wado de pedro: un ministro en la encerrona | Revista Crisis
diálogo picante / el 19 y 20 del kirchnerismo / @wadodereflexivo
wado de pedro: un ministro en la encerrona
Eduardo de Pedro va camino a convertirse en una pieza clave del sistema político. Las tiene casi todas: hijo de desaparecidxs, abogado de la UBA, lo reprimieron en la Plaza de Mayo el 20 de diciembre de 2001, luego se hizo peronista, es hábil para la rosca, trabaja full time en la política, porta una disfluencia que lleva con orgullo y llegó a uno de los puestos más altos del Estado a los 43 años. Pero casi no habla con los medios. En esta entrevista lo pinchamos un poco para entender cómo piensa la militancia, cuáles son los grandes debates de la época y qué poder real tiene la democracia.
Fotografía: Nicolás Pousthomis
14 de Diciembre de 2021
crisis #50

 

“Néstor una vez me dijo que eso de posar para la foto era de caretas, así que olvídalo”, le argumentó el ministro Eduardo De Pedro al fotógrafo para eludir el trámite, mientras me guiñaba un ojo. Y es que a Wado no le gusta para nada el jueguito de los medios. Tardamos meses en concretar este reportaje, que finalmente se realizó en el Salón de los Escudos de la Casa Rosada, sobre una larga mesa rodeada por el emblema de cada una de las 24 provincias argentinas.

Aunque el gobierno que integra parece siempre a punto de estallar, Wado —único ministro con despacho en Balcarce 50— se desenvuelve con soltura entre los pasillos de palacio. Es un día de vértigo como cualquier otro y el ministro habla por el celular, da indicaciones a los colaboradores, tiene una fila de personas esperando en la recepción, pero aún así logra sentarse durante una hora para intentar analizar el momento histórico. Nuestra intención no será hablar de la rosca febril que domina la coyuntura, sino apelar a una mirada más larga en la búsqueda de cierta audacia política que parece anestesiada.

Se van a cumplir 20 años del 2001: ¿las cosas están mejor o están peor ahora que entonces?

—Están mejor.

¿Y si te digo que estamos peor, lo que pasa es que vos hoy mirás desde arriba el panorama?

—Y sí, puede ser. Para mí lo que estalló en 2001 fue la falta de perspectiva del sistema político. La gente reaccionó en contra de la traición y estalló la desconfianza contra todo el arco político. Nosotros no teníamos la vivencia de que la política pudiera transformar la realidad de la gente para bien. Para encontrar un dirigente que reivindicar teníamos que remontarnos a los años setenta. Y me parece que después del 2001, la gestión de Néstor y Cristina le demostró a la sociedad que aquello que era un anhelo, aquel recuerdo de un peronismo que gestionaba el Estado y lograba promover una gran clase media, dar derechos y poner a la política en función de las necesidades del ser humano, volvía a ser posible. Veníamos de décadas de ver cómo la política beneficiaba a pequeños grupos de poder que utilizaban de empleados a los funcionarios para garantizar su acumulación de riquezas. Néstor hablaba de que hacían falta veinte años duplicando el Producto Bruto Interno cada diez años, para estar en un nivel de justicia social parecido al que alguna vez tuvimos. Y ese era el piso para que, a partir de ahí, nuestras generaciones pudieran hacer de la Argentina un país realmente justo. En lugar de veinte, pudimos gobernar doce años, después vino Macri y retrocedió en materia económica, endeudó a la Argentina, nos metió al Fondo Monetario… pero igual estamos mejor, porque tenemos el recuerdo muy cercano de que se pueden cambiar las cosas a partir de la política, la militancia, la participación y el fortalecimiento del sistema político.

¿Pero no te parece que esa recuperación relativa de la política no logra revertir la situación social y económica, que sigue empeorando?

—Si lo analizamos con datos eso no es real. En el 2003, cuando asume Néstor había un 25% de desocupación; hoy hay 10%. Había 60% de pobreza y hoy está en 40%. Para saber si estamos mejor o peor yo miro al 2015, porque ese punto nos muestra que tenemos una fórmula para generar empleos, fortalecer la industria nacional, una fórmula para incluir y para que los jubilados tengan un ingreso medio de 400 dólares, para que los trabajadores posean el poder adquisitivo más alto de la región, inversiones en ciencia y tecnología, apenas un 5% de desocupación. Y a pesar del retroceso durante el gobierno de Cambiemos, igual seguimos estando mejor porque la gente tenía reservas que le sirvieron para tirar los dos primeros años de macrismo. Y luego se endeudó, porque además del gobierno nacional también se endeudaron las familias, las empresas, las provincias por primera vez en dólares. Además, fueron cuatro años y no ocho. Los índices hoy te dan mucho mejor que en 2003.

