esa empresa.
Hay ya un nuevo mundo que la izquierda debe aprender a conocer un mundo donde el robot reemplazará el trabajo físico, y las computadoras el trabajo intelectual; un avance tecnológico que permitirá que una fábrica de 5000 obreros sea manejada y dirigida por 200 técnicos con ordenadores. Y todo esto ya está sucediendo, ya estamos en un mundo nuevo. A Marx le resultaba muy fácil en su época dividir la sociedad en burguesía y proletariado. Pero ahora es distinto, es algo mucho más complejo. Y ante tal complejidad es esencial atender a lo elemental, a lo sustantivo, por ejemplo, nuestra identidad latinoamericana y su maravilloso nexo común en la mayor parte de la región que es el idioma.
Como dirigente político, no soy muy severo conmigo mismo. Es cierto que me equivoqué al creer en Frondizi pero no en apoyar el programa que luego cambió. Yo mantuve siempre mi camino. Quizás eso fue la causa que no ganara tantos votos como amigos, que son más importantes.
María Julia Alsogaray | Unión de Centro Democrático
A mi chiquita no la presionen
¿En qué metimos la pata? Debe haber cantidad de errores en lo que a mí respecta. Me reprocho, sí, algo que me resulta imposible de evitar: el no atender a toda la gente que debería. Claro que muchas veces eso se da como consecuencia de la presión de los que, con todo derecho, quieren llegar a nosotros con sus proyectos o con sus ideas. Surge entonces un movimiento de defensa que hace que pongamos algunas barreras. Sé que tengo que luchar contra eso, porque es una manera de perder el contacto con la realidad. Me cuesta también mantener la capacidad de ver las cosas y la gente con sus matices porque no hay nada que sea decididamente blanco ni decididamente negro, ni gente mala o buena totalmente. Así se corre el riesgo de juzgar a la gente sólo por sus días malos. No debo encasillarme como desgraciados, como amigos o enemigos correligionarios o adversarios.
Casi todos los errores que cometí están relacionados con esa manera inflexible de ser. Mi padre dice siempre "a la chiquita no la presionen” porque saben que así me enceguezco y pierdo parte de la capacidad de razonar. Pese a la imagen que se tiene de él, es en verdad una persona extraordinariamente flexible y racional. En cambio, yo tengo una cuota de cabezadurismo, mezcla de vasco y alemán, que no es tan fácil de superar.
En lo que respecta al partido, creo que uno de los errores graves que cometimos fue nuestra evaluación de la realidad en las elecciones de 1973. De ahí que su resultado nos sorprendiese. Vivíamos una gran ficción. No éramos un partido, al contrario de lo que creíamos, sino un grupo político que no había conseguido todavía una estructura partidaria. Éramos un invento para las elecciones y por eso no sobrevivimos a la derrota. La diferencia en la concepción política entre ayer y hoy es que en esa época suponíamos que la realidad nacional estaba representada por gente que quería libertades individuales y que iba a aglutinarse alrededor de una idea. Y no resultó así.
Para un partido político, la única forma de superar las desacertadas coyunturas eleccionarias, y sobrevivir a lo largo de 40 años como radicalismo hasta conseguir finalmente su cometido, es tener una estructura. Y en 1973 no la teníamos.
Alberto Rodríguez Saá | Partido Justicialista
Sin audacia ni humildad
Venimos de la lucha contra la dictadura y el tránsito a las reglas del orden constitucional democrático y republicano es un paso trascendente, distinto. En este proceso de adaptación hemos enfrentado numerosas dificultades, no siempre superadas con acierto. Una de esas fallas -y debe ser motivo de reflexión- es el manejo de los tiempos políticos y la ansiedad que, como jóvenes o casi, pertenecientes a la juventud, hemos tenido en la búsqueda de soluciones. Hemos pecado de presurosos tanto en nuestro rol de oposición, por desear resultados inmediatos en la gestión del partido oficialista, como en las cuestiones personales, tratando de concretar nuestros proyectos. Olvidamos así un viejo axioma: en política, muchas veces, los tiempos no son como uno los imagina sino como la realidad los manda.
