nft: yo sentí que tenía el original | Revista Crisis
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nft: yo sentí que tenía el original
Tokens, blockchain, coleccionismo en un clic: cuando el arte se sumerge en el sistema de mercado virtual y perfora la idea de lo efímero, cabe preguntarse qué queda de nuevo, qué discursos se rompen o se continúan y si, en definitiva, los NFT abren nuevas discusiones o son un blef más de los tiempos que navegamos.
Ilustraciones: Brenda Greco
11 de Octubre de 2022
crisis #54

 

E n el mes de agosto se realizó Arte en código NFT: oportunidades y desafíos para el arte en el espacio digital, un evento organizado por el Fondo Nacional de las Artes (FNA). El tono de la primera exposición, a cargo Gabriel Rey Linares, experto en blockchain y criptoarte, parecía anunciar el inicio de una revolución: “Se viene la tokenización de la economía”, “puedo comercializar arte desde mi teléfono celular deslizando la pantalla con un dedo”, “lo que está en el blockchain va a estar mientras la humanidad exista”. Pero, a la vez, Linares necesitaba recurrir a abundantes analogías y metáforas para explicar cada concepto, dando cuenta de lo arduo de la temática. Se hablaba de NFT o Non-Fungible Token (por sus siglas en inglés), un término bien conocido en el mundo de las “criptofinanzas”, pero ajeno al ecosistema del arte tradicional hasta marzo de 2021. Fue en ese entonces cuando la icónica casa de subastas Christie’s, fundada en el siglo XVIII, vendió su primer NFT y la historia cambió. 

El encuentro desarrollado en el Auditorio de la Asociación Amigos de Bellas Artes había convocado a galeristas, curadores, artistas y gestores culturales a dialogar con especialistas y emprendedores de proyectos NFT y arte digital. La infaltable mención a La obra de arte en la época de su reproducibilidad técnica, de Walter Benjamin, estuvo presente entre los oradores. Esta reflexión sobre “la pérdida del aura” de la obra de arte se renueva en el mundo digital, en el que resulta absurdo plantear la diferencia entre copia y original, característica que aleja a los coleccionistas de las obras digitales y limita su valor comercial y especulativo en la medida en que no existe algo único que pueda ser poseído (y vendido). Un objeto material, sea una pintura, un manuscrito o el primer ejemplar de un libro, puede ser un objeto “no fungible” si puede establecerse una diferencia entre original y copia. El consenso puede determinar que una obra firmada por el artista valdrá mucho más que una copia sin firma, aunque sean exactamente iguales, como ocurre con las fotografías.  

“Existe una disquisición filosófica entre la tenencia física del arte y la tenencia digital”, reflexionó ese día Linares, enfatizando la idea de que el NFT es como un “certificado o escritura digital único e irrepetible” sobre un objeto, sea digital o material. En esta instancia, estas fichas no fungibles traídas desde el ámbito de las criptomonedas funcionan como una herramienta que intenta devolver el concepto de autenticidad u objeto único a la copia digital y hacerla coleccionable. A medida que avanzan las explicaciones sobre los detalles, se hace evidente que esta propuesta de propiedad precisa un salto de fe, porque su alcance se limita a un sistema abstracto y difícil de comprender: la cadena de bloques o blockchain. Por otro lado, estar dispuesto a pagar 69 millones de dólares para tener una “copia digital única acuñada en blockchain” también es un argumento de peso. 

 

el opus de Beeple 

Mike Winkelmann es el nombre del artista digital, nacido en 1981 y conocido como Beeple, que logró vender el NFT de su obra Everydays: los primeros 5.000 días en 69.346.250 dólares, el 11 de marzo de 2021, a través de Christie’s. El valor inicial de la subasta fue 100 dólares. Cada jornada, desde mayo de 2007, Beeple creó y publicó en sus redes sociales una obra nueva producida de manera digital. Así, durante trece años. El collage subastado reúne las cinco mil obras en un JPG 21.069 x 21.069 píxeles que pesa algo más de 300 megabytes. El pago fue realizado en ether, la criptomoneda de la plataforma Ethereum.  

La página de Christie’s entrega algunos datos sobre la transacción: un número identificador de un contrato inteligente, un token y una wallet o criptobilletera. Usando etherscan.io, un explorador de la cadena de bloques de Ethereum, podemos consultar información en el contrato inteligente que nos permite llegar al propietario, el usuario “Metakovan”. El alias corresponde a Vignesh Sundaresan, programador y millonario inversor en criptomonedas de Singapur, quien reveló su identidad poco después en su blog. Siguiendo la consulta en etherscan.io intentamos llegar a la obra de Beeple. Recibimos un enlace a un recurso externo, un archivo alojado fuera del blockchain. Abrimos ese archivo, pero tampoco se trata de la obra, sino de otro conjunto de metadatos con un enlace más a otro recurso externo. Finalmente, con este último link llegamos al JPG alojado en una red llamada IPFS, al que cualquiera puede acceder desde la web. 

