la momia (daniel pesce, 41 años)
El presentador hace lo suyo. Dice primera semifinal, arrastra las palabras y dice mazazo y dice qué barbaridad, pero no sabe de quién está hablando. Ni el árbitro de moñito volador sabe quién soy de verdad, ni su cara de falsa solemnidad sabe que hay una historia bajo las vendas que me cubren casi todo el cuerpo. ¡Y no cualquier historia, viejo! Si te digo que mi verdadera vocación fue la de cantante, ¿te sorprenderías? ¿Y si a eso le agrego que fui uno de los integrantes del Club del Clan? ¿Qué cara pondría la gente de la tribuna si le cuento que estuve en aquel programa de Mancera? ¿Te acordás? Sábados Circulares, sí, ése. ¿Y si me paro en el centro del ring y digo que alguna vez estuve también en el programa de Galán? La gente se sorprendería. Primero, porque se supone que no puedo hablar, y después porque sólo me ven como un personaje, el que soy, un tipo vendado que despierta de un sueño que duró quién sabe cuántos años. ¿Años digo? ¡Siglos! Una momia. La Momia. Cuando se estrenó la película Titanes en ring contraataca, el gancho era que yo estuviese parado en la puerta del cine. Creo que fue por el '82. Bueno, un día se me acercó una persona y me empezó a hablar con señas y en un papel me escribió que él también era sordomudo. Terminó invitándome a un instituto de sordomudos. Yo pensaba que a este pobre hombre le estaba mintiendo, pero después me dije: "el personaje es sordomudo y yo soy sordomudo. Punto".
Ahora el presentador crea suspenso, nombra a los luchadores que se enfrentan entre sí y la gente larga un alarido. Alaba mi fuerza pero no me conoce. Yo fui el cantante de Los Wonderful, y en televisión llegué a trabajar -tuve el privilegio de estar- junto a un señor con mayúsculas, Luis Sandrini. Eran otros tiempos, claro que sí, antes de que Joe Galera me propusiera entrar en la troupe y empezara a entrenar. Muchos problemas no tuve porque yo había practicado lucha libre desde los 15 años, ¿entendés? Entrenábamos en un gimnasio en Parada Balneario, en la Costanera. Hubo que tener paciencia, aguantar tranquilo. Martín Karadagian finalmente me llamó: "Pescadito -ese era mi sobrenombre- ahora te toca a vos". El primer personaje que hice fue el de Superpibe, que rescataba al payaso Pepino cuando ya estaba de última. Los chicos empezaban a corear: Su-per-pi-be y aparecía yo, le hacía algunas tomas al rival de Pepino, y el payaso se le tiraba arriba y ganaba la pelea.
El árbitro en el centro del cuadrilátero y en lugar de una pelea pareciera que fuera a dirigir el tráfico. El presentador dice espectacular, y dice dos contra uno, y dice lo tiene en toma de abandono, y dice una llave doble nelson, y qué barbaridad, y dice vibrante, pero no me conoce. Lo que son las vueltas de la vida, de Superpibe pasé a ser Pepino y, como afirman todos los chicos, el verdadero Pepino soy yo. También hice del Increíble Hulk, el hombre verde, y otro personaje que no te puedo nombrar. No preguntés tanto. Decía que hice de Pepino que era noble, todo simpatía y dulzura, nada que ver con La Momia, ¿no? Pepino empezaba perdiendo, cobraba como loco, pero después se recuperaba y la tribuna se venía abajo. En el momento en que yo iba perdiendo, desde la lona podía ver la cara de los pibes, el sufrimiento de los chicos. Pero la pelea se daba vuelta y el griterío era increíble. Lo poco o mucho que ganaba no era nada comparado con eso, con esa sensación, porque me parece fácil, pero es difícil despertar una carcajada. Los pibes siempre eligen a sus ídolos, y que te hagan su favorito no tiene precio. De ese cariño tengo anécdotas maravillosas. Por ejemplo, ésta que ahí te va de yapa: Martín inventó un personaje que era Nerón, que subía al ring con tres gladiadores que te sujetaban para que él te pegase. Pasó que fuimos a un club y me tocó ser su rival. En el momento en que Nerón me estaba dando con una espada de plástico, un pibe se puso a llorar como loco. Para decirte la verdad, toda la gente estaba furiosa, pero el pibe le gritó al padre que me defendiera, le dijo: "¿no ves cómo le están pegando a Pepino?". Y el tipo se trepó al ring y le entró a pegar a los gladiadores y no había forma de sujetarlo, no lo podíamos controlar, estaba enloquecido.
