van a correr | Revista Crisis
yo soy runner / tomarse el tiempo / vigilar y disfrutar
van a correr
En plazas y parques aparecen cada mañana o a la tardecita grupos de runners de todas las edades con sus relojes inteligentes y profesores dispuestos a medir todo, absolutamente todo lo que pase en el entrenamiento. El objetivo es adictivo: superarse a uno mismo. Minutos o incluso segundos de más o de menos en la meta prefijada pueden generar torrentes de angustia o de una alegría inconmensurable que no se encuentra en otros lados. Cinco runners hablan de obsesiones, miedos y logros.
03 de Diciembre de 2024
crisis #65

 

Hay un chiste runner que nos describe: “Si un corredor tuviera un accidente en la calle, antes que llamar a la ambulancia, pediría que le paren el Garmin. Así el reloj no le cuenta el tiempo en que no corre”. Es que el Garmin no solo guarda datos de las carreras y entrenamientos. Yo, por ejemplo, lo uso hasta para dormir porque me sirve que me analice el sueño. Si no estoy durmiendo bien, me preocupo. Si me olvido el reloj en un entrenamiento, pero sé lo que tengo que correr, no me vuelvo loco. Eso sí, en cuanto lo recupero, le cargo los kilómetros que hice. En la maratón de Boston me falló al inicio y tuve un vacío horrible porque iba a tener que correr por sensaciones: intuir el ritmo cardíaco, la velocidad, el esfuerzo. Igual, por suerte después resucitó y zafé. Con los años y la experiencia —ya corrí veintitrés maratones— podría correr por sensaciones, pero teniendo el reloj lo prefiero. ¿Quién haría las cuentas a mano teniendo una calculadora? Yo soy amateur, pero en el fondo del corazón me considero de élite. Es un deporte individual, aunque el grupo de entrenamiento es motivador. Estoy yo que ya corrí veintitrés maratones y hay gente que recién va por la primera. Los cuatro meses previos a una maratón entreno seis días por semana y descanso el viernes. Hago dos veces por semana gimnasio y regenerativo, y fuerza y pista. Los sábados corro en grupo y los domingos hago fondos [correr liviano]. No me pierdo ningún entrenamiento. Me pasó de estar preparando una maratón en verano y tener un evento a la noche que se me juntaba con el entrenamiento. Me fui de la oficina al mediodía y corrí con mil grados. Por eso, en los dieciocho años que llevo corriendo pude bajar mis tiempos de maratón de 3 horas 58 minutos a 3 horas 8 minutos. Esta marca la hice el año pasado con 57 años. Mi sueño es bajar a 3 horas. Tengo control mental, pero me puede jugar en contra si me frustro. Corro dos maratones por año. La próxima es Tokio en marzo y Valencia en diciembre. Las tengo planeadas hasta 2027 porque para mí correr es una forma de vida. Tenía problemas de colesterol y el ejercicio me acomodó. Mientras siga corriendo me voy a mantener sano: me acomoda la cabeza, la alimentación y me organiza los días. En 2019 tenía que correr la maratón de Tokio. Estaba preocupado por el jet lag. ¿Tenía que irme una semana antes? ¿Bajar del avión y correr el mismo día? Hasta que encontré un método: las últimas tres semanas previas a la carrera empecé a cambiarme el horario. De noche prendía un reflector en mi pieza para emular al sol y corría fondos a las 3 de la mañana. Logré cambiar seis horas. En esa maratón la rompí, hice 3 horas 21 minutos, y si no fuera por el frío, la lluvia, el viento y el reloj —que en Tokio no funciona— hubiera hecho una mejor marca. Me preocupa ya haber tocado la cima y que ahora solo quede bajar, pero trato de ser inteligente y ganarles a los años con mejor preparación física, yendo al gimnasio y comiendo mejor. Yo pongo start en el reloj y, con o sin preocupación, haga frío o mil grados, salgo a entrenar.