Esta información no es un dato técnico trivial: si la red IPFS llegara a desaparecer o fuese inaccesible, el NFT conduciría a una página no encontrada y dejaría de tener sentido. El objeto digital no queda acuñado en el blockchain por la eternidad, sino solo un enlace. La plataforma Ethereum puede funcionar como un instrumento que informa la titularidad del objeto al cual apunta ese enlace, pero el acceso y la permanencia de la obra en esa localización dependen de recursos ajenos a la plataforma. Además, podría crearse otro NFT apuntando exactamente al mismo archivo. 

 

cripto sin metáforas 

Hasta ahora fueron mencionados varios términos habituales en el ámbito de las criptomonedas, pero no caben dudas de que necesitan ser explicados. A continuación, un intento bajo la consigna de tratar de usar la menor cantidad de metáforas y analogías posible. 

Cadena de bloques: en su definición más básica, es un archivo guardado en algún medio de almacenamiento (como un disco rígido) en una computadora. Su tamaño crece minuto a minuto y en el caso del Bitcoin, la primera criptomoneda en existir, pesa alrededor de 15 gigabytes tras trece años de operación. Está compuesto por una secuencia de bloques de información, donde cada uno incluye una huella del anterior que permite verificar que los datos no han sido adulterados. De ahí el nombre cadena: no se puede cambiar un bloque sin cambiar todos los subsecuentes. En cada bloque se guardan transacciones entre cuentas. Absolutamente toda la información acerca de las transacciones y las cuentas queda guardada en este archivo. 

Redes de pares: la cadena de bloques está replicada en muchas computadoras conectadas a Internet que mantienen sincronizadas las copias. Para esto, cada computadora ejecuta un software que le permite seguir el mismo protocolo. Este conjunto es llamado nodo. Cualquiera puede instalar este software en una computadora, conectarla a Internet y comenzar a participar de esta red como un nodo. No existe un ente o nodo central que autorice el ingreso, por eso este tipo de redes reciben el nombre de “redes de pares” (o P2P por peer to peer en inglés). En el caso de Bitcoin, hay 14.414 nodos conectados −un número que varía constantemente− distribuidos en todo el mundo. En Argentina figuran trece, sin embargo, más de la mitad de los nodos ocultan su dirección real y no se sabe dónde están localizados.  

Minería: las computadoras donde funcionan los nodos no son autosuficientes ni eternas, están operadas y mantenidas por individuos y consumen energía, a la larga se rompen y deben ser reemplazadas. El incentivo que impulsa a esos individuos a mantenerlas funcionando, pagar sus costos y dedicarles tiempo es la posibilidad de ganar dinero con la minería. Así es como se le llama al proceso que permite crear bloques nuevos. Cada diez minutos se lanza una competencia entre todos los nodos para saber quién creará el próximo bloque con las últimas transacciones solicitadas a la red. El ganador se lleva una comisión, pero ese monto no sale de otra cuenta, se crea en ese instante y así la oferta de bitcoins aumenta con el tiempo. 

Contratos inteligentes: el éxito de la primera criptomoneda impulsó la creación de otras nuevas. La segunda en importancia después de Bitcoin es Ethereum, que comenzó a funcionar en 2015 y su divisa se llama ether. Fue ideada por el ruso Vitalik Buterin a los 19 años y su reciente visita a la Argentina no pasó desapercibida tras las reuniones con Macri, Grabois y otros políticos. Esta plataforma tiene varias características distintivas, la principal es la posibilidad de guardar pequeños programas en la cadena de bloques llamados “contratos inteligentes”. Pero no son ni contratos, ni inteligentes, son un bloque de código que puede ser ejecutado por los nodos. Cualquiera puede escribir uno y sumarlo a la cadena de bloques si tiene los ethers suficientes. Como se trata de programas, sus posibles aplicaciones no pueden ser anticipadas. 

Tokens fungibles y no fungibles: casi como en las paradojas de la ciencia ficción, donde los entes que habitan un universo virtual crean a su vez otro universo virtual interior al suyo -sí, rompimos la consigna-, los contratos inteligentes le permiten a cualquiera crear, por ejemplo, sus propias criptomonedas dentro de la cadena de bloques de Ethereum. A estas criptomonedas, en este contexto, se les llama tokens. Un ejemplo puede ser tether, un token estable con paridad uno a uno con el dólar. Token en inglés significa ficha. La característica principal de una ficha es poder ser intercambiable. Si una ficha se diseñara para no ser intercambiable sería una ficha no intercambiable, es decir un Non-Fungible Token o NFT, que es uno más de los varios tipos de tokens que habitan la cadena de bloques. Limitar la utilidad del token al hacerlo no intercambiable podría parecer un defecto de diseño, pero la singularidad, sumada al criptoexotismo y la promesa de inmutabilidad, convirtió a los NFT en el objeto ideal para los gabinetes de curiosidades o cuartos de maravillas del nuevo milenio, aunque nadie sepa exactamente qué son. O quizás, justamente porque nadie sabe qué son. 