La voz del presentador dice señoras y señores, y dice semifinal, y dice lo levanta de los cabellos, y dice lo castiga, y dice que está destruido. ¡Qué querés que te cuente! ¡Tantas cosas! Eso sí, Karadagian es Karadagian, como Leguisamo es Leguisamo y Gardel es Gardel, ¿entendés? Martín me dijo un día: "quiero que te pongas la ropa que hay en esa valija". Cuando vi de qué se trataba me puse a temblar. "Pero Martín -le dije- la persona que hacía esto -y lo hacía a la perfección, desgraciadamente, falleció. Discúlpeme pero a mí no me va a salir bien”. Él insistió. El personaje era Pepino, que siempre caía parado, porque si algo le salía mal la gente pensaba que era una broma suya. Otros, como El Caballero Rojo, no tenían esa chance, no podían equivocarse. Estoy cansado de que me pregunten si Norberto Imbelloni hacía de El Caballero Rojo. No, Imbelloni no debe tener la más mínima idea de qué cosa es el catch.
El presentador se está quedando afónico pero la emoción sigue ahí. La tribuna abuchea a los malos, los chicos les clavan alfileres, los pitean, les tiran de los pelos. Pero a La Momia la respetan. Cuando aparecía el personaje y se escuchaba la música que lo acompañaba, algunos pibes salían rajando. A veces cobraba como loco, haciendo de La Momia o haciendo de Pepino, era igual. Después de la lucha tenían que juntarme con cucharita. Yo les decía que aflojaran un poco y Martín contestaba: "Vas a salir bueno". Y salí bueno, un poco machucado, pero bueno. Los luchadores son unos locos lindos, una manga de delirantes. Algunos seguían en la calle con sus personajes. Pero había disciplina. Nos parábamos junto a las sillas hasta que Martín daba la orden de sentarse. Hasta que él no decía “Pueden sentarse”, nadie se sentaba a la mesa. Parece exagerado pero es un buen criterio, porque éramos una banda de locos. Si no, ¿me querés decir cómo nos dominaba? En las comidas hasta tenías que levantar la mano para ir al baño, sí, como en el colegio.
El presentador hace lo suyo. Crea expectativa para decir ¡La Momia! Después los gritos de la tribuna y el árbitro de aquí para allá, y las caras de los jurados que no saben quién soy, que fui cantante, que esa es mi profesión y que estuve en programas como la Feria de la Alegría y Tropicana, por nombrarte algunos. Quizás soy un actor oculto. ¿Por qué no seguí en la televisión cantando? Tuve un inconveniente, me suspendieron, en verdad nunca supe cuál fue el motivo, pero un día me informaron que tenía que dejar de trabajar. Y entré en la troupe.
Dejame que te cuente: un día en un club de San Justo nos vinimos todos abajo; el ring se cayó porque las tablas de abajo estaban flojas. Fue un lío, pero la gente se seguía divirtiendo porque creía que todo estaba preparado. Eso sí, siempre tuve que aparecer con la cara cubierta, ¿comprendés? Porque la gente podía identificarme como cantante y no como luchador. Eso sí, me ayudó siempre el haber tenido algunas dotes actorales. Ahora me la rebusco. Los fines de semana canto en una cantina de La Boca.
el español josé luis (josé l. lópez, 50 años)
Un día hubo que enfrentar a un oso. Lo peleamos Peuccelle, Karadagian y yo. Martín contrató a un domador con su oso que no estaba adiestrado. El domador sujetaba al oso de una soga que estaba agarrada en el hocico del animal, la "trompeta", que es su parte sensible. Un día Martín me preguntó si me animaba a pelearlo y le dije que sí. Fue en Mar del Plata hace como 10 años. El oso se ponía en dos patas y había que juguetearlo, acariciarlo. El domador le daba caramelos y lo íbamos llevando, pero era difícil. El primer cachetazo que me dio me tiró contra las sogas que si no paro allí voy contra la tribuna y sigo de largo. Tenía una fuerza tremenda y, aunque le pusimos unos guantes de cuero, tenía unas pezuñas que si te agarraban te cortaban en dos. Ponerlo de espaldas era imposible, había que llevarlo, despacito.
Este es un mundo bastante grotesco, lo empezás como deporte, lo seguís como arte y luego se transforma en un negocio. A mí me llevó el italiano Gino Escarzzi, que estaba con Karadagian, en un momento en que la troupe estaba formada mayormente por extranjeros. En esos tiempos "cobré" mucho con Martín, que me tenía un poco como "muñeco". Él hacía, por ese entonces, de recio. He visto grandes luchadores que en los vestuarios se hacen la señal de la cruz, porque sabían que iban derecho a un ablande que los iba a dejar de cama.