Otra autocrítica necesaria está referida, esencialmente, a mi labor como parlamentario. En el inicio de la práctica legislativa, quizá por demasiada cautela, por desconocimiento de las formas parlamentarias y de las reglas de juego que deben existir dentro del Senado, no tuvimos la audacia suficiente y eso ha sido un lastre en el momento de cosechar resultados. La responsabilidad es necesaria pero sin audacia no se concretan los sueños.
También merece su análisis la falta de humildad, o la poca tolerancia, que he tenido frente a compañeros que muestran otras posiciones dentro de nuestro partido. La gran energía que el peronismo gasta en la lucha interna, tal vez ha llevado a que, en ciertos momentos, fuera incapaz de comprender la raíz de los problemas que, de larga data, acosan al justicialismo. Pienso que, poco a poco, he ido mejorando mis carencias, pero no diría que las superé totalmente.
Debemos mejorar, no ya por nosotros mismos, sino porque el mayor aporte que le podemos dar a nuestro movimiento, es ser prudentes y humildes. Ese es el camino para encontrar la unidad, y la declamada pero no siempre practicada solidaridad. Y sin solidaridad y unidad en el peronismo, no hay liberación posible para la Argentina.
También en la cuenta de mis errores, y de otros muchos dirigentes, debe anotarse la falta de diálogo. Pienso que dialogar es simplemente confrontar ideas, poner cara a cara las verdades, sin preconceptos ni dogmatismos. Si uno posee sólidas convicciones, no debe temerle al diálogo, que es una vía para enriquecernos intelectualmente y para ser más útiles como hombres políticos. Soy consciente que en estos momentos del país es más necesario que nunca reflexionar sobre nuestras limitaciones. Pero con sacarlas a la luz no se termina la tarea, hay que tener el coraje de enfrentarlas y vencerlas.
Athos Fava | Partido Comunista
No vimos llegar al monstruo
Nuestra más grave equivocación fue no haber vislumbrado con suficiente claridad el monstruo que se estaba gestando en el país con el arribo de los militares al poder. Decir que consideramos a Videla como un general democrático es una crítica sin fundamento. El error en esa etapa fue no prever el carácter de clase de la dictadura militar, ya que dividimos a las fuerzas armadas entre los que identificábamos como más reaccionarios, "pinochetistas” y otro sector, aliado de la burguesía, que bajo la presión de los movimientos de masa pudiera impedir la consolidación de esa dictadura "a la chilena". De allí surgió esa posición nuestra respecto de una convergencia cívico-militar siempre aclarando que nos referimos a sectores democráticos de las fuerzas armadas. Pero resultó que esos sectores eran realmente minoritarios y no pudieron nunca imponer sus proyectos.
Lo anterior no significa que hayamos hecho algún tipo de concesión a la dictadura militar ya que no le dimos ni siquiera un intendente. Mientras que muchos de aquellos que nos critican han colaborado con el proceso dándole embajadores y funcionarios.
Por otro lado, estamos cerca del décimo sexto congreso del partido, que se prepara en base a documentos que tienden a actualizar nuestro programa. Esos proyectos se elaboran precisamente con un sentido crítico. Reconocemos que en el congreso anterior no se efectuaron análisis profundos, ya que tuvo el carácter meramente formal de actualizar nuestros programas a las exigencias electorales.
Creemos que la persona inteligente es la que menos se equivoca, pero también aquella que cuando incurre en un error sabe reconocerlo a tiempo. De ahí que valoremos la autocrítica.
Carlos Auyero | Partido Demócrata Cristiano
No entendimos al peronismo
Mi generación y la Democracia Cristiana nacimos a la vida política al mismo tiempo, alrededor de 1955. Así la autocrítica posible es la misma aunque en diferente escala.
Frente a la conclusión traumática del último movimiento masivo, el peronismo, apareció en el país -junto con un clima de libertad más extendido- el mismo anacronismo liberal que había signado la primera década de este siglo. Tanto mi caso, como en el del PDC, no hubo comprensión sobre el fenómeno popular del peronismo y, además, tuvimos un discurso político centrado en la transpolación de ideas propias de países europeos. Faltó la inserción en la problemática de un país como el nuestro, periférico y dependiente, nuestra comprensión no podía limitarse exclusivamente a rescatar ese clima de libertad sino fundamentalmente a profundizar los caminos de la liberación.
