“Este era el país más rico, aquí los que más dinero tenían se iban el viernes de shopping a Miami, se compraban departamentos en Nueva York”, le dice un venezolano a un extranjero mientras el avión aterriza en el aeropuerto internacional de Maiquetía. De un lado está el mar Caribe, del otro La Guaira, sus barrios, la montaña y detrás Caracas. El visitante, mexicano, escucha una parte de las memorias de lo que fue Venezuela, mitología real de país petrolero y portátil.
El auto sube hasta Caracas, cruza del oeste al este, donde se concentra la metamorfosis en desarrollo que vive esa parte de la ciudad: nuevos restaurantes, tiendas de productos importados llamadas bodegones, concesionarias de autos último modelo, centros comerciales llenos, calles con luces y palmeras nuevas. Hay dinero, se nota. “Andas por la calle y no sabes de dónde la gente saca los dólares, tienes que verlo won, es arrecho”, me dice un amigo que me recibe, mientras tomamos unas maltas frías y suenan las tradicionales gaitas de navidad.
El cambio se profundizó en los últimos dos años. El este caraqueño, epicentro de las masivas protestas opositoras en 2016, 2017 y principios de 2019, muestra ahora imágenes de opulencia. No se ven movilizaciones desde febrero del 2020, cuando ya eran esporádicas y disminuidas, al igual que Juan Guaidó, confinado a redes sociales y en una oficina pequeña. El sujeto político militantemente opositor quedó en su mayoría desarticulado, defraudado por su dirigencia, atravesado por la emigración, golpeado, y, en algunos casos reconvertido al nuevo momento de oportunidades económicas donde desaparecieron palabras como nacionalización, control de precios o de cambio.
Esa escenografía cambia a pocos metros, al bajar al metro, estatal, gratuito para quien no pueda pagar, con escaleras mecánicas paradas, vendedores de caramelos en cada vagón, ropa y zapatos gastados. Ahí está el país que cayó con apenas dólares, aunque, por primera vez en varios años, con una percepción de posible mejora. “Ya casi nadie trabaja por dos dólares, de diez para arriba”, cuenta otro amigo en la Plaza Bolívar, centro del oeste caraqueño y del poder político visible. A unas cuadras está el Palacio de Miraflores donde Nicolás Maduro, contra tantos pronósticos, sigue como mandatario y mira hacia las presidenciales del 2024.
elecciones regionales
Este año fue el de un cambio de etapa en el conflicto, que ocurrió en varios pasos y se consolidó con la elección del pasado 21 de noviembre. El primero fue el fracaso político de la estrategia opositora del “gobierno interino”, la política abstencionista en las urnas y la narrativa de aumento de sanciones y el “cese de usurpación”. Sobre ese derrotero comenzaron los acercamientos, que tuvieron un avance determinante en la conformación de un nuevo Consejo Nacional Electoral en mayo, votado por la Asamblea Nacional en diciembre del 2020, tras un acuerdo entre el gobierno y la mayoría de la oposición.
El nuevo poder Electoral, con tres magistrados chavistas y dos opositores, fue seguido en agosto por los diálogos en México, que tuvieron entre sus resultantes el anuncio de participación electoral de los partidos nucleados en el conocido G4: Voluntad Popular, una parte de Acción Democrática, Primero Justicia y Un Nuevo Tiempo, ausentes en las urnas desde las presidenciales del 2018. Solo quedaron por fuera y sin fuerza algunos dirigentes, como María Corina Machado, quien sostiene que la salida no debe ser electoral sino de fuerza debido a que enfrenta un “régimen criminal”.
La suspensión en octubre de los diálogos de México no se tradujo en el retiro de los reinsertos en la vía electoral. Menos de diez días después, es decir, el 28 de octubre, llegó la Misión de Observación Electoral de la Unión Europea (UE) tras 15 años de ausencia. La presencia europea, junto al Centro Carter, Naciones Unidas, así como enviados del Parlamento del Mercosur, y la participación de la casi totalidad de las oposiciones, dieron a la elección un nuevo marco político.
Los resultados fueron objeto de varias lecturas. El mapa, visto en términos de gobernaciones, otorgó una victoria al chavismo que obtuvo 19 de las 23 en juego –en Barinas habrá nuevas elecciones luego de una cuestionada decisión del Tribunal Supremo de Justicia– y 215 de las 335 alcaldías, con mayoría en las ciudades cabeceras. El tercio de municipios ganados por la oposición, si bien le representó un avance, no significa un punto de inflexión, por las divisiones internas que entre el 2018 y la fecha se dividieron en varios sectores: el G4 disminuido, un conjunto de partidos y dirigentes que abrieron diálogos con el gobierno desde el 2019 ahora agrupados en la Alianza Democrática, y una serie de alcaldes reunidos en Fuerza Vecinal.