Representar al "malo" o al "bueno" tiene sus diferencias. El trabajo de "bueno" da la posibilidad de una cosa más técnica, más ortodoxa; mientras que el "malo" utiliza toda clase de artimañas. A algunos luchadores les cuesta explicarles a sus hijos por qué siempre pierden. Había quienes le pedían a la empresa que, de vez en cuando, les dejasen ganar para contrarrestar un poco la imagen que les daban a sus hijos. Y Martín accedía. Las peleas en televisión estaban arregladas de antemano, pero hasta media hora antes Martín no daba los finales, era una caja de sorpresas, y pasó también que a veces los inventaba en el momento. Donde a veces las luchas no estaban arregladas, era en los estadios o en los clubes. Martín fue el creador de todo esto, trabajar con él es como trabajar en el Colón. Imponía disciplina. Llegabas dos minutos tarde y te suspendía 30 días.
Pero en el fondo todos los luchadores saben que con esto el único que se puede salvar es el empresario. Por eso hay que tomar el trabajo con una filosofía muy especial. Yo siempre usé esto como un hobby, como una ayuda, siempre lo tuve claro.
Una vez Martín me hizo hacer algo en contra de mi personalidad. Soy un tipo introvertido, un luchador serio. Ocurrió que faltó el que hacía de Pepino y por 30 días tuve que meterme en el personaje. Salía con una cara que los chicos en lugar de reír, lloraban.
rubén peucelle, el "ancho" del 13 (51 años, ídolo máximo de lucha fuerte)
Al catch lo hacía desde los años '30 gente de afuera. Después vinieron los primeros argentinos: Montaña y Karadagian, y más adelante una troupe americana hasta la llegada de la televisión. Yo empecé en el '58 cuando se hacían los espectáculos en el Luna Park. Era un pibe. Cinco años después aparecía en canal 13 junto a un grupo de mexicanos comandados por Walt Rubinski. En canal 9 estaba por ese entonces Titanes en el ring con la troupe de Karadagian. Trabajé con ellos muchos años. Con el catch viajé por infinidad de pueblitos, conocí casi todo el país. Sin ir más lejos el otro día juntamos 3 mil personas en Quilmes. También hubo mucho público en una gira que hicimos hace poco por Rosario, Casilda y San Nicolás.
No se gana una fortuna por salir en televisión. Esto lo dirige una agencia, la nuestra se llama Dina. Tenemos una buena relación porque recibimos porcentajes de las ganancias, cosa que antes no se daba. Ahora el grupo se reparte un porcentaje de los muñequitos, las remeras, los discos, los espectáculos. No como antes, cuando había alguien que era una especie de zar.
Todas las figuras de mi generación se retiraron. Yo, a pesar de algunas lesiones, estoy bien. Ya desde mis comienzos aparecí como el "Campeón Argentino", un título que se me puso para diferenciarme de los demás, para que el público me tomara como ídolo y quedó esa imagen. Si el catch no tuviera tan marcados los personajes buenos y malos, perdería espectacularidad. Esa es su esencia.
Hay que mostrarles a los chicos que lo malo es feo. Que hay que castigarlo. Para que el público tome más al personaje bueno, el referí da a veces como ganador al personaje malo, aunque no merezca la victoria. Así la gente siente una injusticia y se vuelca más todavía por el bueno.
kato, el ninja (hugo, 27 años)
Soy de la última generación del catch. Desde los 5 años practico karate y taekwondo, después fui al mundial de kung fu y a los 15 me dediqué a enseñar. En el '83 empecé a trabajar regularmente como el Pibe 10 en un ciclo que duró dos años. No volví a trabajar basta que apareció Lucha Fuerte. Si no hay televisión, vamos adonde nos contraten: clubes de barrio o estadios en el interior. No es igual trabajar en televisión que en lugares con mucho público. La televisión te condiciona por el tiempo y porque está prohibido "hacer sangre". En lo laboral, cambió un poco la cosa, hay mejor remuneración. Antes, Karadagian era empresario y luchador, y, en una palabra, se quedaba con la plata. En este momento me puedo ganar la vida con el catch, no como cuando para vivir tenía que dar clases de artes marciales. Hice también doblaje de películas.
El catch depende del país donde se lo practique. En Estados Unidos se hace con gente pesada, de 120 kilos y de casi dos metros de altura. El espectáculo es entonces más lento y más recio. Mientras que en México -uno de los mejores centros de catch del mundo- los tipos vuelan y están en constante movimiento, con mucha velocidad y acrobacia. Aquí el catch tenía antes más difusión, pero con el tiempo se fue definiendo para un público: el infantil que es el mayoritario.