A partir de allí, el PDC transitó durante un lustro la experiencia de un neoconservadurismo con una gran carga religiosa que, paradójicamente, aportaba ideas progresistas. A comienzos de los años '70 se vislumbra un cambio al impulso de la personalidad de Horacio Sueldo. Es el momento en que todos nosotros, muy jóvenes, asumimos lo nacional y popular no solamente como categoría de análisis sino como lectura de la realidad. Pero entonces - yo tenía 25 años y era diputado provincial bonaerense- caemos en otra ilusión, la misma que signó la época; la utopía de transformar la sociedad sin la previa consolidación de un régimen democrático en la sociedad argentina. Otros jóvenes, rápidamente desencantados, empujados por la represión de la dictadura de Onganía, optaron a su vez por el camino heroico pero equivocado de la violencia.
La nueva dictadura, la más cruel, terminó por hacer una pedagogía de la desactivación de las ilusiones. La década del '80, como resultado, iluminó una nueva generación más realista y pragmática pero también más resignada. Nuestro aprendizaje hoy es que no se trata de una opción entre las utopías de fines de los 60 que no hay que perder y el realismo resignado de principios de los 80, sino encontrar una síntesis dinámica y creativa entre aquellas ilusiones y los caminos prácticos para concretarlas. En definitiva, cumplir con aquello que alguna vez enunciamos teóricamente: las utopías reales.
Rogelio Frigerio | Movimiento de Integración y Desarrollo
Errores tácticos
Nosotros desde el MID hemos cometido numerosos pecados de naturaleza táctica que he puntualizado públicamente en el discurso que acompañó al pedido de aceptación de mi renuncia a la conducción del partido, tal el caso de la elección del mensaje al electorado Tampoco hemos tenido en cuenta los cambios de la estructura social, que de tener cinco millones de obreros con carnet sindical pasó a un millón doscientos mil. De lo que se deduce que los restantes son cuentapropistas empobrecidos o desocupados consumidores del PAN y en consecuencia tributarios del gobierno de turno. Esa situación no admite el discurso en los términos en que los desarrollistas lo planteamos.
También hemos cometido el pecado político de omitir aquello que debíamos reivindicar como aporte a la pacificación y a la consolidación nacional frente a los graves conflictos del Beagle y Malvinas. Hay que cambiar en base al conocimiento de la realidad y eso solo se logrará a partir de una severa autocrítica.
Fernando De La Rúa | Unión Cívica Radical
La fragilidad es humana
En política se vive exigido por urgencias contrapuestas: la función pública, el partido, la gente. Siempre traté de responder a todas y eso resiente a cada una. No logré encerrarme en la función para generar más proyectos. Actué mucho en el Partido, aunque no todo lo necesario debido a las exigencias de mi labor parlamentaria y, principalmente, no me sustraje a recibir a la gente, a mucha gente a los que vienen con angustias preocupaciones y esperanzas y esto -que en la dimensión humana está bien- resiente el trabajo en lo demás. Así cada cosa según su grado debió ser mejor y me reprocho las limitaciones y el déficit de organización. Para alivio de mi culpa diré que pongo todo el tiempo posible y lo mejor de mí.
La política exige además acertar con las lealtades personales. Y en esto tuve errores. Creí demasiado; confié donde no debía y tuve la amargura de la deslealtad de algunos, cuando esperaba lo contrario. Sin embargo, me queda la alegría de la consecuencia demostrada por muchos nobles amigos y la espontánea adhesión de los adversarios.
Me critico no haber logrado un trámite más rápido para mis proyectos de ley sobre política indígena, trasplante de órganos, educación para la paz. Y también no haber ofrecido mayor resistencia a algunas leyes como las de reparación histórica y la de reducción de penas por corrección del cómputo.
El resto es propio de la fragilidad humana. Si uno pudiera vencerla en todos los terrenos, alcanzar más firmeza y humildad, esforzarse más, se acercaría mejor al balance de la obra mejor cumplida, sin la ansiedad de cuanto queda por hacer. Claro que en tal caso, la autocrítica no sería necesaria. Pero ella está y ante los hechos implacables nunca es del todo suficiente y completa. Perdón por eso.
Luis Zamora | Movimiento al Socialismo
Abandonamos las fábricas
No sé si específicamente debo hablar de errores, pero sí hay datos de la realidad que indican que debemos acrecentar nuestros esfuerzos, como partido, para ocupar los vacíos que los otros están dejando. Por ejemplo, el peronismo en su carácter de dirección de los trabajadores.