 

hay que pasar el criptoinvierno 

En noviembre de 2021, el bitcoin llegó a cotizar por encima de los 67.000 dólares, alcanzando su máximo histórico. Un mes después, valía 50.000, y para junio de 2022 había caído a 19.000, es decir, perdió el 70% de su valor en menos de un año. Esta caída arrastró a todas las cripto. El caso extremo fue el de Terra, una stablecoin con paridad al dólar que colapsó y perdió todo su valor en menos de 24 horas. Antes había estado en el top 10 del ranking. Su caída generó pánico y suicidios entre inversores y ahorristas. Como los NFT están completamente ligados a las criptomonedas, su valor también se desplomó. OpenSea, el mercado NFT más importante, perdió un 94,84% en lo que va de 2022. La inflación, los cambios en la política monetaria de Estados Unidos y el temor ante una recesión global golpearon fuerte sobre un mercado de alto riesgo impulsado por la inversión especulativa. 

También se intensificaron las críticas a la minería de criptomonedas por el enorme perjuicio ecológico que generan. La competencia entre los nodos de la red por obtener ganancias consiste en resolver una prueba matemática compleja, llamada prueba de trabajo, para lo cual es necesario el uso intensivo de poderosos microprocesadores. Según el índice de consumo de electricidad de Bitcoin de la Universidad de Cambridge (CBECI), a principios de 2021, la minería de bitcoins consumía más electricidad que un país como Argentina. Cada transacción de bitcoins genera la misma huella de carbono que 680.000 operaciones con Visa. Este impacto sobre el medio ambiente se extiende al criptoarte de los NFT, aunque en menor medida. En 2021, el artista Joanie Lemercier describió la situación en su blog: “mi lanzamiento de seis obras de criptoarte consumió en diez segundos más electricidad que todo el estudio en los últimos dos años”. Sin embargo, desde 2020, Ethereum está probando un sistema alternativo llamado “prueba de participación”. Hace pocos días se produjo un esperado evento llamado la Fusión, a partir del cual esta red abandonó definitivamente la minería, reduciendo el consumo de electricidad en un 99 %. 

En junio de este año, 1500 informáticos firmaron una carta abierta al Congreso de Estados Unidos alertando a los legisladores e instándolos a adoptar “un enfoque crítico y escéptico hacia las afirmaciones de la industria de las criptomonedas”, y señalaron que “las catástrofes y las externalidades relacionadas con las tecnologías de cadena de bloques y las inversiones en criptoactivos no son hechos aislados ni dolores de crecimiento de una tecnología naciente. Son los resultados inevitables de una tecnología que no está diseñada para un propósito y seguirá siendo siempre inadecuada como base para la actividad económica a gran escala”. 

Para Enrique Chaparro, matemático y especialista en seguridad de la información, las criptomonedas no son moneda en el sentido canónico del término: “no son medio de cambio, unidad de cuenta, reserva de valor o estándar de pago diferido”, y en la medida en que “son notablemente inestables y su aceptación en el comercio es muy baja, su atractivo solo reside en la posibilidad de obtener un valor de venta que supere el valor de compra por una tasa más rentable que las inversiones en otros activos. Entonces, al poseedor de la pseudomoneda le interesa inflar su valor para realizarla (monetizarla) al cabo de un tiempo”. Bill Gates dice algo parecido: “están basadas en la teoría del más tonto”, refiriéndose a una expresión utilizada en los mercados bursátiles. Se aplica cuando alguien compra un activo sobrevalorado solo porque siempre habrá “alguien más tonto” dispuesto a pagar aún más por él y no importa determinar cuál es su valor ni utilidad real. Para Chaparro, “esta es la típica lógica fraudulenta de los esquemas en que el precio de un activo solo depende de que más personas adquieran ese activo, con independencia de cualquier otro factor. Los esquemas de Ponzi son de este tipo, aunque las criptomonedas no necesariamente son esquemas de Ponzi”. 

 

el gran metaverso 

El fenómeno de los NFT debe ser entendido en el contexto de la web3, del “metaverso” y de un año atípico de pandemia que obligó a gran parte de la humanidad, en especial la de mayores recursos, a permanecer en sus hogares e interactuar y gastar sus excedentes a través de medios digitales y en productos digitales.  