 

la política nunca se fue

Hay una especie de división del trabajo implícita al interior de los dispositivos de poder. De un lado los políticos que se ocupan de conseguir votos, sintonizar con la gente y representar valores, cuyo espacio por excelencia son los medios de comunicación y que tienen como arma más preciada la transparencia. Por otro los armadores, que hacen el trabajo reservado, construyen acuerdos y consiguen recursos, suelen moverse en las sombras y detentan como activo clave la información clasificada. De Pedro pertenece al segundo tipo y digamos que es hoy una de las principales espadas en ese rubro a nivel nacional. De hecho, ciertos analistas que encuentran algunas similitudes entre La Cámpora y la vieja Coordinadora radical, arriesgan que Wado sería algo así como el Coti Nosiglia del siglo XXI.

Sin embargo, es muy posible que el mercedino esté pensando realizar un desplazamiento que lo ubique entre las figuras con posibilidades de postularse a los cargos electivos más prominentes del sistema político. En 2021 ensayó algunas incursiones televisivas, incluso en territorio enemigo, con destacada performance. Y la estrategia tiene en cuenta dos efemérides que podrían brindarle un escenario propicio para levantar el perfil: la más importante es la conmemoración de los cuarenta años del retorno de la democracia, en 2023, a la que Wado llegará —si no se interpusieran nuevas renuncias en el horizonte— como ministro del Interior; y una más inmediata, los veinte años del 2001, en la que el hijo de desaparecidos tuvo una participación estelar cuando el 20 de diciembre apareció en la Plaza de Mayo para defender a las Madres y fue salvajemente detenido por la Policía Federal.

El kirchnerismo, o al menos Cristina, tiene una mirada negativa sobre el 2001, porque no toma muy en cuenta lo que hubo ahí de rebelión y de ruptura.

—Nunca escuché esa versión negativa del 2001 en Cristina. Al contrario, creo que Néstor y Cristina hacen el análisis de que esa crisis fue el fin de un ciclo del sistema político. Hay un montón de entrevistas y discursos donde ellos critican al PJ tradicional. A Cristina le tiran huevos en un congreso partidario, Néstor siempre desafió al peronismo cuando se alineaba con los sectores de poder. Me parece que el 2001 les dio la razón.

Te lo planteo de otro modo: leí un escrito tuyo donde decías que nuestra generación conoció a Néstor en 2003, y entonces se dio cuenta de que había que pasar de la resistencia a la construcción…

—Exacto.

¿No te parece un poco lineal ese pasaje? ¿No será que hace falta estar en la resistencia y en la construcción a la vez?

—Totalmente. La construcción de un modelo de país y un sistema político como el que queremos supone la resistencia permanente. El sistema político tradicional no quiere una transformación, los sectores de poder necesitan un sistema político alineado con sus intereses. Nosotros, a partir de 2003, pasamos de la resistencia a la construcción de un nuevo modelo de país y empezamos a disputar ámbitos institucionales. Pasamos del peronismo de base a la conducción del Partido Justicialista, pero siempre decimos: el que olvide la llama sagrada de la militancia, se tiene que volver al territorio. El que se burocratiza se tiene que ir. Y lo hemos hecho con dirigentes nuestros, con candidatos, con intendentes que llegaron y no hacían lo que había que hacer: se terminó. La construcción tiene un gran condimento de resistencia… si a nosotros nos atacan por todos lados, permanentemente.

Nosotros, a partir de 2003, pasamos de la resistencia a la construcción de un nuevo modelo de país y a disputar ámbitos institucionales. Pasamos del peronismo de base a la conducción del Partido Justicialista, pero siempre decimos: el que olvide la llama sagrada de la militancia, se tiene que volver al territorio. El que se burocratiza se tiene que ir.

 

Hay una frase que es constitutiva del kirchnerismo: “volvió la política”. Para vos, ¿volvió en 2001 o en 2003?

—Para mí la política siempre estuvo. Incluso en los noventa, la Argentina estaba llena de básicas, de dirigentes y militantes que no se fueron nunca de la política, que resistieron, en una época donde la superestructura estaba al servicio de los poderes concentrados. La política resistió a la dictadura, construyó durante Alfonsín, siguió resistiendo con Menem…

¿Y entonces por qué se dice que volvió la política?