Creo que nos falta tomar conciencia de la obligación que tiene el Movimiento al Socialismo, y la Izquierda en general, de acompañar la lucha de los trabajadores contra el Plan Austral y toda la gestión económica del gobierno, así como ofrecer un programa de alternativa antiimperialista y antioligárquica que les ofrezca una salida a los nuevos luchadores sindicales combativos
Respecto de nuestro pasado reciente, una de las autocríticas de mayor peso es la que realizó el Partido Socialista de los Trabajadores, y que repercute mucho en el MAS referida a la falta de presencia del partido dentro del movimiento obrero durante la lucha antidictatorial. Se abandonó, se dejó de tener presencia dentro de las fábricas y los talleres. priorizando el trabajo político en las oficinas, en los gremios estatales o de servicios, con lo cual nos privamos de que hoy hubiera una fuerza obrera mucho más importante dentro del MAS. Su consecuencia es que se vieron limitadas nuestras posibilidades de luchar contra la burocracia sindical.
Otra autocrítica que nos hacemos surge de la combinación paradojal de un acierto con un error. Es decir, de un acierto político con el cual no supimos ser consecuentes con los hechos. Fuimos la única corriente de izquierda que caracterizó correctamente la situación después de la derrota de las Malvinas, al sostener que se abría una etapa de legalidad política y que se iba hacia las elecciones. Pese a todo, no tomamos las medidas del caso, como la apertura inmediata de locales del MAS para aprovechar esos márgenes de legalidad. Tardamos tres o cuatro meses en realizarlo. Otro error político de importancia que cometimos fue la caracterización que hizo el PST en los primeros tiempos del golpe militar de marzo de 1976 sobre las perspectivas de formación de una corriente socialista capitalizadora de esos desprendimientos moleculares de sectores del peronismo hacia la izquierda, a partir del fracaso del peronismo como alternativa frente al golpe. Pero nos corregimos casi de inmediato, al advertir que muy por el contrario, el golpe militar detuvo en seco ese giro hacia la izquierda e impulsó a la militancia en sentido inverso; vale decir que, en general, la conciencia política retrocedió.
José Villaflor | Peronismo de Base
El desencuentro entre activismo y militancia
Al peronismo actual le faltó un análisis profundo de la lucha política de los últimos 30 años. Otro error fue el desencuentro entre el activismo y la militancia que en los momentos de mayor lucha condujo a un nivel de violencia que el pueblo no identificó como suyo, aunque los reclamos populares exijan respuestas cada vez más contundentes.
El peronismo tuvo a su alcance la posibilidad de crear una organización a través de la cual la clase trabajadora pudiera luchar contra esta sociedad injusta. Los dirigentes políticos debemos practicar la humildad y dejar de manejarnos con las certezas. Hay además que eludir el sectarismo. En el marco del sectarismo, hicimos el análisis del 17 de octubre adjudicándole el papel protagónico a la clase obrera. Si bien esta cumplió un papel, principal, existieron otros sectores e intereses que, de no haber confluido, no lo hubieran hecho posible: la burguesía nacional que buscaba materializar su proyecto capitalista independiente, y un sector de las Fuerzas Armadas que también vislumbraba esa oportunidad, bajo el liderazgo de Perón. Cuando tomamos en cuenta dichos factores, podemos entender mejor hechos aparentemente inexplicables. ¿Por qué ese día se reprimió en la mañana y al mediodía se paró? Alguien tuvo que dar esa orden, y ese alguien no era un obrero.
Como integrante de la dirección del Frente del Pueblo, nuestro error fue que, finalizada la etapa electoral, decidimos una especie de receso. Las bases nos dieron una lección al organizar en los barrios una serie de actividades, lo que nos obligó a estar junto a ellas. La lección que nos dieron es que la gente no se duerme esperando a sus dirigentes.
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Estévez Boero | Partido Socialista Popular
Cerca de los intelectuales, lejos de los trabajadores
Los déficits en el campo socialista se deben a diversas causas. Una muy importante es lo complejo que le resulta al dirigente asumir la realidad de que en nuestro país, si bien existen pautas culturales propias de una nación de alto nivel de desarrollo, las mismas coexisten con una dependencia equivalente a los más crudos niveles de subdesarrollo. Por ello, respondiendo a la colonización cultural que hemos sufrido, tratamos de evadirnos de esa realidad de nuestra identidad latinoamericana y dependiente.