Con mi estilo de lucha bastante arriesgado, me la di muchas veces. Un día, desde un metro y medio de altura hice el "vuelo del ángel" y caí de cabeza; esa fue la más jodida porque tuve conmoción cerebral. Después, en las películas nos accidentábamos mucho. Nos sacábamos los brazos, los hombros o las rodillas de lugar. Lo digo así de tranquilo porque era parte del trabajo, más en nuestro país, que no te dan los medios. Hay que hacer tal cosa, un suponer tirarse de una escalera, y no están los protectores ni los trucajes especiales en las escaleras. Acá te dan en el día el libreto y te dicen: "tenés que hacer esto".
El catch vendría a ser la expresión fantástica de una pelea, algo que supera lo normal. El mensaje: el bien siempre triunfa. Eso sería lo lógico, aunque también se da como en la vida real que a veces gana la persona mala. Internacionalmente pueden cambiar las técnicas, pero el mensaje es el mismo.
el coreano (juan domingo vera, 43 años)
No me molesta hacer siempre el papel de "malo". Hasta la cara me ayuda. Me gusta que los chicos me abucheen, pero no sé cómo reaccionaría si alguna vez me aplaudieran. A lo mejor no sé qué hacer y me vuelvo a los camarines. Yo me presenté a los 17 años ante Tobías, organizador de los viejos Titanes en el ring y debuté un año después en una gira de 6 meses por Brasil. Me gustaba de alma y se fue haciendo para mí como una adicción. El único secreto es la práctica. Llevo ya 25 años en esto. El catch tuvo en otro tiempo un gran auge, -que ahora rescatamos con Lucha fuerte- cuando trabajábamos en dos canales de televisión a la vez. Pero la televisión se nos cortó en el '74. Hasta el 78 no tuvimos cabida en las programaciones y muchos luchadores se fueron al extranjero. Había un gran contacto entre productores de la Argentina, Chile, Perú y Venezuela. Así se organizaron giras como la de San Pablo con Colosos de la Lucha.
Yo me quedé finalmente aquí trabajando en el cine. Soy especialista en escenas de riesgo. En todas las películas argentinas de aventuras, con escenas de peligro, hay gente de catch. En un momento éramos alrededor de 20 muchachos y yo los coordinaba. Pero la profesión tiene sus riesgos. Y en el '76 tuve un accidente: tenía que arrojarme desde una altura de 5 metros sobre un tablón y aguantar a otro luchador que caía arriba mío. Pero caí mal, de cabeza y me quebré dos vértebras y me dieron 7 puntos de sutura en la cabeza. También me lastimé la cara. Fue un desastre, porque tenía que salir como el Sargento García en la Rural para acompañar a Guy Williams, El Zorro, en su gira por Sudamérica. Finalmente lo hice porque los contratos estaban firmados. Dolorido y todo tuve que cabalgar y hacer algo de esgrima.
martín karadagian
Yo aprendí de El Hombre Montaña que era un gran organizador. Tenía ideas y yo colaboraba, era su ayudante hasta que me independicé. Tenía, eso sí, paralelamente otros trabajos. No podía vivir de trabajar una vez por semana y abrí una joyería en la calle Libertad. A los 15 años gané el campeonato mundial de lucha libre y grecorromana y fui premiado por la reina Isabel madre. Aunque después hubo muchísimos campeones, quedó Martín Karadagian Campeón del Mundo. La primera vez que luché y me pagaron fue en Paraguay donde me llevó Montaña. A los 18 años le dije que cuando termine la temporada me iba a ir a Estados Unidos. El me respondió que le parecía bien porque todos los grandes artistas quieren llegar a la Scala de Milán, y si yo quería llegar al Madison Square Garden estaba bien. Pero me advirtió que todos soñaban lo mismo y había que sobresalir entre verdaderos campeones. Yo hacía acá todas las noches la lucha de fondo y cuando me fui, ya era ídolo.
Los luchadores son líricos, prefieren ganar un peso con la lucha y no un millón con otra cosa, ninguno es materialista. La lucha no da para vivir pero da buenas amistades. La popularidad, por otra parte, les abre puertas y si ponen un gimnasio o una confitería tienen más posibilidades que otro tipo al que nadie conoce. Los luchadores no dejan de ser artistas, por eso viven el personaje, y como esto es un espectáculo va a ganar el que el público quiere que gane. Tiene que ganar el mejor o perder injustamente. Un ídolo no puede perder ahí, planchado. Hay algunos que no quieren perder. Por ejemplo yo agarro a un luchador y le digo que a los 4 minutos tiene que aflojar porque va a perder de tal o cual forma. Y me doy cuenta de que no quiere perder, aunque no lo diga, por la manera de mover los pies.
Yo levanto ahora lo que sembré: cuatro generaciones. Si ahora yo firmo con un canal y agarro el primer teléfono, toco la corneta y aparecen nuevamente todos los luchadores. Estar conmigo es una garantía. Primero ellos y después yo. Soy como un padre para ellos.