—Me parece que se simplifica un poco, para mostrar que un presidente agarra toda esa resistencia, a las Madres les da la razón, a los movimientos de desocupados los incorpora, a los jóvenes silvestres los invita a meterse en el peronismo. Lo nuevo es el hecho de que un presidente ponga en valor lo que ya existía, y eso hizo Néstor. En 2001 la política de la resistencia tomó el protagonismo, ¡y tuvo éxito! Si tuviera que decir qué fue lo más importante en el resurgimiento de la política como herramienta de transformación, fue el 2001. No es que la política vuelve con Néstor, ya estaba. Él la pone en valor.

¿Y por qué La Cámpora no reivindica al 2001 como un hito en su narrativa histórica?

—Todos los que militamos en La Cámpora, porque Máximo nos incorpora, estuvimos en el 2001. Yo tuve protagonismo porque viví un episodio conocido, pero en la plaza estuvieron todos mis compañeros y compañeras. Es cierto, por ahí, que no es un aniversario como el 24 de marzo, o como el día de la militancia. Pero, a ver: ¿cuándo fue que se constituyó el 24 de marzo como una fecha más popular?

Fue en 1996.

—Exacto: a los veinte años. Esperemos entonces que a partir de ahora se dé al 2001 el lugar que le corresponde, porque fue una gesta de la gente, del pueblo. Y así son los procesos históricos.

¿Puede ser que el kirchnerismo perciba en el 2001 un sinónimo de la antipolítica y por eso no quisiera que se repita jamás?

—No, nada que ver. El día que la política no resuelva los problemas de la gente, nosotros vamos a estar otra vez en la plaza, no vamos a estar encerrados en el Congreso o en la Casa Rosada. Por eso te decía, si pasamos de la resistencia a la construcción es porque la política se avino a trabajar para la gente; si eso no se cumple, vamos a estar con la gente puteando al sistema político. Como lo hicimos cuando el macrismo impuso su reforma previsional, y nos comimos los palos y los gases.

 

una encerrona de fondo

“La primera vez que lo vi, fue en un acto en Casa Rosada, donde realizó un homenaje a los argentinos y argentinas asesinados el 19 y 20 de diciembre del 2001. Habían pasado poco más de tres años de aquel sangriento episodio”. Wado dice que, sin presentarse, se acercó a Néstor Kirchner y posó para su primera foto juntos. También cuenta que en su primera conversación con Cristina Fernández, ella confesó que Máximo le había hablado mucho de él, de cuando lo apresaron el 20 de diciembre de 2001 en la plaza, poco después de la represión a las Madres de Plaza de Mayo, y de cómo lo picanearon en un patrullero. “No me dijo nada de que era hijo de desaparecidos”, recuerda.

El primer kirchnerismo es hijo de la revuelta, aunque quizás nunca haya aceptado del todo ese linaje, tal vez porque su principal promesa era alejarse de aquel trauma colectivo, dejarlo atrás, para construir “un país normal”. El segundo kirchnerismo nació de la unidad del peronismo, pero cada vez parece más lejano ese deseo de una normalidad capitalista donde quepan todos y todas. La pregunta que deberá responder la generación de Wado, si alguna vez cumple su objetivo de llegar al poder, es cómo se destraba esta encerrona.

Luego de 2001 emergió un sistema político nuevo, en torno a las dos principales fuerzas de este siglo: por un lado, el kirchnerismo, por otro el macrismo. ¿Estamos hoy ante el cierre de ese ciclo y la aparición de un nuevo momento de crisis aguda?

—Mirá, creo que la propuesta de Néstor de fortalecer las instituciones para discutir adentro de la política el rumbo del país, o sea que el poder vuelva a estar en la Casa Rosada, fue una novedad. Por eso los grupos de poder tuvieron que crear su propio partido político, porque la política ya no se subordinaba como antes. Néstor construyó un sistema político con autonomía relativa de los grupos de poder, en función del interés y las necesidades de la gente. Al no influir como antes, traen a un empresario para armar una alternativa contra el kirchnerismo. La victoria nuestra es que, para ganar, tuvieron que camuflarse. Con el poder de los medios y el engaño colectivo, generaron una ilusión de que podían mejorar lo que nosotros habíamos hecho mal y mantener lo que hicimos bien. Me parece más sano esto que el esquema de hace veinte años cuando no sabíamos quién era quién. ¿Si está en crisis eso? Creo que no, la política va a ser la confrontación de dos modelos. Incluso, más que una centroderecha contra la centroizquierda, la división es entre lo nacional y la antipatria, porque la mayoría de los cuadros de Cambiemos trabajaron en bancos internacionales, viven o tienen su plata afuera, responden a intereses más globales que nacionales.

¿No te parece que ese discurso estuvo bien para el 2019, pero con la derrota en las elecciones de medio término se abre una nueva etapa?