Esa identidad no debe darse con aquellos sectores, que en Latinoamérica o en nuestro país, son representantes de la antinación. La dualidad no está dada, entonces, entre izquierdas o derechas, sino entre nación y anti nación. Por eso propugnamos, desde nuestro partido, una política de frente, con el objetivo de encarar las futuras luchas políticas, pero sin repetir el error de incorporar fuerzas que son finalmente antagónicas.
La principal equivocación de nuestro partido ha sido no poner un mayor acento en la necesaria inserción en el seno de la clase trabajadora. Siempre existió una tendencia a difundir la ideología socialista en otras capas de la sociedad -estudiantes o intelectuales-sin poner el mismo esfuerzo, el mismo rigor metodológico, en desarrollar esas ideas y su correspondiente práctica entre los obreros.
Jorge Altamira | Partido Obrero
Entre la inquisición y los procesos de Moscú
Debo confesar que siento una profunda repugnancia por el concepto de autocrítica. Desde Galileo, la Inquisición y los procesos de Moscú, la autocrítica sirvió como insidioso recurso del oscurantismo y del totalitarismo para llevar la represión hasta el plano íntimo de las convicciones científicas o políticas. No era suficiente con que los individuos perdieran sus cabezas. Se necesitaba, además, que fuera pulverizada la posibilidad de la reproducción político-social de lo que en ellas había. Más adelante, la palabra autocrítica tomó otra connotación, un tanto más civilizada, pero no por ello menos pérfida. A partir del Vigésimo Congreso del Partido Comunista Soviético, se la entronizó como un sustituto de las viejas purgas sangrientas. El llamado método de la crítica y la autocrítica debía servir para poner en vereda a los burócratas desviados o para cubrir, con un manto ideológico, a los virajes políticos más inesperados. En Argentina, la autocrítica está destinada a restaurar la autoridad de la dirección de un partido político, que bregó por un gobierno cívico-militar con la última dictadura, y en cuyo nombre justificó incluso la represión contra lo que coincidía en calificar como "terrorismo de ultraizquierda".
No existe ninguna autocrítica capaz de remediar lo que constituye la bancarrota de un programa, de una política y de un aparato dirigente. Se ha llegado incluso a afirmar que la capacidad de autocrítica es el rasgo fundamental de una dirección revolucionaria. Si así fuera, se habría encontrado el método que permita perpetuar en el poder a las direcciones incapaces y a los aparatos contrarrevolucionarios.
Marx señaló, como característica de las revoluciones proletarias, en comparación con las burguesas, su capacidad de criticarse a sí mismas constantemente y no dar por concluida una etapa sin procurar su superación. Pero aquí la palabra crítica no tiene nada que ver con abjuraciones de textos o mutilaciones, sino con la apreciación de la estrategia política a la luz de las condiciones históricas de su formulación. En lo que respecta al Partido Obrero, podemos observar que la actividad de preparación teórica de este movimiento del proletariado ha sido extremadamente pobre. Nos hemos esforzado en el trabajo de organizar a la parte combativa de la clase obrera y, obviamente, lo hicimos armados de un gran bagaje teórico. Al no asimilar nuestra propia experiencia teóricamente corremos el riesgo de que nuestra acción práctica sea confiscada por direcciones extrañas
Fernando Nadra | Partido Comunista
Fuimos sectarios y oportunistas
La creación del Frente del Pueblo es una autocrítica de hecho, un símbolo para superar defectos y un primer paso para la formación de un Frente de Liberación Nacional y Social. Nuestras deficiencias surgen, en parte, de la propia experiencia del partido, con una vida transcurrida -desde su fundación en enero de 1918- en la ilegalidad o semi legalidad. Si bien esa experiencia nos ha forjado, generando en la militancia un espíritu de lucha, como contrapartida trajo el sectarismo.
Existe, sin embargo, una voluntad firme de superación y en procura de ello bregamos por un trabajo en colaboración estrecha con la masa peronista y la izquierda en general. Claro que no ignoramos que subsiste en algunas posiciones antiperonistas y también la actitud soberbia de quienes creen ser los únicos en el camino revolucionario.