La web3 es una narrativa que pretende presentar ciertas tecnologías fortalecidas con el auge criptomonedas −muy ligadas al campo de las finanzas− como la siguiente fase natural de evolución de Internet luego de la web 2.0. En base a la criptografía, las redes de pares y la cadena de bloques emergieron varios artefactos técnicos y conceptuales, como las organizaciones autónomas descentralizadas, la tokenización, las finanzas descentralizadas, la inclusión financiera, o los NFT. Un discurso democratizador y anticorporativo impulsado por los actores de la especulación financiera más cruda. 

El metaverso es la vieja y conocida realidad virtual de juegos como Second Life rebautizada por Facebook. Kevin Rose, en el New York Times, analiza lúcidamente la movida: “la estrategia de metaverso, si funciona, podría terminar con la dependencia que Facebook tiene de Apple y Google, al dirigir a los usuarios a plataformas propias, como Oculus, donde no tiene que preocuparse por ser expulsada de la tienda de aplicaciones”. Entonces, si “Facebook quisiera cobrar por ropa virtual dentro de una de sus aplicaciones del metaverso, podría hacerlo sin pagar una tarifa del 30% a un rival”, como ocurre ahora. Su apuesta sería lograr que “los jóvenes usen sus dispositivos de visores Oculus y pasen tiempo en Horizon, la red social virtual de Facebook, en lugar de ver videos de TikTok en sus teléfonos”. De esta forma, Facebook podría eludir el futuro más sombrío que teme para su producto estrella, “un lodazal dominado por personas maduras y lleno de videos de animales adorables y basura hiperpartidista”. 

Existe un campo de aplicaciones muy diversas para los NFT en la web3, certificar la titularidad de obras de arte es solo una de ellas. Hacer una muestra en el metaverso exhibiendo obras con NFT, presentar una performance u obra digital con la que se pueda interactuar en realidad virtual e involucre de alguna forma la cadena de bloques son ejemplos completos de expresiones del mundo del arte en la web3. 

 

los inadaptados digitales 

Durante el evento del FNA hubo una apreciación que generó consenso, y es que la irrupción del criptoarte y los NFT le hicieron ganar protagonismo al arte digital. En el mundo criptoarte, las galerías donde se vende y compra arte, y donde los artistas ganan reputación, se llaman mercados de NFT o simplemente marketplaces. Se trata de plataformas web que pueden cumplir el rol de galeristas. 

Bruno Borgna es artista multimedial, ensayista y gestor cultural. En una charla con crisis cuenta su experiencia dentro del mundo de los NFT, además de las diferencias que encuentra con ámbitos más tradicionales. “Me di cuenta muy rápido de que se armaba un circuito de legitimación mucho más horizontal, la parte copada me pareció esa, y que había mucho más compañerismo. Desafortunadamente, había mucha competencia, porque es la economía de la atención, tenés que estar todo el día pujando para que alguien vea tu proyecto”. En relación al acceso, si bien “para acceder a los NFT tenés que tener las condiciones materiales necesarias, tener una computadora, acceso a Internet y cierto alfabetismo digital”, a la vez “elimina en cierto punto la necesidad del capital social que muchas veces es importante. No todo el mundo puede entrar a exponer al Malba, o al Macba, no toda la gente entra al circuito de galerías, requiere un proceso de exposición previo y también conexiones que por ahí no son tan necesarias en el mundo de los NFT”. 

La moda de los NFT impulsó a muchos artistas a llevar su obra al blockchain. Un ejemplo extremo es el artista argentino Leandro Granato, quien recibió esta propuesta de un coleccionista de criptoarte: “No quiero comprar no tu obra, sino el NFT de tu obra, a la que quiero que destruyas”. Así nació Transmutación, cuyas telas fueron consumidas por fuegos artificiales. Borgna señala que “la gente que ya tenía un capital simbólico social, artístico o cultural obviamente fue contactada para ya tener un espacio legitimado listo ahí en el circuito de los NFT”, entonces “el capital económico o ciertos privilegios pueden llevarte más rápido y más lejos en el mundo de los NFT y cuando se replica muy rápido ese arriba y abajo, o esas desigualdades, yo pronto pierdo la fe”.  

Aunque con una mirada más bien escéptica sobre la irrupción del cripto como suceso revolucionario, Bruno cuenta de primera mano la experiencia de poseer y vender arte a través de los NFT. “Yo sentí que tenía el original, que tenía el reconocimiento del circuito de que eso efectivamente era mío, entonces tener ese consenso creo que dispara una cosa en nuestros cerebros de la validación social, y también me sentí muy orgulloso cuando dos o tres de las cositas que hice se vendieron. ¡Wow soy un artista que vende! Vender como artista, a menos que estés adentro de una galería o que haya mucha tracción sobre tu obra, no suele pasar tan fácil”.

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