Sergio Zilberman, 57 años, arquitecto.
Ciudad de Buenos Aires (CABA)

 

100% autoexigente
 

A mi reloj no lo suelto nunca. Si lo usás todo el tiempo te trackea [mide] mejor las métricas y son más finas las predicciones y el análisis que haga. A veces tengo un nivel de manija que me avergüenza, pero lo abrazo porque es un vicio que cambié por otro: antes era fumadora y ahora soy runner. Siempre miro en el reloj para saber cuál fue mi performance. Aunque la expresión reloj le queda muy chica, es un GPS que te dice hasta cuánto necesitás descansar después de cada entrenamiento. Es verdad que la gente mira pantallas todo el tiempo, pero para mí el reloj no es una pantalla. Si no mirás los tiempos, ¿para qué salís a correr? Es horrible decirlo así, pero todos miramos si estamos rindiendo o no. Como hace dos días corrí una carrera y hoy me tocó hacer un trotecito suave, regenerativo, el reloj lo calificó como entrenamiento de “Mantenimiento”. En cambio, si bajás tus tiempos te pone “Productiva”, y si te estás zarpando: “Overtraining”. Para correr la última maratón de 42 km entrené durante cuatro meses seis veces por semana y dos iba al gimnasio. Yo estudié Diseño de Indumentaria en la UBA, hice una maestría y un montón de cosas, y lo único que me importaba era terminar. En cambio, con la maratón, por primera vez disfruté el proceso, aunque tenga sus partes difíciles: los fantasmas de la lesión. Todo el tiempo tenés dolores y nunca entendés si estás lesionada o flasheando. Sentís contracturas, tironcitos. El último mes y medio antes de la maratón siempre tenía en la mesita de luz Diclofenac [analgésico], hielo y la almohadilla caliente. Además iba al osteópata y al masajista deportivo, que no son nada disfrutables, son masajes dolorosos, pero es una parte esencial. Nunca tuve un grupo de amigos. No me gusta estar en grupo, pero sin mis compañeros de running nunca hubiera podido correr la maratón. En un momento de la preparación estaba con mucho dolor. Se lo conté a una amiga que nada que ver con el running y me preguntó: “¿No podés correr menos?”. ¡No! ¡Obviamente no! ¡Porque tengo un objetivo que no pienso arriesgar! Es muy importante saber que alguien entiende y que te pregunte cómo está el glúteo, si conseguí turno con la masajista, o que sepa lo terrible que es levantarte con un dolor en el dedo gordo que te impida llegar a la maratón. Esa persona existe y es tu compañero de entrenamiento. Cuando corrí la maratón tenía dos miedos muy claros: que reapareciera la lesión que tuve en la pierna, y algo que es tremendo y que le pasa a mucha gente: cagarme encima. Con mi grupo de entrenamiento nos compartimos todos nuestros datos en la app más popular de los runners: Strava. La gente incluso la usa para conseguir citas. Es la red social de runners y ciclistas. Se conecta con Garmin, que a su vez tiene su propia red social. Ahí les ponés corazones a tus compañeros, les celebrás, pero también a veces el profesor se manda algún reto: “Por favor, bajá la frecuencia cardíaca”. Eso quiere decir que tienen que correr más lento. Yo soy muy buena alumna así que no hace falta que me caguen a pedos. Mi entrenador te da un marco de esfuerzo y vos sabés cuánto tenés que dar. No terminar un entrenamiento es un bajón y es algo de novatos. Correr tiene algo muy especial porque te limpia por dentro y es el único momento en que me enfoco solamente en lo que estoy haciendo. No pienso en el mail que le tengo que mandar al cliente que no me está pagando, solo en mantener el ritmo y en la distancia que me queda. Es un momento de presencia y conexión cuerpo-mente. El domingo pasado tuve una carrera de 10 km. No estaba en mi mejor momento porque me había indispuesto, no me sentía bien, pero la corrí porque venía con el volumen de maratón. Un año atrás en esa misma carrera había tardado 45 minutos, que es mi PB [Personal Best]. Finalmente hice 45 minutos 33 segundos. Odié a esos 33 segundos que me sobraron. Ya lo sé, soy 100% autoexigente, soy una hija de puta.