Hemos incurrido en actitudes oportunistas, sectarias y seguidistas, y esto lo decimos claramente en las tesis de nuestro próximo congreso. Respecto de la dictadura militar fascistizante, no la caracterizamos correctamente en su momento a pesar de nuestra heroica lucha y los miles de comunistas presos asesinados y desaparecidos. Nos equivocamos también respecto de la valoración de la izquierda, sobre todo en aquellos componentes revolucionarios desarrollados a partir de la década del 60. De ahí el Frente del Pueblo y una caracterización amplia de la izquierda, para integrar todas las fuerzas que pretendan transformaciones profundas con un sentido antiimperialista y antioligárquico. Quien defienda estas posiciones y quiera ese cambio profundo es un hombre de izquierda, esté en el partido que esté. Nosotros, insisto, hemos tardado en entenderlo.
Guillermo Tello Rosas | Unión Cívica Radical
Exceso de formalismo
Dentro del radicalismo hay una autocrítica implícita que es la constitución de prácticamente un nuevo partido. Me refiero al arribo a la conducción partidaria de una nueva generación política que no surge espontáneamente, sino como consecuencia de discusiones que arrancaron a finales de los 60 con los primeros grupos juveniles. En esos años se constituyó el Movimiento de Agitación y Lucha, y posteriormente el de la Juventud Radical. Luego, en Córdoba, surgió el Movimiento de Avanzada Revolucionaria, antecedente de Renovación y Cambio, con el objetivo de practicar una autocrítica superadora.
La militancia de la época se criticaba el exceso de formalismo en que nos movíamos. Tal es así que le llamábamos "la craneoteca” al lugar donde solía reunirse un equipo de profesionales -Grinspun, Concepción Elizalde- acaudillados por el doctor Arturo Illia.
Respecto de mi apoyo de la interna radical a la Línea Nacional que respaldaba a Ricardo Balbín frente al alfonsinismo, no me autocritico ya que la revalorización de Perón y el peronismo que nosotros proponíamos fue incorporada luego al cúmulo de elementos progresistas que introdujo Alfonsín
En los años que llevamos como gobierno, me resulta difícil encontrar algo que sea criticable en sí. Si bien ha habido fallas, las mismas se dieron por factores ajenos a nuestra política. Un ejemplo es el plano económico donde, agobiados por la herencia maldita de la dictadura, no contamos con el apoyo del sector privado, que era el que debía liderar el proceso de crecimiento y producir inversiones. Todos miraban al Estado, pero éste estaba agotado.
Un error importante, que si debemos admitir, tiene que ver con la política encarada para con el Poder Judicial, porque entiendo que los nombramientos y elecciones de jueces pudieron haberse realizado de otro modo. El funcionamiento actual del Poder Judicial es, sin duda, retardatario, por lo que necesita (hay conciencia de esto en el partido) ser remozado para hacer efectiva en el país la idea de justicia.
Pablo González Bergez | Liberal
Hubo que admitir componendas
Comencé a hacer política con mis primeros pantalones largos, en el año 1930. A partir de ahí tuve una larga historia política, no exenta de yerros. Hablo de antes de la revolución que aunque no se dice fue muy popular. Posteriormente fue impopular el gobierno, algo que se hizo habitual en nuestra historia. Hay que recordar la experiencia de Uriburu, fundador del Partido Demócrata Progresista con Lisandro de la Torre, luego admirador de Mussolini y convertido al fascismo. Muy joven, fui partícipe de un gran error de los conservadores: retirarse de esa coalición de partidos que fue la Federación Nacional Democrática, para acercarse a las posiciones del gobierno. Esto trajo desgaste e impopularidad. Pese a todo. seguí en el Partido Conservador, donde hubo que admitir componendas con argumentos endebles. Tal la elección como gobernador de Buenos Aires en 1932 de un amigo de Uriburu que no militaba en nuestras filas. El argumento era que se transaba o deberíamos afrontar una dictadura militar de, por lo menos, diez años: y la persona aludida era Martínez de Hoz, tío del ex ministro de Economía. Esto hizo que apareciera un grupo disidente dentro del partido dirigido por Vicente Solano Lima y que yo integré junto a mi padre. Desgraciadamente, esa línea perdió. Allí estaban los amigos de Rodolfo Moreno, quien encabezó siempre la franja más renovadora.