El conjunto de listas opositoras obtuvo mayor número de sufragios que el chavismo por primera vez, con una diferencia de casi 600.000 electores. El oficialismo, es decir, el PSUV y partidos aliados, perdió 300.000 votos respecto a las legislativas del 2020, y cerca de 1.700.000 comparado con las regionales del 2017. La disminución del núcleo duro chavista, situado en cerca de 23%, emergió como uno de los datos principales de cara al análisis puertas adentro. El gobierno conserva fuerza organizativa, una maquinaria partidaria nacional, anclaje territorial, popular, dominio estatal, manejo de recursos y algunas expresiones comunales, como el reciente alcalde electo Ángel Prado. El chavismo es además una identidad política-social arraigada, en particular en los sectores más populares. ¿Cómo puede volver a ampliar su núcleo duro y sumar nuevos sectores? Algunos candidatos ensayaron con menos rojo, más Tik Tok, en la búsqueda de acercar a desafiliados políticos.
La participación fue 42.8%, por debajo del historial de elecciones regionales. En ese número debe calcularse la cantidad de personas fuera del país, lo que significa que el padrón no sería de 21 millones sino de más o menos 17 millones, por lo que el porcentaje real de participación podría considerarse más elevado. ¿Cuántos de quiénes están afuera votarían? Su inclinación, puede presumirse, sería mayoritariamente opositora. Sin embargo, el porcentaje de votantes se mantiene bajo en el contexto venezolano, indicativo del desgaste político de un conflicto prolongado que impacta sobre los partidos, sus representantes, las ideas, y sobre la mayoría social que supo construir el chavismo.
fallos internacionales
Washington afirmó que las elecciones no fueron libres y justas, y otorgó nuevo oxígeno a Guaidó invitando al “gobierno interino” a la Cumbre por la Democracia que encabezará Biden en diciembre. Gran Bretaña, acoplada a Estados Unidos luego del Brexit, sostuvo la misma postura que la Casa Blanca, al igual que el gobierno español –influyente en la agenda latinoamericana al interior de la Unión Europea–, quien afirmó que los comicios “no han cumplido con las expectativas democráticas, aun suponiendo una mejora respecto a convocatorias anteriores”.
La Misión europea en su informe preliminar, acompañada por un grupo de eurodiputados, arrojó dos líneas conclusivas: por un lado, el desempeño del Consejo Nacional Electoral al que calificó como “la administración electoral más equilibrada de los últimos veinte años”; por otro lado, sostuvo que, si bien “el marco electoral venezolano cumple con la mayoría de los estándares internacionales”, existió una “falta de independencia judicial, la no adherencia al Estado de derecho, y algunas leyes afectaron la igualdad de condiciones, el equilibrio y la transparencia de las elecciones”.
Las declaraciones de estos actores internacionales dejaron varios elementos de análisis hacia el futuro. Estados Unidos posee la llave del bloqueo económico y una probable capacidad de influencia en el expediente abierto por la Corte Penal Internacional que investigará si el gobierno de Maduro incurrió en crímenes de lesa humanidad. El rol estadounidense en los diálogos en México también fue y es determinante, aunque públicamente el departamento de Estado no esté sentado en la mesa. La extradición desde Cabo Verde a Miami de Alex Saab, empresario colombiano nombrado diplomático por el gobierno venezolano, que desató la suspensión del diálogo en octubre pasado, se enmarca en ese tablero en el que no hay que preguntarse por Guaidó sino por Estados Unidos.
¿Cuál es la estrategia estadounidense? Biden tiene por delante el mismo tiempo de mandato que Maduro (tres años) y una serie de actores con agendas no necesariamente coincidentes, como el lobby venezolano/cubano de Florida que presiona para que se mantenga la línea de “máxima presión”; el lobby petrolero interno posiblemente interesado en ampliar inversiones en Venezuela; el mapa de prioridades en el continente donde existe un cuadro de inestabilidad y asoma la elección de Brasil; y el marco global de disputa con Rusia y China que, junto con otros país como Irán, resultan centrales en el esquema internacional consolidado por el gobierno venezolano. La pregunta sobre la evolución del conflicto venezolano tiene parte central de su respuesta ahí.