Gaba Najmanovich, 37 años. 
Consultora de tendencias de consumo, CABA

 

morder la manzana
 

Fumé durante veintinueve años. De seguir así me estaba comprando acciones en el cementerio antes de tiempo. Hasta que una vez corrí una vuelta a la manzana. Ni siquiera tenía zapatillas de running, pero terminé la vuelta y quería seguir. De a poco sumé minutos y cuando me metí en mi primer grupo de runners no hubo vuelta atrás. Llevo dieciséis años ininterrumpidos de runner. Yo nunca me saco el Garmin. Además de vigilarme el ritmo, el reloj sabe la cantidad de agua que tomo y, cuando corro, me aumenta la hidratación. Un día sin correr son 3 litros, y corriendo son 3,7. También me cuido con las comidas, voy a una nutricionista. El propio deporte te obliga a cuidarte, porque a nadie le gusta estar pesado para entrenar. Me doy permisos, pero no tomo vino, por ejemplo, el fin de semana previo al domingo en que corro un fondo de 30 km. Incluso mis amigos arman las salidas en algún restaurante donde pueda comer pastas, con los carbohidratos que necesito cuando estoy en entrenamiento intensivo. Lo ideal es buscar apoyo con un entrenador. Si corrés solo, te podés lesionar. Hay días de calidad y días regenerativos. La clave es el gimnasio, yo voy dos veces por semana. Si no tengo tiempo, hago ejercicios con pesas en mi casa. La diferencia se nota. No me gusta perderme ningún entrenamiento. Una vez estaba en el sur de vacaciones y habíamos esquiado todo el día. Muy divertido, pero yo todavía no había hecho mi entrenamiento diario. Nos bajaron a la base del cerro, me puse unas calzas y volví corriendo al hotel. Para mí es normal, pero entiendo que para el resto de la gente sea una locura. Mi tesoro son mis zapatillas. Tienen una placa de carbono que te impulsan como un resorte. Si jugás al tenis necesitás raqueta, pelotas, una cancha y un compañero que juegue. Para correr nada más necesitás zapatillas y la ciudad, que es como una gran cancha a tu disposición. Cuando viajo, conozco las ciudades corriendo. No hay excusas para no correr una horita. Cuando me da fiaca entrenar, me abrazo al objetivo y, después de correr, vuelvo con una sonrisa. Lo que más disfruto es el trote suave de los miércoles. Corro por la costanera viendo el río. Ahora no estoy entrenando porque tuve un desprendimiento de retina. Me lo estoy tomando muy tranquila, como si fuera otra carrera. El running, con su disciplina y conducta, te desarrolla la paciencia para lidiar con esas conversaciones internas. He corrido 24 km, que son más de dos horas, y cuando termino y me preguntan en qué pensé, simplemente no me acuerdo, no sé en qué pensé ni cómo hice para correr. Estuve en paz. Igual, por más tranquilidad que me dé el running, hay dos cosas que no puedo tolerar. No sostener el ritmo es una. A veces tengo que parar el entrenamiento de la bronca. Lo otro es no alcanzar la meta. La última vez me pasó en la pista olímpica corriendo los 10 mil metros. Cuando llegué a los 4 mil me ahogué. Todas las condiciones estaban dadas para hacer una buena competencia y me estaba yendo mal. Intenté el control mental, pero no pude y era cada vez peor porque me daba bronca estar enojada y no poder encontrar lo bueno de, simplemente, estar en la competencia. Después me tengo que reconciliar conmigo porque no puede ser que no me permita que las cosas a veces salgan mal. En 2019, a los 53 años, me federé y empecé a correr en pistas. No es lo mismo que correr en la calle. Acá son muchas vueltas, si corrés 10 km son veinticinco vueltas. Entrenar en grupo es motivador. En los momentos de correr suave, sobre todo los domingos, charlás de todo. Me hice amigas íntimas en el running, terminás contando problemas personales. El running te muestra vulnerable y tal como sos, por eso tenemos esa unión tan fuerte. Entreno seis veces por semana. Yo tengo perfil bajito, pero tengo un orgullo: en mi categoría 55-59 tengo el récord nacional de maratón con 3 horas 12 minutos.