Cuando Moreno fue elegido gobernador de Buenos Aires, fui diputado provincial. Como esas elecciones fueron ganadas en forma fraudulenta, tengo que decir que fui un diputado fraudulento. En 1943 el enfrentamiento con el gobierno de Castillo era durísimo. Moreno había asegurado que no habría fraude con argumentos que no eran sólo morales, sino prácticos. En abril renunció, cuando el decreto de intervención a la provincia estaba a la firma del presidente. Al irse, vaticinó que la situación derivaría en una revolución y esto se cumplió en junio. Seguí en el partido obligado por una cantidad de compromisos de lealtad.
En 1966, grupos importantes del partido estimaron que Onganía representaba las aspiraciones de los conservadores y se retiraron a cuarteles de invierno. lo que trajo aparejado prácticamente su disolución De ahí, mi desvinculación del conservadurismo porque considero que el partido murió y cualquier intento por resucitar ideas y estructuras de aquel tiempo sería como practicarle respiración artificial a un cadáver.
Oscar Palmeiro | Confederación Socialista
ldeologistas e intolerantes
El defecto fundamental que debemos corregir los socialistas y la izquierda en general es que, como ideologistas que somos, tenemos poca tolerancia en las diferencias de apreciación que existen ante las distintas coyunturas. Esas diferencias son las que generalmente provocan las divisiones. Nosotros tuvimos muchísimas divisiones, cuando la única que se justificaba era la de 1958. Esa era necesaria dado que allí se diferenciaban dos grandes bloques antagónicos: uno anti- peronista en extremo, encabezado por Repetto y Ghiold, que le adjudicaba a la clase trabajadora una falta de conciencia política. El otro coincidía con la necesidad de acercarse a la masa peronista, aun rechazando algunos de los procedimientos del gobierno de Perón
Pero las otras divisiones, reitero, se dieron por problemas ideológicos superables si hubiésemos actuado sin sectarismos. Debemos aprender a convivir dentro de una pluralidad de posiciones, sin que ello afecte la estrategia final del programa socialista.
Dante Gullo | Peronismo
Violentos y elitistas
Es necesario reconocer que no hemos comprendido integralmente, en algunos momentos, el comportamiento de las masas y cómo esa conducta generaba los hechos políticos que determinaban las posibilidades de cambio, de transformación, de revolución. Es importante ubicar la cuestión de la violencia como forma de expresión revolucionaria. En la forma de actuar de las masas hubo una suerte de desdibujamiento, incluso en el uso de la violencia, en busca de canales de participación, de recuperación de derechos y alcance de objetivos de clase. Ese desdibujamiento redundó a favor del accionar violento de sectores elitistas que, desfasados de la realidad, confundieron metodología con objetivos.
La crítica se puede extender más allá de la violencia. El elitismo no se manifiesta sólo en el modo de organizar la lucha armada, sino también en términos políticos, cuando el concepto de vanguardia está distanciado de la voluntad y el nivel de conciencia de las masas. Sin embargo, no podemos negar el pasado, porque así perderíamos la identidad del presente.
Las autocríticas son completas cuando además de señalar los errores, limitaciones y otros elementos negativos, sirven para rescatar lo mejor de una práctica que sigue vigente y es permanente: la voluntad de lucha política, que es la que nos autoriza a seguirnos definiendo como la historia, la lucha y la esperanza.
Otras generaciones jóvenes fueron capaces de sintetizar en su práctica, la experiencia de los sectores más definidos del primer período peronista; posturas que podrían haber sido el puente para concretar la inconclusa revolución peronista. La juventud de la década del '70 por esfuerzo y mérito propio, y movida por esa poderosa utopía que era el regreso de Perón, alcanzó la posibilidad de construir un proyecto nuevo de país. Esto no es un elemento de estudio del pasado: creo que la crisis del movimiento peronista responde, y en mucho, a la incapacidad de alcanzar hoy una propuesta histórica equivalente.
