Los cien días que desorientaron al mundo
Este libro comenzó a gestarse la primera jornada de aislamiento social obligatorio, bajo el signo de la urgencia. Cien días después, al momento de su publicación, seguimos a la espera. Los casos en la Argentina continúan aumentando, lenta e inexorablemente, mientras el famoso pico se desplaza siempre hacia un futuro inminente y al mismo tiempo indefinido. Y en aquellas regiones donde el virus parecía controlado, aparecen rebrotes que ponen entre paréntesis los planes de una salida cercana.
Vivimos un tiempo absolutamente excepcional. Por primera vez la historia está en suspenso, atónita por un acontecimiento cuyo protagonista es la naturaleza. No va hacia delante, tampoco retrocede, y sin embargo se mueve en el mismo lugar. La situación es tan insólita, que ni las más perennes máximas de la sabiduría conservan sentido: “no llorar, no reír, tampoco comprender” bien podría ser la consigna de la hora.
Desde el punto de vista político el desconcierto también se impone. Ningún poder posee autoridad en el plano global para conducir a la humanidad en medio de la pandemia. Las principales potencias intensifican sus disputas y puede escucharse el ronroneo sordo de la guerra. La grieta ideológica adquiere dimensión mundial, con preeminencia de las derechas, dejando en el recuerdo aquel gélido primado del pensamiento único de centro.
En estas condiciones cualquier cosa parece posible, pero casi nada resulta pensable. Bienvenidos a la nueva anormalidad.
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La vida en suspenso reúne 16 escritos urgentes.
La mitad de los textos están orientados a describir esta coyuntura inaudita, en tiempo real. El descubrimiento de la necropolítica, la consolidación de una precariedad estructural, el gobierno de los científicos, la imposible unidad nacional, el impuesto que los ricos no quieren pagar, las rotas cadenas de cuidados, y el aislamiento social de una justicia que hace la gran avestruz.
Los demás capítulos proponen ideas inspiradas en el deseo de que el mundo por venir se parezca poco al que acabamos de dejar atrás. La diplomacia de la modestia, el cine del mañana, la necesidad de un nuevo empresariado social, el proyecto histórico de los vínculos y su apuesta por un Estado materno, las esquirlas de la implosión conurbana, el federalismo como un sueño eterno, la vuelta del aura al mundo, y el nuevo cuco de los agronegocios: la soberanía alimentaria.
El objetivo es construir un punto de vista colectivo para participar del proceso de elaboración social. No hay a la vista razones para el optimismo, más bien ocurre lo contrario. Pero nadie sabe lo que nos espera a la vuelta de una crisis como la que vivimos.
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El suspenso no es quietud, todo lo contrario. Es como si la historia se estuviera reseteando.
Esta publicación se inscribe en la coyuntura argentina, donde un nuevo gobierno peronista intenta abrir resquicios de justicia social en un país desvastado económicamente y al borde del default. Pero cada paso que ensaya rebota ante el rechazo de las élites, que no pierden la oportunidad de demostrar quién manda. De hecho, son las empresas quienes han decidido ocupar la primera línea de la oposición, luego del fracaso de sus representantes políticos a la hora de gobernar.
Los dilemas que comienzan a manifestarse en plena pandemia están cargados de una intensidad particular: renta universal, impuesto a los ricos, soberanía alimentaria. La noción de propiedad privada, tan esencial y al mismo tiempo siempre tan disimulada, aparece en la superficie de cada conflicto.
La dinámica que organiza el sistema político sigue siendo la polarización, pese a los repetidos llamados a la moderación y la responsabilidad. Cada vez resulta más evidente que la grieta echa raíces en la estructura social y toma la forma de una desigualdad obscena, de una impunidad intolerable. No hay espacio para la negociación y el compromiso entre fuerzas heterogéneas. Los poderes económicos reclaman la subordinación, lisa y llana, de la sociedad a sus dictados.
Solo hay un horizonte democrático posible, y depende de nuestra capacidad para empujar cambios radicales. No habrá paz si renunciamos a barajar y dar de nuevo. Agazapado, listo para capitalizar el triunfo del miedo y la frustración, el fascismo aguarda su oportunidad.