Verónica Luque, 58 años.
Emprendedora, CABA

 

 

venenito interno
 

En la escuela me hicieron creer que era tonta y que era incapaz. Y miren ahora: estudié una carrera, soy profe de Educación Física y, encima, puedo correr una maratón [42 km]. Cuando iba por el kilómetro 35 me encontré con mis miedos, el 35 es el ojo del huracán. Luché con todo y no frené. Cuando crucé la meta volví a nacer y todos los monstruos desaparecieron. Nunca había corrido, pero en el profesorado hice la prueba de atletismo y me destaqué por la velocidad. Todo el mundo me alentaba: tenía condiciones para correr. Me llegó al corazón que me alentaran tanto. Probé corta distancia y superé el tiempo esperado. Empecé a entrenar en la plaza 24 de Septiembre del Cid Campeador. Tiene 400 metros. Me conectaba el MP3 y corría con un cronómetro. La plaza me quedó chica y me fui al Parque Centenario. El cuerpo me pedía más y fui al parque Los Andes, que tiene 7 km, y después le agregué al circuito Agronomía y ahí meto 15 km. Es impresionante cómo me fui perfeccionando. Ahora tengo un reloj que mide todo. El que usaba como cronómetro lo guardo como a una pieza de museo. Desde que tengo el Garmin, me obsesioné. Me despierto y miro cómo dormí y, en función de eso, sé lo que puedo rendir. Un día me desperté y vi las pulsaciones por debajo del mínimo. Estaba sobreentrenada. Momento de descansar. Pero estar tan atenta no siempre me sale bien, a veces ver que dormí mal hace que me enrosque buscando el motivo y me termina afectando. Tal vez debería mirarlo menos. Lo más útil es medir las pulsaciones. Cuando corro 30 minutos en zona 1 [la más baja] y me paso de esa zona, el reloj me avisa y bajo el ritmo. Sin el Garmin, sería imposible. A veces termino el circuito, pero no completé exactamente los kilómetros que le cargué al reloj. En ese caso hago algo muy gracioso que es dar vueltitas o correr en zigzag hasta completarlos. Si cargué 5 km, hago 5 clavados o nada. Lo mismo me pasa cuando no me sale algo en los entrenamientos. Siento que me quedó un venenito que necesito sacar. Ni hablar cuando falto a un entrenamiento, porque ahí, además, siento que le fallo al grupo y me da culpa. En los 7 km de la Paternal llegué en tercer lugar y me angustié. Venía de hacer tres podios y quería el primer lugar. Cuando me pasa algo así me pongo a entrenar más todavía. Como yo soy profesora, el plan de entrenamiento me lo preparo yo misma. Pero dado que me gusta experimentar, me anoté en un running team para ponerme en el lugar de mis alumnos. No conté que era profesora y seguí las indicaciones a rajatabla. Estuve un año como alumna y preparé mi segunda maratón de Buenos Aires. Me fue bárbaro, bajé mis marcas: tardé 20 minutos menos que la anterior, la corrí en 4 horas 20 minutos. El secreto fue correr con mi compañera. Si yo aflojaba, ella seguía y me alentaba. Cuando corro también me acompaña el pánico. El pánico de verme obligada a caminar. Si camino siento que perdí y, gracias a Dios, nunca me pasó. Eso es porque en ese momento no existe el cuerpo, soy solo cabeza y corazón. Corrí con ampollas, con calambres y sin aire. Sé que arriesgo mucho, pero no puedo conmigo porque no me permito aflojar. Ni siquiera voy al baño. Veía gente caída a los costados, deshidratados, y no me importaba nada. Yo seguía y pensaba: “Si paro, tiro por la borda todo lo que entrené”. Hasta no cruzar el arco no existe otra cosa. Soy un tiburón, me fijo una meta y no paro. La medalla es la punta del iceberg, pero abajo hay un mundo. Preparar una maratón es una decisión que no cualquiera puede tomar. No es solo salir a correr. Hay que preparar al cuerpo de verdad con lo que se llama entrenamiento invisible, que va desde la alimentación hasta la hidratación, pasando por el tiempo que les tenés que sacar a la familia y tus cosas. Además te mete una carga grosa de estrés. Para mí la maratón es la madre de todas las batallas, y cruzar la meta es como una droga que me eleva y me hace sentir grande.

