“Que somos trabajadoras de casas particulares. Que ya nos hemos presentado en seis ocasiones en este ministerio (...) Que de acuerdo a datos proveídos por vuestro Ministerio, en 2020 más de 20.000 trabajadoras de casas particulares se han quedado sin empleo y se estipula que este número asciende a 70.000 en las no registradas”.
Así empieza la carta que el 17 de abril de 2021 presentaron desde la Agrupación de Trabajadoras de Casas Particulares en Lucha. Estaba dirigida a Claudio Moroni, Ministro de Trabajo de la Nación, y fue entregada en procesión, dentro de la cuarta marcha en pandemia de ese grupo de mujeres que buscan denunciar la precariedad en la que se encuentran. Todo fue diez días antes de que se concretara esta semana, de manera virtual, la sesión plenaria del Consejo Nacional del Empleo, la Productividad y el Salario Mínimo, Vital y Móvil. Aunque el Consejo acordó un 35% de aumento, desguazado en 7 cuotas a lo largo del año, a ellas no las afecta de manera directa: su sueldo queda por fuera de esa negociación. Pero algo de esa ola les pega; les baja la vara, aunque el modo en el que van a pagarles se pacte, para quienes cobran en blanco, en una mesa que integran una Comisión Nacional especial, por fuera de esa que se hizo entre el Gobierno, la CGT, la CTA de los Trabajadores y la CTA Autónoma y empresarios de la industria (UIA), el comercio, el agro, los bancos y la Bolsa.
Fueron las más afectadas por las restricciones que impone la pandemia, según el INDEC. Quienes estaban en blanco tal vez conservaron sus empleos, un paraguas que, aunque lábil, sirvió para aguantar el abismo, pero quienes trabajaban con cama adentro muchas veces debieron hacer la cuarentena con sus patrones, y quienes estaban en negro perdieron, en muchísimos casos, sus trabajos sin demasiadas explicaciones. Sobre la escala salarial del personal de casas particulares hay montos para cada categoría y modos de cálculo que van en rangos mensuales y por hora trabajada. Según el último arreglo, en diciembre, el sueldo básico para ellas tuvo en abril su último tramo del aumento escalonado: un 10% que instaló una base que oscila entre los 20 mil y los 25 mil pesos.
Son datos fríos, sumas en una calculadora que tienen su correlato en el cuerpo, en la cotidianeidad y en la organización familiar de las vidas de al menos 1,4 millones de mujeres que trabajan en el sector en Argentina. Si la pandemia pegó duro, su latigazo fue más fuerte en los sectores precarizados, y para estas trabajadoras, la tormenta fue un tsunami, que anticipa, ante la segunda ola, una amenaza mayor.
personal esencial
Angélica López trabaja en “casas de familia”. Hace limpieza y cuida a dos nenes, aunque su fuerte es la atención de personas mayores. Hacia fines de 2019 empezó a escasear el trabajo y por eso se diversificó. Después vino la pandemia y el resto es historia compartida. “A fines de junio (del 2020) me llamaron a trabajar en el lugar que estoy actualmente: dos veces por semana de manera informal. Y no me queda otra que aceptar esas condiciones, porque si no trabajara estaría durmiendo en la calle. Yo estoy actualmente yendo a un comedor. Si no fuera por eso me muero de hambre, pero aún así nos falta; nos dan el almuerzo y el resto te las tienes que bancar”.
Empezaron con whatsapps, con reuniones virtuales, siguieron con marchas y cuando salieron a las calles fue con carteles que decían “Basta de precarización” y “Si somos esenciales, dénos vacunas”. Angélica está desde el comienzo de la Agrupación de Trabajadoras de Casas Particulares en Lucha. “Durante el retiro de nuestras raciones del comedor, venían muchas día a día a inscribirse y todas con quejas de desempleo y despidos. Es así como nace la organización”, cuenta.