La salvaguarda, por el momento, de Guaidó –cuestionado por sus propios aliados– puede leerse en el contexto del mal desempeño de las oposiciones en la contienda, donde ninguno de los sectores en competencia logró una predominancia clara sobre los otros, profundizándose las divisiones internas. La posibilidad de ir hacia un referéndum revocatorio contra Maduro en el 2022 no parece clara, y la estrategia estadounidense es moverse con varias cartas a la vez.
menos mal
En 2024 el chavismo cumplirá 25 años en el poder, 12 con Nicolás Maduro como presidente, casi el mismo tiempo que Hugo Chávez en Miraflores. En los últimos años ocurrió una sucesión de shocks sociales que impactaron sobre millones de personas: entre 2014 y 2017 hubo desabastecimiento de productos básicos para la alimentación, medicina e higiene; en el 2018 una hiperinflación, con picos de 130.000%, acompañada de falta de agua, luz, gas, comunicaciones, gasolina, emigración masiva, reducción del salario mínimo hasta llegar a 1 dólar al mes. El PIB, entre el 2013 y el 2020, se redujo en un 75%.
Esta sucesión ininterrumpida de olas hasta el ahogo estuvo articulada con acciones de derrocamiento crónicas, que abarcaron intentos clásicos de golpe, con el ingreso desde Colombia a Venezuela en el 2019, hasta operaciones encubiertas vía grupos armados. El conflicto se desplegó por fuera de vías electorales, el chavismo se atrincheró y atravesó cambios internos como fuerza política. ¿Pueden los comicios del 21 de noviembre último haber aportado a un nuevo escenario democrático-electoral? La hipótesis es que sí, aun con las fragilidades y amenazas de varios lados.
La situación económica actual parece indicar el freno de la caída, una inflación que se redujo a cerca de 2.900% en 2020, el aumento de remuneraciones en el sector privado, donde según la Confederación Venezolana de Industriales el ingreso actual medio de obreros y operadores es de 124,95 dólares mensuales, 253,68 para profesionales y técnicos y 523,59 en el caso de las gerencias. El sector más golpeado es el de los trabajadores estatales y jubilados, que representan a cerca de 10 millones de personas, con salarios que pueden variar de 5 o 10 dólares mensuales, ahora con compensaciones en los lugares de trabajo, cercanas al equivalente a 20 o 30 dólares.
La situación caraqueña no es extrapolable a otras partes del país. “Allá tienes diez dólares y eres millonario”, dice riendo con tristeza una amiga que vuelve de su región a Caracas, donde falta luz y gasolina. ¿Cómo se vive? Una ingeniería de remesas, salario, alimentos subsidiados, bonos, emprendimientos caseros y rebusques diarios.
La salida del laberinto económico está centrada, desde hace varios años, en el intento por construir acuerdos con el sector privado. Maduro resaltó recientemente el avance de un “acercamiento inimaginable con sectores empresariales”. “Soy un socialista, no ando con un doble discurso, pero creo en un socialismo productivo, un socialismo al estilo chino”, dijo el ahora electo gobernador de Táchira por el PSUV, Freddy Bernal, en su campaña en el estado fronterizo, después de contar con apoyo de sectores empresariales y ganaderos.
Una traducción de estos acercamientos se refleja en el crecimiento de la producción nacional de alimentos, o las inversiones que se multiplican en Caracas, donde se construye un universo compartido entre empresarios tradicionales, emergentes, ligados al gobierno, que conforman modos de vida y horizontes de intereses comunes. ¿Ingresan capitales privados a los servicios en manos del Estado, como luz, agua, telefonía, petróleo? ¿Cuántos? ¿En qué modalidad? ¿Quiénes son? El proceso de inversiones privadas ocurre de forma confidencial debido al bloqueo, como fue anunciado con la Ley Anti-Bloqueo aprobada en el 2020 por la Asamblea Nacional Constituyente. Los cambios económicos ocurren tras el telón.
La situación actual puede mantenerse por más tiempo. La crisis continuada se hizo estabilidad, con pocas protestas, marcada por transformaciones que se ven en el uso del dólar como moneda que marca precios y domina formas de pago, un mayor circulante de dinero que se percibe en el este y oeste de Caracas, la exposición de la riqueza de los privilegiados, un regreso de ciertas claves de tiempos pre-Chávez que conviven con narrativas, experiencias y transformaciones iniciadas a partir de 1999. Y una sociedad que en cerca de siete años atravesó duelo, derrumbe económico, enfrentamientos políticos, resiliencias, resignaciones, reinvenciones. Venezuela escapa a muchos pronósticos y conclusiones cerradas.
Ahora la veo desde el avión que se aleja dejando atrás la costa de La Guaira, donde se ven barcos de pescadores y pelícanos a una hora en la que las casas huelen a café recién colado.