Guadalupe Salva, 34 años.
Profesora de Educación Física, CABA

 

pelotón
 

Corrí mis primeros 5 km sin ser runner y cuando crucé la meta supe que había encontrado mi lugar. Eso fue hace once años, cuando tenía 40. En todo este tiempo gané medallas, metí podios, me hice influencer del running y corrí las principales maratones del mundo. El primer grupo de runners lo encontré en mi club. Me hice adicta a correr con gente y más cuando hay alguien que corre más rápido porque te inspira, te lleva a su ritmo. Te dan más ganas de ir a entrenar cuando sabés que te vas a encontrar con alguien. A mi grupo actual lo llamo “pelotón de entrenamiento”. Hace dos años que entreno con ellos y somos muy amigos. Tengo todo organizado: lunes, miércoles y viernes entreno fuerza; martes, jueves, sábado y domingo, running. Respeto siempre esos días y no intercambio los ejercicios. Mi dieta también es ordenada, como lo que me dice la nutricionista. Soy obediente porque cuando no hice caso me lesioné. Venía de hacer una carrera de montaña y a la semana tenía otra de 10 km. Mis profesores fueron claros conmigo. Tenía que trotar suave, pero en cambio corrí rápido y se me cargó el isquio[tibial]. Me dolió por mucho tiempo. Mis entrenadores, que son de alto rendimiento, me revisan el reloj y ven las métricas. Al principio usaba el teléfono, pero desde hace dos años uso el reloj Garmin. También miran en Strava en qué umbral estoy corriendo y en base a eso planifican mi entrenamiento. No me gusta sufrir en las carreras. Por eso soy tan estricta en la preparación. Igual, por más que hagas todo bien, a veces las cosas se te van de las manos. Como aquella vez en la maratón de Buenos Aires. Venía de meter 3 horas 32 minutos en Berlín y quería hacer la de Buenos Aires en 3 horas 30. Ese día hubo malas condiciones: baja presión y alta humedad. Arranqué a buen ritmo, pero quemé mucha energía y faltando 10 km me empezó a doler la panza y me metí de urgencia a un baño químico. Nunca me había pasado. Salí del baño y pude recuperar el ritmo. Al final la hice en 3 horas 34. Me sentí increíble por haber pasado la adversidad. Igual, en Tokio voy por la revancha: ahí pienso hacer las 3 horas 30 minutos. Hay algo a lo que le tengo pánico: quedarme a mitad de carrera. Pero tengo un truco: mientras corro hago un checklist mental de todas las tareas del buen runner. ¿Comí tostadas a la mañana para tener hidratos de carbono? ¿Comí los geles con hidratos y electrolitos? ¿Me preparé bien los últimos tres meses? Repaso los entrenamientos. Si cumplí con todo, me relajo y sigo corriendo, porque sé que voy a llegar y recupero la tranquilidad. Al principio subía fotos de carreras y medallas a Facebook. Mis amigos me cargaban. Hasta que apareció Instagram y ahora soy influencer y las marcas me esponsorean. Tengo una inmobiliaria y tengo hijos, pero el running es un estilo de vida. Es sentirse libre, forma parte de mi rutina, es como cenar. Es ver la vida positiva. Es una filosofía que te determina alimentación, horarios de dormir, es estar todos los días alegre y contenta. Te cambia la cabeza. Los problemas están, pero los encaro con la mejor energía y lo más positiva posible. En mi categoría puedo hacer podios [estar entre los tres primeros]. La competencia es como una zanahoria, me divierte competir. Siempre competís contra vos mismo. Tengo mucho entrenamiento encima y mucha cabeza. Lo aprendí en mi club corriendo 20 km en un circuito de 2. Es difícil dar tantas vueltas sin cambiar el paisaje, es mucho tiempo. Si pude correr como un hámster en una ruedita, no tengo dudas: puedo hacer lo que me proponga.

Andrea Kerner, 51 años. 
Agente inmobiliaria e influencer de running, CABA

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