—En 2019 se ganó porque la sociedad comparó, en términos personales, la gestión de Néstor y Cristina con la de Mauricio Macri. No creo que haya sido una gran batalla ideológica. La gente recordó cómo vivía, cómo fue creciendo, fue armando su casita o su cuarto, compró su motito o su auto, se fue de vacaciones, lo que le ingresaba por salario o jubilación le alcanzaba para más, y dijo “quiero volver a los años en que podía crecer y soñar con…”

¿Pero se puede volver atrás o se trata de proponer un nuevo horizonte?

—No, es que con el daño que hizo Macri no se puede volver atrás. Hay que ver cómo resolvemos los problemas actuales, entre ellos el principal: haber metido al Fondo Monetario otra vez en las cuentas de la economía argentina. El FMI se convierte ahora en auditor permanente hasta que logremos saldar la deuda. Es un problema complejísimo.

La autonomía relativa de la política respecto a los sectores de poder, o la existencia de un partido que represente al interés nacional, ¿sigue siendo posible luego de un acuerdo con el FMI?

—La vuelta al Fondo Monetario es una encerrona. Hay pocas salidas. La estrategia es que el peronismo gobierne con la receta de ellos, que es la que pide el Fondo: un ejército de desocupados para bajar el costo laboral y así obtener mayores ganancias. Eso significa fortalecer las estructuras represivas. Ya lo vivimos y en Argentina no se puede hacer, porque existió el peronismo, porque hay un nivel de conciencia, porque la gente por suerte tiene la autoestima alta, gracias al peronismo que les inculcó el derecho de trabajar, a un salario digno, a tener una casa. Pero insisten con la idea de que Argentina puede ser una republiqueta, donde las leyes del mercado sean las que regulen el funcionamiento. Es la fantasía de exterminar al peronismo, como dijo Patricia Bullrich en una revista de Cambiemos. Una pretensión peligrosa, porque en Argentina se pasó de la fantasía a la realidad y desaparecieron a 30.000 personas, exiliaron a casi 100.000, pero siguieron los hijos, la militancia en los barrios, se forjó una cultura de la resistencia y el peronismo salió fortalecido. Ya está: tienen que convivir, como en cualquier país del mundo donde funciona la democracia, tienen que participar, cuando ganan gobernar y cuando pierden respetar.

La vuelta al Fondo Monetario Internacional es una encerrona. Hay pocas salidas. La estrategia es que el peronismo gobierne con la receta de ellos, que es la que pide el Fondo: un ejército de desocupados para bajar el costo laboral y así obtener mayores ganancias.

 

Ahora bien, ¿la democracia no obliga también a tenerlos a ellos adentro y por lo tanto impide profundizar hacia un lado o hacia el otro?

—La democracia es un sistema, después si uno de los partidos al que le tocó gobernar deja nefastas consecuencias para los próximos cien años es otra discusión. Que la democracia tiene un límite, claro que sí. ¿Es el sistema ideal? ¿Tenemos que repensarla y mejorarla? Segurísimo. No es para una nota como esta, es para sentarnos a pensar y analizar el resto de los países, ver cuáles tienen más éxito, quiénes crearon más trabajo y menos desigualdad, dónde el pueblo es más feliz. Y habría que analizar, además, el concierto global, es decir qué rol juega cada país en las relaciones de fuerza de la democracia mundial.

Hay un consenso bastante extendido de que el actual gobierno no ha sido muy virtuoso en la gestión. Mas allá de las diferencias dentro del Frente de Todos y de los personajes circunstanciales, ¿no hay un problema más profundo que tiene que ver con el deterioro de las capacidades estatales?

—Bueno, con cada medida desreguladora que tomaba Macri nosotros sabíamos que estaba desarmando la maquinaria que sirve para gobernar. El nivel de desregulación del aparato financiero, de los organismos de control, terminó haciendo que el Estado no pueda controlar ni la fuga, ni el cobro de impuestos, ni la inflación. Pero era obvio, porque pusieron al zorro a cuidar el gallinero.

El peronismo tiene que gobernar hoy con un Estado que tiene menos fierros, sin un 2001 que te impulse y con el FMI adentro. ¿Cómo hacés?

—Tenés que fortalecer el Estado, convocar a todo el sistema político argentino para ver qué hacemos con los problemas que no tienen solución si lo encaramos de manera partidista: la deuda, la desconfianza en la moneda o el sistema bimonetario, la inflación. Hay una dinámica pendular en la sociedad y en la política argentina que impide terminar con esos problemas estructurales. Mientras más amplio sea el acuerdo, más posibilidades tendremos de generar soluciones duraderas.

¿Vos pensás que es posible un acuerdo de ese tipo?

—Yo creo que es necesario, no sé si es posible.

 

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