El documento que presentaron en el Ministerio de Trabajo a mediados de abril pide un aumento salarial del 100%, “registro laboral, subsidio al parado y acceso a las vacunas”. Por ahora, no han tenido respuesta contundente, pero las imágenes de esa mañana con los puños levantados y en grupo, al menos muestran otro ángulo, uno alejado de la sumisión con la que se las muestra a veces en los medios cuando la patrona de turno, entre exceso de confianza y falta de registro, las expone en redes. Trabajadoras en lucha, se dicen a ellas mismas. Algo similar a lo que pasó en 2019, cuando las trabajadoras domésticas de Nordelta cortaron la calle a puro grito para pedir que mejoraran sus condiciones de acceso al universo de barrios privados en el que a diario llegan para hacer sus tareas en Tigre.
Una familia necesita $ 60.874 para no caer en la pobreza, según los datos de abril de este año. Desde ahí, las trabajadoras plantean la discusión. Aunque sea difícil, aunque los titulares digan: “Cuánto sale de tu bolsillo en aguinaldo, vacaciones y obras sociales”. El alquiler de un lugar con baño y cocina compartida sobrepasa los 12 mil pesos para arriba, de ahí en adelante, desde el riesgo de desalojo a cómo comprar la comida, las batallas diarias son muchas.
“Sí, sé que las chicas iban a marchar en Capital. Yo no puedo ir durante la semana porque trabajo, pero sé. Encima ahora, si cierran de nuevo vamos a tener que trabajar mucho más ¿Vos sabés lo que es tener a los patrones en casa? Doble trabajo. Hoy la señora se quedó en la casa porque estaba estresada ¡No sabés todo lo que tengo que trabajar!”. Cocinar más, lavar más platos, son algunas de las tareas que se multiplican cuando hay más gente en la casa. Celia lo dice y anticipa lo que se viene. Pero dice que hay otras compañeras que están peor.
“Contá esto, por favor. Contalo para que se sepa”, pide Celia. Y entonces relata la historia de su amiga: “En el barrio La Comarca, esta mujer trabaja con cama y empieza la jornada temprano: desde las 6 de la mañana para cuidar a una nena de 3 años, hasta las 11 de la noche. La lleva al jardín, limpia. No puede parar ni al mediodía. Nada. Me hizo escuchar el audio en el que la patrona le dice que se vista de payaso para que juegue con la nena y que no llore. Le paga 24 mil pesos… De las 6 de la mañana a las 11 de la noche y cuando va a su cuarto para descansar un poco, le dice que ordene hasta que la nena se despierte, porque la casa tiene que estar en orden. La mujer mientras trabaja en la computadora”.
Entre las organizaciones sindicales para este trabajo se cuentan la Unión Personal Auxiliar de Casas Particulares (UPACP) y la Unión de Trabajadoras Domésticas y Afines (UTDA), que incluso el año pasado organizó una marcha también para pedir mejoras salariales porque el IFE no era suficiente, porque el sueldo no daba para más. Pero, claro, en un sector donde prima la informalidad, son legión quienes no tienen a dónde recurrir y no se sienten convocadas. Un paseo por los posteos de la primera organización es termómetro de lo que sucede. En muchos casos se repite la situación de no saber a dónde recurrir cuando desde el trabajo avisan que dieron positivo en el test de Covid.
A Claudia le pasó. Esa mañana fue a Nordelta, como siempre, y la atendió su jefe. La hizo pasar, le pidió que cocinara y ahí le avisó que “la señora” no se sentía bien, que se quedaba en su cuarto porque tenía síntomas. A la noche, la llamó para avisarle que había dado positivo ¿Cómo cuidar puertas adentro? ¿A dónde acudir? ¿Qué espacios se abren para ese casi millón y medio de mujeres? Frente a esa falta, muchas intentan dar batalla en acciones colectivas: Indoméstikas es una de ellas. La Agrupación de Trabajadoras de Casas Particulares en Lucha es otra.
víctimas de la espera
“Estoy re cansada, me duele la espalda, trabajé todo el día parada y ahora viajé como vaca. Son las siete de la tarde y todavía estoy en camino. Aca no existe la pandemia”, dice Celia. Y es un eco de lo que dice Claudia y lo que dicen muchas otras de las trabajadoras de Nordelta que a diario entran a ese universo de exclusividad. Habían logrado que la empresa MaryGo las llevara, que la llegada fuera más aceitada, a partir de una tarjeta de viaje que pagaban sus empleadores, pero con la pandemia, se suspendieron el trabajo y el servicio de traslado para ellas. Otro tanto pasó con la línea 273 que había empezado a circular por la zona para dar respuesta en especial a quienes trabajan allí: empleadas domésticas, albañiles, docentes. Ahora el servicio se redujo y salir o entrar es una prueba digna de Indiana Jones. “Viajan parados. Vamos apretados. Mirá”, dice Claudia y la foto que muestra es una línea de cabezas que se inclinan hacia la ventana en un colectivo atestado.