Simón Lazara | Partido Socialista Auténtico
Nos comíamos los unos a los otros
Sobre mis graves equivocaciones tengo una descarga, una historia de intentos de rectificación, muchas veces logrados. Sin embargo, al ser comunes a casi toda la izquierda argentina, aún subsisten, trabando el desarrollo hacia el socialismo. A la izquierda le cuesta crecer más allá de los sectores medios y uno de los dramas fundamentales es que nos pasamos hablando en nombre de la clase trabajadora, mientras que lo cierto es que hay muy pocos trabajadores enrolados en nuestras filas. Se necesita una reformulación global del papel de la izquierda, abandonar el sectarismo y la concepción caníbal de comernos unos a otros.
Del abandono del sectarismo surgen las coincidencias indispensables para enfrentar a enemigos tan poderosos como el poder internacional económico y sus ejes financieros y bancarios, el imperialismo y factores que internacionalmente contribuyen a su subsistencia. El éxito de esa unidad, queda demostrado históricamente por los distintos movimientos triunfantes en Latinoamérica, como el Frente Sandinista de Liberación, donde marxistas y cristianos lograron reunir criterios para la coexistencia y el crecimiento dentro del marco revolucionario. Otro factor importante es que la izquierda tuvo muy poco en cuenta nuestra condición de país dependiente, error que nos llevó muchas veces a identificarnos más con procesos europeos que con los procesos nacionales. Hoy, queda claro, los procesos populares de transformación en América Latina no son ideológicamente ortodoxos, sino que configuran el resultado de una combinación de fuerzas diversas y experiencias disímiles: grandes movimientos populistas, en cuyo seno se libran significativas luchas para dirigirlos, transformarlos o reorientarlos. El eje de la discusión sería entonces de qué modo construir un movimiento popular con la capacidad de asegurar la independencia nacional, no pudimos dar una respuesta en tal sentido y eso es lo que debemos revisar. En atención a esto, la tarea futura está en abandonar el microclima y sumergirnos a fondo en la realidad social.
Alberto Natale | Partido Demócrata Progresista
Corte y Confección
La idea de la autocrítica, como concepto general, no como concepto político, tiene bastante arraigo en algunas tendencias filosóficas, fundamentalmente en el marxismo. De allí que algunos políticos sean más proclives a moverse en esos términos. La idea básica es la de que uno debe autoanalizarse buscando errores en el pasado. Si bien éste puede ser un método interesante, no necesariamente debe ser la única forma de plantearse los problemas existenciales de un grupo político. Si los aciertos o no de nuestro partido se miden en términos electorales, podemos sí hablar de errores pero lo cierto es que en los 75 años del partido hemos tratado, y creo que· conseguido no apartarnos de las ideas de Lisandro de La Torre y de los demás fundadores. Respecto de sí considero un error mi participación como funcionario en un gobierno de facto, del '76 al '83, confieso que no sólo a nivel personal, sino también en el seno del partido, se nos plantearon fuertes dudas acerca de la conveniencia o no de esa participación. La decisión de aceptar fue partidaria, basados en el entendimiento de que era mejor tratar de enderezar las cosas hacia el objetivo superior que nos fijamos desde adentro, desde un puesto de combate y no quedar sumidos en el aislamiento. Los políticos debemos ser consecuentes con lo que nuestro partido decide. Yo no creo que sea trascendente el autocriticarse. Errores, cometemos todos los días, en todos los órdenes de la vida. Compro un traje y después resulta que me queda chico o me doy cuenta que no me gusta el corte, y si bien en política los errores cometidos tienen más trascendencia, uno se pregunta, ¿qué marca en política el resultado de una decisión? ¿Lo electoral, lo moral o los resultados concretos en lo que respecta a la gravitación del acto sobre la evolución de la sociedad?
Tal vez un error histórico que cometimos fue el mantener una línea política sin preocuparnos por los resultados electorales. Eso lo dijo Lisandro De La Torre en los últimos años de su vida, definiéndose a sí mismo como poco político. Él fue, tal vez, más una mezcla de filósofo y enamorado de la luna que un político. Sobre si el partido hizo bien en 1946 en crear la Unión Democrática, creo que no le quedaba otro camino. Respecto de si hicimos bien en 1963 al propiciar la fórmula Aramburu-Tedy, creo que era la mejor opción para un país que no se encontraba practicando una democracia plena. La alianza Manrique-Martínez Raymonda creo que nos dio presencia, significación y gravitación en 1973.