“La verdad, los patrones no nos dan seguridad ninguna. No quieren pagar los medios para que vayamos a trabajar, no les importa si tenemos miedo de contagiarnos con el virus, ¿Qué les va a importar, si ellos se contagian y se los pasan a sus empleadas? Si te enfermás, no responden por vos”, se queja Sonia. Y saca cuentas de lo que vale un remis para ir o venir cada día: $200 pesos por viaje.
Cuando el 7 de abril a las 9 de la mañana, los medios hablaban de las discusiones dentro de la mesa chica que conforman el gobierno nacional, el de provincia de Buenos Aires y el de la Ciudad para ver qué haría con las restricciones en el AMBA, donde los casos de covid se disparaban a cifras que no habían alcanzado antes, ni siquiera en el punto más álgido de la pandemia en 2020, Claudia mandaba desde General Pacheco la filmación del día: amuchaje, traqueteo, lo de siempre. A veces, el cansancio del viaje no las deja ni indignar: “Me levanto a las seis de la mañana. Seis y media salgo de casa. Yo vivo en el partido de Moreno. Tomo el 269 en mi barrio, voy hasta cruce Castelar. Ahí tomo el 203 que va hasta Don Torcuato, hasta 202 y Panamericana. Ahí me tomo el 87 o el 60 hasta Pacheco. Ahí bajó tres o cuatro paradas ante de la estación y en el puente está el 273”, repasa una de las chicas. Hablemos de circulación.
Aprendieron de memoria recorridos, precios, opciones, y anotan todas esas cosas que los patrones no les dan: desde viáticos en muchos de los casos hasta elementos de cuidado, alcohol en gel y demás. Celia trae un ejemplo: ese fin de semana se cortó la mano al abrir una lata de atún y no había curitas. Tuvo que comprarlas ella más tarde en la estación: 3 curitas por $50 pesos. Qué decir de insumos para bioseguridad. No es algo exclusivo de Nordelta, por supuesto. Es tan universal la situación de precariedad que hasta el director de cine mexicano Alfonso Cuarón impulsó una campaña que busca visibilizar la precariedad laboral en pandemia y linkea a una institución que estudia el tema, en donde hay un apartado que habla de buenas prácticas y deja una pregunta: “¿Cómo saber si sos buen empleador?”.
la arquitectura del trabajo
La larga marcha tampoco es exclusiva de esa zona norte de la provincia de Buenos Aires. Un trabajo de la investigadora Verónica Casas arroja datos sobre la Ciudad de Buenos Aires: unas 76.500 personas trabajan en el sector y un 70% de ellas viven en el conurbano bonaerense. Según otro informe, esta vez de la Organización Internacional del Trabajo, esta actividad representa el 5,6% del empleo y el 22% de las mujeres asalariadas del país.
La pandemia dejó en carne viva a la vida cotidiana, la precarización laboral fue la herida abierta y puertas adentro todo se volvió un caos. Es cierto que el trabajo doméstico no asiste sólo a sectores sociales de clase alta o media alta. La clase media también recurre a esos servicios: para el cuidado de niños, de adultos, para el orden que, con la sobrecarga laboral, muchas veces sólo pueden sostenerse con la famosa “ayuda de la señora que trabaja en casa”. Una larga cadena de mujeres que trabajan fuera y dejan en casa a sus niños para cuidar niños de otras mujeres que trabajan. Muchas veces, tantas veces se da, que esas situaciones no son las que se elegirían.
Se habla bastante en estos tiempos del famoso techo de cristal. Pero en la base, que no es de cristal si no de lava, está esa zona que ellas aguantan, en donde recae el peso de ese edificio que, según dicen a veces, si quieren, pueden poner a temblar.
Fotos de Anita Pouchard Serra con el apoyo del Pulitzer Center